Tema: 25# Reflejo
Autor:
JandredPersonaje: Seichii Shitta, Hicrok Shitta.
Rating: PG
Tabla:
Inteligencia EmocionalNotas del autor: Otro de los momentos más significativos de la relación amor-odio de estos dos, no sé, tal vez una de las razones por las que Sei se siente tan igual a su padre. Finales del año 2007, cuando muere Laine y Hald queda en coma. Hik no aparece por el hospital, pero sí que pasa por el velatorio y el funeral de Laine, y luego por casa de Hald, con la reunión familiar que hay y tal, antes de largarse a Irán. Después de esto Seichii nunca más vuelve a tocar ningún instrumento, mucho menos el piano. En fin. Me cargo un humor horrible (cabreo mezclado con depresión, básicamente) desde el sábado, así que es normal que salgan estas cosas, bizarro y tal.
IE: Reflejo
La sensación es familiar, cómo se clava en su pecho -casi sólida- con demasiada fuerza, impidiéndole respirar; en que cree que sus rodillas se doblarán en cualquier momento y le dejarán caer, sin fuerzas para sostenerle más. De pronto, lo ha perdido. Todo lo que tenía, ya no lo tiene, y es ahora cuando se da cuenta, ¿qué le queda? Porque Yuko se irá, también, lo sabe, se casará ahora que Harold no puede protegerle, y se irá. Lejos, se lo arrebatarán.
Se aleja de un bullicio que no lo es, de un silencio apenas interrumpido por conversaciones entre voces suaves, en línea recta, sin elevaciones de tono importantes. Ya ha subido los primeros escalones cuando lo oye. Las notas del piano, como un sílbido uniforme en el aire, por debajo de cualquier otro sonido, una melodía casi conocida y por un momento se asfixia en el recuerdo y sabe que Harold no volverá, pero su piano está ahí y no sabe quién toca sonando tan igual. Avanza entre la gente, sin mirar a nadie en especial, y cuando entra en la sala, cierra la puerta y la música es clara y conoce esa melodía demasiado sutil. La conoce tanto -tan poco- como al hombre que toca. Piel clara, ojos entrecerrados, de ese color que ni es verde ni es marrón, y el cabello castaño en una coleta, flequillo no recogido deslizándose por su frente. Rasgos de aristócrata griego, reflejo de las estatuas clásicas.
Le recuerda un poco al Hicrok que vio aquel día en la ópera, distante y desconocido, una impresión superficial que él mismo se encargó de hacer pedazos. Seichii se lleva una mano a la corbata, afloja un poco el nudo y esos pocos metros entre el piano y él parece demasiada distancia. Le llama, “padre”, con un tono ahogado, cuando se acerca y Hicrok le mira pero a la vez tiene la impresión de que no, que mira más allá, y no puede evitar estremecerse. Sus dedos siguen deslizándose sobre las teclas, lento, una presión casi delicada y un cuidado en el trato que sólo vio en Harold. Y es ese recuerdo, el que le hace tener fuerzas de apoyarse en el instrumento, más cerca, y espera, hasta que Hicrok deja de tocar.
- … No sabía que… -, y Hicrok suspira, se aparta el flequillo de los ojos y se apoya también en el piano cuando se inclina un poco hacia a él, interrumpiéndole.
- Toco. Piano, oboe, violín. -, se encoge de hombros y desliza una mano hasta uno de sus bolsillos, sacando la cajetilla de tabaco, ofreciéndole tomar un cigarrillo. Seichii niega, y Hicrok enciende el suyo.- Cualquier instrumento. ¿Sabes? Lo cierto es que da igual. Nada cambia.
Hay silencio, casi sutil, mientras Hicrok guarda la cajetilla de tabaco en el bolsillo de la chaqueta y espera, fumando, inhala y exhala, humo entrando y saliendo de sus pulmones y Seichii pierde la vista en el piano para evitar mirar cómo su pecho sube y baja ante sus acciones.
- ¿Te gusta?
- En realidad lo odio.
Y Seichii no pregunta porque sabe perfectamente a qué se refiere. Así que acaricia el piano pintado en blanco, pequeños detalles en dorado, el piano de Hald, y Hicrok termina el cigarrillo antes de sorprenderle con las notas ascendentes y descendentes dibujando otra vez en el aire. No puede evitar fijarse en sus dedos al presionar las teclas del piano. Toca mejor que Hald, movimientos más ágiles y más rápidos, como si tuviera un talento natural para ello y por un momento Seichii se queda sin respiración y espera, en silencio, y de pronto la voz de Hicrok se alza encima de la melodía, ese “tan sólo me gusta la armónica” que hace que le mire. Y hay algo en su pecho, muy dentro, que se encoge y Seichii se pregunta qué es. Por qué tal vez siente que realmente podría querer a ese hombre.
