Título: Late night conversation.
Autor:
hoomygothFandom | Pairing: Gossip Girl | Chuck/Dan
Prompt:
Violencia (ya empiezo a poner los prompts a boleo xDD)
Longitud: 1.374
Spoilers? Referencias a mis fics anteriores.
Rating | Advertencias: T | Se habla de sexo.
Notas: Tengo la manía de escribir conversaciones sin principio ni final. Esta es otra más. Aunque me gusta pensar que va creando una evolución, o algo.
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El restaurante japonés al que le llevó Chuck esa noche, a celebrar nada de particular, era tan exclusivo que no tenía el nombre en la fachada. Era simplemente una puerta de cristal opaco y una pared de pizarra negra, sin un solo indicativo de que eso fuera un restaurante. Desde donde Dan estaba sentado se podían ver las caras sorprendidas de la gente que entraba por la puerta, sin saber si estaban entrando a un restaurante, como su anfitrión les aseguraba, o a un club de intercambio de parejas de lo más secreto.
Lo cierto era que no necesitaban anunciarse. El restaurante se llenó enseguida, aunque, la verdad, no era demasiado grande, y la comida era excelente, así que la clientela era fiel.
Cenaron maki sushi de mil variedades y bebieron sake, y Chuck le habló de su último viaje a Japón y de todos los sitios que quería enseñarle cuando se dejara convencer para ir con él.
Cuando llegó la cuenta, Dan ya sabía que tenía expresamente prohibido tratar de echar un vistazo al precio. Chuck sólo le permitía pagar cuando pedían comida de la que llegaba en cajas de cartón, y no siempre. Era uno de los inconvenientes de salir con Chuck Bass.
Chuck le abrió la puerta del restaurante, y le empujó suavemente con una mano al final de la espalda. Buscó con la mirada su limusina, que estaba aparcada a una manzana de allí.
-¿Vienes a casa? -le susurró al oído, en una estudiada maniobra de seducción totalmente innecesaria.
-Mañana tengo que levantarme pronto -se lamentó Dan.
-¿Por qué? -preguntó. Ya se había acostumbrado a que durmiera cada noche en su cama.
-Aunque parezca mentira, yo trabajo.
-Puedes ir desde la suite.
-Tendría que levantarme antes para pasar por casa a cambiarme -contestó, con la voz perezosa.
-Pero dormirías conmigo.
-Me da la impresión de que no es precisamente mi sueño lo que te preocupa.
-Te sorprendería saber la cantidad de preocupaciones que me ocasionas últimamente.
-Eso es muy bonito, Chuck, pero de verdad necesito mi cama, y más de seis horas de sueño consecutivas.
La limusina paró frente a ellos.
-¿Puedo dormir yo en tu casa, entonces?
-Es la casa de mi padre.
-Vale.
-Eso era un no.
-¿Por qué? Puedo salir por la ventana antes de que amanezca, si es por eso.
-Muy shakesperiano -le cortó-, pero no.
-Tu padre sabe que sales conmigo, no creo que se asuste.
-No es por él.
-¿Entonces?
- Eres muy insistente, ¿eh?
-Dan, por favor.
-En serio, Chuck, déjalo. Ya me cogeré el autobús, si no quieres llevarme.
-No digas tonterías.
-No hace falta que vayas hasta allí para nada.
-Sube al coche, idiota.
Dan subió, y el viaje hasta su casa lo hizo inusualmente callado. Chuck tampoco dijo nada, esperando a que él se atreviera a hablar, a decir lo que se le pasaba por la mente. Cuando entraron en Williamsburg se cansó de esperar y rompió el silencio.
-Sé que vives en Brooklyn. Sé que tu casa es pequeña y que compartes el baño y que tienes muñecos en las estanterías. Si piensas que eso me va a importar…
-¿Qué dices? -preguntó Dan, al que había pillado por sorpresa.
-Sé perfectamente la persona con la que estoy saliendo, Daniel. Te conozco lo suficiente como para saber qué es lo que te preocupa, y te conozco más que de sobra para que eso no me preocupe en absoluto a mí.
-¿Qué significa eso?
-Que, si a ti no te importa mi dinero, a mí no me importa el tuyo, ni la casa en la que vives, ni que tus muebles sean suecos y te haya tocado montarlos a ti mismo. Olvidémonos de todo eso.
-Es fácil de decir, pero mírate. Vas en limusina y viajas a Japón, y yo lo más lejos que he ido ha sido a Disneyworld en Orlando con mi padre y mi hermana.
-No me voy a asustar por nada de lo que puedas enseñarme de tu vida.
-No es eso.
-¿Entonces?
