¡¡Feliz Amigo Invisible, 16041987!!

Jan 04, 2009 19:26

PARA: 16041987
DE PARTE DE: Amigus anonimus

Titulo: Vida nueva
Pairing/Personaje: Harry/Draco
Resumen: Si te anunciaran que te quedan unos pocos meses de vida, ¿qué harías?
Rating: NC-17
Disclaimer: Harry Potter, Draco Malfoy y todos los demás pertenecen a J.K. Rowling.
Adevertencias: Slash, M-Preg


Notas: Agradecimientos a Gaia y a Duare, por organizar el reto navideño y por tener paciencia conmigo. A las amigas que me escucharon: MJo, Mila, San y Bea. Especialmente a Bea, por ser mi beta y aconsejarme tanto. Con cariño, y algo de temor, para Angeline

Hacía menos de dos horas aquel chico rubio de unos veintidós años de edad se había sentido completamente atemorizado: acorralado en un estrecho callejón por unos pocos jóvenes, de inmediato había entendido que escapar era imposible. Antes de que pudiera siquiera ver el rostro de alguno de ellos, había sido cegado y enmudecido por un par de maldiciones, y tan pronto como empuñó su varita fue desarmado. Luego, comenzaron a aporrearlo como si se tratara de un saco de boxeo… Su situación actual era diametralmente opuesta.

Tras haber sido encontrado precisamente por “él”, de entre todos los magos que pudieron pasar por la desierta calle en la que había sido atacado, ahora se hallaba en su dormitorio por primera vez. Confundido. Mucho. En realidad ambos lo estaban en extremo. Y si, además de confuso, aquel joven de cabellos oscuros estaba que ardía, tanto de deseo como de rabia, el rubio se hallaba tan desconcertado por la totalmente inesperada actitud del otro que apenas podía aclarar algunas de sus ideas.

Pero aunque la expresión del moreno inquietara un tanto al rubio, aún así, era una gran suerte que justamente él fuera quien lo halló tirado en aquella acera, inconsciente, cubierto de sangre y de una pequeña capa de nieve, que había comenzado a caer sobre el pueblo minutos atrás. Ya que si se hubiera tratado de otra u otras personas probablemente, en vez de una sensación creciente de impaciencia y deseo, hubiera experimentado un intenso terror.

Pero, ¡gracias a Merlín!, era él quien lo había socorrido. Justo la persona que lo tenía hipnotizado desde hacía años; aquella que, sin venir a cuento, invadía su mente con frecuencia; la que era capaz de enojarlo y fascinarlo a un tiempo; la que conseguía que, al verle, todo lo que no estuviese a su alrededor desapareciese; aquella persona en la que, en definitiva, pensaba en sus momentos de mayor intimidad.

Así que, aun cuando anteriormente no se había dejado seducir por el primero que se le insinuara- de hecho jamás se había dejado seducir por nadie-, en este caso ni se molestó en parar a esa persona ni en intentar descubrir por qué estaba actuando de tal manera. El moreno lo deseaba ardientemente en esos momentos y no pensaba dejar escapar esa oportunidad, sin duda irrepetible, de probar en la realidad lo que su mente muchas veces había recreado para él.

Aunque tal vez fuera un sueño… como especuló el rubio en más de una ocasión antes de sumergirse por completo en ese fuego abrasador que lo dejaba confuso y que ahogaba cualquier temor que lo hubiera dominado antes. Ahora sólo lo poseía el moreno: sus manos y sus labios, sus jadeos y susurros, sus ojos casi negros por la lujuria que, sin embargo, mostraban la rabia de saberse perdido,…

En lo más profundo de su ser, el rubio lo sabía: él era el único que anhelaba completamente esa unión. El moreno, en cambio, había sido vencido en cuestión de minutos por una fuerza invisible que procedía del otro, haciéndolo enloquecer, jalándolo sin piedad junto a la fuente de la que emanaba.

-Malfoy- jadeó el joven de oscuros cabellos junto al esbelto y pálido cuello de éste.

Tal vez fue por oír su nombre siendo pronunciado de esa manera por él, o porque justo en ese instante sus cálidas manos estaban introduciéndose por debajo de su ropa interior, rozando con las yemas de los dedos el inicio de sus nalgas o, con mayor seguridad, por ambos… en cualquier caso, fuera por lo que fuese, Draco Malfoy jadeó a su vez y apretó entre sus dedos los hombros en los que se apoyaba. Lo excitaba sobremanera.

Cuando volvieron a unirse en un apasionado beso, el otro joven se inclinó sobre Draco, haciéndole perder el equilibrio- nada difícil, en verdad, pues en esos momentos sus piernas eran tan firmes como la gelatina- y retroceder un par de pasos para evitar tropezar y caer. Draco fue a dar con su espalda contra la pared, y gimió de dolor en el acto; no era sólo el súbito contacto con la fría superpie, sino que además se había golpeado una de las heridas que aún no había curado su compañero.

-Lo… sien… to- logró murmurar éste, tras haberse separado bruscamente, como si Malfoy le hubiera dado un fuerte empujón-. Mejor… cama- jadeó, sus ojos fijos en los labios del rubio.

Draco asintió y se dirigió tambaleándose ligeramente hacia la cama de matrimonio que se hallaba a metro y medio, en el centro del dormitorio. Se sentó en ella con cuidado, consciente de que un movimiento brusco podría recordarle dolorosamente dónde se encontraban los cortes y hematomas aún sin sanar.

Tembló de frío, mientras fijaba una vez más sus ojos de color gris en los del dueño de la casa, y un pensamiento repentino lo asaltó. En sus fantasías las cosas no ocurrían así; él solía ser el que tentaba, el que incitaba a dejarse hacer, el que exploraba y enloquecía… en resumen, el que mandaba.

No obstante, el moreno impidió que siguiera reflexionando, pues se inclinó rápidamente sobre él y agarró con sus manos sus desabrochados pantalones y su ropa interior. Aquello pilló tan desprevenido a Draco que, cuando el otro le ordenó que levantara su trasero lo hizo de inmediato, apoyándose en las palmas de sus manos para que los brazos sostuvieran su peso momentáneamente. Se quejó por lo bajo: había olvidado que tenía un profundo corte en la mano derecha, y al moverse también había sentido una fuerte punzada en la herida que quedaba sobre su omoplato.

Las botas impidieron que las prendas fueran quitadas por completo, así que el joven de cabellos oscuros empezó a desatar los cordones con urgencia al tiempo que refunfuñaba improperios por no saber dónde se encontraban sus varitas. Luego, tras dejar caer las últimas prendas de Malfoy al suelo, se quitó toda su ropa: jersey, camiseta, pantalón y bóxers, todo en un tiempo récord. Mientras tanto Draco lo contemplaba medio atontado, admirando aquel cuerpo, sin ser consciente de que estaba reteniendo el aire en los pulmones.

Realmente su antiguo compañero de colegio había cambiado, y a Draco le costaba creer que estuviera completamente desnudo ante él, untándole pomada en una de sus espinillas, en la cual había recibido una o varias de las tantas patadas que le habían propinado.

-Aw- jadeó.

Al hacerlo, su compañero alzó la mirada, tan dura como intensa. Y fue en ese instante cuando Draco cayó en la cuenta: no era el único que estaba sufriendo. Su compañero estaba demasiado excitado, y llevaba un buen tiempo conteniéndose… por él. Lo delataban la mandíbula fuertemente apretada, la fina capa de sudor que, una vez más, humedecía su frente, la respiración agitada, así como la forma en la que se sostenía sobre la cama, la mano izquierda crispada, hundiendo los dedos ferozmente en el colchón. Y pese a todo, la mano derecha se deslizaba suavemente sobre él, formando círculos sobre las heridas de sus piernas.

-Ya está bien- murmuró Draco en ese momento. Nuevamente esos ojos lo taladraron.

-Aún tienes otras heridas- aquella voz sonó ronca-. En la espal…

El moreno se detuvo al ver cómo el otro acercaba su rostro al suyo. Siguió el curso de los labios de Draco hasta que estuvieron demasiado cerca para observarlos. Entonces, cerró los ojos y cortó la poca distancia que aún quedaba entre ambos. Besó con pasión, medio asfixiado, sujetándose aún a la cama y también a la cintura de Malfoy.