Es un recuerdo, puede sentirlo, en lo más hondo y su padre sigue tocando, más cercano y real que nunca y de pronto Seichii siente que siempre ha estado ahí. Ha estado ahí, con Hald y con él, porque es imposible de olvidar. Sangre de su sangre.
Y hay un momento en el que Seichii siente cómo la música se resquebraja, poco a poco, cuando la melodía acaba y parece extrañarla. Hicrok no dice nada cuando se levanta y él tampoco cuando le sigue con la mirada y hay algo distinto ahí. Alto y fuerte, y es su padre, joder, el de siempre en apariencia, pero hay algo distinto y no sabe qué es.
- Realmente le amabas. -, y es más afirmación que pregunta, y Hicrok tarda en responder, se encoge de hombros y son un par de minutos de silencio hasta que habla.
- Sí, supongo. -, voz baja y mirada fija y a Seichii empieza a preocuparle el mutismo, esa falta de fortaleza, la ausencia de la máscara usual que sabe que existe.- En realidad, ¿cómo puedes saberlo?
Si es real.
Hay silencio, y Seichii mismo se lo pregunta, porque no sabe qué responder. Al final se apoya un poco más en el piano, y no le mira cuando contesta.
- No se sabe.
Sólo se siente.
Lo que suelta es casi una risa, con un sabor ligeramente amargo en la garganta, que no cabe en el momento. Seichii le siente pasar por su lado, alzar la mano y parece que eso es cariño, efímero y falaz, pero cariño, cuando acaricia su cabello, suave y entre las hebras castañas casi no se siente. Un segundo, y se atreve a subir la vista, mirarle y podría quererle, porque es su padre, sangre de su sangre y ahí, bajo todas esas impresiones superficiales, puede verle. Humano, real.
Se da la vuelta y camina hasta la puerta y él sólo le observa alejarse, pasos sonando en el regio suelo de mármol como la lluvia contra el cristal. Se muerde el labio y espera, reprime ese impulso de detenerle y, al final, no puede evitarlo, llamarle, voz baja pero audible, voz que no siente suya.
- Padre. -, papá. Es real. Hicrok gira un poco el rostro, lo justo para mirarle cuando le llama y él se estremece ante la pregunta escrita. Es real. Malditamente real. Casi, casi tangible.
No quiero quedarme aquí.
- Cuídate mucho. -, llévame contigo.
Hicrok asiente en silencio, abre la puerta y no sonríe, pero casi, más allá del umbral.
- Tú también.
Lo siguiente que escucha es la puerta cerrarse y él queda solo, y está bien, se convence, está bien. Rodea el piano, la mirada fija en el mismo sitio en el que él estaba hace sólo unos segundos, antes de desaparecer como el humo. No tiene manera de saber, de entender, y en realidad, importa poco. Hicrok y él son la misma historia. Seichii sabe que pasarán años antes de que vuelvan a encontrarse y, tal vez, entonces, Hicrok haya sanado.
Se sienta ante el piano y cada nota es un recuerdo, casi duele, como agujas clavándose en la piel, superficial y dentro y más dentro, heridas que nacen hoy y cicatrizarán algún día. Y entiende, por qué Hicrok lo odia, con tanta fuerza que hasta él puede sentirlo a través de cada sonido. La melodía lo envuelve todo, in crescendo, y Seichii se siente agobiado, casi sin aire, accelerando, rebota contra las paredes como un eco recordando que hubo tiempos mejores. En algún momento lo siente, cómo se le va nublando la vista, casi sintiéndose morir, húmedo el rostro y las teclas del piano, una a una.
Lo siente, crecer dentro de él, aumentar la intensidad y extenderse, haciéndole perderse dentro de sí mismo, y es casi odio, una aversión que no comprende. Contaminándole, consumiéndole. Stravinsky se detiene, y es una ruptura brusca cuando él mismo se derrumba, un acorde asonante, llanto ahogado, casi muerto, gotas cristalinas e inexistentes sobre el piano.
Tal vez, algún día, sane también él.