Título: Dos
Fandom: Fringe
Character/Pairing: Walter, Peter
Advertencia: Nada
Disclaimer: Fringe no me pertenece.
Sumario: Walter sabía que la vida iba a encontrar una manera cruel de hacerle pagar esa segunda oportunidad que había robado, pero le daba igual.
Nota: En respuesta al
tercer reto de
bishop_madhouse usando los cuatro temas.
Llevaba dos semanas sin dormir. Dos semanas que habían pasado tan lentamente como si fueran veinte años. Dos semanas en las que había vivido encerrado en el despacho de su casa, con las cortinas echadas, sin ver a nadie y sobreviviendo a base de café y galletas rodeado de montañas de papeles. Dos semanas obsesionado con una sola idea, recuperar lo que la vida injustamente le había quitado.
El taxi desde Reiden Lake a Green Street había tardado menos de lo que esperaba, aunque también podía deberse a que el viaje había alterado un poco su percepción del paso del tiempo. En su estado de desesperación no había esperado a hacer alguna prueba antes de poner en marcha el artefacto, si algo salía mal que saliera, cualquier final que le deparara el destino sería mejor que el infierno que estaba viviendo. Pero aquello había funcionado de maravilla, salvo por ese pequeño dolor de cabeza (aunque también era verdad que podría ser efecto del cansancio), y ahora estaba cada vez más cerca de su objetivo.
Durante el trayecto hasta su casa en Green Street se había dado cuenta de que aquello era como mirar el mundo en un espejo distorsionado, la realidad era la misma, pero había algunas diferencias. A este lado Reiden Lake no era un lugar deshabitado escondido en el bosque, estaba en mitad de un parque, uno con bancos, caminos, puentes para cruzarlo y pequeñas familias de patos que nadaban en la superficie. Las calles eran casi iguales, pero había tiendas que no existían en su lado y las casas de su vecindario estaban pintadas de colores diferentes.
Le entregó un billete de cien dólares al conductor y bajó del taxi con las manos sudándole de nerviosismo. La calle estaba vacía y silenciosa, únicamente alumbrada por un par de farolas a lo lejos. Walter observó como su medio de trasporte se alejaba y suspiró, quizás debería haber traído su propio coche, pero sabía que no se encontraba en condiciones de conducir.
Avanzó hasta la entrada de la casa y sacó la llave, si vivía en el mismo sitio lo más seguro era que tuviera la misma cerradura. Abrió la puerta con cuidado y casi tropezó con un coche de juguete que había en la entrada. Se le encogió el corazón y sonrió con nostalgia mientras lo ponía sobre un mueble, hacía dos semanas que nadie dejaba los juguetes tirados por el suelo de su casa. Aprovecho el ruido del cuco del salón para subir la escalera, el tercer escalón siempre crujía pero la cuarta campanada del reloj lo había escondido perfectamente. Las cuatro y media de la mañana, la hora perfecta para cometer un secuestro y volver a su casa como si nada.
Se detuvo un momento en el pasillo a observar las fotografías, algunas eran iguales a las que tenían en casa y otras mostraban sucesos que nunca habían pasado al otro lado. Peter, su Peter, nunca había estado en Disneyland, pero delante de sus narices tenía la foto de su hijo con cinco años junto a Goofy. Caminó con cuidado hacía la puerta con el cartel de “Peter” y se agarró al pomo.
Lo que estaba a punto de hacer violaba todas las leyes del universo, de los universos. Sabía que era una completa locura, que William pondría el grito en el cielo en cuanto se enterara de lo que había hecho, pero era la única solución que había encontrado para hacer frente a la realidad en la que vivía. No podía aceptar la muerte de su hijo, no podía aceptar que en su mundo Peter estaba destinado a morir a los siete años y que nunca más lo iba a volver a ver. No podía aceptar que a pesar de ser un científico brillante, uno que había descubierto hasta la forma de viajar entre realidades alternativas, no había sido capaz de descubrir la manera de salvarle la vida a su único hijo. Y sabía que estaba siendo egoísta, porque estaba a punto de hacerle pasar al otro Walter el mismo infierno que estaba viviendo él, pero no lo podía evitar. Su mundo se había parado en el mismo momento en que la maquina del hospital que controlaba las pulsaciones de su hijo había soltado ese terrible pitido, y la única forma de volver a ponerlo todo en marcha, de que todo funcionase de la misma manera que antes, era eso. La vida había cometido un error al llevarse a su Peter, y aunque se suponía que era como un camino con un único sentido, Walter había encontrado un atajo para reparar el daño que le habían causado.
Abrió la puerta mientras sacaba un tarro de cloroformo y un pañuelo del bolsillo. No quería hacerlo, pero era la única forma que se le había ocurrido de sacar a Peter de allí sin que se diera cuenta. Se acercó a la cama y se sentó un momento a observar como su hijo dormía. Viéndolo así, tranquilo, respirando y con una pequeña sonrisa en los labios, era como si esas horribles semanas nunca hubieran existido, como si todo por lo que había pasado hubiera sido solo un mal sueño.
- Papá - le preguntó Peter mientras abría los ojos algo sorprendido al verlo sentado al borde de su cama - ¿Qué pasa?
A Walter se le hizo un nudo en la garganta. Dos semanas habían pasado desde la última vez que había escuchado esa voz, dos semanas sin oírlo decir “papá”. Antes de perder el valor, agarró a su hijo, atrayéndolo de golpe hacia él y le puso el pañuelo con cloroformo en la cara. Peter soltó un grito de terror antes de quedarse completamente dormido y Walter rezo con todas sus fuerzas por que nadie en la casa se hubiera despertado, no tenía ganas de enfrentarse consigo mismo. Espero con cuidado unos minutos por si oía pasos, pero la casa seguía en completo silencio.
Cogió a su hijo en brazos y salió de la casa sin hacer ruido. Aún tenía dos horas antes de que amaneciera, dos horas antes de que el otro Walter se despertara y descubriera que Peter no estaba en su cama, dos horas para volver a Reiden Lake y desaparecer de ese mundo sin dejar rastro. Y estaba seguro de que algún día tendía que enfrentarse a las consecuencias de lo que acababa de hacer, que la vida iba a encontrar una manera cruel de hacerle pagar esa segunda oportunidad que había robado, pero ahora mismo lo único que le preocupaba era llevar a su hijo sano y salvo a casa.