"Little Talks" #2 - X57

Jul 24, 2016 10:45

Título: X57
colección: Little Talks
Fandom: Mass Effect
PoV: Garrus Vakarian
Misión: DLC El cielo se está cayendo
Contexto: Última de las misiones secundarias antes de rescatar a Liara y visitar Feros y Noveria. También poco después de abandonar la Ciudadela, pero habiendo avanzado ya en las conversaciones con los miembros del equipo.
Palabras: 4.993




Little Talks: X57

Garrus no se sentía en absoluto orgulloso del vuelco que le había dado el corazón, al oír a Shepard decirle a Balak que podía marcharse. Con la adrenalina del tiroteo aún corriendo por sus venas, el cuerpo en tensión y los nervios crispados por culpa de la cuenta atrás que los azuzaba desde que habían aterrizado en aquel maldito asteroide, las palabras de la comandante cayeron sobre él como un puñetazo en pleno rostro. Durante un aterrador segundo, había sentido la tentación de apartarla de un empujón, alzar el fusil y reventarle la cabeza de un disparo a aquel bastardo. No le importaba el detonador que sostenía en la mano ni los esbirros que lo rodeaban. Sólo quería verlo muerto. Y lo deseó con tanta violencia que incluso él se asustó y se quedó clavado en el sitio, paralizado. Viendo cómo Balak se marchaba tan tranquilo, al tiempo que Shepard le daba la espalda y corría a desactivar las bombas, esquivando los disparos enemigos.

Todo lo ocurrido en el X57 le parecía un desastre, incluso a pesar de haber logrado desactivar las antorchas, detener el ataque y liberar a los rehenes. No podía librarse de la idea de haber dejado escapar una vez más al malo de aquella historia, y la frustración era tan grande, tan salvaje, que escocía como una llaga. Había escapado de la Ciudadela y del C-Sec con la esperanza de poder hacer por fin las cosas de forma diferente. No más trabas absurdas, no más injusticias sin castigar. Había creído que bajo las órdenes de un espectro todo sería distinto… ¿Pero lo estaba siendo, en realidad?

De vuelta en la Normandía, Williams había estado preguntándoles por lo ocurrido. Ella no había participado en la misión. Pero Garrus no tenía muchas ganas de hablar, de modo que dejó que Wrex narrara los detalles y respondiera a las preguntas. Al final, la charla terminó convirtiéndose en un acalorado debate sobre mercenarios y terroristas, y los exabruptos de Williams lograron hacerle sentir aún peor. Por lo visto, en el corazón de aquella mujer todavía quedaba espacio para odiar a alguien más, y los batarianos parecían estar también entre los primeros puestos de su lista. Aunque no podía culparla por ello.

Ahora que ambos se habían marchado a cenar y la cubierta de carga estaba vacía y en silencio, hizo un esfuerzo por tranquilizarse. La tensión comenzaba a pasarle factura. La ansiedad por solucionar lo de Saren de una maldita vez, lo alienado que se sentía a veces en aquella nave humana rodeado de desconocidos y la desazón de comprobar que nadie más parecía ver las cosas desde su misma perspectiva no eran platos de buen gusto. Se había embarcado en aquella aventura con demasiadas expectativas, y había ocasiones en las que no lograba acallar esa voz al fondo de su mente que insistía en que había cometido un error al unirse a la Normandía. No quería pensar en ello, porque al menos allí sentía que hacía algo. Si se hubiese quedado en la Ciudadela, se habría vuelto loco. Pero no esperaba que adaptarse pudiera resultar tan difícil. Ni que la idea que se había formado de Shepard pudiera estar tan equivocada.

El suave zumbido de la puerta del ascensor abriéndose le hizo brincar y giró el rostro con rapidez. Hacía apenas unos minutos que los demás se habían marchado, era imposible que ya estuvieran de vuelta. Pero la que apareció en la cubierta fue Shepard, luciendo su gesto insondable, y se encaminó hacia él con tanta resolución que Garrus no pudo evitar erguirse de golpe como una estaca.

-No es lo que piensas -barbotó, antes de ser consciente de lo que decía.

Shepard se detuvo en seco, perpleja, echó un vistazo por encima del hombro y le devolvió una mirada confusa.

-Todavía no he abierto la boca…

-Disculpa -soltó Garrus, y se odió a sí mismo por sonar tan ridículamente abrupto-. Di por sentado que venías a regañarme otra vez por no subir a cenar.

