El sol se pone lentamente, arrancando destellos anaranjados de su cabello castaño con algún que otro reflejo rojizo.
Está de rodillas, ante la lápida de mármol blanco que acuna, casi con mimo, una foto de su madre. Su vivo retrato.
Va a veces al cementerio; siempre sola, casi siempre al caer la tarde, y habla con un pedazo de piedra bajo la que yacen los restos mortales de su madre.
Le cuenta sus problemas, sus sueños y sus miedos. Recubre su corazón del mismo frío y duro mármol que cubre el ataúd de su madre.
Eso ayuda a no sentir.