[BAP | Banghim] calls me home - Cap 2

Nov 24, 2014 15:18

Daehyun había nacido en el año 2281. La vida se desarrollaba de manera normal, pensaba, quizás demasiado rápido o despacio. Todo era relativo y dependía del punto de vista con que se enfocara. Esta estaba dividida en diferentes zonas separando a las personas por sexo, edad y estatus adquisitivo. También era importante la pureza de la raza. Las pocas casas que se habían mantenido en aparente buen estado tras la tercera guerra mundial estaban siendo derribadas por los nuevos liberales, cansados de vivir estancados y regidos por normas sin fundamento creadas por un par de retrógrados que habían conseguido llegar a los más alto a través de sobornos y crueles asesinatos.

Jung Daehyun no apoyaba a ningún bando, no pertenecía a la parte tradicional ni a la revolucionaria y encontraba que ambos extremos tan sólo desembocarían en otra guerra que, probablemente, terminaría de una vez por todas con el planeta Tierra y su despiadado ejército de seres humanos. Bien era cierto que generalizar no era correcto, debía de haber personas inocentes y que desde luego tendrían valores. Pero estaba cansado de buscarlas. Quizás esas personas lo encontrarían a él.

A finales del siglo XXIII los coches no volaban, tampoco el hombre había conquistado Marte y a pesar del pesimismo de antiguos científicos las redes sociales no habían alienado por completo a toda la población. Los que sufrían más dependencia de estas aplicaciones eran los adolescentes, ya que tras varios estudios y pruebas, las personas que superaban la mayoría de edad al entrar en el ejército se olvidaban completamente de ellas. Después trabajaban y servían a su país. Era un ciclo.

Existían sin embargo zonas aisladas a cualquiera de esas leyes uniformes en todo el planeta, eran conocidas como zonas D. El nombre hacía referencia al mineral Diópsido que se podía encontrar allí y simbolizaba el amor y la protección.
Daehyun vivía en la primera planta de un piso deshabitado y sobrevivía trabajando de lo que podía. Su infancia había sido regular y sus padres lo habían criado en el seno de una comunidad feliz en el centro de la ciudad. Pero pronto los demonios interiores aparecieron y su familia, asustada, lo había encerrado en un hospital. Quiso decir no estoy enfermo o No me duele nada pero tenía miedo y su cuerpo temblaba sobre la cama y una luz blanca y nítida lo cegaba.

Sucedió que el pequeño Daehyun desapareció, su habitación estaba vacía y sus padres preocupados. La enfermedad que sufría el hijo de la familia Jung no estaba catalogada como tal en los libros y estudios médicos existentes hasta entonces, no existía un tratamiento, ni siquiera habían observado más casos como el suyo.

Jung Daehyun tenía fiebre, el cuerpo le ardía, la mirada se perdía en el horizonte y entonces su cuerpo se desvaneció. Nada volvió a ser lo mismo. Ya no estaba allí.

La zona D, la bondad natural de la gente, las sonrisas, los sueños y ganas de paz. Su corazón se había fusionado con su mente y en un abrir y cerrar de ojos había viajado…en el tiempo.

- ¡Bienvenido al siglo XXIV!

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Tal y cómo una vez había creído Dalí, al sufrir la muerte de su hermano gemelo Yong Nam, Bang Yong Guk pensó que era una copia de éste y vivía siguiendo los pasos del fallecido. Persiguió los mismos sueños, vistió su ropa y se relacionó con aquellas personas que sabía que su hermano habría aprobado. Intentó dar lo mejor de sí para complacer a sus padres. Ocultó su yo con una sonrisa que disfrazaba todo el dolor que aquella pérdida le había causado.

Recorrió Francia y estudió las más bellas obras de arte. Se perdió entre la multitud y suspiró melancólico en medio del museo mientras analizaba el cuadro de Les Amants de René Magritte. Permaneció horas frente a la obra y se preguntó y contestó desde diferentes posturas ideológicas cuánto de cierto tenían los rumores que asociaban aquella pintura con el suicido de la madre de René.

Todas las grandes mentes habían sido marcadas por un suceso trágico, o al menos eso parecía. Bang se preguntó cómo hubiera sido su vida sin su madre y negó rotundamente con la cabeza asustado. Ya había padecido suficiente.
Si la vida se lo hubiera permitido habría comprado una enorme casa y habría adornado las paredes con las obras de ellos, La persistencia de la memoria de Dalí, El Guernica de Picasso o La arquitectura de tus huesos de Man Ray entre otros.

