QAF Fic: La ruta de las ferias del verano (8/?)

Apr 01, 2015 20:31





La sustancia del sueño es espesa y pegajosa como la miel. Brian sabe que debe despertar, pero la parte de su conciencia que echa un vistazo más allá percibe el ardor en los párpados, el dolor punzante en las articulaciones tensadas más allá de la capacidad de sus músculos y se entretiene unos segundos acariciando la idea de no despertar, ignorar la voz que le llama desde el otro lado y descansar hasta que todo se apague. Pero la voz es insistente, le llama por su nombre y tras un último intento de resistencia fallida su mente empieza a deslizarse por la densidad de la masa, siguiendo el hilo intangible atado al otro extremo de la realidad.

Tarda aún un poco más en abrir los ojos y cuando finalmente lo hace el verdadero dolor le atraviesa en un latigazo. Jadea. Ve desenfocado. Percibe un movimiento a su izquierda. Los cierra de nuevo.

"Está despierto"

"¿Majestad? ¿Podéis oírme? Espabilaos de una vez. Nos han cogido prisioneros. Van a matarnos. Y no tenemos tiempo"

La voz. A Brian le suena esa voz. Deja escapar un gruñido frustrado.

"Estás agobiándolo"

"Bah. Toda la vida ha costado un triunfo levantarle. No es nada nuevo."

"Acaban de darle una paliza. No te sobraría un poco de tacto"

La segunda voz suena enfadada. Un tono firme y autoritario que Brian ha aprendido a reconocer.

Justin.

"Oye. También me la han dado a mí. Y ya los has oído. Más vale que nos demos prisa"

Un suspiro. El susurro apagado de tela que se agita.

"Brian. Necesitamos que te despiertes. Escúchame. Abre los ojos"

Con los pocos restos de voluntad que es capaz de reunir, Brian le hace caso.

Justin está atado de espaldas a un poste elevado ensartado en la tierra, en mitad de un espacio cerrado y piramidal. De su frente brota una larga línea de sangre reseca y tiene el pelo sudado y retirado hacia atrás. La pierna herida está anudada en una venda rápida e imprecisa y es evidente por el tensión contenida en su rostro que le supone un esfuerzo tremendo mantenerse de pie. Brian asiente despacio y el mago le devuelve el asentimiento.

"Perfecto. Ahora pensemos en la forma de salir de aquí"

Brian se vuelve hacia la izquierda, hacia la voz que no entiende cómo ha tardado tanto en reconocer.

"¿Hon? ¿Qué haces aquí? ¿Cuándo-"

El consejero real alza una ceja. Hay algo extraño en sus facciones. Una cualidad sutil y afilada que hace a Brian entrecierre los ojos, tratando de decidir qué es exactamente lo que resulta tan distinto.

"¿Pio?"

"Venga ya. ¿Tú? ¿Eras tú?"

"Cortesía de tu adorada madre y del mago aquí presente. Aún me siento como si acabaran de arrancarme todas las plumas"

Su voz suena más nasal y aguda, pero rebosante del acento melódico de Hon y Brian recuerda la mirada disgustada de la gaviota, el brillo de inteligencia esa mañana, la primera vez que la vio, mientras Brian vendía sus corazones.

Los corazones.

"El carrito" murmura volviéndose hacia Justin "Está…"

El mago le sostiene la mirada, abatido. Pero hay algo más, algo que Brian atisba en la forma en que parece que hacerlo le costase un esfuerzo enorme, como si tuviera que hacer acopio de toda su voluntad para no retirarla.

"Por todos los dioses. Olvídate del carrito" farfulla Hon con fastidio "Nunca te ha hecho falta para nada. Tenemos cosas más importantes en que pensar"

La mirada de Justin salta de la suya hacia el consejero y esa sensación de hace solo un segundo se intensifica. A su cabeza regresan las palabras del mago, aquella mañana a orillas del mar "Tú hazme caso, ¿quieres?", el tono grabado en su memoria, como una pieza huérfana de algo que no podía ni empezar a imaginar. Pero ahora… Ahora…

"¿Qué quiere decir?" pregunta sin apartar los ojos de Justin. Algo en el mago se desmorona de repente, desintegrándose como los templos de arena del desierto y Brian puede leer en su rostro más claro que nunca. Vergüenza. Dolor. Arrepentimiento. Y algo más profundo, como una herida interna que se abriera paso desde dentro hasta brotar en la profundad de sus ojos. Y Brian no puede creerlo. No puede creer que después de todo- después de haber perdido su confianza y vuelto a recuperarla, después de todo lo que han pasado juntos.

