Encuentra la cadena en un rincón olvidado, en una caja enorme llena de apuntes viejos. La punzada es inmediata y el corazón da un vuelco con triple pirueta y tirabuzón mortal.
Le cuesta cogerla, le tiemblan las manos. No es lo único. Le tiembla cada latido del corazón.
Respira hondo y lo deja todo tal cual está. Cajas amontonadas por doquier, ropa arrugada en maletas que no encuentran lugar.
Coge las llaves que ha dejado en la cocina aun vacía y desprovista de muebles. Necesita salir. Ya.
Camina sin rumbo y hace frío. No ha cogido chaqueta. Ni móvil. No ha cogido nada. Solo esa cadena. La lleva sujeta tan fuerte en la mano, que tiene los nudillos blancos. La cadena tintinea a su paso y le hace más difícil respirar.
Porque le hace recordar.
Le hace volver a sentir.
Se negó a sentir cuando lo echó de su vida. No tiene derecho a sentir.
Termina en un bar, no sabe cómo. Busca en un bolsillo y encuentra unas monedas. Justo para una copa. Bien cargada.
Es tarde y mañana trabaja. Debería estar colocando todo lo de la mudanza. Pero la cadena que tintinea aún en su mano no le deja olvidar. Hace años, y si aún le asalta a la mente le duele cada poro de su piel.
Aún lo busca en cada esquina, inconscientemente. Aún piensa en él por la noche. Aún deja la ventana abierta. Aunque se ha mudado dos veces. Aunque fue él quien lo echó de su vida. Aunque no recuerda por qué. Aunque le duele respirar si piensa en él.
Por eso se obliga a no pensar. A no sentir. No siente desde hace dos años.
A su copa le sigue otra. Una invitación. Un tipo guapo con sonrisa de buena persona. Punzada. Seguro que es buena persona. Sí. Seguro que haría feliz a alguien. Seguro.
Pero él no quiere sonrisas de buena persona.
Él quiere que le tiemblen las piernas.
Le acompaña a casa. Tiene una risa agradable y es un gran conversador. Entiende de todo. Escucha música clásica y la casa está ordenada.
Siente una punzada culpable, él quiere a alguien que nadie recomienda.
El beso es suave y respetuoso. Lo corresponde, intenta que algo se mueva dentro de él. Que algo despierte.
Pero no despierta, ni cuando hay caricias, ni cuando pasan a la cama. Ni cuando le hace gemir un poco.
La cadena cae al suelo con sus pantalones. Tintinean. Recuerdan.
No olvidan.
Intenta no pensar en sus manos, ni en sus labios, ni en calentamientos debajo de las sábanas. Porque no es él el que está en esa cama. Aunque por un segundo lo cree, que estaba de vuelta… Solo ha sido un breve sueño.
Se escabulle de esa cama desconocida en mitad de la noche. Sin hacer ruido. Recogiendo la cadena del suelo. La guarda en la misma caja en la que la encontró y no volverá a sacarla.
No hablará con nadie. No le llorará a nadie. Porque para llorar hay que sentir.
No se confesará porque nadie lo entendía. Ni siquiera años después. Nadie entiende lo que tenían. Eso que ahora está roto...
Pero merecía la pena.