Feliz Navidad, Mr. Kinney (5ª parte)

Mar 27, 2020 20:51



Sin necesidad de hablarlo, ambos habían evitado continuar discutiendo sobre la paternidad subrogada. Estaban demasiado preocupados elucubrando sobre los motivos por los cuales Gus podría haber sido detenido. Era sorprendente. El chico nunca había dado problemas, aparte de alguna rabieta tonta achacable a la pubertad. Y que ellos supieran, no tenía nada que ver con ese sitio. Mifflinburg, un pueblo con apenas 3000 habitantes, de los cuales, al menos una cuarta parte eran ¡amish! ¿Qué podía estar haciendo allí?

Brian llevaba más de tres horas conduciendo y le dolían los brazos por la fuerza que ponía en apretar el volante, mientras daba vueltas y vueltas en su mente a la situación ¡Maldición! ¡Gus detenido! ¡Pero si solo tenía quince años! ¿Qué podía haber pasado?

Justin cortó la comunicación del móvil por el que estaba hablando y miró incómodo a su pareja.

-No te va a gustar -dijo-. Mel y Lindsay van también camino de Mifflinburg.

-Suponía que Linds lo haría en cuanto la avisasen -respondió Brian-, me sorprende que Mel venga. No sabía que estuviera en Pittsburgh.

-Y Michael, Emmet y Howarth las acompañan -prosiguió Justin-. Llegaremos todos casi al mismo tiempo.

-¡Joder! -se quejó Brian, golpeando el volante con la palma abierta- Solo faltan Ted y Ben y ¡ya tenemos la troupe completa!

-Lindsay es la madre de Gus, Mel es abogado y… Deb también ha sido detenida, junto a Gus… ¡Mira al frente! -exigió cuando Brian se lo quedó contemplando boquiabierto.

-Tal vez ha robado un coche para pavonearse delante de los amigos -sugirió Justin dubitativo, ya que no se le ocurría nada más.

-Gus no es así -rebatió Brian- no se pavonea delante de nadie. Nunca ha necesitado hacerlo. Y Deb no se lo hubiera permitido.

Justin asintió. Había hablado por hablar, porque no podía imaginar nada que Gus hubiera podido hacer que mereciera una detención. Con Deb, la cosa cambiaba, claro, aunque tampoco…

-Tal vez sea Deb quién se ha metido en un lío y Gus, por defenderla… -sugirió, y Brian sacudió la cabeza poco convencido.

-Deb puede ser bocazas e irritante, pero ¿Qué puede haber hecho para que la detengan en un pueblo de granjeros? ¿Insultar a una vaca? Esto no es la India ¡joder!

-No pensemos más -liquidó Justin el asunto- Esto es Mifflinburg y allá está la oficina del sheriff. Ahora lo sabremos… ¿Crees que llevas suficiente para pagar la fianza? Si no, he visto un cajero a la entrada del pueblo y puedo sacar yo con mis tarjetas si las tuyas se agotan. Es una lata que no te dijeran de cuánto era la fianza.

-Aún no había llegado el juez de guardia. Se ve que lo comparten entre varias poblaciones porque un solo pueblo no da suficientes delitos para tenerlo fijo -respondió Brian, mientras aparcaba.

Bajaron del coche y, antes de entrar, Brian inspiró hondo y adoptó su actitud de mando, esa que emanaba confianza y lo situaba, inmediatamente, por encima.

-Buenas noches, soy Brian Kinney, el padre de Gus Peterson y vengo a pagar la fianza de mi hijo -directo al asunto- ¿Con quién tengo que hablar?

-Buenas noches -el hombre uniformado se acercó al mostrador sin sonreír, saludando secamente mientras lanzaba una mirada de disgusto al caro traje de Brian- soy el sheriff Rogers. Puede ir rellenando los papeles, mi ayudante le dará un recibo por la fianza. Voy a buscar a su hijo -informó cogiendo un manojo de llaves y dirigiéndose a la parte trasera de la oficina.

Brian encajó la animosidad de los dos policías de la oficina con una indiferencia aprendida tras años y años de aguantar desprecios en su propia casa y empezó a rellenar el formulario mientras Justin se ponía nervioso por las miradas atónitas que lanzaban aquellos dos al lema de su camiseta (I’m here!, I’m queer!, now get me a beer) y se maldecía por no haberse cambiado antes de salir, preocupado por si el hecho de ser gay podía perjudicar a Gus.

El policía volvió solo, con una extraña mueca en la cara y, con cierto retintín, explicó.

-Dice que no quiere salir si no sale con él su abuela.

Brian apretó los ojos y la mandíbula un instante, antes de hablar.

-¿Cuánto por la abuela? -preguntó, como si estuviera comprando una cabra. Y Justin se sobresaltó al percibir, en su inflexión de voz, toda la irritación que estaba acumulando.

-Lo… lo mismo -respondió sorprendido el sheriff ante ese tono.

Brian echó una mirada rápida a su cartera.

-Vamos al cajero -dijo dando media vuelta y dirigiéndose a la salida- No llevo suficiente para los dos.

Apenas salieron, vieron aparcar dos coches junto al suyo y un Michael, con los pelos de punta, se abalanzó sobre ellos en cuanto bajó.