Tienes corazón. Sí que tienes corazón.

"Nunca has dejado de mentirme"

El mago agacha la cabeza. Fuera, se escucha el estruendo de la tormenta, rugiendo más cerca cada vez.

"Insisto en que deberíamos…"

"Siempre has tenido corazón. Nunca te lo he quitado" dice Justin y entonces murmura una única palabra "Astareth"

La tonalidad sérrea empapa su lengua. La palabra se suspende en el aire, como si el espacio moldeara sus formas y Brian siente que le acaricia, como las ondas más lejanas en un estanque.

Y entonces todo parece quedarse muy quieto.

Y por debajo de las capas de piel y hueso, siente el primer latido de un corazón.

Todo este tiempo. Desde el principio.

"Haz. Mir"

Una de las telas de la tienda se hace a un lado. Brian escucha el No estrangulado de Hon cuando los Ura penetran en el interior.

Al menos diez criaturas les rodean. Empiezan a deshacer sus ataduras. Las armas apuntando a sus gargantas.

"¿Qué hacen?"

"¡Es lo que intentaba decirte! ¿Por qué nunca me escuchas?"

"¡Hon!" la punta de una alabarda se acerca a su garganta, obligándole a echar el cuello hacia atrás, bajar los párpados para no mirar los ojos de la criatura.

"Van a matarnos. Saben quién eres. Están perdiendo la frontera y ahora van a matarnos"

El Ura que sostiene la alabarda

"Nurin. Naz-da. Ba-sun et Nurin. Nurin lo-te""

"Muerte. Victoria. Darán muerte a un príncipe de Babilonia. Para matar al otro" traduce Hon. La voz le tiembla al hablar y por primera vez Brian se da cuenta de lo asustado que está el consejero.

Su hermano. Su hermano está ganando. La tormenta se acerca. Son los Ura, que retroceden. Pero Mike no cederá. No importa lo que le pase a Brian. Mike seguirá luchando.

"Dile que al final del día no seré el único que haya muerto. Nos encontraremos entonces" sonríe para acompañar su amenaza y a través de sus pestañas ve asomar por primera vez los dientes del Ura, podridos y afilados. Pero Brian no le tiene miedo.

Terminan de desatarles, a excepción de las manos, y les llevan fuera. Ni siquiera la amenaza de desgarrarle el pescuezo consigue acallar a Hon, que sigue lanzando improperios. Contra las criaturas, contra Brian, contra todo lo habido y por haber. A su derecha, Justin se deja empujar, aunque Brian percibe cierto movimiento milimétrico en sus brazos, una línea tensa de concentración asentada en su mandíbula. El corazón de Brian late insistente, las pulsaciones se amontonan como tratando de recuperar el tiempo perdido, pero la presencia se le antoja extraña, ajena. Le ha mentido, todo este tiempo. Nunca ha sido verdad. Todo lo que ha tenido que hacer. Todo lo que ha sufrido. Por una mentira. Por un corazón que había estado con él desde el principio. Pero no es capaz de sentir odio, ni rabia, como si este corazón con el que debería sentir estuviese más lejos que nunca, apagado e inútil y lo que ahora palpita en el pecho de Brian no fuera más que la carcasa de un órgano vacío.

Les guían en zigzag a través del campamento. El lugar no tiene nada que ver con lo que Brian esperaría de un asentamiento militar, carente del desorden, del testimonio extinto de las hogueras nocturnas, la suciedad y lo que deberían ser los signos de millares de hombres hacinados y obligados a coexistir en un espacio tan inmenso y a la vez tan reducido. Todo es inconcebiblemente neutral y aséptico y a Brian le resulta imposible imaginar el lugar solo unas horas antes, ocupado por el ejército al completo, rebosante de estos seres que son como conchas vacías. Si hablarán, o comerán o dormirán o si simplemente ocuparán su puesto y se mantendrán estáticos, como estatuas de piedra esperando ser despertadas para continuar con su conquista.