Terminó el beso y se separaron brevemente, para tomar aire. Tras volver a unirse, el moreno se apoyó en sus rodillas y, no necesitando ya las manos para mantener el equilibrio, localizó a ciegas el bote de crema y hundió dos de sus dedos en él. Con ellos, extendió la pomada en su palma izquierda.

Al poco, Draco notó cómo la punta de los dedos de su compañero le rozaban el hombro. Sintió un grato cosquilleo mientras éstos se deslizaban hacia abajo, hasta el codo, y aún más allá. Los dedos aminoraron la marcha al llegar a la muñeca y, lentamente, la palma del moreno fue uniéndose con la suya. El pulgar masajeó sobre el corte que Malfoy tenía ahí, y aquella tranquilidad contrastaba sobremanera con el beso que compartían, ansioso, casi feroz. A los pocos segundos, sabiendo que el corte ya debía de haber cerrado, el moreno separó mano y labios y ordenó a su nuevo amante que se echara bocabajo sobre la cama.
Antes de colocarse junto a Malfoy, el moreno volvió a tomar algo de pomada en sus dedos y dejó el botecito sobre la mesilla de noche. Ya en la cama, acarició sobre la que creía era la última herida por curar. Ante sus ojos, la piel se fue cerrando, dejando como única evidencia de la anterior incisión un pequeño resto de sangre. Entonces, suspiró. Apoyó la húmeda y cálida frente entre los omoplatos y dejó al fin que su cuerpo respondiera con libertad a ese indescriptible, intrigante e incitante olor que provenía de Malfoy. Besó y lamió entorno a la columna vertebral, mientras con su mano derecha, ahora apasionada, exploraba la textura y las curvas de aquel cuerpo.

Draco gimió al sentir aquel candente recorrido sobre su nalga. Y el moreno, aún sin dejar de repartir besos, admiró por unos segundos el trasero de Malfoy; de color lechoso, redondeado y respingón. Demasiado bonito para ser de un hombre. Dejó que dos de sus dedos se perdieran por el canalillo… Sus ojos se abrieron más, casi imperceptiblemente, al dar con lo que buscaba y Malfoy gimió de puro éxtasis al tiempo que, de forma automática, se arqueaba, alzando las caderas, los hombros y la cabeza. Y mientras sus ojos grises se encontraban con los de su amante, barbotó:

-¡Potter!

Sin romper el contacto visual, Draco giró sobre sí mismo hasta quedar de espaldas, y tendió su brazo derecho en muda invitación. Durante el siguiente beso, Draco acarició el sempiterno cabello revuelto de Potter y, aún después de que éste descendiera hasta su mandíbula y pasara luego a besar y mordisquear su cuello, continuó con la mano enredada allí por un largo tiempo, como si temiera que aquellos labios húmedos, ardientes y expertos lo abandonaran. No obstante, muy pocas cosas podrían haber separado a Potter de Malfoy esa noche. Ya era demasiado tarde para tal cosa.
Por ello, Harry Potter continuó venerando el cuerpo de Draco Malfoy, todavía procurando contener su apremio. Acarició uno de los pezones, ya erecto, estudiándolo con el tacto. Luego dejó que su mano vagara hasta llegar a la cintura, desde la cual recorrió la marcada cadera con el pulgar. Y Draco contuvo el aliento, mientras sentía cómo la lengua de Potter lamía su otro pezón y temía y ansiaba simultáneamente que esa mano se dirigiera a donde él creía.

Draco no se equivocó. Aquellos dedos terminaron rozando su miembro erguido, enroscándose entorno a él, subiendo y bajando rítmicamente. Potter consiguió que se removiera bajo él, mas se detuvo al poco- recibiendo una queja casi ininteligible del rubio-, consciente de que si continuaba por unos segundos más su pareja se correría. Al poco, pronunció su apellido, y cuando la mirada gris conectó con la suya comprendió que Malfoy sabía y aceptaba lo que iba a hacer. De hecho, parecía ansioso. Por lo que Harry se puso finalmente sobre él, situándose de rodillas entre sus muslos. Agarró sus caderas, las alzó y lo penetró duramente.

Malfoy jadeó de dolor al sentir la invasión. Y Harry quedó quieto, otorgando a su compañero un pequeño momento para que el dolor remitiera y para que pudiera relajarse un tanto. Ambos procuraron recuperar el aliento, siendo el moreno el primero en conseguirlo. Entonces éste, cuidadosamente, hizo un movimiento tentativo, estudiando la expresión del otro para saber si lo dañaba.

Cuando el cuerpo de Draco comenzó a corresponder al de Harry, moviéndose los dos casi como si fueran uno solo, se olvidaron de todo lo demás. De la frustración, el miedo, el dolor, la duda, el rechazo. Por unos minutos quedó únicamente la pasión, una pasión abrasadora entre ambos. Se precipitaban juntos hacia el clímax…

Aquel breve instante fue perfecto para Draco. Las diferencias entre el joven-que-vivió y él, los muros que la vida, los demás, Potter e incluso él mismo habían creado, separándolos, en ese instante no existían. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, Draco sabía que todo regresaría a la normalidad muy pronto. Súbitamente desesperado, alzó la cabeza y empujó hacia sí la de Potter, uniendo sus labios en un nuevo beso. Poco después explotaron.

Aún no despuntaba el sol invernal cuando Draco Malfoy abrió los ojos y fijó la turbia mirada en una lámpara que no reconocía en absoluto. Un sonido leve se hizo paso a través del sopor de su mente; sabiendo que provenía de su izquierda, giró la cabeza en esa dirección. Se trataba de la respiración de Potter, que se hallaba dormido de lado, su rostro a unos escasos centímetros del suyo.

Draco dio un respingo al tiempo que su corazón empezaba a palpitar como loco, y al parecer lo tenía lastimado, pues la sangre no circulaba como debería. El chico de ojos grises los tenía completamente abiertos, mientras sentía como tanto su alma como su sangre se le iban a los pies. Lívido al principio, la sangre fue retornando, quemándole, de forma tan repentina como el frío se había apoderado de él segundos atrás.

Ya espabilado, contempló por unos largos segundos la expresión relajada de Harry Potter, que sumido en su duermevela parecía más joven. Sus pensamientos erraron. Pensó en la paliza que le habían dado unos jóvenes la noche anterior, así como en la desconcertante actitud del moreno al poco de entrar en la casa. ¿Qué fue lo que dijo exactamente?, se preguntó a sí mismo. Sí, cierto, ahora lo recordaba con claridad.

Se hallaban en el cuarto de los invitados cuando Potter mencionó por primera vez su olor, algo que lo había ofendido profundamente, y es que lo miraba con el ceño fruncido mientras le preguntaba qué colonia se había echado. Ese olor que Draco no notaba era lo que había llevado a Harry a dejar el dormitorio aún cuando no había terminado de curarlo. Pero el ex-Slytherin, intrigado, molesto y un poco, sólo un poco, preocupado por Potter, lo había seguido con esfuerzo- ya que aún estaba hecho polvo- hasta su dormitorio.

¿Todo aquello era una jugarreta de las personas que lo habían atacado la noche anterior? ¿Le habían rociado con alguna mezcla mágica, acaso? Draco empezó a creerlo así; eso explicaría todo. Que Potter hubiera dejado su cura a medias, que al ir en su busca se mostrara irritado y desesperado e intentara echarlo del dormitorio, así como su sorprendente orden, “Noquéame”. Por suerte para Draco, ni Harry ni él sabían dónde estaban sus varitas y, antes de que pudiera volver a escapar, aquel olor había terminado de doblegar a Potter.

Sin embargo, como razonó Draco al poco, a ciencia cierta Potter no se mostraría tan satisfecho con lo sucedido. Al comprenderlo, jadeó. Un instante después apartaba la sábana y el grueso edredón para salir del calor de la cama procurando no despertar al otro. Como si fuera un ladrón, Draco fue recogiendo sus prendas y botas del suelo cuidando de no hacer ruido. Se dirigió a la puerta entreabierta que quedaba a la izquierda en el dormitorio, imaginando que se trataba del baño. Acertó. Encendió la luz mas no cerró tras él, temeroso de que la puerta chirriase. Ducharse allí era impensable, por lo que hizo ademán de ponerse la primera prenda.

