La noche está oscura. Completamente oscura. No hay luna y las estrellas, estrellas de los Black, no son suficientes como para ver en aquel prado en medio del campo.
Sabe que no debería estar allí. Sabe que nadie, ni siquiera James, que es mucho más que un hermano, lo entendería. Pero él es un Black, lo lleva en la sangre, y por más que haya renegado de ella, hay cosas que jamás podrá cambiar. Como, por ejemplo, el influjo que tiene la sangre sobre todos los que llevan ese apellido.
Por eso, cuando es de noche, como en ese momento, y la luna no está en el cielo para delatar la silueta fuerte y, al mismo tiempo, esbelta que atraviesa el jardín de la gran mansión a hurtadillas, él acude. Como siempre. Camina odiándose a sí mismo, odiándose por ser débil. Por rendirse al torrente irresistible de su sangre. La de los dos.
Porque no importa que ella sea una mortífaga -la más fiel, la más despiadada, la más brutal- y que él sea un miembro de la Orden del Fénix -el más irreflexivo, el más valiente, el más leal-, tampoco importa que ella esté casada y su marido no le dé lo que necesita -algo que sólo él, por tener la sangre que tiene, puede darle- ni siquiera importa, en esos momentos, que ella sea su prima. Nada importa, y Sirius lo sabe. Se odia a sí mismo por ello, casi tanto como la odia a ella, pero en esos momentos no importa.
Llega a la puerta trasera de la mansión y la abre con un sencillo giro del pestillo. Sabe que no está cerrado. La zorra de su prima se ocupa de que no sea así. A Sirius se le revuelven las entrañas al saber que el marido de su prima está en esos momentos matando muggles, y al mismo tiempo, mientras sube las escaleras, siente una suerte de sádico placer, porque mientras Rodolphus Lestrange, mortífago, asesina muggles indiscriminadamente, él, Sirius Black, miembro de la Orden, se folla a su mujer, Bellatrix Lestrange, que nunca ha dejado de ser Black, de una forma que él no puede siquiera llegar a imaginar.
El piso superior, tenuemente iluminado por el fuego de una chimenea al fondo del pasillo, tiene cuatro puertas, pero sólo una de ellas está entreabierta. Sirius sabe que es el dormitorio que su prima comparte con Rodolphus. A ella le pone lo de mancillar el lecho conyugal, y a él le da igual. Pasada la barrera de rozar su piel, todo lo demás desaparece.
La habitación está prácticamente a oscuras. El único foco de luz procede de una pequeña chimenea, donde un par de troncos crepitan anaranjados, y se refleja en la piel de su prima, que está sentada en un sillón de cuero negro, con las piernas, largas, blancas y apetecibles, colgando por un reposabrazos.
Tan sólo tiene vestido un corsé, un picardías y una bata de seda, todo negro, todo haciéndole parecer más blanca y más frágil. Y está fumando. Se lleva el cigarro con delicadeza a los labios y chupa levemente, haciendo que la columna vertebral de Sirius, que se imagina esos labios en la misma situación pero en otro lugar, se estremezca de anticipación.
- ¿Qué, primito, no te aburres nunca de venir como un perro arrastrado a lamer las sobras de otro hombre? -dice a modo de saludo.
Sirius esboza esa sonrisa ladeada que lleva implícita la marca justa de lo Black de su sangre y lo Merodeador de su carácter. Llega a su lado en dos zancadas y le arrebata el cigarro de entre los dedos, antes de, sosteniéndolo entre el índice y el pulgar de la mano derecha, llevarlo a sus labios darle una calada. Sabe a ella, maldita sea, sabe a su saliva.
- Eso depende de si tú estás aburrida de tener un hombre en tu cama que te da lo que necesitas -replica él, apartándose el flequillo de delante de los ojos.
-Oh, vamos, ni siquiera te atrevas a soñar que te necesito-le contesta despectiva.
-No te atrevas tú a pensar que yo te necesito a ti, Bellita -replica él burlón, dándole otra calada al cigarro antes de tirarlo, con puntería certera, a la chimenea- hay cientos de mujeres en el mundo, primita, mil veces mejores que tú, y que no están… usadas-añade burlón. Golpe bajo. Cuchillada certera. Es tan despiadado como cualquier Black, y al mismo tiempo, mucho mejor que todos ellos. Y lo sabe.
Bella se incorpora, y Sirius siente como quema su mirada de serpiente mientras ella se acerca a él. Su forma de caminar es sinuosa, casi como si lo estuviese acechando, como una pantera lista para saltar sobre su presa.
