Título: Shanghai
Autor:
hoomygothFandom | Pairing: Gossip Girl | Chuck Bass/Dan Humphrey
Longitud: 2.100~
Rating | Advertencias: M | PWP. Sexo telefónico.
Notas: Universo 'Ya no somos invencibles'. Para
littlegelen que está malita y para
raintofall que está lejos.
Llevaba diez días fuera. Eso nunca había sido un problema para él, porque le gustaban los hoteles y el servicio de habitaciones y que le dejaran el periódico en la puerta por las mañanas. Eso era lo que había vivido durante años, y lo echaba de menos. Pero allí, en un hotel de cien plantas en Shanghai, después de diez días de reuniones con inversores y con clientes y con mucha gente hablando chino muy rápido, sólo echaba de menos a Dan. Llevaba diez días allí y le quedaban otros seis, y empezaba a odiarlo. Le gustaban los hoteles en San Francisco o en Chicago; o en Europa cuando podía convencer a Dan para que fuera con él, y mientras él estaba en sus reuniones Dan hacía turismo, y llegaba a la habitación cansado y feliz y cenaban juntos en un restaurante discreto y pequeño antes de irse a la cama juntos.
Esto era una tortura.
A las nueve menos cuarto ya tenía el teléfono en la mano, mientras cambiaba los canales en la tele sin fijarse en lo que emitían, pero no quiso usarlo hasta y diez. En Nueva York eran trece horas menos, y el día de Dan aún no había ni empezado, cuando él ya estaba tan agotado que no podía esperar a meterse a la cama. No podía llamarle en otro momento, la diferencia horaria lo hacía imposible, y en esos diez minutos que conseguían robarle al sueño ni siquiera estaban ahí, contándose cómo habían pasado las últimas veinticuatro horas entre bostezos.
Pulsó la tecla que marcaba automáticamente su número y esperó dos tonos antes de obtener respuesta.
-Hola.
-Buenas noches.
-Buenos días, Chuck -contestó, y le pudo oír sonreír.
-¿Cómo estás? -preguntó, recostándose en la cama, cruzando un brazo bajo la cabeza.
-Has tardado en llamarme, estaba preocupado.
-Me sabe mal despertarte.
-Ya estaba despierto. Me pongo el despertador.
-¿Y luego te vuelves a la cama?
-Claro -contestó con jactancia.
-Eres un parásito social.
-Joder, cómo te echo de menos -dijo, casi pensando en voz alta
Chuck se ríó.
-Ya.
-¿Qué has comido hoy?
Dan era ese tipo de persona, cada día de su vida le preguntaba lo que había comido. Nunca dejaba de hacerle gracia.
-Arroz. Y algo que parecían picos de pato. Y creo que eran, de hecho, picos de pato. No estaban mal.
-En serio, Chuck. Te echo muchísimo de menos.
-Ya lo sé.
-¿Y tú a mí?
-No sé. Shanghai tiene encanto. Las geishas y eso -le picó.
-Eso es en Japón.
-¿Estás seguro?
-Sí -contestó, riendo. Durante un momento se quedaron así, en silencio, Chuck oyéndole respirar, imaginándole allí con él en la cama, hasta que volvió a hablar-. ¿Estás siendo bueno?
-¿Qué clase de pregunta es esa?
-Ya sabes a lo que me refiero -gruñó, y sonó un poco avergonzado por necesitar esa confirmación-. Sólo dime que sí y ya está.
-Sí, Daniel -le aseguró, casi sonando condescendiente. Le aburría esa necesidad de Dan de aparentar estar preocupado. Nunca había dejado de serle fiel, y él lo sabía perfectamente.
-Yo también.
-Eso también lo sé.
-Ayer fui con Serena a la inauguración de un sitio...
-Dan -le corta.
-¿Qué?
-¿Cuántas veces te has masturbado en estos diez días?
-¡Chuck! -susurró, como regañándole.
-Qué -contestó él, divertido-. ¿Más de una diaria?
-Eres imposible.
-¿Más de dos?
-No, Chuck. No lo sé -se apresuró a decir-. Para.
-¿Y cuántas pensando en mí?
-Joder.
-Seguro que todas. Eres así de aburrido.
-¿No podemos tener una conversación normal? -se quejó, y Chuck pudo imaginárselo poniendo esa cara de tormento tan suya-. No hablamos apenas desde hace diez días, cuéntame cosas. Háblame de mierdas de la empresa que no entiendo. Sólo quiero escuchar tu voz.
-¿Dónde estás? -inquirió, saliéndose por la tangente.
-En casa. Son las ocho de la mañana.
-¿En qué parte?
-En la cocina.
-¿Y qué llevas puesto? -preguntó, sin poder evitar reírse con malignidad.
