Feliz Navidad, Mr. Kinney (4ª parte)

May 22, 2019 12:43


Feliz Navidad, Mr. Kinney (4ª parte)

Brian conducía en un estado parecido al sonambulismo. Sus reflejos respondían automáticamente ante los semáforos, los giros y los mil y un detalles habituales del tráfico, sin que ningún pensamiento coherente pudiera abrirse camino entre la espesa niebla que había invadido su cerebro. Acabó deteniéndose en el aparcamiento de su muy exclusivo club deportivo y, casi sin transición, se encontró frente a la sonriente recepcionista.

-Buenos días, Sr. Kinney -saludo la chica.

-Hola, Loreta, buenos días ¿avisas a Sven de que he llegado?

-Sven no trabaja hoy, Sr. Kinney -respondió sorprendida la recepcionista.

“Si me saldrá algo bien esta mañana” pensó malhumorado.

-Tengo reservada hora con él -insistió Brian, cuyo humor, ya bastante nublado, se puso totalmente negro y se reflejó en su cara, ante lo cual la chica empezó a teclear nerviosamente.

-Lo… lo siento, Sr Kinney, pero su hora de masaje está reservada para mañana -murmuró.

-¿¡Mañana?! -Brian estaba a punto de iniciar uno de sus ácidos comentarios sobre la eficiencia de la gente cuando se vio a sí mismo bromeando con Justin.

“-Vale, de acuerdo, iremos a casa de Debbie a celebrar la Nochebuena, pero tendrás que pensar en algo “interesante” para conseguir que vaya lo suficientemente relajado y pueda soportarlo.

-No hay problema -aseguró Justin entre risas- de hecho, no solo voy a ocuparme personalmente del “asunto”, antes de salir de casa, sino que además te voy a pedir hora con el masajista para la mañana.

-Esperemos que Mel también venga relajada ¡no voy a ser yo quién haga todo el esfuerzo! -respondió Brian torciendo el gesto-. A veces creo que Mel sufre envenenamiento por testosterona... -comentó, fingiendo un gesto pensativo.

-¡Tonto! -rió Justin ”

Brian observó a la nerviosa recepcionista y relajó el gesto. La chica no tenía ninguna culpa, pero en un sitio tan exclusivo, la regla de que el cliente siempre tiene razón solía derivar en problemas para los empleados, aunque fueran inocentes.

-Lo siento, Loreta -se disculpó- es cierto. Me he equivocado de día.

La recepcionista sonrió aliviada.

-Sven no está, pero ya que ha venido puedo ofrecerle los servicios de otro masajista, precisamente hemos tenido una anulación a última hora y Liubov está libre -ofreció, ansiosa por complacer.

Brian se iba a negar, pero tampoco es que tuviera dónde ir. Había quedado con Justin en recoger a Gus más tarde, pero en su estado de ánimo actual, no sería una buena compañía. Y no quería cargar al chico con su mal humor. Tal vez fuera buena idea relajarse antes.

-De acuerdo, Loreta, me parece bien -aceptó.

-Enseguida vendrá -aseguró la chica sonriendo de nuevo- puede pasar a la cabina tres e irse cambiando.

Mientras se quitaba la ropa y se envolvía en una toalla, encontró un nuevo motivo para reavivar su malhumor.

“¡A lo que he llegado! -se dijo apenado- Antes hubiera ido directo a la sauna a buscar relajación echando un polvo y ahora me conformo con un masaje ¡Joder!”

No tuvo tiempo de seguir por ese camino porque, de repente, entró en la cabina “LA” masajista. Y Brian se quedó con la boca abierta. ¿Pero no era un hombre? ¿Cómo coño había dicho Loreta que se llamaba? ¿Liubov? ¿Qué clase de nombre de chica es ese?

-Creí que era un hombre -soltó, sin pensar.

-¡Ah! -sonrió la mujer- ¡No sea tímido!

