Jun 08, 2013 13:28
Era un asunto estúpido, casi infantil pero no iba a darse el lujo de que se supiera. Él tenía veinticinco años por el amor de Dios, no se supone que ese tipo de cosas les pasaran a personas como él. Un adulto centrado y maduro, eso era y bajo ninguna circunstancia planeaba dejar de serlo. Los tiempos de juegos infantiles y problemas juveniles fueron dejados atrás hace mucho, realmente mucho, tiempo. Sin importar si Sinbad era cuatro años mayor que él y seguía comportándose como un crío, él no podía darse ese lujo.
Porque tenía un trabajo estable y cosas de adultos que exigían toda su atención, simplemente él no podía tener esos pequeños y molestos lapsos de debilidad, de necesidad.
Esas cosas eran para adolescente hormonados e inmaduros, como Alibaba y Pisti, porque Morgiana es una señorita centrada. Para los chicos que ríen por tonterías y se pasan el día planeando bromas estúpidas, para los que al salir de clases van a una cafetería a comer dulces y hablar de cómo debe perder el tiempo el día siguiente.
Y aunque Masrur, con toda la seriedad que poseía, le dijo que quizá sí necesitaba relajarse un poco estaba seguro de que Masrur no se refería a esto.
Les podía pasar a todos, al que fuera, pero no a él. Sin embargo no podía hacer nada, ya estaba allí como todos los días, a la misma hora y en el mismo lugar. Frente a la universidad siendo el blanco de las miradas de las jovencitas que salían del recinto y lo veían a un lado de la carretera apoyado en su volvo negro tratando de cubrir su cara con la bufanda para que nadie lo reconociera, aunque hacía ya bastante tiempo se había graduado en aquel lugar.
Simplemente no podía arriesgarse a que alguien lo viera, parecía un estúpido viejo verde esperando por su joven novia, aunque la verdad no distaba mucho de ser esa. Él no era ningún viejo verde, tampoco era tan mayor.
Sólo siete años, se dijo, no es mucho; son sólo siete años.
-¡Eh, Ja’far!
Y todas las miradas volvían a centrarse en él, el hombre desconocido que todos los días se aparecía a las afueras de la universidad. No le extrañaría que un día de estos llamaran a la policía.
Porque Judar no podía ser un poco más discreto, no, él tenía que llamarlo a gritos y agitar su mano con fuerza en su dirección. Como si fuera imposible verlo, desde lo lejos él era lo primero que Ja’far veía. Y como siempre Judal se separaba con rapidez de su grupo dejando a sus amigos con la palabra en la boca y muchas dudas en su cabeza y se acercaba corriendo a Ja’far.
Allí estaba él, con su largo cabello trenzado, sus ropas mal arregladas y sus gritos ensordecedores. Allí estaba la razón por la cual Ja’far terminaba el trabajo antes de tiempo y se iba sin decir una palabra a Sin. La razón por la cual últimamente estaba sonriendo como bobo y se compró uno de esos teléfonos modernos.
Su pequeño secreto, su necesidad. Judal.
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#ja'far/judal,
#30vicios