Entonces, Draco se detuvo. Algo había llamado su atención. Sobre el lavabo se hallaban la varita de Potter y la suya propia. Sonrió al tomar esta última, recordando la expresión desesperada de Potter al mirar entorno a sí en busca de alguna de ellas. No obstante, la sonrisa se desvaneció de inmediato. Empleó un hechizo para limpiarse, y comenzó a vestirse rápidamente haciendo caso omiso de ciertas punzadas por su cuerpo.

Al regresar al cuarto, de forma automática sus ojos se posaron en la figura que aún descansaba sobre la cama. Una molesta opresión le hizo entrecerrar los ojos, pero resuelto a conservar la cabeza fría, consideró apresuradamente qué debía hacer antes de abandonar el domicilio. Su cazadora había quedado en el dormitorio de los invitados y, si no se equivocaba, nada más tenía que recoger. Aparte de eso… Se acercó a la cama, por el lado en el que se encontraba Harry, y alzando su varita murmuró el hechizo de limpieza dos veces más, una sobre Potter y otra sobre el lecho.

Después de que se embebiera por unos segundos de la imagen de Harry Potter dormido, giró y salió del dormitorio. Recogió la chaqueta del cuarto de invitados y dirigió sus pasos hacia la puerta de entrada a la casa. La abrió pero quedó inmóvil por un momento, pensando. Luego, cruzó el umbral y cerró tras él, seguro de que no volvería a pisar aquel domicilio jamás.

Las semanas que siguieron a aquella agitada noche transcurrieron con bastante normalidad para Malfoy. Salvo por tres cosas: 1º, pasaron sorprendentemente lentas; 2º, pensó en Potter el doble de lo habitual; y 3º, por algún motivo que no comprendía, dos días después, y durante media semana, le dolió de forma considerable la barriga. Pese a ello, aun cuando el intenso dolor hizo que se lo planteara en varias ocasiones, no llamó al médico de la familia puesto que se trataba de un anciano que le resultaba muy antipático. En cambio, optó por tomar cada pocas horas un largo trago de una poción que servía para aliviar el dolor.

En cuanto a Potter, tardó varios días en sobreponerse casi por completo a lo ocurrido con Malfoy. Decidió que lo olvidaría. Pues, como se dijo a sí mismo, aunque se había acostado con un hombre, y para mayor mortificación Draco Malfoy, seguía siendo eso, sólo sexo. No tenía tanta importancia, y no iba a darle más vueltas porque, por desgracia, de todas formas ya no tenía solución. Además, no había forzado a Malfoy. Éste, por pasión o por lo que fuera, había cedido de buena gana; y si era gay, bisexual o un pervertido no era asunto suyo.

No obstante, Harry decidió que no dejaría pasar el asunto del ataque a Malfoy. Como auror tenía que descubrir quiénes habían sido, pero también estaba el tema de ese perfume misterioso que lo intrigaba casi tanto como lo indignaba pues, aun cuando un “Imperio” no podía doblegarlo, aquella pócima o lo que fuese lo había empujado a hacer algo que no deseaba verdaderamente.

De tal forma, los caminos de Draco y Harry no se volvieron a cruzar en los siguientes dos meses. Exactamente hasta que se lo dijeron a Malfoy. Hasta que dieron a Draco un buen motivo para reconsiderar su vida. …Poco después, la mente y los pies de éste se encaminaron hacia una dirección concreta.

.
Una media hora después de llegar al hospital San Mungo, Draco golpeaba con los nudillos la puerta de una de las consultas. Cierto que la sanadora le había dicho que el doctor no empezaría a recibir a los pacientes hasta las nueve, pero había oído un par de ruidos procedentes del otro lado, y sólo faltaban unos diez minutos para la hora… Una voz lo invitó a entrar.

Nada más cerrar tras él, Draco observó entorno a sí. Una camilla a la derecha, medio cubierta por una mampara, un pequeño armario y un escritorio a la izquierda y, frente a la puerta, el escritorio. Tras éste, dándole la espalda, se encontraba un hombre enfundado en la túnica que caracterizaba a los doctores de aquel hospital. Sin voltearse, le indicó gentilmente que se sentara mientras ojeaba el cielo por la ventana.

En cuanto Draco tomó asiento ante la mesa, giró aquel hombre. Sus ojos azules se posaron en él, pero al segundo siguiente ya estaban en la silla que le correspondía. Draco frunció el ceño; en cuanto vio de frente al doctor una idea llegó rápidamente a su cabeza, una especie de alarma, pero tan pronto como había aparecido se esfumó. Intentó recuperar esa sensación, sin éxito. Encogiéndose de hombros casi imperceptiblemente, tendió la carpetilla que contenía las pruebas que acababa de hacerse.

Con una amable sonrisa, medio oculta por su barba y bigote canosos, el doctor procedió a observar los documentos en silencio. Dedicó especial atención a una imagen a cuatro colores, los primarios y el negro, que mostraba la zona de la barriga de Draco. Éste, que estudiaba medio aburrido, medio inquieto el rostro del hombre, comenzó a sentirse más preocupado que aburrido al notar que las cejas del otro se fruncían, otorgándole un aspecto un tanto sombrío.

-Según lo que he leído, sufre diversas molestias, especialmente por las mañanas- Draco asintió en silencio, devolviendo la mirada a aquellos ojos azules-. ¿Cuándo comenzaron, señor… umm… Malfoy?

-Empecé a sentirme mal hará unos cuatro días. Se trata principalmente de fatiga. Son cosas extrañas. Por la mañana… bueno, acabo vomitando. Y no sé porqué hay cosas que antes odiaba y ahora me tientan, y viceversa. Hablo de comida- acotó, como si temiera que el doctor no le comprendiera.

-Entiendo- fue la lacónica afirmación de éste.

Nuevamente, el hombre se centró en la documentación, aunque de tanto en tanto levantaba la vista y la posaba fugazmente sobre Draco, poniéndolo nervioso. Al cabo de unos pocos minutos, que sin embargo parecieron una eternidad para el rubio, dejó los papeles sobre el escritorio y estudió a Draco con seriedad, como si lo evaluara.

-Señor Malfoy- comenzó, despacio-, siento mucho tener que decirle esto: me temo que no puedo hacer nada por usted. Está enfermo, y poco a poco su enfermedad irá a más.

Draco abrió la boca, pero de entre sus labios no salió ningún sonido a parte de un jadeo. Las facciones del doctor se suavizaron; observó a su paciente con un atisbo de lástima. Empezó a murmurarle que, no obstante, podía recetarle un par de pociones que le ayudarían, pero Draco interrumpió sus palabras con brusquedad.

-¿¡Qué mierda me está diciendo!? ¡Eso es imposible! Son sólo vómitos. Cierto malestar. Pero estoy bien, ¿comprende? No hay manera…- la furia empezó a dominarlo, por lo que el doctor intervino con calma y cautela.

-Señor Malfoy, mire- tendió uno de los documentos hacia el rubio: la imagen de colores. Posó su dedo sobre un determinado punto-. ¿Ve esta mancha roja? No debería de estar. Y no podemos extirpárselo- negó con la cabeza, con expresión pesarosa-. Es demasiado tarde para eso.

-¿Me está diciendo- resultaba evidente que Draco intentaba contener su ira- que voy a morir?

Casi escupió las últimas palabras, que pronunció con desprecio, como si considerara que el doctor estaba loco si en verdad pensaba que iba a creerlo. Pero su corazón se detuvo por un instante y quedó lívido al comprender, tras mirarlo a los ojos, que eso era exactamente lo que creía.

-Algo más de un año, quizá dos, señor Malfoy- no dijo a qué se refería; no hacía falta-. Por supuesto, habrá curanderos, sanadores privados y médicos muggles dispuestos a asegurarle una cura con tal de…- dejó la frase en el aire- Si me permite un consejo- añadió, mientras buscaba la mirada gris del joven, pero ésta lo rehuía. No recibiendo respuesta, continuó-, en vez de aferrarse a vanas esperanzas aproveche el tiempo del que dispone. Arregle sus asuntos y disfrute junto a los suyos.