Sin embargo su pasión por el arte no le había enriquecido los bolsillos de la misma manera que el cerebro. Bang no era un chico pobre pero no vivía con la conciencia tranquila empleando el dinero que sus padres le asignaban cada mes, pensaba que tenía que ganárselo.

Durante varias semanas no cesó en la búsqueda de trabajo y recorrió cada rincón de la ciudad sin hacer pausa. Los días pasaron y aquella primera vez que tanto ansiaba no llegaba, finalmente su padre consiguió que lo aceptaran en una embarcación y allí dio sus primeros pasos como adulto a las órdenes de otro joven que parecía más pequeño que él y muy coqueto.

Con la llegada del invierno las tormentas azotaron el barco y Bang se resfrió; la vida en alta mar era dura y sus inexpertos dedos estaban cubiertos de marcas y llagas de izar y arriar todos los días las velas. Había aprendido a comer todo tipo de pescado y los juerguistas que eran los marineros. Pero aquel chico que parecía un muñeco tan sólo daba órdenes y luego desaparecía. En sus ratos libres, Bang se recostaba en la cama y cerraba los ojos, rememorando un día normal en su vida con la familia, sus obras de arte y la paz que encontraba en las calles de París. Solía anotar en el diario que su hermana Natasha le había regalado todo lo que hacía durante el día. La vida a kilómetros de todo era como un universo aparte, Bang se sentía como un minúsculo punto perdido en la inmensidad de aquella superficie azul.

Con los ojos congestionados y la garganta inflamada trabajó sin cesar, sin recibir ningún cuidado y después de varios días, mientras arriaba las velas, se desplomó en el suelo. Su corazón se había parado y se había despertado en un lugar totalmente diferente.

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La lluvia discurría a borbotones por las alcantarillas y las calles, encharcadas por el agua, asfixiaban a todo tipo de roedores. Con los pies descalzos y la ropa remendada, un pequeño niño de 7 años cruzaba el paso de peatones persiguiendo a su madre.

- ¡Mamá! ¡Mamá!... ¡Mamá…!

Tropezó con un ratón en fases de morir y sollozó asustado, estremeciéndose por el frío.

- ¡Mamá…no me dejes aquí!

Con las manos sucias y los ojos enjugados en lágrimas corrió todo lo que pudo detrás de aquella sombra con forma de mujer, la respiración agitada, su cuerpo temblando, su pequeña nariz llena de mocos y el pelo pegado a su cara. Corrió lo más rápido que pudo, esquivó a cualquier adulto que se entrometiera en su camino y tragó saliva con cada herida que sintió en su cuerpo. Finalmente, tras quedarse sin voz, la perdió de vista. Permaneció paralizado en medio de ninguna parte, sin entender nada, y lloró más fuerte.

¿Dónde vivía? ¿Por qué lo habían dejado allí? ¿Regresarían a buscarle?
Encogido sobre sí mismo y se ahogó con su propio llanto hasta que, hecho un ovillo, perdió la consciencia. Al abrir los ojos no reconoció nada, no sabía dónde estaba, quiénes eran aquellas personas.

-¡Hola! Mi nombre es Moon Jongup -dijo mientras hacía una reverencia con educación y su voz sonó dulce, como una bendición.

Ese fue el primer día, la primera vez que vio a las personas que lo criarían el resto de su vida. Y desde el primer momento Jongup supo, a pesar de su temprana edad, que su familia había desaparecido y que aquellos extraños no serían buenos con él.

Pasaron los años y aquellas personas lo fueron instruyendo en el arte de timar, robar y el asesinato. Aquello último había sido lo más duro que había hecho en su corta vida y siempre que había podido se había negado a hacer el trabajo sucio. Aunque no siempre conseguía zafarse.

Tenía 18 años y vivía como el resto de adultos con los que compartía casa. Parecía un viejo. No tenía amigos, no tenía nada salvo aquel maldito grupo de chiflados. Vivía según las normas del cabecilla de la organización y enfocado exclusivamente en conseguir lo mejor para ellos.

-La traición será castigada con la muerte. No habrá juicios. Aquella persona que falte al honor del grupo lejos de ser expulsado morirá como miembro repudiado de la asociación, y previamente será despojado de todos sus bienes y torturado.