-Pues dime entonces, Sirius-susurra, casi paladeando su nombre- ¿si tantas chicas tienes, por qué vienes siempre? -pregunta con una mano contra el pecho del chico, dejándolo sentado en el sofá.
Sirius la mira, intentando mantener un poco más el autocontrol. ¿Qué decirle? ¿Que es porque necesita el sabor de su piel casi tanto como odia el susurro de su pelo al deslizarse por su espalda? ¿Que es porque la sangre tira más que ninguna otra cosa que haya probado nunca?
-No voy a dejar que mi primita pase sola la noche de Halloween-dice con una media sonrisa que es casi una provocación.
Y más que provocación es una invitación. Bella se sienta a horcajadas sobre su primo y la mano de Sirius, enorme en comparación con la cintura de ella, empieza a reptar, cual serpiente, por la pierna derecha de Bellatrix, que entrecierra los ojos, tan grises como los de su primo al mismo tiempo que le aprisiona los hombros contra el sofá.
Sirius ve como ella se muerde el labio inferior de un color rojo sangre, tan intenso como la que palpita en esos momentos por todo su cuerpo, y no puede evitar rozar la nariz contra su barbilla, con más suavidad de la que ambos desearían. Ella aferra con una mano de acero la que Sirius tiene en su pierna, y se la lleva con gesto inflexible a un pecho, sobre el corsé, antes de empezar a besarlo. Corrección. Antes de empezar a devorarlo con labios, dientes y lengua.
Y él contesta con el mismo ímpetu abrasador que ella emplea. Porque nadie besa a un Black como lo hace otro Black, porque Sirius pierde la noción de las cosas. Se olvida, en esos momentos, de todo lo que los separa. Se olvida de la guerra, en la que están en bandos opuestos, se olvida de los nueve años de diferencia, se olvida de cualquier cosa que no sea esa lengua de serpiente pululando entre sus labios y de esa piel del tacto de la seda.
Porque sus cuerpos desprenden calor al estar en contacto, porque las uñas de Bellatrix se le clavan en el hombro mientras él le muerde el cuello, y sus dedos se clavan en su pecho, aferrando con fuerza en borde del corsé, tironeando un poco en un intento por aflojarlo. Su otra mano se enreda en el pelo negro de su prima, que se roza contra su erección al tiempo que un gemido se ahoga entre sus gargantas. Y Sirius aprieta más fuerte. Quiere hacer daño. Quiere matarla. Porque la odia. Odia la forma en que le hace perder el control.
Bellatrix se mueve como una gata en celo encima de Sirius, y sus manos bajan por su camiseta, delineando los músculos que hay bajo la ropa. Sus dedos se enredan en la prenda de algodón negro que se ciñe al cuerpo del hombre que la besa con una rudeza que va más allá de todo deseo, y tira de ella hacia arriba, sacándosela por la cabeza y creando entre ambos una tregua en medio del campo de batalla que se han convertido sus cuerpos.
Pero vuelven a besarse, con más ímpetu esta vez. Las uñas de Bellatrix, del mismo tono rojo sangre que sus labios, se pasean por el pecho de Sirius, al mismo tiempo que los labios del chico bajan por la garganta de la zorra de su prima. Nota como ella se tensa. Como un gato a punto de atacar a su presa, y sus dedos, que alguna vez fueron hábiles para tocar el piano, se enredan en los cordones de su corsé, empezando, poco a poco, a aflojarlo.
Los dientes de Bellatrix se cierran en torno al lóbulo de la oreja de Sirius, y entonces él se olvida de que es un hombre. De que es humano, y suelta al animal que lleva dentro. Al perro en celo que necesita la piel de su prima por encima de cualquier cosa. Arranca de un tirón los cordones del corsé, mientras su otra mano pega un tirón al picardías, rompiéndolo en dos trozos, uno de los cuales se queda pegado al cuerpo de Bella y el otro flota en suspensión hasta llegar al suelo.
-¿Qué pasa, primito, tienes prisa? -intenta preguntar burlona, pero se le trunca el efecto porque gime cuando dos dedos de Sirius se cuelan en su entrepierna.
Él le dedica una sonrisa que debería estar considerada como pecaminosa que Bellatrix no puede ver porque cierra los ojos con fuerza y se arquea de una forma que parece físicamente imposible, al tiempo que se muerde los labios con fuerza, para evitar gemir de rendición.