-No. Háblame de tu día -insistió con tozudez-. Cuéntame cosas.
-Dan, no me he hecho más que dos o tres desde que estoy aquí -le confesó él, y lamentablemente era cierto-. Sólo quiero imaginarte con tu camiseta blanca y tus boxers de ovejas, apoyado en la encimera de la cocina y tocándote. Y quiero oírte mientras lo haces. Quiero que cierres los ojos y te imagines que es mi mano sobre tu polla. Eso no quiere decir que te quiera menos -le aseguró-. Quiere decir que echo de menos estar contigo, porque aún me pones, lo que tiene mucho mérito teniendo en cuenta lo irritante que eres; y que tengo mucho sueño y no quiero contarte tonterías aburridas en los diez minutos que me quedan de pensamiento racional hoy. Quiero follarte. Y esto es lo más parecido que puedo hacer desde aquí.
-Joder, Chuck. Sabes que me da mucha vergüenza.
-Tú eres al que se le dan bien las palabras. Úsalas -le pidió, llevando su mano hasta el botón de sus pantalones de traje y abriéndolo-. ¿Llevas una camiseta blanca?
-Sí.
-No me hagas suplicar.
-Una de las viejas -comenzó a decir, tentativamente-, de las que tienen el cuello dado de sí, que dejan ver mis clavículas.
-¿Ves? Se te da bien esto -murmuró, colando la mano bajo la tela de sus calzoncillos-. Sigue.
-Y mis boxers... La verdad es que son tuyos. Rojos. Uhm -dudó un segundo-. Y me quedan un poco grandes. Es muy fácil, con un ligero tirón accidental, que se me bajen sin querer. Ups.
Dan empezaba a divertirse con eso. Él cerró los ojos y la imagen le vino sola a la mente, las caderas angulosas de Dan apenas asomando bajo la tela de la camiseta, los calzoncillos rojos descansando sobre la piel pálida, el caminito de pelo oscuro mostrándose bajo ellos. La curva de su culo expuesta, la carne dura y tersa, la piel delicada. Empezó a notar el calor acumulándose en su entrepierna, endureciéndose bajo su mano.
-¿Qué quieres que te haga? -le preguntó en un susurro-. Pídemelo. Eso sabes hacerlo.
-Quiero que metas las manos debajo de mi camiseta. Que me toques debajo de la ropa.
-¿Y cuéntame cómo lo hago?
-Tienes las manos frías y me pones la piel de gallina -le contestó-, pero mi calor las va templando, y cuando llegas hasta mis pezones ya tienes las yemas de los dedos calientes antes de pellizcarme con ellas.
-Joder -gruñó Chuck, humedeciéndose los labios con la lengua para después mordérselos. Una mano agarrando el teléfono, la otra apretando su polla dentro del pantalón de traje, comprimiéndose contra la tela.
-Ni siquiera he empezado a tocarte, pero ya estás duro. Se te pone dura en cuanto me rozas y eso me encanta. Me gusta saber que tengo ese poder sobre ti.
Chuck se ríó bajito, con la voz ronca, porque sabía que era verdad, y con un sonido de protesta le obligó a seguir hablando.
-Te noto contra mi cuerpo. Estás ardiendo. Quieres besarme pero no te dejo.
-¿Por qué no? -se quejó él.
-Porque me gusta cuando gimes de ganas de hacerlo -contestó, tajante, con la necesidad tiñendo su voz-. Me quito la camiseta y te empujo hacia abajo, y tú vas besándome el cuello y las clavículas y lamiendo mi piel hasta que tus labios rozan mi pezón, que ya está duro. Y lo cubres con la boca y haces eso que sabes que me gusta.
-No lo sé. Explícamelo -le suplicó, sólo para oírle decirlo.
-Lo muerdes -dijo-. Lo muerdes hasta que yo grito, y entonces pones tu lengua contra él, caliente y húmeda, y… Joder, parece que la esté sintiendo -se rió él, respirando pesadamente-. Y juegas con la punta de la lengua alrededor antes de volver a morderlo.
-Joder, Dan -gruñó una vez más, levantando las caderas para bajarse los pantalones de un tirón.
-Tus manos bajan hasta mi culo y lo aprietan, y me clavas las uñas. Y yo te presiono contra mí y nuestros cuerpos chocan y yo estoy tan duro que podría explotar.
-¿Te estás tocando? -le preguntó entonces, mientras él movía lentamente su mano arriba y abajo, con las caderas disparándosele hacia delante como queriendo encontrarle allí.
-Sí.
-Hostia, Dan. Sigue. Deja que te lo haga ya, no voy a durar mucho más -le pidió, y Dan se rió con arrogancia.