Por suerte para el hombre que permanecía sentado frente a él, la furia de Draco Malfoy había menguado de forma increíblemente rápida; habían tomado su lugar la duda y el miedo. En apenas un susurro, inquirió cómo podría haber surgido aquella cosa, si podía ser el resultado de una poción de magia oscura. La respuesta del doctor terminó de hundirle.

-No tiene porqué, podría deberse a otras circunstancias. No obstante, podría ser, sí.

No había podido pegar ojo, por supuesto. ¿Cómo conciliar el sueño sabiendo que te quedan muchísimas menos horas de vida de las que dabas por seguras? Con los ojos abiertos en la penumbra de su dormitorio, quedó sentado sobre la cama, rodeando durante la mayor parte de la noche las rodillas con sus brazos, y oyendo el silencio cuando la lluvia cesaba por un momento.

Draco Malfoy sentía una extraña mezcla de sentimientos que el día anterior no estaban ahí. Ira, dolor, soledad, pero sobre todo, miedo y odio. Mucho miedo y odio. Y la actitud de su madre sólo lo había exacerbado y preocupado más.

Había llegado a su casa con un golpe en la barbilla, pues al poco de salir del hospital había tropezado con un muggle… con el que había pagado parte de su cólera, y su madre al notarlo se había mostrado alarmada en demasía y no había dejado de hacerle preguntas que él no quería responder.

Intentó no culpar a su madre, al fin y al cabo ella había intentado mantenerlo a salvo siempre. Era la persona que más lo había protegido. No obstante, ¡cuán amargo resultó para Draco pensar en ello ahora! Su madre se había esforzado en conseguirle un protector, y lo había buscado por el castillo de Hogwarts durante la batalla final. Y todo eso, ¿para qué? Unos años más de vida y…

Para cuando el cielo empezó a iluminarse a la mañana siguiente, la luz lo atrapó sumido en oscuros pensamientos. Sin ánimo, bajó de la cama y desentumeció su cuerpo. Pronunció un nombre y al instante apareció ante él un pequeño elfo doméstico. Le ordenó que le llevase una bolsa de viaje o una maleta, por lo que el competente elfo volvió a aparecerse a los pocos segundos con una bolsa más grande que él mismo.
Draco miró con unos ojos tan tristes como enrojecidos al elfo, que dio un respingo y le preguntó con verdadero desasosiego qué le ocurría y si podía hacer algo por el amo. El propio Malfoy se sorprendió al darse cuenta de que no se sentía molesto ante su actitud. Quizás se encontraba demasiado cansado para enfadarse.

Con una pequeña sonrisa, apenas alzada una de las comisuras de sus labios, le aseguró que lo único que necesitaba era un café bien cargado. En cuanto el elfo se lo llevó y desapareció, Draco comenzó a introducir las prendas que más usaba en la bolsa. Estaba decidido a salir del país. No se consideraba capaz de fingir ante su madre que todo iba bien, y la simple idea de seguir con su antigua vida como si nada le parecía insufrible, por no decir imposible.

Por eso, al mismo tiempo que empacaba sus pertenencias repasaba y calibraba su primera opción, Francia. Había ido un par de veces con sus padres, hacía años, y dominaba un poco el idioma. Pensaba en dónde podría hospedarse las primeras semanas cuando sus manos, que revolvían uno de los cajones de su mesilla, toparon con un trozo de periódico.

Con lentitud, sacó el recorte y lo desdobló para echarle un vistazo, aunque sabía a la perfección qué era. La mitad inferior la ocupaban unos renglones que trataban sobre el joven-que-vivió, su trabajo, su novia y, por supuesto, sus penas y glorias en el pasado. La otra mitad mostraba a Harry; se trataba de un primer plano. Al principio Potter miraba hacia la derecha, sonriendo a alguien que no aparecía en la imagen, pero después giraba la cabeza hasta descubrir que estaba siendo fotografiado. Entonces, su sonrisa se desvanecía y su ceño se fruncía ligeramente.

Draco acarició con los dedos índice y corazón el retrato. Al poco, se perdió en sus pensamientos; en su mente, unas nuevas ideas empezaron a bullir. Los conceptos predominantes fueron “Potter”, “muerte”, “dejar la casa”, “cambiar de vida”. Al rato había cambiado de planes. No dejaría el país.

Harry se detuvo en el umbral del cuarto de los invitados. Al girarse para hablar de frente a la persona que lo había seguido hasta allí, hizo un mohín de disgusto. En cambio, él recibió una pequeña sonrisa y una expresión atenta.
-Éste será tu dormitorio, no es muy espacioso, ¿estarás bien en él?- en su voz aún se notó cierta esperanza.

-¡Oh, sí, muy bien! Gracias, Potter. Arreglaré mis cosas de inmediato.

-Bien- murmuró abatido el dueño de la casa-, me voy a mi cuarto a… Bueno, me voy a mi cuarto. Ah, en ese cajón hay unas pocas toallas, y el cuarto de baño que usarás está al final del pasillo. Bien- repitió, incómodo-, si necesitas algo, avísame Malfoy.

-Claro.

Harry se alejó por el pequeño pasillo, rascándose la cabeza de manera distraída. No se explicaba cómo demonios había accedido a que Malfoy viviese en su casa.

Durante cerca de media hora el rubio había insistido en que le permitiera quedarse allí por unos meses. Él, desde luego, se había negado innumerables veces, pero Malfoy en cada ocasión volvía a explicarle sus motivos y a prometerle que no sería una molestia.
Como último recurso, el antiguo Slytherin tuvo que apelar a la compasión de Potter, aunque eso le disgustara sobremanera. Así que confesó estar enfermo, si bien rehuyó descaradamente dar más detalles. Y le mintió al afirmar que en unos pocos meses estaría completamente curado gracias a una poción que el médico le había recetado.

A partir de ahí, Draco se explayó. Explicó que si Narcisa se enterara de su enfermedad supondría una gran angustia para ella, por lo que era mejor dejar la casa, y que irse a vivir con sus amigos tampoco era viable ya que, o pondrían sobre aviso a su madre, o bien le pondría aún más enfermo a base de cuidarlo en exceso. Después, reiteró que no molestaría y que sería por unos pocos meses, salvo que él, Potter, estuviera a disgusto, en cuyo caso se iría de inmediato.

Fuera por sus persuasivos argumentos o por su sincera expresión mezcla de súplica, determinación y turbación, Malfoy se salió con la suya. De tal forma, en menos de dos horas estaba de regreso en el piso de Potter con una bolsa echada al hombro. Bajo la ceñuda mirada de éste, se encaminó al que desde ese día sería su dormitorio mientras hablaba acerca de cuánto dinero debía de darle para pagar su parte.

-¡Completamente loco! ¿¡En qué pensabas!?- le preguntó por segunda vez Ron Weasley.

-¡Ya te he dicho que no lo sé! Será que en los últimos años no he desarrollado mi parte Slytherin, ¡pierdo facultades, quizás!

-¿De qué hablas? Lo que has perdido es la cabeza, amigo mío- al decir esto último, su pareja pronunció su nombre, en su voz una clara nota de advertencia-. De entre todos los magos con los que podrías vivir, ¿¡él!? Si querías compañía, mejor hubiera sido una novia o al menos un chico más agradecido. ¡Pero no Malfoy!

El joven pelirrojo casi escupió las últimas palabras. Curiosamente, a Harry se le vino a la mente el susodicho Malfoy: su amigo había pronunciado aquello de la misma forma en que el antiguo Slytherin pronunciaba “sangre sucia” en sus años de estudiante. Con un suspiro, Harry negó con la cabeza, molesto con su amigo y consigo mismo.

-Yo no buscaba compañero de piso. ¡Fue Malfoy quien se presentó en mi casa para pedírmelo!

-¡Exacto!- exclamó, excitado, Ron- ¿Y por qué, eh? ¿Por qué? ¿Cómo es que Malfoy, al necesitar un lugar donde hospedarse, decide ir a tu casa? ¿Lo veis lógico? Su supuesta enfermedad lo trastornó, ¿acaso? ¡No! Lo hace por que le conviene, por supuesto. Su imagen, y la de su familia, están por los suelos. De tal manera, ¿qué mejor publicidad a su favor que el vivir bajo el techo del salvador del mundo mágico?

