Eres un depredador. Tal vez el más mortífero que jamás ha hollado estas tierras. Vives en las sombras y sales de noche a cazar. A matar. Disfrutas del sabor de la sangre humana. Es el único momento en que sientes calor. Es el único momento en el que te sientes vivo.
Eres un cazador. El más peligroso que jamás ha pisado el mundo. Vives en la oscuridad y sales bajo su manto a buscar a tus presas. Cazas solo. No necesitas compañía. Tienes una red de cicatrices que te recorre, una red de cicatrices en tu cuerpo que es testigo de batallas ganadas, y has sido entrenado para sobrevivir a las más duras condiciones. No necesitas a nadie que te juzgue o intente gobernarte. Estás solo.
Solo y perdido.
Sólo quieres encontrar ese lugar que llevas buscando toda tu no vida, pero no sabes si, a cada paso que das, estás más cerca de hallarlo. Quieres paz para una vida de guerras. Siendo humano eras un soldado, como vampiro eres un guerrero. Casi como si tu existencia estuviese condenada a ser una batalla sin tregua.
Y estás solo.
Solo en medio de un montón de gente que pasa a tu lado, ignorando que cualquiera de ellos puede ser tu aperitivo. Sabes, o al menos lo sabe la conciencia humana dentro de ti, que lo que haces cada noche es monstruoso. Pero no tienes otra alternativa. ¿Por qué vas a renunciar a aquello que te hace sentir vivo?
Echas la cabeza hacia atrás, olfateando el aire de esa concurrida calle de San Antonio, y el olor de toda esa sangre caliente logra volverte un poco más loco de lo que te han vuelto la muerte y la destrucción de los que ahora son tu propia especie. Podrías matarlos a todos, podrías bebértelos a todos. Pero has sido entrenado como un soldado, y ningún soldado desperdiciaría una sola gota de alimento.
Elijes a tu presa al azar. O puede que realmente sea por el color de su pelo. Es una chiquilla de unos dieciséis o diecisiete años, con el pelo de color cereza. Te preguntas, mientras esa sonrisa depredadora se apodera de tus labios, si su sangre sabrá a cereza también, y decides que esa niña no llegará a su casa esa noche. No es que te guste matar; pero tienes que alimentarte.
O al menos esa es la mentira que te cuentas cada noche para hacer acallar a esa conciencia humana que aún vive en alguna parte de ti. Lo primero que haces es observarla, desde atrás. No importa que los transeúntes se crucen en tu campo visual. Ese olor no vas a olvidarlo hasta que su corazón deje de latir… puede que ni siquiera después. Ves que lleva una cesta colgada del brazo y que se arrebuja en una chaqueta de punto azul.
Te acercas, esquivando a dos ancianas que caminan del brazo delante de una frutería, esquivas a un niño en bicicleta, a una velocidad inhumana que te asegura que ninguno de ellos te ha visto, y de pronto te chocas con ella (decides llamarla Cherry, sólo por el color de su pelo), lo suficientemente suave como para no romperla.
-Lo siento, señorita; ¿se encuentra usted bien?-preguntas, con esa sonrisa de niño encantador que te granjeó tantos favores cuando sólo eras un humano.
Ella te mira, un tanto desorientada. Sabes que tienes esa influencia sobre las mujeres: logras desorientarlas sin tener que usar siquiera tus poderes. Es divertido, a su manera. Los ojos verdes de Cherry parpadean un par de veces, todavía deslumbrada, y entonces la ves esbozar esa pequeña sonrisa tímida.
-Sí, no se preocupe, señor-susurra, en voz tan baja que si no fuese porque eres el depredador más letal de la naturaleza, podrías asegurar que no la habrías oído.
-Va usted muy cargada-susurras. A veces es divertido fingir ser el chico bueno, el caballero encantador que va a salvarla. Normalmente lo eres. Hasta que os quedáis solos y a oscuras-¿Podría ayudarla?
Ves como Cherry intenta ver por entre el flequillo que te tapa los ojos. Sabes que intuye peligro (todo humano sensato lo intuye) pero ya no puede resistirse. Está atrapada en tu mirada de vampiro.
-Cl-claro…-susurra, y sabes que está sin aliento. Es ridículamente divertido ver como presa a presa todas caen. Y a veces ni siquiera necesitas usar tus poderes. Eres un hombre carismático. O bueno, tal vez un vampiro con suerte.
Te haces con la cesta y le ofreces tu brazo; pueden decirse muchas cosas de ti, pero jamás que has perdido tus modales. Has nacido y te has criado en Texas. Has muerto y renacido en Texas también. Y pueden decirse muchas cosas de los caballeros sureños, pero nunca que no tienen educación.
Caminas lentamente, adaptándote al paso de Cherry mientras las farolas aún titilan sobre vuestras cabezas. Ves oscuridad al final de la calle. Ves, y ya casi puedes paladear en tu boca su sangre que seguramente sepa a cerezas. Es uno de los pocos sabores que recuerdas de cuando estabas vivo.
Llegáis al final de la calle y ella te hace torcer a la derecha, por una calle más oscura, solamente iluminada por las luces que salen por las ventanas de las pequeñas casitas que se alzan a ambos lados.
Te paras en seco cuando estáis rodeados de oscuridad, y notas que ella se alarma, se le acelera el corazón, y tú no quieres eso. Es más complicado hacer un trabajo limpio cuando la presa opone resistencia.
-¿Qué ocurre, señor?-la oyes preguntar, cargada de desconfianza.
-Nada… no te preocupes. Todo va bien-susurras mientras tus nudillos rozan la piel cálida de su mejilla. Y ahora sí, usas tu poder para tranquilizarla. Puede que seas un depredador, pero no eres cruel.
Lentamente, te acercas a ella. La pequeña y confiada Cherry. Las chicas cálidas e inocentes como ella no deberían confiar en jóvenes de sonrisa encantadora y modales del siglo pasado.
Tu nariz roza su mandíbula, mientras, con suavidad, haces que eche la cabeza hacia atrás. Besas el punto en el que su yugular se pierde tras su oreja y notas como su sangre late, acelerada, contra tus labios. Si su mente no estuviese en tu poder, sabes que pensaría que eres un violador; pero no, pequeña ilusa, un violador jamás sería tan suave.
Con un movimiento casi tierno, clavas los colmillos en su piel blanca, mientras tus dedos se enredan en el pelo color cereza, apartándolo. Su sangre entra en tu boca, y te invade esa sensación caliente y asfixiante, como el sexo elevado al máximo exponente, como un orgasmo brutal, el sabor metálico explota en tu boca y te vuelve ávido; te hace querer más. No sabe a cerezas. Sabe mejor.
Notas como cada vez su corazón late más despacio, y ya eres tú quien la sostiene, pues ella no tiene energía suficiente para ello. Apuras su sangre hasta las últimas gotas, hasta el último latido. Hasta que la pequeña y confiada Cherry llega a su final, con un pequeño quejido en el momento en el que su corazón se detuvo.
Con delicadeza, la dejas en el suelo, al lado de la cesta, que no sabes en qué momento se cayó de tu mano, y apartas su pelo de delante de sus ojos verdes y vacíos antes de alejarte del lugar.
Eres un depredador. El más mortífero de todos. Y aunque no necesitas compañía, buscas cada noche el tacto de la humanidad sólo porque sin ellos no podrías subsistir.
Eres un depredador que sólo busca la paz en una vida de guerra.
Eres un depredador y estás solo.
Solo y perdido.