"Little Talks" #3 - Trebin

Jul 31, 2016 11:42

Título: Trebin
colección: Little Talks
Fandom: Mass Effect
PoV: Ashley Williams
Misión: Investigadores desaparecidos
Contexto: Encuadrada después de Therum, pero antes de Feros y Noveria. Justo antes de activar la conversación con Ashley sobre Shanxi, habiendo hablado ya de sus recelos hacia los aliens y de su familia.
Palabras: 5.189




Little Talks: Trebin

Ashley despertó con una sacudida tan brutal que estuvo a punto de golpearse la cabeza con el somier de la litera superior. La boca abierta en un grito mudo, el aliento atascado en el pecho, la piel perlada de sudor frío… y en los ojos bailando aún el destello de explosiones azules. Le costó un instante comprender que estaba en los alojamientos de la tripulación, en la Normandía, y no en una mina de aire viciado, bajo tierra. Rodeada de cascarones de ojos huecos. Como los de Eden Prime.

Apretando los dientes, se apartó el pelo revuelto de la cara y se odió a sí misma al comprobar que no podía parar de temblar. "Piensa en otra cosa -se ordenó con vehemencia-. Otra cosa. Ahora. Ya". Barrió la estancia con la vista, buscando algo inusual entre las formas dormidas de sus compañeros, bajo el tenue resplandor de las luces de emergencia. La quietud era total, sólo rota por acompasadas respiraciones. A su derecha, alguien roncaba. Al fondo, podía distinguir a Tali hecha un ovillo en su litera, sin molestarse siquiera en cubrirse con las sábanas. Y, en la litera de debajo, la irregular silueta de Vakarian, con las mantas subidas hasta la cresta, como si pretendiera protegerse de una ventisca. Tan ridículamente friolero…

Frunció la boca, tragándose un resoplido. Si Garrus estaba ya allí, significaba que la "noche" estaba muy avanzada. Él nunca se acostaba hasta la segunda mitad del ciclo nocturno, como si no se sintiera cómodo bajando la guardia antes de que se durmieran los humanos. ¿Y quién podía culparlo? Si ella fuese la única humana en una nave turiana, no cerraría los ojos ni medio segundo. De hecho, estaba segura de que él sólo había aceptado instalarse con ellos porque Shepard lo había obligado. Y porque quedarse a dormir en la cubierta de carga con Wrex era mucho peor.

Respiró hondo, haciendo un esfuerzo por calmarse, con las piernas cruzadas y acodada en las rodillas. Durante unos minutos interminables, permaneció quieta, forzando a su cerebro a concentrarse únicamente en inspirar y espirar, inspirar y espirar. Pero la inquietud ya se había instalado en su estómago, provocándole náuseas. Le dolían las manos por la intensidad con la que estaba reprimiendo las ganas de llevárselas a la cintura y a los hombros, en busca de unas armas que, por supuesto, no estaban ahí. Ya le había costado lo indecible obligarse a desechar la idea de dormir con una pistola bajo la almohada, repitiéndose una y otra vez que nadie podía colarse por sorpresa en la Normandía. Estaban en mitad del espacio, por amor de Dios, no en un maldito barracón en tierra firme. Ningún cascarón iba a aparecer de repente por la puerta. No iba a despertarse de improviso con el foco de ningún geth apuntándole a la cara.

Y, aun así…

Mascullando una maldición, apartó las sábanas y agarró los pantalones del uniforme para calárselos con rapidez. Antes de levantarse, se recogió el pelo en un moño deshilachado, impaciente. Y abandonó los dormitorios comunales descalza y a paso ligero, como si huyendo de la cama pudiera huir también de las pesadillas.

La Normandía nunca se apagaba del todo. La tripulación rotaba en turnos de ocho horas para que los sistemas no quedasen jamás desatendidos, de modo que siempre había gente levantada trabajando. Sólo ellos seis, el equipo de campo de Shepard, mantenían siempre el mismo horario. Pero, durante el ciclo nocturno, la intensidad de las luces se rebajaba, el trajín diario se aquietaba y, a pesar de estar perdidos entre las estrellas, tenías la sensación de que de algún modo era de noche de verdad. Por eso recorrió casi de puntillas el pasillo vacío en dirección a los servicios, absurdamente empeñada en no despertar a nadie.

Por desgracia, ni siquiera el agua fría la ayudó a recuperarse. Se mojó el rostro veinte veces y aun así tuvo que aferrarse al lavabo para sostenerse, jadeante. Cuando alzó la vista para mirarse al espejo, apenas reconoció a la mujer que le devolvió la mirada, con los ojos enrojecidos, las ojeras marcadas, pálida y sudorosa. Parecía que acababa de vomitar hasta la primera papilla. La voz de Sarah surgió en su mente como si la tuviera al lado: Estás hecha un asco, hermanita. Y Ashley dejó escapar una débil risa que, para su horror, sonó más como un sollozo.

Sí, estaba hecha un asco. Estaba hecha un completo asco, a pesar de que cada día se encargaba de patear todos esos sentimientos hasta el rincón más oscuro de su mente. Hasta ahora, no le había ido mal. Centrarse con obsesiva precisión en el trabajo era un hábito que nunca le había fallado: limpiar el arsenal, clasificar municiones y mejoras, revisar los suministros y, de vez en cuando, bajar a tierra a patear unos cuantos traseros. Eran tareas mecánicas, perfectas para mantener la mente ocupada. Nada de divagaciones o pensamientos raros, sólo la inmediatez del presente, la solidez del metal entre las manos. Pero al aterrizar en Trebin con Shepard y Garrus en busca de esos científicos, al verse a sí misma atrapada en una mina que apestaba a muerte y podredumbre, con esos engendros surgiendo de todos los rincones, flashes azules en la oscuridad, aullidos que reverberaban en los túneles de roca… todo había saltado por los aires, como un globo que se infla demasiado.

