Pensé que ese día sería cómo cualquier otro.
Pero no fue así
Llegué a casa a mediodía cómo siempre acostumbraba hacer. Me había dejado las llaves en la oficina, así que golpee la puerta esperando que mi mujer me abriera, sonriente. Pasó un rato y después de unos minutos me empecé a preocupar. Transmute el cerrojo y abrí la puerta suavemente, alerta. Se oía un silencio espantoso. Busqué y le llamé por su nombre varias veces. No oí respuesta alguna.
No sé porque mis ojos se fijaron en la puerta. Me acerqué cautelosamente y sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Jamás voy a olvidar, la visión de su cuerpo ensangrentado en el piso. Corrí hasta quedar a su lado y la sostuve entre mis brazos. Murmuré su nombre y le sacudí suavemente, le llamé varias veces pero no reaccionó, no hubo respuesta. Las lágrimas corrieron, entonces, por mis mejillas y comencé a temblar, nervioso. Con miedo, busqué con la vista la causa de su muerte, deteniéndome en la zona de su vientre.
Contemplé con horror, que lo habían destrozado…
Completamente destrozado, no hubo ninguno resquicio de piedad… ni para el niño que llevaba dentro.
Mi hijo.
Y lloré aún más, a mi hijo, quien ni siquiera vivió, ni siquiera vio la luz. Lloré ante mis sueños, cruelmente destrozados, de ser feliz. Lloré por mi familia, que yacía muerta en mis brazos.
El olor de su sangre se impregnaba, con velocidad, en mi persona.
¿Acaso jamás podré escapar de aquella sensación?
De aquello, ya han pasado un par de días. No he descansado, no he comido ni dormido… todos mis esfuerzos y energías han sido dirigidas a la búsqueda del asesino de mi felicidad. Juré encontrarlo y lo voy a hacer.
Me siento encerrado.
Mis pensamientos son interrumpidos por el insoportable sonido de un teléfono. De mala gana y con cierta pereza, levanté el auricular y dejé salir de mis labios un vago ‘Buenos días’. Era Mustang… y tenía noticias de ti.
¿Entonces, habías regresado?
Esa mañana tomé el primer tren que iba a Rizenbool… sabía exactamente a dónde irías estando de vuelta, fue una larga tarde de viaje en tren, pero el tiempo se me hizo rápido e intenso al saber que iba a verte… Y efectivamente, al llegar, te vi frente a la tumba de nuestra madre. Grité tu nombre emocionado y corrí a abrazarte con desesperación. Tú me miraste sorprendido y seguiste estando estático. Te abracé muy fuerte y lloré en tu pecho… te dije todo y a la vez nada. Tú sólo me miraste, silencioso, con pena y dolor en tus ojos… y yo no sabía porque me mirabas así. Las palabras salieron de tu boca cómo cuchillas clavándose en mi corazón… supe perfectamente a que te referías con ellas.
‘Yo lo hice’
Caí de rodillas al suelo, las lágrimas dejaron de escapar de mis ojos y por un momento vi todo muy borroso. Tú te agachaste, para quedar a la altura en la que me encontraba, me abrazaste con delicadeza. Yo también te abracé, ibas a decir algo pero te acallé con mis labios, besándote suavemente. Nos separamos y me acurruqué en tu pecho con suavidad, mientras cerraba los ojos con pesadez.
‘Vamonos a casa, nii-san’
‘Al… perdóname’
Lo último que recuerdo es el contacto del frío metal atravesando mi pecho con brusquedad…