Pasan por delante de una forja improvisada. Una criatura alta y fibrosa introduce en las brasas un trozo de metal achaflanado. La pieza pasa del violeta al rojo, dando la impresión de diluirse, el color de las lenguas de lava en el interior de un volcán. Brian se fija en la piel que asoma dónde queda al descubierto la mitad de su antebrazo. Hay algo ahí, una marca oscura y emborronada que semeja a la tinta dispersa, y Brian recuerda el tatuaje de la mujer de Lotar, el intrincado patrón de trazos como caracolas y se le ocurre entonces la pregunta más importante de todas, que nunca se le ha ocurrido formular ¿Qué eran antes? ¿De dónde han salido estas cosas?

Un poco más de cerca, la estampa del tatuaje resulta inequívoca, aunque debilitada, como si capas y capas de piel hubieran sido desolladas hasta las vetas internas.

El corazón que creía dormido le da un vuelco en el pecho.

Humanos. Eran humanos. Como nosotros.

Esto es lo que pasará, si los Ura ganan la guerra. Este será el destino de todos. Algo inmensamente peor que la Nada que ha visto en sus ojos.

No. NoNoNo.

El Ura que le apunta con su arma le propina un golpe en la pierna, obligándole a avanzar más rápido y Brian se concentra en relegar la idea al extremo más alejado de su conciencia. Lo único que importa ahora es encontrar la forma de escapar. Mira a Justin y a Hon. No puede permitir que mueran aquí. Tiene que encontrar la manera. Es Brian Kinney. Siempre, siempre, es capaz de encontrar la manera.

"Hon. Tsk. Hon"

El consejero le mira de reojo.

"¿Te acuerdas de aquel verano en Arret?"

Hon entrecierra los ojos, como si no tuviera ni idea de qué demonios está hablando Brian. Alza una ceja sardónica.

"Me acuerdo de que ya por entonces eras idiota"

Brian hace una mueca insistente, tratando de hacerle entender que esto es importante.

"Vale. Pero, ¿recuerdas lo que hiciste?

"Recuerdo lo que me manipulaste para hacer, si es a eso a lo que te refieres" se queja, el toque nasal ya completamente desaparecido de su voz "En mi vida había pasado tanta verg-oh"

Uno de los guardias empuja a Hon y murmura un aviso en su lengua afilada. Pero Hon ya le ha entendido. Dirige a Brian una mirada cómplice.

"Pues solo quería decirte que fue algo magnífico" dice, acompañando la frase por una tos. Echa un vistazo a los guardias para comprobar si algo de lo que ha dicho puede haber levantado sospechas. Pero si es así no aprecia ningún signo evidente más allá de su insistencia por hacerles callar. Continúan avanzando hasta el grupo de monturas amarradas unos metros más adelante. Brian supone que su intención es llevarlos hasta el centro de la contienda y matarles allí, para que todos los ejércitos reunidos de los aliados puedan verlo, y especialmente Mike. Si quieren escapar tendrán que hacerlo enseguida.

En la distancia, las nubes de la tormenta lamen el suelo y se agitan, como los cuerpos entrelazados de un centenar de leviatanes. Se precipitan hacia el campamento en una columna densa, descargando látigos de electricidad. Rápido. Muy rápido. La energía reverbera en el espacio y Brian la siente en el cuerpo, estallidos distales de estática que le dejan un regusto metálico en la lengua.

No puede ver a Justin, que camina custodiado a su espalda, pero espera que le haya oído y que esté preparado para lo que va a pasar a continuación. Porque Emmet Honneyduck, lejano descendiente de magos, consejero de la corte y mano derecha de la Reina, solo ha sido capaz en toda su vida de realizar un único truco de magia. Una bola de energía multicolor que explota como una cúpula y que diez años antes, en la fiesta del duodécimo cumpleaños del príncipe dejó con el pelo tieso y cara de indignación a la mitad de la corte y que deja ahora a los Ura tirados en el suelo, sorprendidos y desorientados.