Jongup, con un nudo en la garganta, apretaba contra su pecho la única foto que tenía de cuando era pequeño cada vez que escuchaba la misma advertencia y notaba los ojos de los demás sobre él mirándolo de forma interrogante y frotándose las manos. La foto la había recibido como recompensa a su primer asesinato y era el único vínculo entre su pasado y su futuro. Porque a veces soñaba con encontrarse a sí mismo de nuevo y decirse que tenía que haber corrido más rápido.

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La familia de Youngjae estaba compuesta por su padre, madre y hermana pequeña. Todos estaban muy unidos. Eran un modelo a seguir para todo el mundo.
Sin embargo tenían, de igual modo, la misma cantidad de detractores que fanáticos. Su educación clásica y patriótica no dejaba lugar a dudas ni suponía un peligro para la alta sociedad.

Youngjae era un chico con modales, siempre fiel a su progenitor y retraído. Adonde fuera que su padre iba, si éste le dejaba, iba él también. Vestía de manera elegante y refinada. Muchas mujeres hubieran dado lo que fuera por esposar a su hija con él. Sin embargo, algo fallaba, y era la comunicación. No importaba cuantas lecciones hubiera recibido, sermones, discursos, los labios de Youngjae se sellaban con el tacto de la fresca brisa de las calles y cuando alguien trataba de entablar conversación con él tan sólo gesticulaba, expresaba su agradecimiento a través del cuerpo, sin elevar la voz.

Al amanecer, tras darle un suave beso en la frente a su hermana, daba largos paseos por los alrededores de la casa, admiraba en la distancia su hogar. Estaba fascinado, agradecido, por todo lo que tenía. No sabía cuánto tiempo pasaba mientras se perdía en sus pensamientos caminando una y otra vez por los mismos sitios.

Aquella manera de actuar, la forma en que su garganta se cerraba cada vez que una persona lo elogiaba y quería entablar una conversación con él, todo aquello suponía un problema. Tendría que hacer amigos, encontrar una esposa, tener hijos. Abandonar su hogar para formar el suyo propio.

Cada noche, después de contarle un cuento a la pequeña Yoo, regresaba a su cama preguntándose por qué no podía ser todo tan sencillo como aquello. Como contar una historia. Después se dormía y vuelta a empezar.

Cuando la madre de Youngjae contrajo la tuberculosis, Youngjae tenía 14 años. Fue un duro golpe. Toda la familia se unió todavía más. Su hermana dejó de interesarse por las historias que él le contaba y su padre delegó toda la responsabilidad en él mientras estaba de viaje lejos, muy lejos de aquel lugar.

La presión comenzó a ahondar como un inquilino más en su pecho, creció de manera fugaz alrededor de su cuerpo y lo tumbó en cuestión de meses. Estaba agotado, su cuerpo no tenía las fuerzas suficientes para sobrellevar todos los cargos de su padre y cuidar de su hermana, porque su madre se estaba muriendo.

Lo sabía.

Respirando con dificultad y entreabriendo los ojos, vislumbró la sonrisa más bella que jamás había visto, extendió los brazos y se fundió en un abrazo… con el aire.

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En el año 1410 en la ciudad de Pekín, bajo el poder de la dinastía Ming, la población ya superaba los 200 millones de personas. El emperador Chengzu apuró el Gran Canal que favorecería el comercio y construyó la Ciudad Prohibida, fomentó las artes y realizó numerosos viajes.

Sin embargo en medio de tantos cambios y progresos todavía había costumbres que el pueblo chino no estaba dispuesto a perder o que quizás, solo quizás, prefería pasar por alto. La práctica de la prostitución había evolucionado día a día sin perder sus connotaciones y servicios. Si bien la sodomía estaba mal vista no lo estaba la pederastia.

Poco a poco las concubinas se vieron desplazadas ya que empezó a verse como una distinción de estatus social mantener relaciones con jóvenes apuestos. Y por supuesto ningún hombre que se precie estaba dispuesto a escatimar en gastos con tal de preservar su honor.

En medio de la noche, un día cualquiera, un joven con los ojos oscuros y cabello largo empolvaba su piel para teñirla de un blanco puro que llamara la suficiente atención del hombre más apuesto y que buscara saciar su dosis de sexo y ego.
Su complexión era fuerte pero el hambre y la mala vida lo habían desgastado hasta el punto de ser un saco de anchos huesos, labios secos y piel escamada. Pese a todo daba lo mejor de sí por lucir bello, ocultaba las marcas y mostraba respeto con la mejor de sus reverencias cada vez que un hombre de alta edad entraba en la casa ebrio y gritando a la señora Xie Dong que quería desahogarseinmediatamente.

