Tabla de Libros
Fandom: Harry Potter
Personaje: Isla Black, Bob Hitchens
Un poco de sol en el agua fría
Lo conoce en la calle, lo conoce en medio de la lluvia y el frío de un Londres que la amenaza, un Londres que es demasiado grande y demasiado horrible para ella -es sólo una niña, una señorita. Lo conoce con una sonrisa amable y un gesto de cabeza. Entre, le dice, se va a mojar.
Y qué puede hacer, Isla Black, salvo seguir al chico al toldo. Se resguardan un tiempo, allí -por suerte, la tienda está cerrada; no hay ningún dueño furioso que les grite o se pregunte por su presencia, ningún otro muggle a la vista, y ella se relaja.
Mal día para que camine por ahí sola, señorita, dice él, de pronto, y a Isla le invade una rabia orgullosa, porque ella sabe cuidarse -sí señor-, porque ella es una Black y qué se creerá el asqueroso animal para decirle algo así, con ese tonillo como de burla.
Una señorita sale cuando le viene en gana. Y va sola siempre que quiere, y él se ríe. Después, se presenta.
Me llamo Robert Hitchens, dice. Tiene una sonrisa galante y un gesto de señor -y a Isla le recuerda a Patrick Parkinson, con esa forma elegante de inclinarse ante ella, y deja que le bese la mano y tarda unos segundos en darse cuenta de lo que es, en realidad, de lo que se oculta tras la sonrisa y los ojos azules -una señorita se fija en esas cosas- y la barba fina y rubia. Muggle, dice algo en el fondo de su estómago, y casi vomita.
Isla Black, responde, sin embargo, porque sus padres le han enseñado que la educación es muy importante, y está atrapada bajo un toldo con un estúpido muggle y no le conviene que se ofenda, en realidad -aún no tiene edad suficiente como para hacer hechizos, así que no lleva la varita encima. Madre se lo ha prohibido expresamente -y sí, puede que el incidente de la última vez tuviera algo que ver. Aún no han podido arreglar los faroles de Grimmauld Place.
¿Y qué es lo que os trae por aquí, señorita Black?, pregunta él, amable; ella, por supuesto, no contesta. En lugar de ello se alisa las arrugas del vestido, le interroga.
En realidad, me gustaría más conocer vuestros motivos, señor Hitchens, dice, muy en su sitio, y él se echa a reír.
Supongo que es de mala educación, ¿no?
¿Necesita una respuesta a eso? Y se le levanta una ceja -el mismo gesto de padre, cuando quiere contener la sonrisa.
Robert Hitchens se ríe más fuerte.
Sois realmente divertida, señorita Black. Además de hermosa.
Y ese es el instante en que sabe que tiene que irse, Isla, porque quizás se está sonrojando -y quién puede culparla; no hay muchos hombres -magos o no- que le hayan dedicado un cumplido así. No hay muchos que la hayan mirado dos veces, tampoco, con la preciosa Elladora siempre junto a ella. Así que sí, debe irse de allí ahora mismo, porque acaba de recordar que el señor Hitchens es muggle y eso le convierte en algo así como en un animal, y qué clase de señorita se relaciona con animales. Así que asoma la cabeza fuera del toldo, y decide que tampoco llueve tanto, después de todo.
Creo que tengo que marcharme, señor Hitchens, anuncia, voz súbitamente fría, aristocrática. Él la mira un segundo, sacude la cabeza.
Permitidme acompañaros, entonces. Y le sonríe de nuevo, ojos azules chispeando y cabello rubio un poco revuelto. Un animal, se repite. Un animal.
No es necesario. De verdad, y ya no sabe cómo hacer para esquivarle, no sabe cómo hacer para que la deje en paz.
No puedo permitir que una dama tan bella sea la única que se moje, ¿cierto?
Le obliga a dejarla en la esquina de su calle. Él protesta, pero ella alude a su honor, al qué pensarían sus padres si la viesen aparecer con un hombre, empapada y llegando más tarde de lo aconsejable. Robert no puede sino ceder.