Parecía exultante, completamente convencido de que el motivo por el cuál Malfoy había pedido alojamiento a Harry era precisamente ese.

-Pues si eso es lo que pretende, no lo está haciendo muy bien. Lleva dos semanas en mi casa y la prensa aún no sabe nada. De hecho, parece que sólo lo sabéis vosotros.

Potter hizo un gesto con la mano que abarcaba a sus dos mejores amigos: Ronald Weasley y Hermione Granger. Al hacerlo vio a Ron preparándose para replicar, por lo que se apresuró en continuar.

-Ron, desde el mismo momento en que acepté que se quedara, me prometí que lo pondría de patitas en la calle si me daba problemas. Sin embargo, no lo hace. Es cierto que casi no le veo, pues me voy al trabajo antes de que él se despierte y a menudo regreso poco antes de la hora de cenar, pero la cuestión es que- alzó las manos en un elocuente gesto de derrota- no tengo ningún motivo para decirle que se vaya.

Dos días después, al poco de levantarse, Harry recordó fugazmente esta conversación al encontrarse con el siguiente panorama: Malfoy reclinado sobre el váter.

A Harry lo había alertado un fuerte “Plop”, que según creía había sonado al final del pasillo. Por ello, se había dirigido al baño y había empujado la puerta medio entornada, para hallar en él a Kreacher, con expresión preocupada, y a Malfoy, con una mano en el suelo y otra sobre el retrete, y restos de vómito en su barbilla.

-¿¡Pero qué!?- se alarmó.

No obstante, recobró la calma de inmediato. Al fin y al cabo ya sabía que Malfoy estaba enfermo, y especuló que podía tratarse de un síntoma de su enfermedad, nada especialmente grave. Mientras empapaba una toalla y la escurría al máximo, fijó su mirada en el elfo doméstico, el cual se la devolvió con una pequeña dosis de culpabilidad reflejada en ella. Harry comprendió dos cosas: el sonido de antes lo había provocado la aparición del elfo en el cuarto de baño y, dos, Kreacher le había mentido.

Harry se agachó al lado de Malfoy y le preguntó en un murmullo si había acabado ya. Malfoy asintió casi imperceptiblemente, pero bastó para que su compañero se incorporara y le ayudara a hacer lo mismo. Harry sentó al enfermo en una pequeña banqueta y le tendió la toalla humedecida, que fue asida por éste con un movimiento casi brusco. Malfoy giró la cara hacia otro lado, al tiempo que pasaba la toalla sobre su frente.

Molesto, Harry se giró y tiró de la cadena. Tras esto, pidió a Kreacher que le preparara un desayuno. Una vez solos, observó con el ceño fruncido a Malfoy; advirtió que no estaba nada contento con tenerlo allí. Vio como se frotaba los labios con la toalla, aun cuando su rostro permanecía medio oculto. Suspiró y rozó con los dedos el paño.

-Permíteme- Harry en realidad no lo pedía, lo ordenaba.

Quitó la toalla a Malfoy y, agachándose esta vez frente a él, procedió a limpiar su mentón. Sin que él lo supiera, el chico de ojos grises se debatía entre el disgusto y la satisfacción. Pero para Draco, ser encontrado por Potter en esa situación era humillante; de tal manera, ganó la contrariedad.

-Sé que me dijiste que quieres que te dejen tranquilo mientras te recuperas. Con todo, podrías haberme advertido de esto. Me hubieras evitado un susto.

Ante aquellas palabras, Draco no supo qué pensar. Devolvió la mirada a Potter, con cansancio y tristeza; y éste notó aquello también. Un tanto preocupado, el dueño de la casa propuso llamar a un sanador. Con una rápida y fuerte exclamación, el rubio se negó. A Harry le pareció que, además de alarma, en esa negativa se había percibido un lamento.

-No, ¡no hace falta!- aseguró Draco, fingiendo tranquilidad- El doctor ya me advirtió que esto sucedería- mintió-. Con seguridad, en unos días acabará la fatiga. Ya sabes, la medicina…- hizo una pausa, y cambió de tema-. Creo que me iré a mi dormitorio, a descansar un poco.

Draco hizo ademán de levantarse. Enseguida estuvo Harry a su lado para ayudarle una vez más. Draco tenía las piernas débiles, y Potter debió imaginarlo pues terminó sosteniéndolo por la cintura durante el camino hacia el dormitorio. Durante el trayecto, el rubio miró por el rabillo del ojo a su compañero un par de veces, sorprendido y tocado por la amabilidad de Potter. En verdad, no creyó posible volver a tenerlo tan cerca. Aunque fuese una de las cosas que deseaba y buscaba al ir a vivir junto a él.

Para cuando Potter salió de su dormitorio, rumbo a la cocina, tras haberle deseado un buen día, había algo más vacío que su estómago en el cuerpo de Draco. Aunque no quería pensar en ello, se dio cuenta de que lo que había esperado al ir allí no era exactamente lo que creía. ¿O estaban cambiando sus intereses? ¿Y porqué le rondaba esa molesta sensación de que Potter era inalcanzable pese a tenerlo tan cerca? Esa mañana no tuvo nada de bueno para Draco.

En otra parte de la casa, en la cocina, Harry tomaba su desayuno con prisas: llegaría tarde al trabajo. De tanto en tanto, sentía los grandes ojos de su elfo doméstico sobre él. Al cabo de un rato, tomó aire profundamente y posó la mirada en Kreacher. No hacía falta preguntarle para saber qué estaba pensando.

-No te preocupes, Kreacher- le aseguró Harry-. Sé por qué lo hiciste. Malfoy te ordenó que me dijeras que estaba bien si te preguntaba por él, ¿cierto?- en realidad, era una afirmación, no una pregunta- Bueno, yo te encargué que lo atendieras, así que… Sólo sigue cuidándolo, ¿conforme?

-¡Por supuesto, señor Potter!- asintió con vehemencia Kreacher. En cuanto comprendió que su amo no estaba enfadado, su alivio fue más que evidente.

A partir de ese día, el trato entre Harry Potter y su compañero de piso tomó un nuevo rumbo. La diferencia era sutil, pero palpable.

Con anterioridad, Potter había estado bastante ocupado con el trabajo, pues a sus tareas cotidianas se sumaba su propia investigación a raíz del ataque a Malfoy. La búsqueda de los agresores la realizaba junto a un compañero en sus horas de trabajo- si bien empezaban a pensar que no obtendrían respuestas, pues no había ninguna pista a seguir.

No obstante, en lo que concernía a las pociones o mezclas mágicas ilegales, o al menos a las que podían provocar un fuerte deseo, se había convertido en una tarea personal.
Y la llegada de Malfoy a su casa sólo había provocado que estar en la oficina o investigando en la calle se convirtiera en algo más tentador, ya que tenerlo vagando por su hogar le hacía sentir incómodo. Mas aquello terminó.

Harry se planteó varias cosas. La enfermedad de Malfoy podría ser más grave de lo que pensaba. Por otra parte, éste solía ser educado y, más importante aún, en ningún momento había mencionado lo que había ocurrido entre los dos aquella noche cerca de tres meses atrás. Considerando todo eso, dejó de eludirlo. Comenzó a regresar un poco más temprano del trabajo y a tratarlo más.

Draco lo percibió de inmediato, Potter le prestaba más atención y se preocupaba personalmente porque estuviera bien. De hecho, le insistió que si necesitaba algo no dudara en avisarle. Aquella nueva situación supuso una mejora, sin duda, pero aún se preguntaba Draco qué pasaría después.

Una tarde, días después, Draco salió a dar una vuelta él solo- Harry se hallaba en el trabajo y su amiga Pansy ilocalizable. El ex-Slytherin necesitaba aire fresco y movimiento a su alrededor. Estar encerrado en el piso tanto tiempo lo estaba volviendo loco, deprimiéndolo.