El joven recordaba cómo eran esa clase de clientes y el daño que hacían. Como después de perder la virginidad entre los brazos de un cuerpo arrugado y apestoso, tras recibir golpes y contener las lágrimas no había vuelto a ver el mundo de la misma manera.

Por suerte su saber estar y su belleza lo habían salvado de seguir por aquel camino y, aunque seguía bajo el mismo techo ejerciendo aquel detestable trabajo, había sido comprado por uno de los jefes más poderosos, y estando éste casado había ordenado que permaneciera viviendo allí.

Esa noche, mientras esperaba a su amo, comenzó a sentirse mal. Tuvo un mal presagio y cuando alzó la vista y sus ojos negros se encontraron con los del señor Delai supo que estaba en lo cierto. Durante las próximas horas su cuerpo fue la diana de cualquier ataque y en silencio soportó todo el dolor para luego abrazarlo y que entre gritos y sollozos aquel hombre mayor y que rezumaba alcohol por cada poro de su piel acabara confesando que había fracasado en su última misión.

- Xiao Ya, perdona a este viejo que no ha pasado por un buen día…

Con el cuerpo cubierto por agua tibia el chico de pelo oscuro lavaba su cuerpo y frotaba cada extremidad sin dejar de estremecerse y pensar en lo último que le había dicho.

Xiao Ya, como lo habían llamado en aquella casa, jamás se había quejado de nada y tampoco exigía saber qué hacían con el dinero que pagaban por él. Simplemente vivía. Repetía una y otra vez las mismas acciones mientras aún le quedaba fuerzas.

Y una noche sin más, su cuerpo se detuvo, contuvo la respiración y viajó lejos. Su yo dejó atrás aquella época y aterrizó en un lugar espeluznante y lleno de peligros.

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Australia era un país nuevo, poco se sabía de sus habitantes y costumbres así como de su origen. Tras la expedición Endeavour, los británicos se hicieron con el poder de la parte oriental de la costa australiana que pasaría a llamarse Nueva Gales del Sur.

Numerosas familias inglesas se trasladaron a la ciudad de Sídney, la familia Choi una más de la lista. Su joven hijo sin embargo, llamaba la atención de todos por su destacada altura y fuerza. Aquel niño era la razón principal de que hubieran sido seleccionados de entre tantas personas para vivir la aventura en aquella tierra lejana.

Junhong medía el doble que la mayoría de los adultos de piel rosada y cabello rubio que le daban órdenes. Su procedencia era coreana y, al contrario que el resto del barrio asiático, su constitución era como la de un joven occidental. De brazos y piernas largos y fuertes, el torso bien definido y espalda ancha. Su voz todavía era suave, como una noche dulce y fresca de primavera.

No tardó mucho tiempo en acostumbrarse a vivir allí, tampoco a trabajar las tierras de aquellos terrenos. El dinero seguía sin ser una gran preocupación mientras su familia fuera bien tratada. A medida que los meses pasaron el tiempo empezó a hacer mella en su cuerpo, no estaba acostumbrado a las altas temperaturas y con frecuencia se encontraba al borde de un golpe de calor. Durante horas trabajaba sin descanso, su piel antes pálida se había teñido de un color dorado que, si no fuera por los ojos rasgados, lo escondían en mitad del campo como uno más de sus compañeros británicos.

Llegó el invierno y las nevadas no tardaron en aparecer. De la misma intensa manera en que sus huesos se vieron afectados por las altas temperaturas, sufrió el frío y, al borde de perder la consciencia, empezó a correr con todas las fuerzas que todavía le quedaban para así sentirse un poco mejor. La velocidad de aquella carrera distaba mucho de su rapidez habitual y sus largas piernas temblaban a cada paso, inestables y agarrotadas. La vista se le nubló por unos segundos y se frotó los ojos, temiendo la oscuridad, desorientado. Buscó a su alrededor con las manos algo fuerte en lo que apoyarse, golpeó con los pies la nieve y su cuerpo se estremeció al contacto con el viento. Finalmente se cayó al suelo.

Susurros a su alrededor comenzaron a llamar su atención. Muy pronto esas voces que le rodeaban empezaron a tomar forma y cuando reconoció la dulce voz de su abuela supo que estaba perdido. Aquella luz, los mensajes, los cambios en su cuerpo. Estaba volviendo a pasar. Y no quería, detestaba viajar en el tiempo.

╰☆╮ Continuará ╰☆╮

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