“¡¡¡Tímido!!! ¿¿¿Yo???” -Brian abrió los ojos desmesuradamente, pero consiguió contenerse para no responder gracias a una chispita de orgullo que acudió en su ayuda. No era un niño y no necesitaba justificarse con nadie, -se dijo- y menos con un empleado.

Entonces se fijó en que la mujer lo miraba entrecerrando los ojos, como si estuviera calculando su peso para levantarle. La sensación era muy intensa porque se trataba de una mujer realmente grande y tenía pinta de practicar la halterofilia. Se veía fuerte, poderosa, prácticamente cúbica. ¡La había visto antes! ¡Estaba seguro! En un documental en blanco y negro sobre las mujeres rusas que trabajaban manejando enormes mazos para construir el ferrocarril transiberiano en los años 50… Alejó el pensamiento porque otro más acuciante vino a sustituirlo.

-Tal vez serrría mejor prrrescindir de la camilla -dijo la masajista señalando un futón en el suelo. Y Brian se estremeció. A él ya le gustaba hacer “cosas” en un futón, pero no con alguien como Liubov.

-¿Por qué? -preguntó débilmente (y se abofeteó mentalmente por el tono empleado).

-Usted es un hombrrre grrrande y en el suelo podrrré hacerrr más fuerrrza.

Y durante un segundo Brian se vio doblado en cuatro, con la masajista subida encima, pisoteándole.

“¡Joder! El día empeora por momentos” -pensó aterrado- Será la culminación de un día horrible. Morir aplastado por una valkiria, probablemente lesbiana y…

Y, de repente, ante la mirada atónita de la masajista, (que a buen seguro pensó que se había vuelto loco), se echó a reír a carcajadas. Se rió de la situación, de sus pensamientos absurdos y de sí mismo por haberse dejado llevar por la dramma-queen que llevaba dentro. Y seguía riendo mientras se echaba boca abajo en el futón, dispuesto a recibir un buen masaje, liberado de la ofuscación que le había dominado hasta hacía un momento.

Ciertamente la situación no era agradable y Mel se había pasado siete pueblos -se dijo-. Pero lo había enfocado mal. ¿Desde cuándo le daba él tanta importancia a una cena de Navidad? Se había obsesionado con la cena de Navidad y su incapacidad para solucionar el problema en tan poco tiempo, dejándose contagiar del dramatismo de Michael y los otros. Debía mirar más allá y concentrar sus esfuerzos en lo realmente importante. Y eso no era para nada la cena. Ir o no ir no importaba realmente. Detestaba la idea de darle un disgusto a Deb, pero seguro que sobreviviría. Lo importante… lo realmente importante… era hacer que a Mel se le pasaran, de una vez y para siempre, las ganas de utilizar a su hija como arma arrojadiza contra todos ellos. Él podía permitirse perder la batalla de la cena, porque iba a ganar esta guerra.

-Rrrrelájese -ordenó la masajista y a continuación se apoyó, con todo su peso, sobre una de las muchas contracturas que el estrés del trabajo le había causado en la espalda. Brian oyó claramente un crujido mientras el dolor le atravesaba el cerebro como un cuchillo. Inspiró hondo. Estaba bien. Era lo correcto. El dolor de su cuerpo reflejaba el que hasta hacía un momento sentía en el alma. Iba a recordar ese dolor. Le serviría para enfrentar a Mel. Y esta vez, Mel podía irse preparando, porque la iba a liquidar. Sin piedad. Definitivamente.

Relajó su cuerpo, tal y como le había dicho la masajista, y se concentró en recordar cómo había empezado todo. Era importante recordar los detalles. “Cuando el por qué adquiere poder, el cómo se vuelve fácil” se dijo. Ya tenía claro por qué iba a machacar a Mel. Ahora era cuestión de buscar el cómo...

Nueva York. Varios meses atrás.