Dan chasqueó la lengua molesto, más consigo mismo que con Chuck.
-No es que te asustes, es que te des cuenta de lo distintos que somos.
-¿Qué gracia tendría esto si fuéramos iguales? Claro que somos distintos. Tú eres mucho mejor persona que yo, mucho más alto y delgado y guapo, mucho más divertido y más inteligente -Dan bajó la vista, casi avergonzado-. Te lo estoy diciendo completamente en serio. Un par de billones de dólares no pueden competir con eso. Yo sólo tengo dinero. Si eso me importara saldría con alguien como yo: rico, egoísta, mezquino y emocionalmente inestable. Saldría con Blair Waldorf.
-Me encanta que uses cualquier oportunidad que se te presenta para meterte con Blair -dijo, ablandándose.
-Tengo mucho resentimiento en mi corazón, según mi terapeuta. Eso es otra cosa en la que eres mejor que yo.
-Esto me hace preguntarme por qué salgo contigo, exactamente. Según dices, soy como la Madre Teresa pero en atractivo.
-También eres irritante hasta niveles antes desconocidos por el ser humano, y te soporto igualmente.
-Claro. Eso va a ser.
Habían llegado. Chuck salió de la limusina, pero se quedó apoyado contra la puerta, en vez de acompañarle hasta el portal. Dan salió por el otro lado y dio la vuelta alrededor del coche, parando a su lado para despedirse.
-Llámame mañana cuando salgas de trabajar -le dijo Chuck.
-Vale -contestó, mientras se inclinaba sobre su boca y dejaba un leve beso. Chuck puso una mano en su cintura y otra en su hombro y le besó de vuelta, obligándole a entreabrir los labios. Fueron sólo un par de besos demasiado cortos, pero las manos de Dan encontraron un hueco entre los pliegues de la camisa de Chuck y, con la respiración acelerada y maldiciéndose por su falta de fuerza de voluntad, susurró: -¿Quieres subir?
-¿Me dejas subir a tu casa?
-No a mi casa, pero podemos ir a la azotea. Hay una vista preciosa de Manhattan.
-Se me ocurre algo que me interesa mucho más ver allí arriba.
Dan le tomó de la mano y tiró de él hacia la puerta, pero Chuck se resistió.
-No sé, Daniel, mañana tengo que madrugar -le imitó.
-Tú no necesitas dormir. Las necesidades fisiológicas humanas no se te aplican.
-¿El sexo no es una necesidad fisiológica?
-Es un derecho básico del ciudadano -bromeó Dan.
-¿Como el derecho a un juicio justo?
-Como la libertad de asociación, diría yo.
-¿Sabes que no puedo dejar a Arthur aquí esperando, verdad?
-No voy a permitir que duermas en mi casa, Chuck, no lo intentes. Puedes coger un taxi para volver.
-Estás vulnerando uno de los derechos básicos del millonario.
-¿Cuál es ese?
-El de hacer siempre lo que le venga en gana.
-Tienes suerte de hacerme tanta gracia... -Dan volvió a tirar de él, y no le costó obligarle a que le siguiera hasta el portal. -Yo que estaba tan orgulloso de que esta fuera nuestra primera cita sin sexo… -comentó, antes de besarle en el cuello.
Chuck despidió a su chófer con un simple gesto de su mano.
-¿Qué tiene de malo el sexo?
-Que a veces parece que es lo único que hacemos.
-El sexo, como la muerte, nos iguala a todos. Hombres, mujeres, blancos, negros, ricos y pobres, unidos en un gran orgasmo simultáneo.
-Eso no es verdad.
-No seas aguafiestas, Dan, me había quedado muy bonito.
-Pero no nos iguala, porque a algunos se nos da mejor que a otros.
-Y a nosotros se nos da muy bien -añadió Chuck, colando las manos bajo su camisa.
-Se nos da de puta madre.
-¿Entonces qué problema hay con hacerlo demasiado? El problema sería que dejáramos de hacerlo.
-No dejes que eso nos pase nunca.
Chuck se rió, satisfecho.
-¿Me vas a dejar dormir en tu cama esta noche?
-No.
Dan trató de buscar las llaves en su bolsillo con manos nerviosas, porque Chuck había empezado a desabrocharle la camisa, y ya hablaba en esa especie de susurro ronroneante al que nadie era capaz de resistirse.
-Venga, Daniel, no te hagas el difícil. ¿Ronco, acaso?
-Un poco -tuvo que admitir-, pero me gusta. Me hace sentir seguro.
-¿Entonces?
-Mi padre no necesita sentirse seguro. Tiene un bate de béisbol bajo la cama.