-¿Estás ansioso?
-Sí.
-Sí lo estás. Me empujas contra la encimera, me obligas a darme la vuelta y yo apoyo las manos en el mármol y dejo que me bajes los calzoncillos hasta las rodillas -resopló, y al volver a inspirar lo hizo entrecortadamente, como temblando-. Y ya soy todo para ti, para que hagas lo que quieras conmigo. Y yo giro la cara y te miro y te pido que me folles.
-Dios mío.
-¿Vas a hacerlo?
-Joder. Sí.
-Me metes un dedo en la boca y yo no puedo esperar para chuparlo, para dejarlo todo mojado para ti -dijo, y Chuck pudo oír cómo lo hacía, el sonido de sus labios alrededor de su propio dedo-. Y tú simplemente me lo metes, sin esperar a que esté preparado. Joder -gimió, con la voz ahogada-. Joder, no tengo suficientes manos.
-Pon el altavoz. Deja que lo oiga.
-Espera -dijo, y él oyó el sonido del teléfono cayendo sobre la encimera, y la voz de Dan comenzó a llegar más lejana-. Tienes un dedo dentro, y metes el segundo y me abres. Sin ningún cuidado. Eres un puto animal, sólo quieres entrar en mí. Te gusta hacerme daño, te gusta cuando yo gimo tu nombre para que me des más.
-Hazlo -le pidió.
-Chuck -jadeó-. Fóllame.
-Dios. Joder.
-Y tú te presionas contra mi culo, húmedo y duro y enorme -siguió diciendo, cada vez más ansioso-. Y te fuerzas contra mí. Yo no te dejo entrar, eres demasiado grande. Pero tú me abres, te hundes en mí. Me llenas. Creo que voy a estallar, pero consigues entrar más adentro, y pegas tu espalda a la mía y me gruñes en el oído -y Chuck lo hizo-, y yo podría correrme ya así, sólo teniéndote dentro. Joder.
-Dios, Dan -masculló, con la mano cerrada sobre sí mismo, apretada, tensa-. Joder.
-Pero empiezas a moverte. Muévete conmigo, Chuck -le ordenó-. Sales y entras cada vez más fuerte -dijo, y se le escapó un suspiro, y él se obligó a seguir el ritmo que le impuso Dan, lento y febril.
-Aún más dentro, quiero que te cueles dentro de mis pulmones y de mis brazos y de mi lengua. Tan dentro que he dejado de ser yo mismo, soy sólo lo que hay alrededor de tu polla. Y me vuelves a abrir a la mitad. Más rápido, más fuerte. Estoy a punto, Chuck -le dice-. Quiero que te corras dentro de mí, quiero sentirte.
-Hazlo conmigo -le pidió, apretando el teléfono en su mano, con la otra tocándose frenéticamente. Se mordió los labios para oír a Dan, el sonido de su respiración, de sus manos moviéndose sobre su cuerpo, dentro de su cuerpo.
-Chuck… -jadeó, como si el aire no le llegara ya a los pulmones, los gemidos graves escapándose de sus labios llevando a Chuck cada vez más cerca. Hasta que gritó, un aullido cortado a la mitad como un hachazo, y él le pudo imaginar, le vio temblando bajo su cuerpo, los músculos tensos deshaciéndose en espasmos, su cara contraída, la boca abierta y la lengua asomando entre los labios, provocándole. Y Chuck se corrió en su mano y sobre las caras sábanas del hotel pensando en él, imaginándose que lo hacía dentro de Dan, y su nombre se le atravesó en la garganta, incapaz de hacer nada más que gruñir y gemir con los labios apretados, los ojos tan cerrados que sólo veía blanco y luces en los bordes.
Pasó un momento hasta que volvió a oír algo distinto de su respiración entrecortada y la de Dan, y fue su risa. Una carcajada ronca y breve.
-No voy a hacer esto nunca más en la vida.
Y Chuck sonrió, abriendo los ojos, limpiándose en la camisa, mojándose los labios con la lengua.
-Daniel -musitó.
-No, cállate -le contestó él, fingiéndose enfadado-. Estoy en pelotas en la cocina a las ocho de la mañana.
-Te he visto en situaciones peores -le picó, recibiendo un bufido por su parte.
-Sólo espero que el gobierno no te tenga pinchado el teléfono.
-Eso sería la hostia -replica, riéndose.
-Vete a dormir.
-Vale -accedió, dándose cuenta de lo cansado que estaba, de cómo le empezaban a pesar los párpados-. Mañana te llamo. Dime que me quieres.
-Te quiero, Chuck.
-Bien -sonrió, cerrando los ojos sólo un segundo, agarrando la sábana y cubriéndose con ella torpemente-. Así me gusta.