Brian se gira en busca de Justin. Solo tiene que cogerle y salir de aquí. Encontrar la manera de sortear al ejército enemigo y llegar hasta Mike.

Pero Justin ya está encima de él, tomándole de la mano.

Le mira. Una súplica en su mirada. Una disculpa que Brian ve y entiende pero lo que sale de sus labios es algo muy diferente.

"Lo siento" dice, en el mismo momento en que sus dedos índice y corazón tocan su frente y entonces el universo de Brian se tiñe de blanco y algo tira de él, separándole de Justin.

Nononono. No. No.

Lo siguiente que ve, cuando su mirada recupera el color, es la cascada de rizos rojos enmarcando el rostro de la Reina.

Su madre corre y se arrodilla a su lado, pálida, con el rostro anegado en lágrimas transparentes.

"Cariño. Oh dioses, Brian. Brian. Estás en casa, Brian. Estás en casa"

ºººº

Una lluvia de lágrimas iridiscentes pestañea tímidamente sobre la almohada. Brian las observa tendido sobre la tela fresca y clara que huele todavía a brisa y jabón, y a ese otro matiz inolvidable y revivido tantas veces, que queda prendido de la tela, a limón y a hierba, al haberse secado bajo el sol del verano.

Hace ya una semana que regresó al palacio, o al menos eso le han dicho. De los primeros días, Brian solo retiene imágenes sueltas: la presencia como un manto cálido de su madre. El brillo de sus ojos verdes. Gritos. Palabras amables. Preocupaciones mudas. Fragmentos de pesadillas. Los efectos secundarios del hechizo que le ha traído de vuelta han empezado a disiparse por fin: las náuseas, la sensación de dislocación en los huesos, la incapacidad de fijar la mirada, como si las imágenes de cada ojo estuvieran siempre superpuestas, la una como el negativo mal sincronizado de la otra. Y el dolor. Tanto, tanto dolor. No el que le hizo gritar durante tres días seguidos en una agonía continua, mientras cada partícula de su cuerpo se fusionaba de nuevo en el sitio, sino el otro dolor, más cruel y más terrible: el de la influencia de los Ura mientras los curanderos lo destilaban fuera de su organismo como un veneno, desprendiéndolo de las paredes de su cerebro como parásitos anidados.

Brian respira hondo y atrapa en la palma de la mano una de las lucecillas. Piensa en lo lejano que parece todo ahora, en este instante de calma, como si no le hubiera ocurrido a él, sino a otro, a un Brian que ahora mismo estaría montando su puesto en la feria, esmerándose en colocar sus corazones, presentando más atención de la que estaría dispuesto a reconocer a un mago pesado y caprichoso. A un Brian que le parece ahora tan diferente que nunca podría encajar en la vida que ocupaba antes en este mismo lugar.

El colgante de abalorios que pende del marco de la ventana se columpia en un suspiro de brisa. Una plegaria de cristal de Babylonia: zafiros para alejar la desesperanza. Amazonita para el dolor. Amatista para atraer la calma. Sobre la calma, el reflejo de los cristales se encabrita y danza, como una bandada nerviosa de luciérnagas.

No debería estar aquí. Debería estar con-

El pensamiento no llega a su fin y la calma, tan inusitada y frágil, como un regalo efímero traído por el amanecer, se desmorona.

Su corazón late. Latelatelate. Se encoje. Brian siente que se encoje. Se reduce entre sus costillas. Pequeño. Más pequeño. Se asfixia. Imágenes de la batalla. Grita. La tormenta le engulle. Justin. Siente la mano de Justin. Lo siento. La ceguera de los Ura. Están allí. El está allí. Y Brian está lejos. Demasiado lejos. Dónde no puede ayudarle.

Escucha voces. Unas manos le inmovilizan sobre la cama. Con delicadeza primero, más firmes cuando Brian se retuerce. Intenta soltarse. Una enfermera de pelo cano se le acerca con cara de preocupación. Una jeringuilla en la mano. Pero Brian no puede permitirlo otra vez. Necesita saber. Necesita respuestas. Con un empujón se desembaraza de uno de los hombres que le tienen sujeto. Logra escurrirse del agarre del segundo.

