Capítulo VII
Moscú
Valeria Alekseivna Ajmátova estaba harta de las idiotas discusiones que tenía con su madre Dora. No entendía por qué amar a Vladimir era tan malo y tampoco comprendía por qué ser amiga de la hermana del hombre que ella amaba era considerado como un pecado. Los dos eran buenas personas. Pero aunque sabía bien los problemas ancestrales que tenían con unas tierras, eso no impidió que Valeria amase como amaba al valiente Vladimir.
Él le había mostrado que el mundo no podía ser tan simplista como lo manejaban sus padres y hermanos. Quería que su padre Aleksei y su madre Dora entendiesen que esto de las tierras podía resolverse de mejor manera, pero Valeria no era comprendida por ellos.
-Madre, ya sabe usted lo que pienso sobre las tierras y sobre la discusión que tienen los Chéjov y ustedes sobre ellas. Sé que me estoy arriesgando a perder mi herencia, pero yo amo a Vladimir y sé que él me ama también. Me la demostrado con hechos.
-¡No puede ser que seas tan ilusa, Valeria! Ese hombre terminará lastimándote. Es un Chéjov. ¡De los Chéjov, nuestros enemigos, no puede salir nada bueno!- dijo Dora- mejor, te casaremos con Vasili Nabokov. Él es un mejor partido y es amigo nuestro.
-Madre, no insista. No me casaré con Vasili, porque no lo amo, ni él a mí. No seríamos felices y solamente nos haríamos daño uno al otro.
-Oh, hija… no puedes ser tan inocente. Casi nunca, los matrimonios guiados por ese sentimiento que llamas amor, pero que en realidad debe ser una obsesión, no funcionan. Debes tener un sentido de la realidad. No creo que vayas a ser feliz con ese muchacho…
Valeria dio un suspiro. Ya estaba harta de aguantarse tantos insultos a Vladimir y que su madre lo calumniase de esa forma
-Si por casarme con Vladimir, van a desheredarme, háganlo de una vez. Sabré empezar desde abajo, con él a mi lado. Sé que él me ama tanto como yo lo amo a él. No consentiré que digas más cosas malas de él, sin siquiera conocerlo, madre.
Y antes de que su madre le reprochara, salió de la casa. No sentía ánimos para discutir y ya estaba bien decidida. Ahora, solamente debía esperar para hacer oficial que Vladimir Fiodórovich Chéjov sería su prometido. Oraría a Dios porque él regresase a salvo de esa nefanda guerra contra Napoleón.
“Resiste, Vladimir… yo también resistiré hasta estar a tu lado, amor mío”
No manifestaba nada con sus labios, pero su corazón repetía esto como si fuese una plegaria. Pensar en su amor siempre le brindaba fortaleza para resistir los embates de su familia y esta vez no era la excepción. Sabía que quizás su panorama económico se veía desolador, pero ella misma no era muy afecta a los lujos como sus hermanas Raisa y Olga. Por lo general, y sin decir una sola palabra a nadie, vendía sus joyas y distribuía el dinero. Además, secretamente deseaba vivir de manera menos ostentosa… las intrigas la cansaban demasiado.
“Creo que comprenderás si no ofrezco nada de dote, ¿verdad, Volodia? Porque al paso que vamos, terminaré huyendo de casa sin nada”.
El viento refrescaba sus mejillas, mientras lágrimas ardientes caían. Le dolería abandona a su familia por completo, pero no quería arrepentirse de no haber sido lo bastante fuerte para estar con el hombre que amaba. Con estas ideas en su cabeza, logró esbozar una sonrisa. ¡Qué la buscaran, si es que tanto querían verla!