-¿Qué ha pasado? ¿Eh? ¿Qué ha pasado? -exigió.

-¿Por qué le preguntas a Brian? -se mosqueó Justin- Acabamos de llegar, igual que tú.

-Tranquilo, Michael -intervino Howarth- Vamos dentro y que nos lo expliquen.

-¿Lleváis efectivo? -preguntó Brian- si no, iremos al cajero a sacar.

-No te preocupes Brian, yo me ocupo del pago -aseguró Howarth. Y todos entraron en la oficina.

-Sí que se ha dado prisa… -se cachondeó el ayudante, aunque calló de golpe al ver la cantidad de gente desconocida que llenaba el pequeño despacho.

-¿Qué se le ofrece? -preguntó dirigiéndose a Lindsay con aire de conquistador e ignorando a los demás.

-Somos la familia de Gus Peterson y yo, además, soy su abogado -se explayó Mel, interponiéndose- Y puesto que Gus tiene quince años y por tanto es menor, espero que haya sido tratado de acuerdo con lo que determina la ley para su edad.

-Mire, “a bo ga do” -el sheriff decidió que aquel era su territorio y aquella gente no le iba a achantar, así que hinchó el pecho, colocó los pulgares en el cinturón y sonrió con superioridad- Esto es una oficina pequeña porque aquí, prácticamente, NADIE incumple la ley, no como su “de fen di do”. Y además, es mi oficina, ¡así que no me venga con exigencias! Suerte han tenido de que el juez haya decidido ya la fianza y no les haya hecho esperar hasta que pueda venir personalmente, en persona, a dictarla. Aquí no tenemos los lujos a los que ustedes están acostumbrados cuando los detienen en… ¿De dónde han dicho que son? -preguntó despectivo.

-De ciudad -respondió Brian, cortante, harto ya de tanta tontería, mientras recogía el recibo- Hemos pagado las fianzas. Quiero ver a mi hijo y él -dijo señalando a Michael- quiere ver a su madre. ¡Ahora!

-Los verán -aseguró el sheriff intercambiando una mirada de cachondeo con sus ayudantes antes de dirigirse de nuevo al interior- ¡Ya lo creo que los van a ver! ¡Como para no verlos!

Y los ayudantes se echaron a reír a carcajadas, haciendo que todos sintieran un escalofrío.

-¿Qué ha querido decir? -exigió Howarth, molesto.

-¿Es usted la madre? -preguntó el tenorio a Lindsay ignorando la pregunta.

-¡Somos las madres! -replicó Mel, enfadada- Y ellos son los padres -añadió señalando a Brian y Justin con la barbilla.

-Entiendo -respondió el ayudante renunciando a la conquista- pero la verdad, no veo el aire de familia.

-Eso es porque el chico ha salido a la abuela -intervino el otro, riendo.

-Cierto -convino el frustrado ligón echándose a reír también- es clavadito a ella.

Brian había pasado no hacía mucho la revisión médica anual, y el doctor le había reiterado, una vez más, su magnífico estado de salud. “Algo verdaderamente notable -aseguró- teniendo en cuenta la forma en que había abusado de su cuerpo durante tantos y tantos años”. Así que, de todas las enfermedades o formas de morir en las que había pensado alguna vez (y habían sido muchas, especialmente en la época del cáncer), nunca se imaginó sufriendo por un problema cardíaco. Su corazón lo resistía todo. Durante años creyó (porque así se lo había dicho todo el mundo), que era porque no le afectaban los sentimientos. Cuando a otros les dolía, a él, su corazón le seguía realizando eficientemente la función de bombear la sangre, sin alterarse. Justin y Gus vinieron a cambiar su percepción de los sentimientos y le hicieron sentir de todo, bueno y malo. Pero el músculo, como tal, continuó funcionando correctamente.

Hasta ahora.

Había vuelto la vista hacia los policías, con preocupación al oírlos reír sin un motivo concreto, y se perdió la entrada de Deb y Gus por la puerta que llevaba a las celdas. Pero supo de inmediato que algo extraño sucedía cuando el silencio llenó la habitación, tras una aspiración conjunta de todo el grupo. Se volvió, los miró y… entonces lo sintió. Su corazón perdió el ritmo y se quedó quieto en el “tic”, a la espera de un “tac” que no llegaba. No podía respirar y durante un segundo eterno aguardó a que un agudo dolor en el pecho le avisara del infarto. Luego, como en un sueño, oyó la voz de Michael.

-Q… q… qu… qué… ¡¡¿Quéééééé?!! -gritó Michael

-¡Mira! -rió el policía aguantándose la barriga, y dirigiéndose a su compañero que se mondaba en su silla- ahora sí que se nota el aire de familia. Jajajajajaja

Dentro de la cabeza de un enorme pollo amarillo limón, los ojos de Gus le miraban asustados. Y a su lado, otro pollo igual de amarillo pero sucio y con la cresta medio arrancada, debía haberse tragado a Deb, porque la oía hablar desde su interior.

-¡Ahí los tiene- dijo el sheriff entre carcajada y carcajada- son todo suyos.

qaf 2015

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