No se dio cuenta de lo absurdas que sonaron sus palabras hasta que cerró la boca, y estuvo a punto de estamparse una mano contra el rostro y dejar escapar un quejido. Maldita tensión, malditos nervios. Intentó conservar un mínimo de dignidad centrando una vez más su atención en la terminal, dándole la espalda a Shepard. Pero ésta replicó con un deje extraño:

-No me gusta demasiado que lo expreses de esa forma, Garrus. Nunca ha sido mi intención regañarte por nada. Todos somos adultos. Y yo no soy tu madre.

-Lo siento -repitió él con rigidez, dedicándole una vaga inclinación de cabeza-. Mala elección de palabras, comandante. No quiero que pienses que me he quedado aquí para esconderme del resto de la tripulación. Sólo… necesitaba estar un rato a solas.

-Lo imaginaba. -El tono de Shepard cambió a uno más suave y, cuando se detuvo justo al lado de su terminal, Garrus tuvo que obligarse a mantener los ojos fijos en la pantalla-. Wrex me ha dicho que parecías un poco descompuesto.

"Y éste es el momento en el que el krogan empieza a psicoanalizarte", gruñó Garrus para sí, tragándose un bufido.

-"Descompuesto" no es la palabra que yo utilizaría. Pero sí, quería reflexionar sobre lo que ha sucedido hoy.

-Las cosas se han puesto tensas en ese asteroide. ¿Te apetece hablar de ello?

-Yo… -Garrus se refrenó, mordiéndose la lengua, y sacudió la cabeza-. No creo que sea una buena idea. No me perdonaría a mí mismo faltarte al respeto con alguna impertinencia dicha en un momento de…

-A mí sí me parece una buena idea. -Shepard se cruzó de brazos-. Si tienes algo que decir, prefiero que lo solucionemos ahora, en vez de descubrir dentro de dos semanas que se ha convertido en un problema.

-No tienes que preocuparte, no se convertirá en ningún problema. Tú eres quien toma las decisiones y yo lo respeto. Es algo puntual, se me pasará enseguida y…

-Garrus.

Las palabras se le atascaron y finalmente alzó la vista hacia ella, reluctante. Shepard lo observaba con su seriedad habitual, pero tuvo la impresión de que su pose parecía tensa. Como si también estuviera haciendo un esfuerzo por dominarse.

-Nunca me ha gustado rodearme de gente que acate mis órdenes a regañadientes -murmuró-. Si queremos que esto funcione, al menos debemos estar en la misma onda. No le veo el punto a trabajar en equipo si no existe diálogo entre nosotros. Los humanos solemos decir que cuatro ojos ven mejor que dos, y por suerte yo puedo contar con vuestros diez ojos para ayudarme. Estoy a favor del debate y el intercambio de ideas. No considero que tener una opinión diferente a la mía sea una falta de respeto. Pero, si no llegamos a un entendimiento, habrá que buscar una solución. Así que me gustaría que te explicaras y que me dieras a mí la oportunidad de explicarme. Por favor.

No había forma de escapar de aquello. En los días que llevaba ya conviviendo con aquella mujer, había tenido oportunidades de sobra para comprobar que con ella no servían los rodeos, las ambigüedades o los silencios. Tenía una forma de mirar que muy pocas veces había visto, sobre todo en los humanos; como si sus ojos pudieran escanearte. No te podías esconder. De modo que, con un suspiro de derrota, se hundió de hombros y se rascó la frente, intentando poner en orden sus pensamientos.

-Comandante… ¿de verdad dejar escapar a Balak era la mejor opción? -Como si esa pregunta hubiese bombardeado un dique, bastó darle forma para que su frustración se desbordara-. ¡Era un maldito terrorista! ¡Un demente! ¡Había secuestrado un asteroide con la intención de estrellarlo contra un planeta y arrasar todas sus formas de vida! ¡Torturó y mató a golpes a esos pobres científicos! ¡Siento venirte siempre con lo mismo, pero en serio, en serio, creo que debimos pararle los pies cuando tuvimos la oportunidad! ¡Quién sabe qué estará haciendo ahora o cuál será la próxima salvajada que se le ocurra! ¡Nosotros acabamos metidos en esto casi por casualidad, pero tal vez no volvamos a tener la misma suerte! ¡Si nadie se entera de sus intenciones, nadie lo podrá detener! ¡Su objetivo principal son los humanos, además! ¡Me sorprende que no estés más afectada!

