Title: Ad aeternum
Characters: Giotto, G
Disclaimer: I don't own Katekyo Hitman Reborn, blah blah.
Notes: I really didn't have time or head to wish one of my friends a happy birthday, so I think it would be nice from myself to dedicate her this little piece of my heart, sincerely. Feliz cumpleaños.
Ad æternum
“Por toda la eternidad”
“¿Serías capaz de seguirme por toda la eternidad?”
“Qué pregunta más estúpida. Pero si ya lo estoy haciendo, lo he hecho toda mi vida, y no dudaría nunca al seguirte.”
Las furiosas llamas saltaban por las ventanas vigorosamente, dispuestas a nunca ser domadas. Una cornisa de piedra había caído abatida por el fuego, y ahora yacía hecha en mil pedazos, sobre el piso. El resto de la edificación, corría el riesgo de tener el mismo destino; ni sus fuertes y seguros coronamientos podrían salvarla en un momento como ese. Todos los vecinos de las estrechas calles, si así se les podía llamar porque a penas se encontraban pavimentadas, se encontraban ahí, dispuestos a cooperar para evitar alguna tragedia mayor.
-¡G, ayúdame con esto! -gritó Sandro, mientras terminaba de lanzar una gran cantidad de agua, de un cubo que sostenía en sus manos.
El otro corrió enseguida ante el llamado, llevaba consigo dos baldes, que usarían para extinguir otras de las flamas que asediaban la planta baja de la casa. No hubo necesidad de traer más; por lo menos habían logrado contener el incendio en aquella parte.
Una extraña sensación de ansiedad comenzó a invadir a G, sabía en el fondo que algo no estaba bien. Estuvo un buen rato en silencio hasta que se atrevió a preguntarle a Sandro por cierta persona.
-¿Dónde se ha metido Giotto? -cuestionó alarmado, sin hacer un solo esfuerzo por ocultar su preocupación.
-Ahora que lo mencionas, no lo he visto -le respondió con un rostro serio.
En instantes, su intento de remembranza se vio interrumpido. Una mujer, de apellido Calabrese, varios metros detrás de ellos, no dejaba de lamentarse y gritaba desesperada, junto a su marido, un comerciante de origen humilde, y muy querido por la gente de la villa. Nunca se enojaba si alguien llegaba a su tienda a pedir un poco de caridad. A veces regalaba su mercancía a escondidas.
Por el flanco derecho se les acercó Lorenzo, les informó de inmediato que se debía a su hijo, quien al parecer aún se encontraba dentro de la vivienda, pero que alguien se había ofrecido sin dudar a buscarlo.
Se trataba de Giotto… G maldijo varias veces la imperiosa necesidad de su amigo por arriesgar la vida por la causa de otros. Sandro no pudo evitar que fuera a buscarlo por su cuenta.
Entró abriéndose pasó por uno de los agujeros que ya abundaban en la valla de la fachada, después de dar unos cuantos pasos y vociferar el nombre de su compañero varias veces, comenzó a sentir su garganta estrecharse, tragó una bocanada de aire, pero todo le resultó seco, el fuego había chupado el oxígeno y la humedad. Se quedó mirando como la lumbre devoraba una escalinata. El humo negro se elevaba desde las ventanas y las llamas rugían sobre el tapiz de las paredes. El cielo sobre la casa se llenó de una nieve de cenizas a la deriva, que tan sólo vagaba sin rumbo alguno, anunciando la devastación.
Podría haber mirado fijamente por toda la eternidad si el sonido de una voz conocida no lo hubiera despertado. Su cabeza se giró hacia la izquierda, rápidamente lo reconoció.
-¡Giotto! -reunió fuerzas de quien sabe donde para pronunciar su nombre.
Su amigo lo miró con una expresión honesta, tranquila, traía el rostro cubierto de un compuesto oscuro y un bulto en brazos. G pudo adivinar en seguida que probablemente fuera el infante, cubierto por un chaleco para protegerlo.
-Hola -lo saludó inocentemente- ¿Qué te parece si salimos de aquí? -dijo mientras se acomodaba para avanzar hacia uno de las pocas salidas improvisadas que había.
Se observaron con complicidad y abandonaron aquel lugar, el cual ya se estaba derrumbando.
Lucía, como se llamaba la madre del pequeño, fue a su encuentro con una gran felicidad. Giotto hizo lo suyo, le entregó al niño mientras sonreía y alcanzó a revolver su cabello.
-Muchas gracias, en verdad -agradeció Lucía Calabrese con lágrimas en los ojos, nunca se cansaría de hacerlo, estaba en deuda con él, después de haberle regresado la razón de su existencia.
G observó, guardando su distancia, esperando a que su camarada terminara de conversar. Sacó y encendió un cigarrillo antes de que Sandro y Lorenzo se les unieran.
-Ten cuidado con eso -bromeó uno de ellos- No queremos que tu casa acabe así, sólo porque te quedes dormido.
Podría haberle soltado un sermón explicando sus razones, porque el hacía lo que quería cuando quería, esto, de no haber sido por el comentario que hicieron.