No había ningún sitio concreto al que deseara ir, mas se decantó por Hogsmeade; hacía tiempo que no iba. Comenzó a andar sin rumbo fijo por sus calles. Iba de un escaparate a otro, y si le llamaba la atención alguna cosa entraba en la tienda que la vendiera. Su mente también empezó a vagar. Era lo peor de estar solo: demasiado tiempo para pensar. Eso siempre significaba pasar por algún tema indeseable. Y ahora tenía uno que lo era por completo.

Intentando dominar su mente, encauzó sus pensamientos hacia su madre, repasando la visita que le había hecho días atrás. Pero al rato ya no tuvo nada más por recordar o analizar de aquella, por lo que buscó otro asunto. Y éste terminó siendo Potter.

Si bien ahora eran más cercanos y su trato era más cordial, todavía sentía que el joven-que-vivió era inalcanzable. Y la idea de intentar algo al respecto, por pequeño que fuera, había empezado a rondarle.

Fue por eso que aquella revista le llamó la atención. Al principio le echó un rápido vistazo con expresión de desprecio, pero al pasar por segunda vez su mirada sobre ella reparó en algo, uno de los titulares. Con grandes letras, se podía leer lo siguiente:
“Cómo conquistar al chico que te gusta”. Por curiosidad, sólo por eso, Draco la compró, bajo la mirada inquisitiva del vendedor, a quien ignoró por completo.

Ya en el piso, se puso cómodo y tomó asiento en el salón, preparado mentalmente para ojear el artículo. Alucinó con las bobadas que vendían a las adolescentes; pero eso no era lo importante. Había un par de puntos curiosos y hasta lógicos en esa especie de mandamientos, y se decidió a llevar a cabo uno de ellos, esperando no arrepentirse más tarde de semejante estupidez.

Esa misma tarde, Harry llegó al piso antes de lo acostumbrado. Al tiempo que dejaba su cazadora colgada en el perchero del recibidor, llamó a media voz a su compañero. No recibió respuesta. Suponiendo que estaría en su dormitorio o en el baño, se encogió de hombros con despreocupación y se dirigió a la cocina, deseoso de beber agua. Cuando estaba a unos pocos metros de la puerta, algo lo detuvo de golpe.

Se escuchaban una serie de sonidos, apagados pero inconfundibles: una canción. Procurando no hacer ruido, Harry empujó la puerta y echó un vistazo dentro. De inmediato la canción le llegó con claridad, una melodía calmada y desconocida para él. No obstante, lo que le impresionó fue el conjunto. Malfoy no sólo estaba cantando, también se movía de un lado a otro, siempre de espaldas a él: ahora leyendo un libro colocado inclinado sobre la encimera, luego moviendo cucharas dentro de una cazuela y una sartén.

Harry cerró la puerta, de nuevo silenciosamente, y se retiró unos pocos pasos. Después quedó quieto, aún atónito por lo que acababa de presenciar. No sabía cómo actuar, pero sin importar lo que su mente le hubiera aconsejado… se echó a reír. Al principio por lo bajo, mas la risa acabó haciéndose dueña de su cuerpo. Temblando casi sin control, y quedándose sin aire además, se apoyó en una estantería para no perder el equilibrio.

De reojo, vio como la puerta de la cocina se abría y Malfoy aparecía ante él. Estaba lívido y con el ceño arrugado, la expresión de enojo de éste aumentó tan rápido como lo había hecho la risa de Harry. Éste intentó contenerse, sin embargo le tomó unos instantes, durante los cuales su compañero lo fulminó con la mirada. Al menos, se dijo, ya no estaba blanco; unas manchas rosadas daban color a sus mejillas.

-Hola, Malfoy- saludó, aún con una amplia sonrisa en sus labios.

Como respuesta, su compañero alzó las cejas, se volteó y entró en la cocina. Se sentía enojado, con Potter por reírse, con él por hacer esa idiotez y con el mundo entero en general porque sí; pero sobre todo se sentía humillado. Por si fuera poco, al entrar en la cocina sintió que el alma se le iba a los pies: olía a quemado. Soltó tacos a diestro y siniestro y tan ocupado estaba en ello que no oyó como la puerta se abría y entraba Harry.
Draco sacó una varita y con un movimiento más rudo de lo indicado, inició un hechizo para hacer desaparecer lo que debería haber sido apetitosa comida. Antes de que lo terminara, algo lo detuvo. Giró la cabeza y vio a Harry un poco por detrás de él, muy cerca, sujetándole en alto la muñeca de la mano que portaba la varita.

-¿¡Qué haces!? Posiblemente no será necesario- le aseguró.

Harry se apartó unos centímetros de Malfoy, apagó el fuego y retiró la cacerola a un lado. Tras coger un cacharro limpio, volcó el contenido de la comida en éste. Luego le enseñó el fondo del primero a Malfoy: estaba ennegrecido.

-¿Ves? Esto está malo- la dejó en el fregadero. Regresó al lado de la otra cacerola y la señaló-. Esto, en cambio, está bien. O debería- agregó, para disgusto de su compañero-. ¿Puedo?

Harry sostenía una cuchara y miraba a Malfoy inquisitivamente. No recibió respuesta. Draco quería mandarlo al infierno, lo deseaba con todo su corazón, pero pensó que no era adecuado, así que tan solo le devolvió la mirada, un tanto furibundo y bastante decaído. Harry probó, pues, el contenido de la olla; en el acto, cerró un ojo e hizo un mohín.

-Sal- alegó, al sentir los ojos entrecerrados de Draco sobre él.

Rápidamente, agregó agua y puso la olla al fuego. Luego se encaminó hacia la salida, explicándole a Draco que iba a cambiarse de ropa y pidiéndole que vigilara mientras tanto la comida. Cuando ya sostenía la puerta abierta, se giró y añadió:

-Por cierto, Malfoy, no tienes que preocuparte: no cantas mal.

Harry fue sincero, si bien en sus palabras bailaba una burla. Aquello fue la gota que colmó el vaso del rubio. Potter lo había pillado no sólo cocinando- se suponía que debía ser una sorpresa-, si no cantando también; la comida se le había quemado en cuestión de segundos y Potter había terminado echándole una mano. Absolutamente humillante.

Había estado seguro de que, siendo bueno en Pociones, la cocina sería pan comido.
El pobre Draco se dejó caer sobre una silla, con la mirada perdida en el fuego. Rumiaba que le había salido el tiro por la culata. Intentaba cocinar algo sabroso para Potter, para llamar su atención de tal manera, y al final éste había presenciado su fracaso. Y ahora era su hazmerreír. Una vez más, Potter había tenido que superarlo.

Con todo, Draco se equivocaba. Aunque a Harry ni se le pasó por la cabeza que Malfoy estuviese cocinando para él, tal escena le había dado una visión nueva concerniente a éste. Caviló Harry que no era tan malo tener a Malfoy viviendo allí. Era agradable tener a alguien a quien saludar tras llegar de la calle, un compañero con el que cenar o, sencillamente, con quien compartir el sofá para ver la TV o leer un libro.

Existían varias cosas que desconcertaban a Harry de tanto en tanto. Cuál era o cuáles eran los motivos por los que Draco Malfoy había preferido vivir con él, teniendo a su alcance otros medios y algunos amigos a los que recurrir; porqué a veces lo hallaba con la mirada perdida y rastros inequívocos de preocupación; o porqué, aunque le había dicho que ya estaba mejor, pues sus fatigas matutinas habían desaparecido, dormía cada vez más, comía de forma irregular y estaba ganando peso. Esas eran algunas de las preguntas que se hacía, cada vez con más frecuencia.

De nada le había servido al joven de ojos verdes preguntarle directamente a Malfoy si en verdad estaba bien, pues le aseguraba que así era, pero no resultaba convincente. Y Kreacher sólo había podido confirmarle que Malfoy ya no requería su ayuda salvo para pedirle que quitara algún ingrediente de la comida. Eso no le daba muchas pistas.

Vivir con Malfoy ahora le resultaba agradable. No obstante, en ocasiones se sentía inquieto y otras veces intrigado: ¿qué escondía el ex-Slytherin? Poco a poco, sentía cada vez más que un momento decisivo se acercaba. Era una sensación absurda, sin duda, pero también persistente. Así que Harry resolvió intentar, cuando menos, descubrir qué pasaba.

