Despierta como un resorte. Jadeando, sudoroso y con el corazón desbocado. Un sueño de perros, un despertar que duele como aceite hirviendo.
Un brazo sobre su pecho y por un segundo el sueño le engaña y los relojes giran hacia atrás y le hacen volver a otra cama. A otra habitación. Pero los relojes solo marcan falacias. El cuerpo a su lado se despereza y le sonríe con somnolencia. Le desea buenos días y siente bilis por su garganta al responderle con una sonrisa.
El beso le duele. Ha sido una mala noche. Como todas las anteriores.
Pasa por el día dándole patadas a la vida.
Apenas escucha el ruido de su propia ambulancia. No hace caso de las conversaciones porque siente que no dicen nada de interés. Conduce sin hacer preguntas. Sin prestar atención al mundo que cruza a su alrededor. Porque si hace caso, le asaltan recuerdos.
Porque si al parar en un semáforo ve la tienda de discos, recuerda la tarde que pasaron debatiendo sobre grupos de rock y los grupos modernos. Que se liaban entre discos de vinilo que olían a polvo y a tiempos mejores. Que se sorprendió cuando al salir le tendió un disco que aún no tenía de los Rollings y al preguntarle por qué, el muchacho solo pudo encogerse de hombros y decir “este aún no lo hemos escuchado” Juntos. Claro.
Por eso no se para a pensar, ni a hablar, ni a nada. Hoy todo le trae recuerdos de relojes que ya no hacen tic-tac.
La vuelta a casa no es mejor. El salón lo encuentra ocupado por el grupo de rock alternativo de Verónica. Le tienden una lata de cerveza y venga, ¿por qué no? Necesita beber. Olvidar. Caer rendido, cansado y borracho. Caer para no soñar. Lo que venga antes.
Los chicos bromean y les pican: “teneis de todo en esta casa, sois unos putos pijos de mierda” y ella ríe y contesta “tengo todo lo que quiero”
No se llega a emborrachar demasiado y los amigos se van. Solo quedan ellos. Solo queda ella. Que se acurruca a su lado mientras suena algo de los Rollings y la punzada duele. Suena Angie. Que la escucharon desnudos mientras tarareaban a la vez en la boca del otro. Y tiene que hablar porque el silencio que se hace en su alma mientras suena esa canción es demasiado pesado para poder respirar.
Por suerte el silencio lo rompe ella. “Es tarde” dice. Y a él le da igual porque hoy pisaría todos los relojes del mundo. Porque le enferma cada vez que se miente al pensar que si duerme, al día siguiente habrá mejorado. Habrá olvidado. No estará. Pero nadie apostaría por él. Ni siquiera él mismo.
Porque al acostarse ella le abraza siempre y le dice “te quiero” y él no puede contestar sin mentir. Porque despertar junto a ella cuando aún no despunta el día, mientras la luna da reflejos que lloran en la ventana, sudando, agitado por sueños cargados de verdades, le hace llorar. No recuerda la noche que lo hizo por primera vez. Solo sabe que ya llevaba tiempo durmiendo en esa cama. Pero una noche llegó. Despierto de madrugada, junto a ella, mirando la luna y la lluvia caer por la ventana. Las lágrimas vinieron solas.
Porque él lo tenía todo, y ahora no tiene nada.
Y juro solemnemente no volver a escribir nada tan triste de este paring en la vida, he terminado llorando ;___;