-No es gracioso, Lorenzo -empezó Giotto- Ya han llegado a un límite. Incendiaron la vivienda de Calabrese, y su familia estaba dentro, sólo porque no pudieron pagar a tiempo.
Entonces hubo un silencio incómodo, se miraron los unos a los otros, hasta que Sandro optó por continuar ayudando.
El incendio había sido extinguido, pero eso no alejaba la disconformidad en los habitantes de la minúscula villa. Giotto y G se despidieron de sus conocidos en aquella parte de la provincia. Era muy tarde, pero los dos no tenían ningún problema en caminar solos, conocían el bosque perfectamente, más que cualquier bandido que pudiera intentar asaltarlos.
Comenzaron el andar largo y tortuoso de la cima del monte a la ciudad, sobre ellos, la bóveda de estrellas. De vez en cuando el olor de los huertos de frutos silvestres llegaba hasta sus narices. Una extraña serenidad y paz podía disfrutarse ahora. La luna seguía tan brillante como siempre.
Llegaron a un lugar, en donde había pequeños árboles, la montaña terminaba en un centenar de metros de pasto verde. Habían trabajado muy arduamente, y les faltaba un extenso tramo por recorrer, así que decidieron quedarse a descansar un rato.
Giotto miró a su amigo, quien disfrutaba de dar bocanadas repentinas a su cigarro, sonrió y por un momento se puso a pensar en todo lo que habían tenido que pasar desde que eran niños.
La vida en Italia ya no era igual, los grupos de rebeldes comenzaban a salirse de control, y los grupos policíacos no ponían mucho de su parte. No era que no creyera en la justicia, al contrario, la defendía por sobre todas las cosas. Sólo que se estaba tardando en llegar, y sentía que debía de hacer algo al respecto, aunque tuviera que hacerlo por su cuenta. Aunque la gente siempre le reprochara que un mocoso nunca podría llegar a lograr mucho.
Pero uno podía empezar desde algo pequeño. Había ofrecido su hogar a los Calabrese, pues se habían quedado en la ruina, literalmente, pero ellos le insistieron en que no se preocupara, irían a vivir con unos parientes.
-G… -lo llamó mientras perdía la vista en un arbusto cercano a su persona.- Tengo que preguntarte algo.
Giotto se dio cuenta de que G había inhalado para después exhalar una larga columna de humo, y deslizó el cigarrillo por sus labios, esperando a que lo hiciera.
Sus pupilas estaban serias y distantes, y parecía como si fuera a cambiar de idea, pero terminó no diciendo lo que exactamente pensaba, en cambio le hizo una interrogación, aunque pensara que fuera algo tonta.
-¿Serías capaz de seguirme por toda la eternidad?
G se levantó de su lugar inquieto al escuchar, avanzó unos cuantos pasos al frente, hasta darle la espalda a su mejor amigo. Sonrió, sacudió el filtro hasta que terminó y lo tiró. Aplastó la colilla con la suela de su zapato, de inmediato sacó otro a la luz. Lo necesitaba para pasar por aquel momento, porque tenía la sensación de que no tendría otra oportunidad durante bastante tiempo de decir lo que estaba a punto.
-Qué pregunta más estúpida -soltó antes de dar media vuelta, dejando uno su pie izquierdo atrás. Giotto lo miró con cierta melancolía- Pero si ya lo estoy haciendo, lo he hecho toda mi vida, y no dudaría nunca al seguirte.
Era cierto, Giotto era la única persona sobre la faz de la Tierra, y probablemente en el universo, que él sería capaz de seguir ciegamente, le confiaría su propia vida de ser necesario. Habían sido amigos desde que eran niños pequeños, más que hermanos, a pesar de ser opuestos tales; y aunque Giotto le diera un montón de problemas, haciéndolo partícipe de sus actos poco razonables, nunca se había arrepentido.
Giotto lo observó por segunda vez, en esta ocasión, más aliviado. En verdad necesitaba escuchar esas palabras, requería de alguien de seguridad para que su alma descansara en paz, y su mente estuviera tranquila, G era el indicado, lo conocía, nunca le había fallado, nunca le iba a traicionar en vida. Movió la cabeza en actitud reprobatoria, como podría haber dudado de él.
De igual manera, abandonó la piedra sobre la cual estaba sentado. Se trasladó a un lado de su acompañante, y los dos miraron al frente con un gesto de alegría en su rostro.
Desde el borde del acantilado que sobresalía en la parte superior del monte, Giotto y G podían mirar hacia abajo en la ciudad. Sólo unos pocos kilómetros por debajo de ellos, las luces de las casas pintorescas, venían a luchar contra la oscuridad que había traído la noche. Compartieron el silencio, sin atreverse a decir una sola palabra.
-Es hora de seguir -enunció Giotto después de suspirar. G asintió e inmediatamente los dos se incorporaron al sendero. Probablemente sus familias ya estuvieran preocupadas, lo mejor sería apresurarse.
Desde ese momento, sus votos eran muy claros, y la obligación de cada uno también. Giuro eterna amicizia. Tales palabras quedaron para siempre en el reloj dorado, al final, siempre fueron inseparables. El primer capo Vongola y su mano derecha…