-A mí tampoco me hace ninguna gracia que ese loco ande suelto por ahí -repuso Shepard, frunciendo el ceño-. ¿Pero qué esperabas que hiciera? ¿Consideras que habría sido mejor dejar que reventara a los rehenes?

-¡No! -espetó Garrus, removiéndose con incomodidad-. No, pero… pero sí, tal vez sí, si de esa forma lográbamos detenerlo. ¡Sólo eran tres personas! ¿Qué son tres personas comparadas con los millones que podríamos haber puesto en peligro?

-El valor de esas tres personas tú no lo puedes juzgar, Garrus. Tienen familias, carreras. Una persona no es sólo un cuerpo, es todo el mundo que la rodea, y su papel en el futuro es impredecible. Somos soldados, ya estamos obligados a matar suficiente gente en el campo de batalla como para extenderlo también a civiles inocentes. ¿Y si a pesar de dejar estallar las bombas, Balak hubiese logrado darnos esquinazo? ¡Habrían muerto en balde! ¿Puedes asegurar que las cosas hubiesen acabado mejor de haber tomado ese camino?

Él abrió la boca para contestar, pero no llegó a articular palabra, ahogándose en una intensa desazón. No, no podía. Y quizá eso fuese lo peor de todo, en el fondo. Saber que las cosas casi nunca salen como tú quieres, por mucho que te esfuerces, decidas lo que decidas.

Siempre la misma historia. Demasiados fantasmas en el armario ya.

Shepard se quedó mirándolo en silencio un instante, aunque parecía mucho más consternada que molesta.

-No pretendo obligarte a cambiar de mentalidad. Sé que tus convicciones son muy fuertes en este sentido y entiendo hasta cierto punto tus razones. Pero sabes que no estoy de acuerdo contigo, porque no es la primera vez que discutimos esto. Y quiero que comprendas que, si me veo obligada a elegir entre salvar una vida y provocar una muerte, siempre elegiré la vida. Siempre. Si eso va a suponer un problema para nuestra colaboración…

-No -atajó Garrus en voz baja, bajando la vista-. No lo supondrá. Tienes razón, ya hemos tenido esta discusión antes, no debería ser tan insistente. Es sólo que… esta vez…

-Esta vez me has visto llevarlo a la práctica con tus propios ojos.

Durante unos segundos, ninguno de los dos habló, dejando que el silencio se espesara. Pero Garrus terminó asintiendo con la cabeza.

-Me he encontrado ya demasiadas veces ante situaciones así. Criminales que se escapan ante mis narices por vacilaciones o por tecnicismos, quedando impunes. Lo lamento de veras, comandante, pero a veces es muy difícil no hartarse.

-Lo comprendo. Pero necesito un voto de confianza por tu parte. Esto no es el C-Sec y yo nunca dejo las cosas a medias. Te lo aseguro. Sin embargo, debemos hacerlo bien. Porque la línea que separa a un justiciero de un fanático puede ser muy delgada.

Aquellas palabras le recordaron tanto a su padre que Garrus no fue capaz de reprimir otro suspiro, rindiéndose definitivamente. Toda la furia que había estado corroyéndolo comenzaba a transformarse en un agotamiento brutal a una velocidad pasmosa. La confusión, los reveses constantes que estaba encajando, todo lo agobiaba mucho más de lo que estaba preparado para aguantar. Lo que en un principio le había parecido un viaje de reafirmación personal se estaba convirtiendo en una paliza moral. A veces sentía que el suelo se tambaleaba bajo sus pies y no tenía ni idea de a qué agarrarse.

-Shepard… -empezó, titubeando-, yo… Por favor, acepta mis más sinceras disculpas. Me uní a esta misión para ayudarte a atrapar a Saren y tengo la sensación de que más bien me estoy convirtiendo en un quebradero de cabeza para ti.

La expresión de la mujer se ablandó un poco y, por un momento, incluso pareció a punto de sonreír.

-Tranquilo -replicó, más ligera-. Ya iba advertida sobre la cabezonería de los turianos.

Garrus soltó un resoplido de risa carente de humor.

-No voy a negar que la terquedad turiana es legendaria -repuso, fijando la vista en algún punto de la pared-. Pero creo que este caso es más bien un problema personal. De alguna forma, siempre me las ingenio para acabar convirtiéndome en un… elemento conflictivo allá a donde voy.