Corre. Avanza sin conciencia del espacio. Una sala. Luego otra. El largo pasillo del puente que conecta con la torre. Atraviesa las puertas de la sala del trono con el corazón reducido a migajas entre sus costillas y allí está ella, solo ella. Triste y hermosa y una de las pocas cosas que Brian ha amado de verdad en el mundo. Desciende las escaleras con una caricia de telas volátiles y le abraza y Brian aspira su olor, entierra la cara entre los rizos sedosos de su pelo. El amor de su madre le rodea como un mar en calma y por primera vez desde que tiene memoria, Brian Kinney se echa a llorar.

No sabe cuánto tiempo llega a pasar así, acunado en los brazos de su madre, ni cuánto tiempo habrá pasado desde el la última vez que se permitió algo como esto, tal vez vidas enteras. Pero cuando ella se separa, a Brian le parece que hay un espacio aparte del resto entre él y su madre, un espacio que a veces se estrecha, o se dilata, pero es siempre suyo, único y de los dos y que tiene que haber estado realmente ciego para no verlo, para no haberlo considerado un tesoro, como tantas otras cosas que tendrá que aprender a atesorar.

"Ya estás aquí" dice ella, limpiándole una lágrima extraviada en la mejilla y a Brian se le ocurre que lo que quiere decir es mucho más, como si ella también se hubiera dado cuenta y durante todos estos años, solo le hubiera estado esperando.

Brian asiente, aprieta los labios. En la sonrisa de su madre se insinúa un entendimiento profundo, que Brian no sabe muy bien cómo interpretar. Cuando retira la mano, la memoria de su tacto queda impresa sobre la piel.

"¿Qué ha sido de ellos, madre? Mike, y Hon, y… Justin"

Su madre da un paso atrás y se sienta en uno de los peldaños. Un recuerdo pasa de puntillas por delante de la imagen, de la primera vez que la vio hacer algo así, poco después de que le trajera al castillo y Brian se preguntó lo que ahora sabe sin ninguna duda: qué clase de persona era la poderosa Reina de Babylonia, a quien no le importaba ocupar el lugar de los que suponía deberían estará sus pies.

"Ven aquí" La Reina le tiende la mano y Brian toma asiento a su lado "La batalla de la frontera ha sido ganada. Los Ura se retiran. Tu hermano está vivo y bien. Ahora debe asegurarse de que no tengan tiempo de reorganizarse. Es hora de recuperar las tierras del sur y del oeste. Emmet está recuperándose. Ha pasado por lo mismo que estás pasando tú" aprieta la mano en la que destaca un anillo coronado con una piedra amplia y cuadrada, oscura como la obsidiana "Fue mis ojos hasta que os perdí en el desierto de Kornat"

"Justin-" murmura Brian, recordando haz de luz dorada, la pequeña pluma girando en espirales descendientes hacia él.

"Si. Justin le transformó y forjó el hechizo que me permitía veros a través de sus ojos. Se rompió cuando fuisteis atacados. Pude avisar a Mike pero-" la expresión de su madre se ensombrece. El manto de bucles rojizos enmarca su cara, pero no logra iluminarla y no destella el color en sus ojos verdes. Brian se lleva una mano al pecho, todo lo cerca que puede de su corazón pequeño y contraído y sabe lo que va a decir incluso antes de que ella lo diga "No sé dónde está, Brian"

La Reina se echa a llorar. Brian pasa un brazo sobre sus hombros. Tanto tiempo luchando por recuperar su corazón y ahora solo duele, se le quiebra más a cada momento, con cada una de la lágrimas que brota de los ojos de su madre, en cada una de las partes que ha ido recuperando poco a poco; en cada sonrisa, cada pelea, con cada paso más de su viaje. Y lo peor, lo peor de todo, es que no lo arrancaría si pudiera. Ya no permitiría que se lo arrebataran nunca, porque es nuevo y distinto, porque el corazón que tiene ahora, se está rompiendo porque está lleno de eso que durante toda su vida ha temido sentir y renunciar a este dolor, significaría perderlo.

