Post rapidito, reto semanal para el Torneo de LMF.
Título: Abandono
Fandom: Avatar: Last Airbender
Claim: Azula/Mai
Advertencias: Se puede tomar como yuri. Bastante amorfo e impreciso.
Palabras: 423
Resumen: Para la princesa que había sido dueña de todo, el peor castigo era la indiferencia.
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Había perdido la cuenta de cuántas veces la habían llamado monstruo. Antes de que se lo dijese Zuko no le habría prestado atención, ya que las manos que se iban a manchar castigando al insensato seguramente ni siquiera fueran las suyas. Pero después de que el príncipe (o Señor del Fuego, que era como había que llamarle ahora) le llamase así, cambiaron muchas cosas. Cambió la cantidad de personas que se lo decían, la variedad de sus ropas, sus edades, el atrevimiento y el desprecio de su voz. Y cambió también la manera que tenía ella de apreciar la palabra.
Porque, aunque Azula no lo admitiría jamás, ese odio la alimentaba. Necesitaba cada insulto, cada mirada de rabia. Sin ellos, sentía que perdía sentía que perdía su conexión con el mundo, se sentía abandonada a su suerte, vacía. Porque como dijo aquel sabio, siempre es preferible que hablen mal de ti a que no hablen.
Indiferencia. Ese era el peor castigo para la que fue Señora del Fuego durante unas horas, que tuvo el mundo y lo perdió. La indiferencia que percibió de su madre y la indiferencia que le profesó Mai tras declararle no se quedaría con ella. En sus innumerables visitas a palacio (siempre con el mismo resultado: con su intento de parecer impasible derretido, alguna crisis nerviosa y durmiendo lejos de su cama aterciopelada) siempre, siempre acababan viéndose. O, mejor dicho, sólo la veía ella. Desde que Mai había cortado todos sus lazos con Azula, ella ya no existía. Aunque la mirase no podía verla, aunque la tocase en realidad no la estaba tocando. Y eso era más de lo que Azula podía soprotar. La princesa destronada la cogía de los hombros y la zarandeaba, intentaba infundirle un miedo que ya no le provocaba, le gritaba hasta que se quedaba afónica y después lloraba. Mai, impasible, esperaba a que le cayera la última lágrima y a que ella la abofeteara. Después Azula se iba, convencida de que no volvería, pero convencida también de que eso era mentira.
Por eso, Azula sabía que el odio que se había ganado a lo largo de los años se había convertido en la única razón por la que aguantar un día más, la razón para enfrentarse a esas gigantescas puertas, para encarar una vez más esos ojos castaños buscando la más mínima señal de desprecio, de rabia o quizás de esa amistad extraña que a pesar de todo las había mantenido juntas tanto años. La única razón para seguir buscando el reconocimiento de alguien que la odiaba tanto que incluso había dejado de odiarla.
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