Saña.
Entonces, la lengua de Sirius, roza casi con cuidado uno de sus pezones y ella toma aire con brusquedad. Él sabe que está ganando la batalla, pero no está preparado, o tal vez sí, para los trucos sucios de Slytherin que usa Bellatrix, porque en un solo movimiento, que dura poco más de un segundo, la mano de la zorra de su prima está dentro de sus calzoncillos, y Sirius pierde la batalla. Pierde todas las batallas cuando ella lo toca así. Delicada pero brusca a la vez, como si quisiese torturarlo.
Y la sonrisa de Bellatrix, que Sirius ve entre sus párpados entreabiertos, es casi cruel. Con el punto justo de locura y la dosis de sadismo necesaria para hacer que él sienta que un gemido va a escaparse de su garganta como no haga algo pronto.
Intentando aferrarse a alguna brizna de cordura, que no sabe si conserva, se levanta, y en el mismo movimiento, después de dos pasos tambaleantes, terminan sobre la cama, él encima de ella. Y ahora tiene el poder. Lo sabe. Y le gusta.
Porque Bellatrix gime mientras él, con los vaqueros por los tobillos, se roza contra ella. Y él se siente poderoso, ridículamente poderoso, si tiene en cuenta lo que está haciendo. Porque aunque esté debajo de él, su prima lo mira con las mejillas rojas pero los ojos brillando desafiantes, como retándolo a dar el último paso, como si no lo creyese capaz.
Y en uno de esos roces, termina dentro de ella, con más brusquedad de la que pretendía, y espera, con toda su alma, haberle hecho daño a esa zorra, pero ella, simplemente, tiene los ojos cerrados con fuerza y se muerde el labio inferior, de un impecable color sangre, mientras sus uñas se clavan con fuerza en la espalda de Sirius.
Él hunde los dedos en el edredón de un color verde apagado que cubre la cama. Se siente poderoso, y al mismo tiempo no siente nada más que el cuerpo de su prima, que se contrae rítmicamente a su compás. Y tiene calor. Un calor ridículamente mortal.
Y de repente Bella suelta un grito ahogado, mientras se arquea contra él y le muerde en el hombro, tan fuerte que Sirius piensa que esa zorra le ha hecho sangre. Y lo siente. Y no puede, ni realmente quiere, evitarlo. Se corre, con los gemidos de Bellatrix resonando justo al lado de su oreja.
Se queda muy quieto, sobre ella, durante unos segundos. Sabe que tiene que irse. No soporta su presencia una vez ha terminado. Porque Sirius la odia con toda su alma. La odia porque es una zorra. Porque es una mortífaga. Y porque le hace perder el control.
Se levanta y se viste poco a poco, intentando, todavía, recuperar el aliento. Cuando se está pasando la camiseta por la cabeza, oye a su prima Bellatrix soltar un chillido asustado que Sirius jamás creyó que oiría salir de sus labios. Se gira hacia ella y la ve aferrando con fuerza su antebrazo izquierdo, y ve como, de entre sus dedos, chorrea sangre oscura y espesa.
- ¿Qué ocurre? -pregunta, intentando que no se le note la preocupación que siente. Jamás ha visto a su prima tan asustada como en esos momentos. No es que le importe que le pase algo, pero los ojos desorbitados parecen indicar algo bastante grave.
Pero ella no responde. Empieza a, completamente desnuda, balancearse adelante y atrás sobre la cama, musitando en una voz apenas audible “Amo… Amo… Amo…”, como si estuviera ida, y su voz suena casi como si estuviese llorando.
Y Sirius, que siempre ha sido uno de los mejores de su curso, por su mente despierta, asocia conceptos a toda velocidad. Voldemort ha muerto.
Esa idea lo golpea con fuerza.
Eso quiere decir que Harry es libre. James y Lily son libres.
Pero de repente lo asalta un temor irracional, y sale de esa mansión en medio del campo a toda la velocidad que le permiten sus largas piernas, y convoca, a golpe de varita, a su preciosa Harley del 69, que se materializa al momento a su lado.
Emprende el vuelo hacia la casa de sus amigos, a toda velocidad, intentando calmar el miedo irracional que le atenaza la garganta.
Lo que en esos momentos no sabe, es que va a llegar tarde, y que su ahijado, el hijo del que es más que un hermano, se ha convertido en El Niño Que Sobrevivió.
Dad de comer a Sirius a la izquierda por favor