"Lo siento, Brian. Lo siento tanto. No debería haberlo hecho. Pero tenía que… No pensé que pudiera haber otra manera. Estaba tan enfadada. Y sabía que si-"

"Madre" dice Brian, tomándole la cara entre las manos "Tenía que cambiar. No sé si había o no otra forma. Pero lo entiendo. Tenía que cambiar"

Su madre sonríe, una sonrisa triste y humedecida de lágrimas. Entreteje las manos en las suyas.

"Brian. Nunca quise cambiarte. Te he conocido toda tu vida y no querría cambiar nada de ti. Pero lo habías escondido, Brian, todo eso que yo sabía que estaba dentro de ti. Y necesitaba que salieras a encontrarlo de nuevo. Y no solo yo. El reino entero lo necesitaba" Su madre respira hondo y se separa. Se pasa las manos por las mejillas, limpiando las lágrimas y le mira a los ojos de esa forma que Brian siempre ha reconocido como decisión y valor y una voluntad más profunda que las raíces milenarias de todo su reino. "Vamos a encontrarle. Lo buscaremos bajo la piel de la tierra si hace falta. Pero vamos a encontrarle"

La reina se levanta. Alta e imponente y echa a andar en dirección a las puertas. Pero antes de alcanzarlas, Brian le pide que se detenga.

La pregunta le ha estado carcomiendo desde aquella noche en la tienda. Se odia por tener que hacerla, pero necesita saberlo. Por qué le mintió, por qué le ocultó la verdad durante tanto tiempo. Recuerda la expresión de Justin en el campamento. El dolor, la vergüenza, el arrepentimiento. ¿Por qué?

"¿Qué ganaba él?" pregunta y cuando su madre entrecierra los ojos, sin entenderle, Brian traga saliva y aclara "Justin. Cuál era su recompensa. Recorrió todo ese camino conmigo. ¿Qué ganaba él? ¿Por qué lo hizo?"

"Justin Taylor. Mago de décimo rango de la armada. Estaba luchando en Ileria cuando le hice venir. Tenía la capacidad de hacer todo lo que yo necesitaba. Un virtuoso de la magia" dice, dedicándole un asentimiento al recuerdo "Le expliqué lo que necesitaba y le pregunté qué quería a cambio, sí. Me dijo que luchaba por la libertad del reino y que conseguir lo que el reino necesitara sería su única recompensa. Así que lo que ganaba era lo mismo que yo. Que el futuro Rey, fuera el Rey que necesitaba Babilonia"

"¿El futuro Rey?"

Pero la pregunta de Brian queda suspendida entre las paredes de marfil de la torre del trono y se eleva arriba, más arriba, hacia lo alto, hasta apagarse allá dónde el anillo que se abre al cielo, en la cúspide, deja entrar los rayos del sol.

ºººº

Esa noche Brian se sienta con las piernas cruzadas sobre la cama.

La madrugada se vierte al interior desde las ventanas anguladas. Desde los jardines asciende el canto desvelado de los grillos, que tejen los hilos de su conversación perpetuamente interrumpida y vuelta a iniciar, una historia larga y detallada, sin fin ni principio, de todo lo visto y oído, la vasta crónica del universo. La fría brisa hace tintinear el colgante de cuentas y una laguna de luz lame las orillas del cuarto en una delicada caricia.

Pero a nada de esto le presta Brian atención.

Sostiene la cajita entre sus manos. La ha recuperado del amasijo de ropas retiradas con prisa y olvidadas para siempre en una esquina del armario. La tela conservaba aún el olor áspero del desierto, el recordatorio menguante de un tiempo y un lugar, y ahora Brian acaricia con el pulgar la superficie pulida y lisa, la austeridad de los ángulos y el borde regular del encaje, como si fuera la última puerta que lleva a desvelar el misterio del mago.

Piensa en el principio. Los primeros días juntos, cuando no eran más que dos extraños que apenas llegaban a tolerarse. Recuerda cada detalle del mago y piensa en cómo cada cosa pequeña, cada palabra, cada mirada, cada risa, fueron cambiando con el tiempo, como vistas a través de un caleidoscopio que alterase las formas no al azar, sino cada vez con más nitidez, hasta revelar la imagen del hombre que llegó a conocer más tarde. El hombre que le regaló una pequeña cajita en mitad de un desierto inmenso y para el que ahora hay un renglón escrito en el corazón de Brian, como si, a pesar de todo, Justin hubiera dejado de él, con su caligrafía curva e intrincada, grabadas las palabras de su propio encantamiento.