-Lo creas o no, yo te considero un miembro valioso de este equipo, Garrus -terció ella, conciliadora; y sus palabras lo pillaron tan desprevenido que volvió a encararla en el acto, con la boca abierta-. No sólo tienes una habilidad sobresaliente en el campo de batalla, sino que también eres inteligente y tenaz. Me gusta que tengas un código tan férreo, eso puede hacerte incorruptible. Y sé que eres una buena persona, con buenas intenciones. En ningún momento me he arrepentido de traerte con nosotros. Sólo creo que deberías considerar que pegarle un tiro a los problemas no siempre es la mejor opción. La muerte suele ser la salida más fácil, lo complicado es encontrar soluciones alternativas. Podemos equivocarnos o acertar, pero al menos lo habremos intentado. Optar de plano por matar o dejar morir a quien sea… es como destrozar una maqueta entera, sólo porque has colocado mal una pieza.

Él vaciló, sin saber muy bien qué contestar. Estaba acostumbrado a que sus defectos pesaran mucho más que sus virtudes a la hora de ser juzgado por otras personas. No era tan ingenuo como para ignorar que buena parte de sus compañeros del C-Sec, por no decir todos, lo consideraban un incordio. Pallin lo tenía enfilado desde hacía tanto tiempo que ya había perdido la cuenta. Pero toda la hostilidad que vertían sobre él no había hecho más que avivar sus convicciones. Ningún desplante había logrado nunca cambiar su forma de pensar, tal vez por simple tozudez. Aunque eso también había provocado que se aislara muchísimo. Hasta el punto de llegar a preguntarse si algo de lo que podía ofrecer al mundo valía realmente la pena.

Ahora, incluso a pesar de la crítica, se sintió un poco mejor, y los nervios y la desazón se aliviaron. Podía entender el argumento de Shepard, considerarlo. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía la impresión de estar dándose cabezazos contra una pared o de ser un trasto inútil. Eso ya era más de lo que habían conseguido otros con sus monsergas. Quizá porque ella sí había visto lo bueno que había en él y creía de verdad que podía mejorar, en vez de darlo completamente por perdido.

-Gracias -musitó con sinceridad, tras un breve silencio-. No… Supongo que nunca lo había visto de esa forma. Estar destrozando, más que arreglando.

-El símil de la maqueta siempre ayuda, ¿eh? -soltó Shepard, que de repente parecía animada, como si hubiese percibido su cambio de humor-. Aunque el crédito no es mío. Es una frase que le he robado a mi madre.

Garrus se atragantó con un murmullo de risa, pero se encargó de cubrirlo con un carraspeo.

-Gracias también por tu paciencia, comandante -añadió-. No esperaba que pensaras así, la verdad. Sobre no arrepentirte de tenerme aquí, quiero decir. Siempre que hablamos, llega un punto en que las cosas parecen ponerse… tirantes.

-También choco bastante con algunas de las ideas de Williams y eso no significa que no la aprecie o no la valore. -Ella se encogió de hombros-. Cada cual tiene lo suyo, Garrus, ninguno de nosotros es perfecto. Y, si todos pensáramos igual, la vida sería un aburrimiento.

-Sí, bueno… creo que esta vez incluso Williams ha sido más profesional que yo. Al menos no ha estado molestándote todo el tiempo con el mismo tema.

-Ella también es bastante vehemente, ¿sabes? -replicó Shepard, con un destello de buen humor en los ojos. Y entonces, alzando una mano, le palmeó amistosamente el hombro-. No te preocupes demasiado, ¿eh? Por si no lo has notado, a mí me encanta hablar. Así que podemos hablar todas las veces que quieras, aunque sea siempre de lo mismo. -Incorporándose, se separó de la terminal y comenzó a alejarse en dirección al ascensor-. ¡No te acuestes con el estómago vacío! Hoy ha sido un día muy largo.

Mientras la veía marchar, Garrus volvió a tragar saliva, sintiendo un inesperado latigazo de impaciencia. No sólo era una novedad que un superior confiara abiertamente en él, sino también que se mostrara tan cercano y accesible. Con otra persona no habría sido posible, pero con Shepard, tal vez… Echó un vistazo a la cubierta vacía, ofreciendo una privacidad que difícilmente podría volver a conseguir sin buscarla a propósito (y no iba a buscarla, no sería correcto). Era una oportunidad de oro para sacarse esa espina que había estado fastidiándolo desde que salieron de la Ciudadela y, con un poco de suerte, terminar de poner en orden sus ideas. Tenía que aprovecharla. Y, tomando aire, dejó escapar:

-Shepard. -Ésta se detuvo casi a punto de alcanzar el ascensor y se giró a medias para mirarlo-. ¿Puedo… puedo hablarte con franqueza?