Y la señorita Isla Black se aleja de él con una leve sonrisa en los labios, aliviada -o quizás no tanto- de no tener que verle nunca más en su vida.
Su segundo encuentro es también fortuito. Él trabaja para uno de los socios de Abraxas Black I -una de las pocas razones por las que se pueden pasar por alto las diferencias de especie, al parecer, es el dinero- y ella sólo realiza la visita de rigor. Le sonríe al verla pasar; Isla se sonroja, finge no conocerle, y él la espera en la sala pequeña de la mansión Smith.
No tendría que haber venido, protesta ella; Robert está aún más guapo con el pelo recogido, y las pequeñas gafas le sientan bien. ¿Es tu familia?, pregunta; Isla asiente.
Claro. Mi padre es socio del señor Smith, declara, ligeramente orgullosa.
Vaya, es lo único que dice él. Al menos, hasta que suelta Creo que tuve suerte al encontraros a vos aquel día, señorita Black. Sois lo más bonito de vuestra casa, desde luego. Y ahí Isla se sonroja, de nuevo, y tiene quince años pero cree que podría llegar a gustarle, ese chico -mayor y más pobre, y muggle, y tiene que recordarse de nuevo Animal, animal, animal, pero no parece funcionar como otras veces.
Me gustaría veros de nuevo, si fuese posible, dice él, tras un silencio. Ella querría negarse, claro, decirle que es absurdo, que no tienen nada que ver y ni siquiera le gusta estar con él, pero no le sale la voz. Aunque no creo que vuestros padres lo aprobaran, ¿no?
No, no lo creo.
Bueno, siempre podéis escaparos, declara, y anota algo en un papel -muggle, nada del pergamino al que está acostumbrada, y el tacto es diferente, más frío, más fino. Le gusta. Mi dirección, susurra, muy cerca de su oído, y no es un comportamiento digno, desde luego, no es un comportamiento socialmente aceptable, pero su aliento le hace cosquillas y es cálido y nunca ha tenido a un hombre tan cerca. Animal. Lo que sea.
Os... esto os va a resultar raro, pero os enviaré cartas, vía lechuza. Y él levanta las cejas, algo sorprendido, y ella cree que va a darse la vuelta y a no mirarla más -y sería absurdo, porque Isla Black es bruja y los magos siempre han estado por encima de los muggles, y tendría que ser al contrario, sin duda. Pero no sucede nada.
Oh, dice él. ¿Vía lechuza? No pensé...
¿No os asusta? Y si le sale la voz un poco más ansiosa de lo que querría, él no dice nada.
Supongo que sois... ¿bruja? ¿Maga? ¿Cómo...?
Bruja. ¿Os lo tomáis todo siempre tan bien? Y él se echa a reír, bajito, e Isla no sabe si sentirse ofendida -todo lo que dice parece hacerle gracia.
Mi hermano era mago. Fue a Hogwarts o algo así, aclara. Recibíamos cartas suyas cada poco tiempo, y la lechuza solía dejarlo todo perdido, y ahora es ella la que ríe -bajito y disimulada, como una verdadera señorita. Así que estaré encantado de recibir vuestras cartas, siempre que vuestra lechuza sea un poco más educada.
Lo es, no le quepa duda, dice ella, aún con la sonrisa en los labios. Y entonces, en un súbito impulso -tan absurdo como el alejarse corriendo de madre y Sirius y Elladora ese otro día, igualmente decisivo en su futuro-, deposita un beso en su mejilla. Y sabe que no es adecuado, sabe que no es lo que debería hacer -es una señorita, y él poco más que un animal-, pero hay veces en que resistirse resulta imposible.
La tercera vez que se ven en persona, Robert -Bob- le abre la puerta de su casa a una Isla magullada, peinado deshecho y sangre en el labio -a padre no le importa usar métodos muggle, de cuando en cuando. Le besa la frente, y ella sonríe -tiene diecisiete años y acaba de huir de casa, y el sol nunca ha brillado tanto sobre Londres.