Días después, Draco fue a Hogsmeade. Antes de vestirse se lo había comentado a Harry, quien se limitó a asentir con la cabeza y a desearle que lo pasara bien. Así que, un rato más tarde, Draco se despidió de Potter y salió de la casa.

Como ya se estaba convirtiendo en costumbre- pues iba con cierta frecuencia a ese pueblo-, recorrió las calles sin prisa y sin rumbo fijo. No era consciente de que, a pocos metros, lo seguía una figura invisible. Tampoco oía los suspiros de impaciencia de ésta.
Al cabo de una media hora, y todavía oculto bajo su capa de invisibilidad, Harry observaba el escaparate contiguo a aquel en el que se hallaba Malfoy. Echó un rápido vistazo, para comprobar que el rubio aún estaba allí y lo pilló mirando con mala cara a un par de muchachos de unos diecinueve años. Harry se acercó para averiguar qué ocurría. Vio que uno sostenía un diario y pronto alcanzó a escuchar el final de su disertación.

Aquel chico, en cuestión, hablaba sobre Harry Potter. Éste sólo alzó las cejas conforme asimilaba sus palabras. Lo consideraba engreído y falso, y no entendía que veía la gente en él, especialmente las chicas. Una sonrisa empezó a surgir en los labios de Harry, quien consideraba que no era nada original. Eso ya lo había oído antes, demasiadas veces. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció al volver a mirar a Draco, que había dado un paso hacia ellos.

Draco sí fue sorprendente. Tanto que por poco se le olvidó a Harry sostener la capa cuando oyó su primer insulto. Estupefacto, contempló lo inimaginable: Malfoy había salido en su defensa. ¡Por Merlín!, ¿tan enfermo estaba? Por suerte, los chicos le replicaron pero, antes de que se calentaran más, se fueron dejando a Malfoy en medio de la calle, con un humor de perros, al parecer.

Harry no sabía qué pensar. O más bien no quería hacerlo. Cierto que había seguido a Malfoy para obtener información y la había conseguido, mas no era del tipo que esperaba. Con todo, sin lugar a dudas, aquello aclaraba muchas cosas. Demasiadas para su gusto.

Harry acababa de llegar tras una salida con los amigos del trabajo. Y no sabía muy bien porqué, había entrado en el dormitorio de Malfoy para pararse luego junto a la ventana. Escuchando la respiración de éste, que se hallaba profundamente dormido, y contemplando el calmoso recorrido de la luna menguante tras un cielo moteado por nubes oscuras, Harry pensaba en el joven que estaba a su lado.

Analizándolo fríamente, todo parecía apuntar hacia la misma dirección. Que Malfoy hubiera tenido sexo con él; que habiendo enfermado le pidiera cobijo precisamente a él; que se comportara con amabilidad; que lo defendiese. Y sumándole algunas acciones, palabras y miradas que antes no sabía cómo interpretar…

Sin embargo, considerar siquiera que Malfoy estuviera… que Malfoy estuviese… Incluso en su mente, la palabra se le atascaba. Finalmente, giró la cabeza y posó la mirada en el rostro ensombrecido. Afligido, se lo preguntó a sí mismo. ¿Podría Malfoy estar enamorado de él? Y si así era, ¿qué hacer? Pero antes que nada, ¿cómo salir de dudas?

Harry estaba hecho un lío. Le dio vueltas al asunto aun después de salir del cuarto de Malfoy. Incluso después de meterse en la cama… Y como muchas veces ocurre, justo antes de que le venciera el sueño le llegó la inspiración. ¿Cómo comprobar que Malfoy sentía algo por él? La respuesta era muy sencilla: jugando sucio.

A la mañana siguiente, cuando entró en la cocina, Harry vio a Draco sentado a la mesa, tomando un café y una tostada. Le dio los buenos días y se fue a preparar su desayuno, aunque comer no le apetecía en absoluto. Ahora, a la luz del día y con la cabeza más despejada, su plan no parecía tan maravilloso. Ya estaban en buenos término y, además, hacer algo así era… no era su estilo.

Observando a Malfoy de reojo, Harry se dijo que, o lo hacía en ese momento o no sería capaz de hacerlo más tarde. Tomó aire y tiró de su varita, dejando la mitad fuera de su bolsillo para tenerla más a mano. Aún se debatía entre llevar a cabo su plan o no cuando se dio la oportunidad perfecta. Draco se había levantado y llevaba su plato y vaso a la encimera; sabía que tendría que pasar por su lado.

Con determinación, se puso en alerta, esperando el momento idóneo. ¿Iba Malfoy despacio deliberadamente? Dos segundos y… justo ahora.

-Malfoy- lo llamó, en el preciso momento en que lo tenía enfrente, a pocos centímetros.

El interpelado, incauto, se volteó, todavía con los utensilios de cocina en las manos; le preguntó qué quería. Lo siguiente que pasó pilló por sorpresa a Draco. El plato se le cayó, rodando lejos; en cambio, apretó más el vaso.

Por algún motivo que Draco no entendió, Potter lo estaba besando. Y si sus manos se habían movido de forma automática, el resto de su cuerpo quedó totalmente rígido. Sentía los labios de Harry sobre los suyos, y resultaban tentadores, cálidos, expertos, mucho más de lo que recordaba. Tanto que aprovechó que tenía una mano libre para deslizarla por la nuca de Potter. Correspondió al beso con verdadero fervor.
Por otra parte, por algún motivo que no entendió, a Harry le parecieron esos labios más tentadores, cálidos y apasionados de lo que recordaba. Tanto que se tuvo que controlar para no olvidar el motivo por el cual estaba besando a Malfoy.

Al finalizar el segundo beso, Harry se apartó unos centímetros de Draco. Estudió su rostro, para encontrar precisamente todo lo que no debería estar ahí: deseo, recelo y, aun así, alegría y expectativa. Una maldita esperanza de que aquello significara algo.
Harry cerró los ojos y mientras rodeaba con los dedos su varita, murmuró:

-Lo siento, Malfoy.

Abrió los ojos y, antes de que pudiera reparar en la expresión de Draco, lanzó un Obliviate sobre él, borrando de su mente lo que acababa de pasar.

Al día siguiente, Draco se mostró completamente atónito tras oír a Harry anunciándole, muy serio, que debía de irse del piso antes de una semana. Escuchó como Potter le exponía sus motivos, de forma confusa. Luego, ni replicó, ni le pidió que lo reconsiderara; sencillamente murmuró “Está bien”, se puso en pie y se marchó a su cuarto.

Draco se habría mudado antes de cumplirse el plazo que Potter le había dado. Quizás a París, tal vez a alguna casa alquilada a las afueras de Londres, o al piso de cualquier conocido,… No obstante, hubo un cambio de planes.

Unas veinticuatro horas más tarde, después de salir de la ducha, Draco se sintió débil y mareado. Llamó a Kreacher, que acudió de inmediato. Si no hubiera sido por la rapidez del elfo a la hora de actuar, hubiera dado con su cuerpo contra el suelo. Draco se había desmayado.

Cuando se enteró, Harry se llevó un gran susto, mucho más grande de lo que hubiera imaginado jamás. Era una angustia diferente a la de aquella ocasión, años atrás, en la que lanzó el Sectusempra a Malfoy por desconocimiento; diferente, pero no menos por ello menos intensa. Envió a Kreacher a por un doctor, y acto seguido se apresuró en llegar al lado de Malfoy, que aún no había recuperado el conocimiento.

Al despertar, Draco se dio cuenta de que se hallaba sobre la cama en la que había dormido últimamente, y distinguió dos figuras, reconociendo de inmediato a Potter como la más pequeña. Al hombre con el que hablaba apenas si lo veía, puesto que lo tapaba parcialmente Potter. ¿Quién sería?, se preguntó despistadamente, ¿y dónde se había metido el elfo?

Harry y el desconocido no habían reparado en que Malfoy ya había despertado, por lo que continuaron con su conversación, que Draco terminó escuchando.

-Pero, señor Potter…- el hombre más alto no terminó la frase, pero por su tono se adivinaba que intentaba calmar al otro.

-Lo mataré, en serio. ¡Aunque tenga que esperar me…!

