Tema: 5# Existencia
Autor:
daynes Personaje: Luke Horner
Rating: PG
Tabla:
Inteligencia emocional.
Advertencias: Pequeña escena de violencia
Notas del autor: Luke siempre se esfuerza por mantener el control pero hay veces que las circunstacias le superan.
En la penumbra, se irguió como pudo hasta quedar sentado, con la espalda apoyada en la pared de su habitación en el Saint Peter's. Sentía los latidos de su corazón mientras la sangre seca había hecho una costra en su labio, bajando por su cuello hasta la camisa. Le dolía al respirar. Una de sus costillas debía de haber quedado bastante tocada tras la pelea.
Cinco contra uno... cobardes...
Al llegar a su habitación se había desmayado y ahora, al recuperar el conocimiento, su cuerpo gritaba por él. Era una suerte tener una habitación individual.
Aquella era una forma como cualquier otra de celebrar sus quince años. Quiso reír pero no puedo.
Mañana dolerá aún más...
No era la primera vez y tampoco sería la última que acabara en ese estado, lo sabía bien. Armándose de valor y aguantándose en la pared con las manos, consiguió ponerse en pie. La pierna derecha se le resintió y al bajar la vista vio un feo corte que atravesaba el pantalón por encima de la rodilla. No sangraba ya pero le costaba doblar la pierna. Dejó escapar un suspiro. Debería mirarse las heridas pero lo único que quería era tumbarse en su cama y dormir.
Mañana...
Se tumbó en la cama con cuidado y cerró los ojos. Pero algo duro bajo su almohada no le dejó conciliar el sueño. Sabía lo que era, él mismo lo había puesto allí. Una de sus manos buscó bajo la almohada y saco un pequeño retrato enmarcado. Una hermosa mujer rubia de pelo corto le sonreía desde la foto mientras le miraba con unos ojos tan parecidos a los suyos.
Mamá...
La dedicatoria era escueta.
A mi hijo Luke con todo mi cariño.
Eleanor Schubert
Era la única foto que conservaba de ella. Todas las demás las había roto hacia ya mucho tiempo. Con esta no se decidía a hacerlo sin saber muy bien por qué. Tal vez por que fue la primera y la única que le dio su padre cuando dejaron los Estados Unidos y volvieron a Londres. Estaba a punto de cumplir cinco años.
Es tu madre, no lo olvides...
La voz de su padre había sido un susurro nervioso. No lo había olvidado. ¿Cómo podía olvidar quién era su madre si la veía por todas partes, en la tele, en el cine, en vallas publicitarias...? Nadie podía olvidar a la popular actriz ni tampoco su belleza.
Ojalá lo olvidasen, así yo podría decir que es mi madre...
Quería gritarlo, que todo el mundo le escuchase y no avergonzarse de ello. A pesar de que tenía grandes razones para odiarla, no podía. Ella le abandonó por la fama pero él no podía abandonar su recuerdo, aquel en el que aparecía como una mujer cariñosa que dejaba que se durmiera entre sus brazos mientras le cantaba, aquella que le había curado las heridas cuando se caía, apagando su llanto de niño. Desde el día la apartaron de sus brazos estaba herido pero ya no había nadie que pudiera consolarle, decirle que mañana sería otro día, que todo pasaría. Deseos no escuchados más que por su propia alma de la que poco a poco iba perdiendo el control. Sus manos se crisparon alrededor del marco.
- ¡ Maldita seas !
Lo lanzó con todo su fuerza contra la pared del fondo. El sonido de los cristales y la madera hechos añicos se parecía demasiado a su propia angustia, que comenzó a brotarle de los ojos, tan silenciosa como siempre sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Nadie debía ver aquellas lágrimas por ella, jamás. Dolía más que un millón de palizas sin sentido. Deseaba tanto verla que se ahogaba. Un deseo tan simple que a la mayoría les era concedido. Pero a él no. Su existencia debía permanecer en el anonimato, así ella podría seguir siendo famosa sin tener el peso de un hijo a sus espaldas.
¿Qué soy para ella? Algo inútil...
Las manos intentaron calmar el torrente de lágrimas pero eran demasiadas, siempre eran demasiadas. Su padre le ignoraba, su madrastra le despreciaba por ser un bastardo y sus hermanos seguían el camino marcado por ella, muy a pesar de Robert, aún tan pequeño que no comprendía aquello. Y para su madre era como si nunca hubiera existido.
Estoy solo... No existo...
Se mentía. Cuando se desahogaba de aquella manera existía más que nunca. Las lágrimas le hacían más fuerte.
Soy yo...
Miró sus manos. La humedad de sus ojos brillaba sobre su piel en carne viva por los golpes que había dado. Le costaba cerrar los puños pero lo hizo. El dolor le demostraba que seguía vivo, que estaba allí para bien o para mal. Ellos le dieron la vida pero él tenía que vivirla.
Ya es otro día...
Sonrió y por enésima vez probó sus propias lamentaciones.
Sal...siempre saben a sal... y a algo más...
Se tumbó con cuidado y cerró los ojos. Su vida era sal y pimienta, vinagre y aceite, todo mezclado con una pizca de azúcar, pero aún tenía que encontrarla.