Intentaba concentrarse en su nueva campaña. De verdad que lo estaba intentando con todas sus fuerzas, pero un sordo run run a su alrededor le hizo comprender que no había sido buena idea llevarse el trabajo a casa. Y no es que fuera la primera vez. Tanto él como Justin solían trabajar en sus respectivos proyectos en el apartamento de Nueva York. De hecho, había sido habilitado para ello, ya que el trabajo de ambos formaba parte de sus vidas de una manera intrínseca. Algo que solo podían comprender los afortunados que consiguen trabajar en lo que les motiva y satisface.

Tampoco es que Justin hiciera ruido, deambulase por el apartamento, hablase o intentase atraer su atención de alguna manera. En realidad permanecía en un rincón, ojeando revistas desganadamente, suspirando impaciente en sordina y cambiando silenciosamente de posición para intentar arrellanarse mejor en un asiento que, a todas luces, le resultaba incómodo. Lo miró por el rabillo del ojo para descubrirle despatarrado, con una pierna colgando sobre el brazo del sillón, la otra extendida con el talón apoyado en el suelo y el cuerpo retorcido de medio lado, en una de las posiciones más absurdas que podía imaginar para leer (y él, para eso de imaginar posturas, era un crack).

Sintió como la tensión crecía a su alrededor, aunque Justin no se había movido y supo que la tormenta no tardaría en estallar. Así que renunció definitivamente a avanzar en su trabajo y apagó el ordenador, esperando a que lo que fuera a pasar, pasase de una vez. Llevaba tiempo más que suficiente conviviendo con Justin para saber que, si en vez de esperar a que estallara por sí solo, intervenía, Justin se cerraría en banda negando que pasara algo. Y el ciclo volvería a comenzar. Era una de las características de su rubio. Pensaba demasiado. E interrumpirle en sus pensamientos era contraproducente.

Podía predecir los pasos, uno a uno. Los veía venir. A Justin le molestaba terriblemente la conclusión a la que le estaban llevando sus pensamientos y, para desahogarse, pasaría al ataque. Luego se arrepentiría de inmediato y acabaría explicando ¡por fin! qué demonios le preocupaba. Un proceso enojoso pero inevitable, que hacía ya tiempo había decidido aceptar. Después de todo, aguantarle a él, a sus manías y a sus salidas de tono, tampoco debía ser agradable. Y Justin bien que lo hacía.

¡Cristo! ¿Cuándo se volvió tan partidario de la reciprocidad? Bueno, los años no pasan en balde y algo se aprende con el tiempo ¿no? Sonrió para sí diciéndose que en eso consiste ser publicista: En buscar lo mejor de cada caso, para presentarlo de la manera más seductora y/o adecuada. Por lo tanto, él estaba “adquiriendo experiencia”. Nada que ver con el envejeci…

El ruido de la revista, cayendo al suelo, le sacó de sus pensamientos.

-¡Ahí vamos!- se dijo en un susurro.

-¿Quién me lo iba a decir? -soltó Justin, de sopetón y con muy mala leche- ¡Todos estos años me has tenido engañado! ¡Los últimos estudios científicos demuestran que tú, Brian Kinney, eres de lo más femenino!

“La cosa tiene que ser gorda” -se dijo Brian, que aunque ya se esperaba una salida disparatada, se sintió molesto por el tono. Ese mismo comentario, en tono de broma, hubiera sido el preludio de un intercambio jocoso que acabaría, irremediablemente, en una sesión de sexo por todo lo alto; pero dicho con el tono agresivo y acusador con que había sido pronunciado, iba dirigido directamente a hacer daño y a buscar pelea con un ataque gratuito e inmerecido.

-¡Ah! ¿Sí? -a pesar de todo, Brian consiguió responder con voz calmada, mientras se volvía en su silla giratoria, para enfrentarlo- ¿por qué lo dices?

Justin ya había perdido el ímpetu inicial y la tranquila respuesta lo medió desarmó, pero era demasiado cabezón para reconocer, tan pronto, que estaba descargando su mal humor con quién no tocaba.

-Dos estudios, uno de la Universidad de Tufts y otro de la de Toronto concluyen que cuando las mujeres están ovulando pueden percibir la orientación sexual de los hombres con solo mirarlos. Si lo unimos a que la Universidad de Wisconsin ha demostrado que no existe el gay-radar… ¿qué tengo que pensar? -preguntó Justin, manteniendo a duras penas el tono enojado.