En la penumbra y a contraluz, no alcanzó a distinguir su gesto, pero vio cómo ladeaba la cabeza.

-¿Alguna vez no lo has hecho?

-Quería decirte que… bueno, siento que hemos empezado con mal pie, pero hay una explicación para eso. Me había hecho a la idea de que serías otro tipo de persona y no creí que nuestros puntos de vista fueran a chocar tanto. Eso me ha tenido un poco descolocado. -Hizo una pausa, carraspeando otra vez; pero, como ella no intervino, se apresuró a continuar-. Cuando nos conocimos en la Ciudadela, yo ya sabía quién eras desde hacía tiempo. Quizá te resulte extraño, pero la prensa intergaláctica se hizo bastante eco de lo que sucedió en Akuze. No sólo por ser el primer contacto de tu especie con las fauces trilladoras, sino por el hecho de que alguien saliera vivo de allí. Nadie habría podido imaginarlo, muchos lo tomaron como un símbolo de lo que los humanos son capaces de hacer. Corren todo tipo de historias sobre ti desde entonces y…

No terminó la frase, pero tampoco pareció necesario.

-Y esperabas encontrar a una comandante implacable y dura como una piedra, en vez de a esta blanda sentimental, ¿verdad?

Hubo algo en su voz que lo obligó a bajar la vista, avergonzado. Pensando en ello ahora, parecía una chiquillada monumental. Pero no se había dado cuenta de la esperanza que había invertido en la posibilidad de lograr entenderse por fin con alguien, hasta que ella había comenzado a machacar todas sus fabulosas ideas punto por punto.

-Sí -musitó, retorciéndose las manos-. Supongo que sí. Alguien más temerario y menos preocupado por las consecuencias, quizá. Dispuesto a sacrificar lo que hiciera falta para dejar el trabajo hecho. Quizá… alguien como yo. Eso era lo que había interpretado de lo ocurrido en Akuze: que nunca te rendías. Y, para mí, no rendirse equivalía a… bueno, a arrasar con todo.

Shepard no contestó enseguida. Permaneció callada un rato que se hizo eterno, con la vista clavada en él, hasta que al final murmuró:

-¿Estás decepcionado?

-No. -Garrus sacudió la cabeza y le devolvió la mirada-. Y jamás me atrevería a considerarte una blanda. He estado contigo en el campo de batalla y nunca te ha temblado el pulso. También te he visto conseguir cosas mediante la diplomacia que otros no habían logrado solucionar, ni por las buenas ni por las malas. Ése es un tipo de fuerza que yo no había conocido hasta ahora. Simplemente… hay cosas que a veces me cuesta comprender.

Ella respiró hondo, exhalando un suspiro. También paseó la vista por la cubierta y se quedó un momento contemplando el ascensor. Garrus se preguntó si estaría buscando la forma más adecuada de librarse de aquella charla y temió haberse pasado de directo. No quería que pensara que se estaba tomando demasiadas libertades al sacar un tema tan personal. Pero, cuando ya se disponía a abrir la boca para disculparse y pedirle que lo olvidara, Shepard volvió a cruzarse de brazos y regresó despacio junto a él, acercándose hasta apoyarse levemente en el atril de su terminal. A la tenue luz de la pantalla, su expresión parecía reflejar un cansancio que no estaba ahí hacía apenas unos minutos. Y tal vez ella misma fuera consciente de ello, porque mantuvo la mirada baja, perdida en algún punto del suelo, y se llevó una mano a la frente para frotarse la cicatriz que le partía la ceja derecha.

Cuando comenzó a hablar, su voz sonó apenas audible. Como si se dispusiera a compartir algo tan íntimo que decirlo en voz alta habría resultado indecoroso.

-Hubo una ceremonia, ¿sabes? Tras lo de Akuze. Una IMF, como solemos llamarlo, en memoria de los caídos. Todo un auditorio abarrotado de gente, bonitos discursos, medallas a título póstumo… Puedes hacerte una idea, seguro que los turianos también tenéis esas parafernalias. -Resopló con amargura-. Y ahí estaba yo. Shepard, la Única Superviviente, colocada en mitad del estrado como una especie de trofeo, mientras los demás hablaban de la gran hazaña que había hecho.