Esas palabras le arden, como si hubieran sido escritas en carne viva y Brian coge aire y trata de vaciar su cabeza de los recuerdos y del dolor que acarrean consigo, porque lo que va a hacer merece hacerse como debe. Mira la cajita cerrada por última vez, y reuniendo todo el valor que le queda, abre su regalo.

No pasa nada.

Durante unos segundos, no pasa absolutamente nada.

Y entonces:

Una mota de luz, una pequeñísima nota de luminosidad, toma impulso y asciende desde el interior de la cajita. Se queda suspendida un instante en el aire y entonces, parpadea, viva y clara, como si el sol más pequeñito del mundo tomase impulso para empezar a brillar y entonces, la lucecita se alarga y crece y lo que Brian está viendo ahora es una medusa, una medusa multicolor, de largos brazos como velos, que se hinchan y se agitan. La medusa destella y parpadea, gira sobre sí misma, como si frente a sus ojos el mismo aire se hubiese transmutado en agua y al girar, finísimas estelas de humo se desprenden de su cuerpo y son… notas y árboles verdes, banderas y el sabor de la sal, el mundo visto desde lo alto y música, música, música. La medusa se zambulle en su pecho y Brian siente, ama, ríe, llora, pierde, gana, se mece en la calma, gira en el ojo de un torbellino. Está todo ahí. Cada paso del viaje. Cada instante. Cada momento. Únicos. Infinitos. Gigantescos. Cada segundo de su historia contenido en un grano de arena. Lee Ann, Ese es tu nombre, Lee Ann se transforma cuando reaparece, escapando de su mano por la punta de los dedos, extiende sus alas de mirlo y cuando Brian extiende la mano para tocarla, acaricia su pelaje de lobo. Es la corteza de un árbol, el calor junto al fuego, el sabor amargo y dulce, los restos de tinta de una zarzamora. Es tierra y lluvia y música que agranda la vida hasta hacerla inagotable. Es el cabello suave desprendiéndose de sus dedos y la luna, una noche en la que hay un incendio en las estrellas, es la esperanza del corazón, cuando la noche ya no es oscura. Los olores son imágenes. Las imágenes son notas. Las notas sabores. El sabor es tacto y eco y recuerdo. Y el todo es lo que guarda el corazón en el lugar más profundo, aquello para lo que no hay nombre, porque es a la vez tacto y sabor, y olor, y música y hay magia para la que se desconocen las palabras, porque son demasiadas y no hay palabras suficientes para conjurarla por completo. Pero Brian la siente. La siente y aunque ninguna palabra baste, Brian cree que es capaz, en ese instante, de comprender sus significados y de darse cuenta de que eso es lo que le ha regalado en realidad Justin, algo que es muchísimo más grande que una cajita pequeña que guarda dentro un universo entero.

Termina de golpe, como una vela que se apaga en una ráfaga de viento. Lee Ann se queda quieta, su cuerpo chiquitito hinchándose y deshinchándose, como agotada por el esfuerzo. Cae despacio, como una hoja suelta, hasta posarse en el suelo de la cajita. Pero no se encoge, ni desaparece. Se hace un ovillo contra una esquina y parece quedarse dormida. Brian la acaricia con la yema del dedo, muy suave, y sonríe con los ojos húmedos al notar el tacto templado del cuerpo frágil que se agita. Brian repara en que, doblado hasta hacerse muy pequeño, de un color blanco cremoso, hay un pedazo de papel encajado en una esquina. Lo desdobla con cuidado, temiendo estropearlo y reconoce el material denso del que estaban hechas las hojas del cuaderno del mago.

En el centro hay una sola frase, escrita con caligrafía más clara y más cuidada de la que le ha visto nunca.

"Esto es lo que veo cuando te miro"

(sigue aquí)

!fandom: qaf, ! fic?, !pairing: brian/justin

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