Brian lo contempló unos segundos sin decir nada. Primero, porque cualquier cosa que dijera podría ser (¡y sería!) utilizada en contra suya. Y segundo porque… ¿Qué cojones…? Inspiró hondo.

-¿Qué las universidades no saben en qué gastar su tiempo y dinero? -sugirió irónicamente, adelantando la barbilla.

Justin sonrió desvaídamente mientras se encogía de hombros, sin acabar de entender su propia animosidad ni la polémica que había iniciado.

-¿Te preocupa algo? -se interesó Brian, cambiando de tema para ir directo a lo que le importaba, cansado ya de los preliminares. Y vio el cambio de actitud de Justin al empezar a hablar de lo que realmente le estaba carcomiendo.

-El bebé subrogado… la madre… -Justin balbuceaba de forma inconexa, esforzándose en expresar sus preocupaciones de forma ordenada, pero le costaba- me siento… culpable.

Brian no entendía nada y la sorpresa le hizo abrir los ojos desmesuradamente.

-¿Culpable? ¿Tú? ¡¡¿De qué?!! -preguntó.

-¡Vamos a comprar un bebé! -soltó Justin por fin.

-¡No vamos a comprar un bebé! -rebatió Brian- ¡Vamos a engendrar un bebé!

-¡Oh, vale! -Justin por fin podía dejar salir lo que le estaba atormentando y respondió con vehemencia- Vamos a buscar una mujer para que geste un bebé y cuando nazca nos lo llevaremos y le vamos a dar un montón de dinero a cambio. ¡Eso se llama comprar!

-¡Y una mierda! -respondió Brian, enfadado- Vamos a proporcionar un embrión a una mujer que va a gestarlo a cambio de una remuneración por su trabajo, y por el tiempo, riesgos y molestias que conlleve realizar ese trabajo. Y a eso se le llama contrato laboral.

-¡Tú lo ves muy fácil! -acusó Justin.

-¡Y la madre subrogada lo ve exactamente igual! -contestó Brian.

-¡No puedes saber eso!

-Puedo, si se lo pregunto. Podemos preguntárselo ¿recuerdas? La agencia nos permite conocer a la madre y hacerle las preguntas que queramos antes de contratarla.

-¿Y si miente? -se apresuró Justin a replicar- ¿Y si se siente obligada? ¿Y si sólo lo hace porque no tiene opción? ¿O por qué es demasiado pobre para encontrar otra salida? Le habremos quitado un niño que ha estado cuidando, alimentando, sintiendo crecer en su interior, durante nueve meses, un niño que ya es más suyo que nuestro…

Brian inspiró hondo, mientras contemplaba a su pareja, apenado. Aquello no lo había previsto. Él ya sabía que Justin era muy sensible pero no lo había previsto. Es mi culpa -se dijo.

La salida fácil era contestar ¡Pues no lo hagamos! Y desentenderse. Pero él sabía (sentía) lo mucho que ilusionaba a Justin tener un hijo y no iba a renunciar a verlo feliz. Ni siquiera si los obstáculos los ponía el propio Justin. Y a él también le hacía ilusión ¡qué demonios! Así que solo pararía de insistir si era el mismo Justin quién lo decidía finalmente porque creía de verdad que no… espera… espera un momento… Justin estaba más que convencido de que quería ese hijo ¿qué o quién le había hecho dudar?

-Vayamos por partes -propuso calmosamente, a pesar de que su cerebro iba a 100 por hora- Si miente diciendo que le parece bien y no es verdad… pues le decimos al de la agencia que nos proporcione una madre que ya lo haya hecho antes sin haber caído en depresión o dudas, así tenemos una seguridad adicional de que para ella es solo un contrato ¿te vale?

-Sssíiii -accedió Justin dubitativo, como a regañadientes- podría valer.

