Santi no tenía novia. Las tenía a cientos. De poco importase el hecho de no querer a ninguna. Eso sólo importaba cuando ellas querían algo más que un polvo -o dos, o tres- en el asiento de atrás de su coche.
Por norma se enrollaba con dos o tres al mes, sin que lo que sentía por ellas fuese más allá de lo que el propio polvo implicaba.
No hay ninguna chica que haya llegado a ese corazón de piedra que lo caracteriza. No hay ninguna chica que le haya hecho sentir, de verdad, que vale la pena querer.
Ninguna.