Apretando los dientes de nuevo, giró el rostro y lo miró a los ojos.

-Sé que se dicen muchas cosas sobre Akuze, Garrus. Muchos se creen que soy una especie de súper soldado. También hubo algunos convencidos de que dejé morir a todos mis compañeros para salvar mi propio pellejo. Pero tanto unos como otros me sobrevaloran. No soy ningún símbolo ni ninguna heroína. No me salvó la estrategia. La verdad es que lo único que me mantuvo viva fue la suerte. La suerte, el destino, llámalo como quieras. Porque aquello no fue una batalla, sino una masacre. Ninguno de nosotros tenía la más mínima oportunidad. Sólo hubo gente gritando, explosiones, fuego, ácido, los temblores de tierra, los rugidos de esos condenados bichos, olor a sangre y a carne quemada… -Se interrumpió, como si las palabras se le atragantaran, y respiró hondo una vez más-. La única maldita cosa que hice en Akuze fue correr y mi único mérito es que corrí más rápido que los demás. Cuando me colgaron esa medalla en aquella ceremonia, delante de todo el mundo… me sentí más como una atleta olímpica que como una marine.

Él no fue consciente de que estaba conteniendo el aliento hasta que el silencio los envolvió de nuevo. Pero no fue capaz de apartar los ojos. Se mantuvo firme, sosteniendo su mirada, atrapado. Y replicó sin pensar, casi por acto reflejo, también en un susurro:

-Permíteme que discrepe, comandante, pero correr ya es más de lo que habrían hecho otros. Y correr durante cinco días, sin suministros, en un planeta hostil y escapando de esas cosas, hasta alcanzar por tu propio pie el punto de extracción, no me parece algo que pueda conseguir un cualquiera. El estado de shock debería haberte dejado tirada allí para morir junto a todos los demás.

El gesto de Shepard se quebró. Contrajo el ceño, apretando los labios, y se apresuró a girar el rostro en dirección contraria. Él no estaba seguro de si su comentario la había ofendido, pero no se arrepentía de lo que había dicho. Una cosa era que ella fuese una persona modesta; otra muy distinta, que se infravalorase así de verdad. Le gustase o no, había sido y era la inspiración de mucha gente. Ahora que había tenido oportunidad de conocerla y de luchar a su lado, además, Garrus no habría dudado ni un segundo en afirmar ante quien fuera necesario que la mujer estaba muy por encima de la leyenda. En muchos más sentidos de los que creyó posible en un principio.

-Yo no podía morir allí -continuó Shepard de improviso, con deje ausente-. No podía. No después de haber visto morir a los demás. Por mucho que deseara que todo acabase, habría sido como escupir a la cara de los que cayeron luchando por sobrevivir. -Su voz se desvaneció y tuvo que tragar saliva para recomponerse-. En la ceremonia, fui la encargada de entregar las Medallas al Mérito a las familias de los caídos. Cincuenta familias, subiendo al estrado una a una, mirándome con esas caras de ¿por qué tú? ¿Por qué tú y no mi marido, o mi mujer, o mi hija, o mi hermano? ¿Qué hiciste para salir viva de allí? Algunos transmitían tanta rabia que seguramente habrían sido capaces de pegarme un puñetazo. Pero yo no tenía ninguna respuesta. No sé por qué sobreviví.

-Ponerte en esa situación me parece muy innecesario -se le escapó a Garrus, sin poderse contener-. ¿Qué demonios pretendían tus superiores obligándote a hacer algo así?

-Mis superiores no me obligaron -Shepard alzó otra vez la vista para encararlo-, yo solicité hacerlo. Quería mirar a los ojos a todas esas personas y decirles "lo siento". Lo siento. No pude salvar a vuestros seres queridos, no pude ayudar a nadie. No pude hacer nada más que correr. Y nunca me lo perdonaré, aunque sé que no fue culpa mía. Todo lo que ellos se preguntaban, me lo preguntaba yo también. No encontrar una respuesta me estaba volviendo loca. Pero al ver su dolor, me juré a mí misma que nunca más. No volveré a huir, no dejaré a nadie atrás. Mientras esté en mi mano, no permitiré que cosas así se repitan, lucharé hasta el último momento. No puedo cambiar lo que ocurrió, pero puedo encargarme de que no fuera en vano. Se lo debo a ellos, a mis amigos y a sus familias. No voy a rendirme. Nunca. Ése es mi porqué, lo que le da sentido a todo. Así que, en cierta forma, no te equivocaste al interpretar lo que significó Akuze para mí.

