El sol es perezoso esa mañana y el amanecer tarda más de la cuenta en hacerse palpable. Pero no importa porque esos colores van cortando el cielo poco a poco, como tijeretazos de un loco pintor desgarrado. Azul oscuro que empieza a clarear, naranja sobre rosado, rosado sobre amarillo. Fuego y hielo. Jirones de suaves nubes que cubren estrellas que van desapareciendo paulatinamente.
El coche rompe la línea que separa el horizonte con la vida real. El coche quemando carretera, solitaria figura en ese páramo desierto. Carretera secundaria hacía algún sitio, con nombre bíblico en el que nadie ha reparado salvo los que saben como encontrarlo. Salvo aquellos que se desvelan en la noche sin saber pero sabiendo que esa sensación extraña en la nuca depara algo más que un despertar normal.
El pequeño se mueve un poco y él contiene la respiración para que no se despierte. El sol no termina de decidirse por salir pero él ya está despierto. Su padre conduce en silencio. Kansas en la radio.
“Carry on my wayward son…”
Se ha despertado de golpe, con una sensación extraña en el estómago y la urgente necesidad de saber que Sam estaba ahí. Dormido sobre su regazo. Pelo en la cara y ligera baba sobre su pantalón. El muy desgraciado.
Pero duerme tranquilo y eso le tranquiliza a él. Suspira aliviado, un suspiro callado. Le mira dormir. Diez y seis años. Y una horrible sensación en el pecho de que algún día ese enano baboso, todo pelo y hoyuelos se irá. Le golpea sin saber bien de donde viene el golpe. Pero lo sabe y maldice a la calma de ese amanecer.
Sam balbucea y amaga con abrir los ojos. ¿Dean? Llama aún en sueños y el rubio no puede hacer más que ablandarse. Un poquito. Los castaños ojos del pequeño se abren desenfocados aún por el efecto de Morfeo pero buscan los suyos. Inquietos, como si no supieran ubicarse en el mundo si no mira sus ojos al despertar.
Sus miradas se encuentran por fin y el pequeño sonríe. Todo hoyuelos, babas sobre la cara y pelo revuelto. Inocencia no corrompida por los monstruos de debajo de la cama.
Lo más puro que Dean ha conocido jamás en ese mundo tan impuro que les rodea y que no tendría que haber vivido nunca.
Siente que sí, que Sam se irá un día. Pero no le importa, o sí, pero es lo mejor. Él puede que tenga que vivir esa vida de mierda, de muerte y violencia, de sangre y pesadillas. Pero no consentirá que su Sammy también tenga que hacerlo. No dejará que se corrompa.
Ey, Sammy ¿me haces sitio? Y puede que estén estrechos, pero si se abrazan caben mejor. Encajan mejor, el uno en el otro. Tumbados de costado en el asiento trasero de un Chevrolet del 67. Y la postura es incómoda pero no se separan, porque ya habrá tiempo para eso. Hasta entonces, viven mejor abrazados. Encajados. El uno en la vida del otro.