-Y podemos intentar averiguar si se siente obligada o para qué quiere el dinero, no tenemos por qué fiarnos solo de la agencia, ni de ella. No es un problema investigarla.

Justin valoró la propuesta, asintiendo lentamente.

-Supongo que podríamos hacerlo -admitió-, pero… ¿no tienes escrúpulos? Estamos utilizando a una persona, a un ser humano, como si fuera un simple… ¡recipiente!, como si sólo nos importase de ella el útero que va a hacer un trabajo.

-¡Claro! -respondió Brian- Y cuando contratamos un mecánico o un electricista no estamos utilizando a un ser humano como si fuera solo un par de manos que va a hacer un trabajo, ¡qué va! Nos interesa enormemente saber cómo se siente mientras repara un enchufe o cambia el aceite del coche ¡No te jode!

-¡No es lo mismo! -rebatió Justin levantándose enfadado- Ella está usando su cuerpo...

-¡Ah! Porque usar las manos para ganar dinero está bien, pero usar el útero para lo mismo está mal… claro, porque las manos no forman parte del cuerpo ¿cómo no lo había pensado? -ironizó Brian.

-Tener un hijo no es como arreglar un motor. Tiene un componente de riesgo muy grande y ¡hay un montón de cosas que podrían salir mal!

-En cambio, ser minero o bombero, es una bicoca porque nada puede salir mal. ¡Justin! Si tienes algo que decir, dilo de una vez y deja de soltar eslóganes por favor. Primero me acusas de ser femenino y ahora te conviertes en un panfleto feminista... ¡Eh! -Brian le acusó señalándole con el dedo, cuando la idea le iluminó como un rayo- ¡Has estado hablando con Mel!

-No, bueno, sí, bueno… ¿Y qué si he estado hablando con Mel? ¡Ella es mujer! Entiende de estas cosas -se defendió Justin.

-¡Claro! Y por eso, cuando pensaba que no podía tener hijos por sí misma, se dedicó a perseguir a Linds para que los pariera ella. ¡Hablando de presiones!

-No… no puedes culparla por querer tener un hijo.

-¡Pues tú bien que te culpas!

-Me… me estás confundiendo -murmuró Justin.

-¿¿Yo?? ¿Yo te estoy confundiendo? -a Brian le molestó más esa acusación que todo lo que se había dicho antes- Yo solo quiero que hagas lo que quieres hacer y tengas lo que quieres tener.

-¿Aunque eso signifique…

Justin no pudo acabar la frase porque el móvil de Brian sonó en ese momento y la vista de ambos se dirigió hacia él.

-Ya saltará el contestador -dijo Brian molesto por la interrupción-. Acaba la frase. Aunque eso signifique ¿qué?

-¡Coge el teléfono! ¡Joder! Tengo que pensar… -murmuró Justin, dejándose caer de nuevo en el sillón y sujetándose la cabeza con ambas manos.

Brian cogió el teléfono con un gesto de irritación (número desconocido) y contesto bruscamente.

-¿Si? … Sí, soy Brian Kinney. Sí… es mi hijo… ¡¡¡¿¿Detenido??!!! ... ¿Alteración del orden? … ¿Daños a la propiedad? … … ¿¿¿Fianza??? ¡Voy enseguida! ¿Está bien? -preguntó ansiosamente- … … Vale, de acuerdo. Estoy allí en… tres horas, cuatro lo máximo- respondió tras escuchar con avidez.

Justin se había acercado impaciente al oír a Brian.

-¿Qué ha pasado? -preguntó preocupado.

-Han detenido a Gus en un sitio llamado Mifflinburg -respondió Brian mientras recogía su cazadora y las llaves del Corvett -¿Vienes?- preguntó.

-¡Pues claro! -dijo Justin recogiendo también sus cosas para seguirle- ¿Lo dudabas? Por cierto ¿Dónde queda Mifflinburg?

-Ni idea, buscaremos en el Google -Brian renunció a las llaves del Corvette, que solo tenía dos plazas, y cogió las del Rover- ¡Vamos!

qaf 2015

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