Garrus se encontró a sí mismo con el corazón en un puño ante su discurso. Todo lo que había creído, los prejuicios que se había formado, le parecían ahora un insulto a la realidad. Un insulto a ella y a lo que había vivido. Se había comportado como un crío, más impresionado por la epicidad de la proeza que por el horror de la tragedia. Y no pudo evitar agachar de nuevo la cabeza, arrepintiéndose de su estupidez.

-Comprendo…

-Allí vi suficiente muerte gratuita para lo que me queda de vida -concluyó Shepard suavemente-. Por eso tomo las decisiones que tomo. Y por eso no me gusta que hables tan a la ligera de sacrificar vidas. Pero tal vez para un soldado turiano todo esto sea una memez…

-No -contradijo él en el acto-. No. En realidad… creo que es una de las cosas más heroicas que he oído.

Shepard dejó escapar un leve resoplido, pero, contra todo pronóstico, sonrió. Una sonrisa pequeña y algo triste, pero la primera que él le veía esbozar desde que se encontraron por primera vez en la Torre de la Ciudadela.

-Creo que eso es demasiado -entonó-. Pero gracias, Garrus. Te lo agradezco de verdad. Y te agradezco también que hayas sido sincero conmigo.

-Lo mismo digo, comandante.

Con un gesto de cabeza, Shepard se enderezó y dio por concluida la conversación. No añadió nada más mientras se alejaba otra vez de él, dejándolo sumido en sus pensamientos. Pero, antes de alcanzar el ascensor, se detuvo de nuevo y volvió el rostro para decir:

-Te doy cinco minutos.

-¿Qué? -Garrus la miró sin comprender.

-Para que subas a cenar. Es lo que voy a tardar en recalentar mi comida y la tuya. Si es que los demás nos han dejado algo, claro. -Dándole la espalda, continuó la marcha-. ¡Cinco minutos!

Él rio por lo bajo, negando con la cabeza, pero esta vez no lo disimuló.

-Está bien. Enseguida subo.

Cuando el rumor del ascensor se acalló y el silencio volvió a rodearlo, Garrus se quedó mirando la pantalla de su terminal sin verla en realidad, con la sensación de haber pasado la vida entera contemplando el mundo a través de un filtro que acababa de desvanecerse. Aún quedaba mucho en el aire y seguramente le llevase tiempo reconstruir su código interior, pero una nueva perspectiva comenzaba a perfilarse ante sus ojos. El verdadero significado de la responsabilidad que llevaba sobre sus hombros como agente del C-Sec. La forma correcta de hacer las cosas. Las razones que lo motivaban. Qué tipo de persona había sido y en qué tipo de persona quería convertirse. Cómo le gustaría ser recordado por los demás. Qué quería conseguir en la vida…

Alguien le había dicho una vez que quien está dispuesto a sacrificar mucho es porque ha perdido muy poco, y en aquel momento comprendió hasta qué punto era cierta aquella afirmación. Durante su etapa en el ejército, había participado en operaciones de alto riesgo, había luchado en combates muy peligrosos, había mirado a la muerte a la cara en un centenar de ocasiones… pero nunca había tenido que enfrentarse a la aniquilación total de su equipo. Nunca había tenido que quedarse atrás, solo, indefenso, aplastado bajo el peso de las muertes de sus compañeros y amigos. Nunca había tenido que vivir lo que había vivido Shepard. Y, si alguna vez le tocaba vivirlo (que los espíritus lo protegieran de tener que pasar por algo así), no tenía ni idea de si sería capaz de superarlo como lo había hecho ella. O de convertirse en la persona en la que ella se había convertido.

Sí, aquella mujer estaba muy por encima de su reputación. Las historias no le hacían justicia. Y el respeto que comenzaba a inspirarle era tan profundo, tan sincero, que incluso a él le resultaba increíble. Cambiar de mentalidad gracias a ella sería un honor.

Después de todo, unirse a la Normandía no había sido un error. Quizá fuera la mejor decisión que había tomado en su vida.

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