-Ven a vivir conmigo.
La cosa le viene así. Sin anestesia ni medias tintas. Y la verdad, le pilla algo atontado. Acaba de correrse, está sudoroso con la boca de Andy descansando sobre la suya. Las sabanas hechas un ovillo. Piernas entrelazadas y totalmente sobre su cuerpo porque ha sido un polvo espectacular y la cosa es que se lo suelta así sin más. Entre que toma aire y no se ahoga. Le mira con esos ojos azules tan claros y libres de malicia. El pelo mojado se le pega a la cara y no puede pensar que realmente ha escuchado lo que ha escuchado, porque… ¿qué diablos ha escuchado?
-¿Qué? -consigue articular separándose un poco para verle mejor, pero no demasiado, no tiene muchas fuerzas y cree que lo que está sufriendo es un shock post-polvo o algo así. Vamos, que como toda la sangre no está donde debiera, o sí donde debería hace un rato, pero ahora que hay que pensar, como que no, pues como que se pierde. Eso.
Pero Andy si que ve las cosas claras. Será la epifanía post-coital, o algo así. El caso es que tiene unos anuncios de pisos/estudios bastante bien de precio y con la beca y el trabajillo por horas que tiene podría pagarlo y quiere irse. Porque la residencia es la residencia, y al fin y al cabo la intimidad es lo que más brilla por su ausencia. Y no sabe como no lo ha visto claro antes. Bueno, porque Eric pensaba que era una tontería teniendo la residencia. Pero Eric no tiene que soportar las miradas en el comedor a la hora del desayuno. No tiene que escuchar los susurros a sus espaldas, no tiene que aguantar que lo juzguen y que su novio (¿ha dicho novio?) tenga que entrar por la ventana cuando viene a altas horas de la madrugada porque las puertas están cerradas.
Él quiere puertas abiertas, todas. Y no tener que despedirse de él por las mañanas.
Lo quiere. Un sitio para ellos, un sitio de ellos, un algo para ellos. Ellos, en plural.
Tú, me, ti, conmigo.
Los dos.
Se lo explica, con pocas palabras porque tampoco es que pueda hablar mucho después de uno de sus super polvos de infarto. Está nervioso porque lo ha dicho de sopetón y hasta a él le ha sorprendido pero quiere explicárselo y no encuentra las palabras justas y se está haciendo un lío. Le ve cierto atisbo de pánico en la mirada. Se apresura a decir que era una idea loca. Tartamudea “no es nada, solo una tontería”. Porque quiere, pero no quiere perderlo, no quiere que huya.
Pero Sid ve que no, ve el miedo que se refleja en su cara, que intenta sonreír para quitarle importancia y solo consigue darle más de la que ya tiene. Todo le pasa super rápido en ráfagas que de tener que decirlas se le liaría la lengua con ella misma. Demasiado. Compromiso. Miedo. Nervios. Esa sensación rara en la boca del estómago. Ese salto al vacío que siente cuando a veces Andy le abraza cuando está cabreado o triste y no sabe como lo sabe pero lo sabe y le hace sentir mejor y ese hueco dentro se sacia un poco. Y no sabe lo que siente pero siente, y es mejor que estar muerto. Que es más de lo que podía decir antes de conocerle.
Así que él también lo dice sin pensar, porque como lo analice mucho cree que le va a dar un infarto. O dos. No sabe mucho de medicina, pero sabe que eso que le hace el corazón ahora mismo no debería ser normal. Así que habla antes de que sea demasiado y su torrente sanguíneo vuelva de las vacaciones del sur y se pongan a pensar gilipolleces.
-Sí.
Le sale en un susurro pero es suficiente porque Andy lo escucha y no se arrepiente porque ve esa sonrisa que crece poco a poco y esa mirada iluminada y escucha “¿en serio?” y asiente y son arcoiris después de la tormenta, caramelos en halloween, los regalos la mañana de navidad, un buen rasgueo de guitarra. No sabría jurarlo a ciencia cierta pero cree que no sentía esa ansiedad y ganas de algo indefinido desde que escuchó por primera vez Led Zeppelín y supo que algo había cambiado en él aunque no sabía el qué. Esa incertidumbre que asusta pero que te llena de ganas.
Con Andy le pasa igual. Se besan y Andy le susurra gracias y se calla que eso lo debería decir él. Que le ha cambiado y que tiene miedo pero no está huyendo porque ha hecho feliz con algo tan simple como un “sí” y no se arrepiente. Porque quiere despertarse todos los días con él. Que le aspen sin se escuchase pensar. Pero no le dice que a veces se sorprende contando las horas para saltar por su ventana y entrar en su cuarto. Porque la rabia se diluye cuando le besa. Que le calma el frío que le late dentro y que nadie había podido tocar.
Entonces… ¿por qué no? ¿Por qué no empezar en un sitio, con él, un sitio solo para los dos?
Los dos. Ya no tiene que huir solo. Ya no tiene que huir.
Así que…
¿Por qué no?