-Quiz…

-…ses para…

-…ás no...

-…hacerlo. ¡Por supuesto que…!

-Podría ser…

-¡Fue al médico!- terminó exclamando, desesperado, Harry Potter.

Mientras Potter intentaba controlar su rabia, Draco llegó a la conclusión de que podrían estar hablando de él; pese a que no imaginaba porqué Potter querría matarlo. ¿Había hecho algo últimamente como para enfadar al moreno? Estaba convencido de que no.
Sin saber qué pensar, Draco aprovechó el silencio para preguntar qué ocurría. Potter se volvió hacia él, con cierta sorpresa en su rostro. Ahora, Draco pudo ver al hombre de mayor estatura: rondaba los cuarenta años, según sus cálculos, y tenía el ondulado cabello y los ojos de color castaño. No lo conocía.

Para cuando las miradas de Draco y Harry se toparon de nuevo, el ex-Slytherin hundió inconscientemente la cabeza en la almohada. Potter lo miraba de tal manera que daba miedo, con los ojos estrechados y el rostro crispado; sin duda lidiaba contra sus instintos más asesinos.

-Malfoy, te presento al doctor Donovan.

-¿Doctor?- preguntó Malfoy segundos más tarde con voz temblorosa. Se le había desencajado la cara.

-¿Me permite?- preguntó Harry al señor Donovan, inclinando la cabeza en su dirección, pero aún sin apartar los ojos de Draco.

-Tal vez sería mejor que me quedase y le explicara todo al señor Malfoy.

-No, por favor- en esta ocasión miró al hombre al hablarle-. Deje que me encargue yo. En unos minutos me reuniré con usted, si puede esperarme.

El doctor asintió, por lo que Harry llamó a Kreacher y le encargó que lo guiara hasta el salón y le ofreciera algo de beber y comer. Una vez solos, encaró a Malfoy. Sin dejar de mirarlo, Harry retrocedió unos pasos y se apoyó en la pared de enfrente.

-¿Porqué me mentiste de forma tan descarada, Malfoy?- hablaba despacio, haciendo pequeñas pausas cada pocas palabras- ¿Consideraste que no es asunto mío también?

-¿Lo es?- preguntó a su vez Draco, mordaz.

Malfoy fingía aplomo, mas en realidad se sentía temeroso y enfadado a un tiempo.
¿¡Por qué Potter había tenido que llamar a un sanador o lo que fuera!? se preguntaba. ¡Él ya sabía lo que le ocurría y lo que necesitaba!
Al menos en opinión de Potter, su respuesta fue incorrecta.

-Tú lo sabrás mejor que yo- Harry se inclinó hacia delante al murmurar lo siguiente-. ¿O es que sueles acostarte con el primero que se te cruza?

Bruscamente, Draco se sentó en la cama. Se mareó enseguida, y deseó que la cabeza dejara de darle vueltas. Por si su malestar físico fuera poco, ahora se sentía profundamente ofendido y también muy desconcertado.

-¿¡Porqué cojones dices eso!? ¡Esto no es asunto tuyo, es mi vida! Y a ti te importo una mierda- no notó que Harry daba un par de pasos hacia él-. ¿Ayer mismo, no me dijiste que me largara?

Ante esas últimas palabras, Harry experimentó un fuerte sentimiento de culpabilidad. No dejaba de ser cierto lo que decía Malfoy por mucho que lo hubiera hecho por el bien de ambos. Sin embargo, a Harry todo le parecía diferente en estos instantes…

Sin imaginar siquiera qué pasaba por la mente de Potter, Draco aprovechó que lo había dejado sin palabras tras haber dado en el clavo para añadir:

-Dentro de unos meses, no llorarás mi muerte.

-Mmm. Esto… ¿No crees que eso es un poco trágico?- Harry comenzó a cuestionar la salud mental de Malfoy.

-¡Por supuesto que no!- exclamó con vehemencia Draco, angustiado- Tú no tienes ni la menor idea de cómo me siento sabiendo… que voy morir en unos pocos meses. Es…

La voz de Draco se perdió. Su compañero lo estudió con cierta lástima y mucho desasosiego.

-Malfoy, tú- Harry hizo una breve pausa, intentando hallar las palabras correctas. Para cuando las consiguió, las pronunció con un tono sorprendido- ¡eres idiota! Entiendo q tengas miedo, de veras. Pero por tener un niño no la vas a palmar. Y sí, el doctor te hará la cesárea, pero sin duda no será para tanto.

Después de que Malfoy le preguntara, perplejo a más no poder, a qué demonios se refería al mencionar aquello de tener un niño, Harry resolvió ir a buscar al doctor pues, o Malfoy no estaba al tanto, tal y como había considerado probable el sanador Donovan, o bien estaba indudablemente loco.

El doctor explicó a Malfoy que existía desde hacía unos pocos años una poción muy potente, extraña e ilegal que permitía que un hombre pudiera quedar encinto si mantenía relaciones con alguien de su mismo sexo en las horas siguientes a la toma.

No fue fácil convencer a Malfoy de que estaba en dicho estado. El señor Donovan tardó más de veinte minutos, y para lograrlo no bastó con enseñarle una imagen del feto, si no que tuvo que mencionar con detalle los síntomas que había sufrido Draco en los últimos meses. Para cuando consiguió que lo creyera, logró también que se desmayara por segunda vez.

La Madriguera, a primera hora de la tarde del 31 de diciembre. No faltaba ningún Weasley y, además, habían acudido varios amigos de la familia.

-¡Vamos, vamos! Poneos y mirad a la cámara- la inconfundible voz de Ron pedía por tercera vez que se colocaran para la fotografía.

-¡Teddy, ven!

Harry llamó a su ahijado, haciéndole un gesto con la mano. De momento, era el único que había hecho caso a Ron y se mantenía en su puesto, frente a su amigo.

-¡Maldita sea, Malfoy! ¿Estás sordo? Mueve tu cu…

-Ron, los niños…- le recordó Hermione, que permanecía a su lado.

Por allí, a unos metros, correteaban varios de los Weasleys más pequeños.

-Lo siento, ¡es que me puede! Si no me hacen caso en un minuto, lo siento pero te dejo la cámara a ti. ¡Tú, Malfoy- volvió a alzar la voz-, que llevas un bebé en brazos, no una vaca! Apresúrate, por Merlín.

-¡Weasley, que te…!

-¡Draco!- en esta ocasión, la advertencia provenía de Harry.

Mientras eran retratados, Harry tomó una de las diminutas manos del bebé que sostenía Draco y la movió a modo de saludo al tiempo que le decía en voz baja:

-¡Dafne, saluda a Ron!

La Madriguera, justo después de las campanadas de medianoche, día 1 de enero. Todos felicitan el Año Nuevo a la familia y a los amigos.

-¡Felicidades Harry, Malfoy!- exclamó Ron.

Un segundo más tarde, Ron recibió de su hermano George una palmada en la espalda tan fuerte que lo lanzó hacia delante. El contenido de su copa se derramó sobre su padre.
Con un beso y una gran sonrisa, Hermione también felicitó a Harry y a Draco. Luego se giró para felicitar a Ginny y al novio de ésta.

Daba la impresión de que, al fin, nadie reparaba en ninguno de los dos. Por lo que Harry aprovechó para acercarse más a Draco, desearle que el año que acababa de comenzar fuera tan bueno como el anterior y plantarle un beso en los labios.

-¡Qué tacaño!- exclamó Draco.

Por unas milésimas de segundo, Harry pensó que se refería a lo breve del beso. La siguiente frase de su pareja lo sacó de su error.
-Puestos a pedir, Harry, podrías haberme deseado que este nuevo año sea mejor aún que el que acaba de terminar. Pero, para que veas que no soy rencoroso, te deseo precisamente eso.

Tras darle las gracias, Harry se rió por lo bajo hasta que Draco acortó las distancias para besarlo. Respondió al beso con alegría.

NOTA 2: " Siento decir que no hay mucho romance, pero en realidad esto sólo es parte de tu regalo; es mucho del inicio y un poco del final de un fic más largo, quizá de 3 o 4 capítulos. "


harry/draco, fics, amigo invisible

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