Tabla de Libros
Fandom: Harry Potter
Personajes: Marius Black, Ursula Black
El ángel caído
El día en que nació Marius, Ursula Black, abuela de nuevo, tuvo un mal sueño. Soñó con el niño, aún en el vientre de su madre, soñó con serpientes trepando por su cuerpecillo diminuto, asfixiándole. Cuando despertó, su hijo Cygnus anunció que tenía un nuevo hijo, un varón.
Fue él quien escogió el nombre. Marius. Nada de tradiciones, esta vez, dijo, de buen humor -siempre fue un hombre afable, Cygnus, mucho más agradable de trato que cualquiera de sus hermanos o sus hijos. Le gustaba cómo sonaba, dijo, tan informal y casi moderno -y ahí la muy señora Violetta comentó que casi parecía un nombre muggle, de esos que se estaban poniendo de moda de nuevo, y Cygnus Black no volvió a hablar sobre el tema.
Marius Black nació pequeño, tan pequeño como en el sueño de su abuela; Pólux no podía hacer más que mirarle con fascinación -al fin y al cabo, sólo tenía dos años cuando Cassie nació, y casi ni la recordaba así de frágil; el nuevo hermano fue algo así como un juguete para los dos. La señorita Black encargaba a los elfos vestirle de gala, de vez en cuando, con los trajes más estrambóticos e imaginativos posibles; el primogénito de la familia se limitaba a lanzarle, cuando sus padres no miraban, arriba y abajo, y a cogerle de nuevo, y a verle reír.
Marius Black siguió siendo pequeño con un año, y con dos y tres y cuatro. Bonito, como una muñeca de porcelana -femenino, también, según su abuelo. Había heredado el carácter taciturno de su madre, el gusto por los libros de su tío Sirius, la presencia física de la abuela Ursula -cabello rubio y ondulado y ojos muy claros, grises. Seguía a su hermano a todas partes, durante el verano, y, mientras Pólux y Cassiopeia estaban en Hogwarts, se entretenía aprendiendo a leer y escribir.
Era inteligente, desde luego. Un chico brillante, decía el abuelo; con sólo seis años ya había leído capítulos de Historia de Hogwarts, con siete descubrió los álbumes dedicados a la genealogía mágica. Ya podría hacer lo mismo, tu Regulus, le reprochaba el abuelo al tío Sirius; éste se encogía de hombros, decía mi hijo tiene tres años. Y luego le enseñaba algo nuevo a Marius, porque el niño prometía -eso lo sabían todos. Sería algo así como un genio, pensaba Violetta, un genio salido de mi vientre. Y eso era bueno.
Días antes de su octavo cumpleaños, nació Dorea Violetta Black, una cosita rosada, llena de arrugas y de un pelo negro que ya entonces apuntaba en todas direcciones. Una hermanita.
Marius Black decidió que la adoraba.
Agradeció a su madre el “mejor regalo de cumpleaños del mundo”, y pidió que le dejaran coger al bebé. Y acunó a su hermana y la dejó juguetear con su pelo, y todo estuvo bien durante un tiempo. Meses. Años.
Dorea hizo estallar un jarrón apenas cumplidos los veinte meses. Ni dos años tenía, y la carísima porcelana china se hizo pedazos, y ella se echó a llorar. Y fue entonces, ese verano, cuando Pólux Black soltó la bomba.
Marius todavía no ha hecho nada.
A los doce años, Marius Black se sabía cada palabra de la Historia de Hogwarts. Podía recitar de memoria todos y cada uno de los hechizos del Gran Atlas de la Magia. Conocía al dedillo toda la genealogía de su familia, sus orígenes y -probablemente- hasta su destino.
A los doce años, Marius Black seguía esperando la carta de Hogwarts.
El mundo se había convertido en un lugar extraño; la casa era amenazadora, y su familia... su familia había dejado de serlo. Madre no le miraba a la cara; padre mantenía que sólo tenía un hijo varón, y Pólux y Cassie se avergonzaban de él. Dorea era muy pequeña para entenderlo todavía, pero ni siquiera ella se le acercaba demasiado. Como si fuese contagioso, una enfermedad.
Tal vez lo fuera.
La noche en que murió la abuela Ursula, Marius estuvo cuidándola. No había nada que hacer, les habían dicho -y tenían razón, por supuesto-, pero, aún así, no quiso dejarla sola. Y ella le habló.
No lo había hecho desde hacía mucho. Desde el día en que cumplió once años y no hubo lechuza en la ventana, desde que el niño genio Marius se convirtió en un paria, un apestado. Un squib.
Tendría que haberte avisado, le dijo. Tendría que habérselo dicho a tu madre, también, cuando eras un bebé. Así...
Abuela, empezó él, pero la anciana no dejó que hablara.
Ya lo había soñado, Marius. Las serpientes... trataban de matarte. Eso. Eso es. No eres como nosotros, no eres como ellas, no eres...
No pudo terminar; el aliento se le fue del cuerpo. Y Marius quiso llorar, Marius quiso hacer como el resto de su familia -hermanos y primos y adultos por igual-, pero no pudo. Lo único que hizo fue sentarse en el suelo, en su cuarto, y repetirse una y otra vez lo sabía. Ella lo supo antes que nadie.
Marius Black huyó de casa con quince años. Seguía teniendo el pelo rubio y ondulado, esa belleza casi etérea, casi de mujer, ese cuerpo débil con que el mundo le había castigado. Murió apuñalado* unos días más tarde -tenía ropas de niño rico y una bolsa llena de oro-, y nadie, nadie quiso saber.
(*Totalmente inventado, sí. Final dramático, que siempre queda mejor. Sé que Sirius se refería a él en los libros, pero no sé si porque seguía vivo o porque nadie sabía si estaba muerto, así que, a mí, me cuadra. Y ya está.)