La primera pesadilla la había tenido durante su primera noche en la Normandía. Pero Ashley Williams no era de las que se quedaban sentadas esperando a que las cosas se arreglaran solas. Sin pensárselo dos veces, se había dirigido a la enfermería y le había pedido a Chakwas algo para poder dormir sin soñar. El gesto de la doctora se había tornado suspicaz, pero ella no le había dado ningún margen que le permitiera iniciar la típica charla sobre el estrés postraumático. Todo eso ya lo sabía, sólo necesitaba dormir. Estar en óptimas condiciones para cuando sus superiores la necesitaran. Si al llegar a la Ciudadela, Anderson o Shepard decidían dejarla ingresada en el hospital al cuidado de algún loquero, no tendría nada que objetar; pero se congelaría el infierno antes de que ella les diera una excusa. No quería ser apartada de aquella misión. No quería perder la única oportunidad que iba a tener de vengar a los suyos. Tal vez fue esa determinación la que ablandó a Chakwas, porque se había limitado a hacerle unas cuantas preguntas y entregarle unas pastillas. No habían vuelto a hablar del tema. Y, como Shepard tampoco había mencionado nada al hacerse cargo de la Normandía, Ashley pensó que, con un poco de suerte, quizá incluso ella misma pudiera olvidarlo cuanto antes.

El "tratamiento" no le había durado demasiado. En cuanto iniciaron la persecución de Saren y una cierta rutina se instaló en la nave, ella abandonó las pastillas. Le habían hecho un buen servicio durante los primeros momentos de debilidad, pero no tenía ninguna intención de engancharse a ellas. Siempre había tenido muy presente lo que el alcohol, las drogas o el abuso de medicamentos podían llegar a hacerle a la mente de un soldado. Estaba harta de verlo en los centros de veteranos de guerra. Así que volvió a aferrarse al trabajo, a sus obligaciones y a las esporádicas incursiones terrestres, evadiéndose de la forma habitual y echando tierra sobre Eden Prime y todo lo ocurrido allí.

Lástima que la suerte no sonriera casi nunca a los Williams.

Después del esfuerzo, bastó volver a ver a esos malditos cascarones para que todo se derrumbara. El impacto que sus alaridos y sus rostros habían tenido en ella había sido demoledor. El dedo índice se le había agarrotado sobre el gatillo del fusil de asalto, y no había dejado de disparar a diestro y siniestro hasta que el sobrecalentamiento del cañón hizo saltar la alarma. Tenía el vago recuerdo de haber estado gritando, incluso. Y, aunque Shepard iba por delante de ellos abriendo camino, examinando a fondo el recinto, estaba segura de que al menos Garrus sí se había dado cuenta de su reacción. Había sentido su mirada clavada en la nuca durante todo el trayecto de vuelta.

Técnicamente, no había hecho nada malo; pero para una marine como ella, su actitud en Trebin había sido intolerable. Perder el control, dejarse dominar por las emociones, entrar en pánico… Ninguna de esas cosas tenía cabida en el campo de batalla. Eran un insulto a todos sus años de entrenamiento y experiencia. Cuantas más vueltas le daba, más comprendía que de verdad estaba hecha un asco. Que la herida no sólo no se había curado, sino que empezaba a infectarse. Porque sí, ya había visto morir compañeros antes. Pero nunca a manos de los geth, que habían acribillado y empalado a soldados y civiles ante sus narices, con esa frialdad que sólo las máquinas pueden lucir. Convirtiéndolos en monstruos a los que ella había tenido que meter después una bala entre las cejas.

No existían rutina, obligaciones o trabajo que pudieran hacer olvidar algo así.

Dejando escapar el aire en un trémulo suspiro, se pasó el dorso de la mano por la nariz, sorbiendo, y volvió a retirarse los mechones húmedos de la cara. ¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? Mientras se enfrentaran a mercenarios, terroristas y piratas, todo iría bien. ¿Pero qué iba a ocurrir la próxima vez que los cascarones se cruzaran en su camino? ¿Qué iba a pasar cuando tuviera que blandir su fusil contra los geth, ahora que la adrenalina que la mantuvo viva en Eden Prime se había congelado? Aún no los había encontrado en ninguna de las misiones en las que había participado, pero los demás, sí. Y Saren estaba rodeado de geth, joder, eran sus esbirros personales.

Ansiosa por cortar aquella línea de pensamiento antes de que las paredes terminaran de venírsele encima, Ashley abandonó los servicios a zancadas, huyendo otra vez, aunque no tenía ni idea de a dónde ir. Era demasiado pronto para levantarse y demasiado tarde para intentar conciliar de nuevo el sueño. Pero, al acercarse al comedor en busca de algo para beber, captó movimiento al otro lado de la sala y se detuvo en seco. Una figura menuda se encaminaba con paso distraído hacia el camarote del capitán, con una taza en una mano y un pad de datos en la otra.

Abrió la boca para saludar en un acto reflejo, pero la volvió a cerrar de golpe al darse cuenta de que se trataba de Shepard. Iba en camiseta interior, igual que ella, y con unos pantalones de pijama que se asemejaban bastante al chándal de entrenamiento de los marines. Descalza y despeinada, posiblemente también acabara de levantarse. Así que, conteniendo el aliento, Ashley se dio la vuelta con disimulo e hizo amago de desaparecer otra vez por el pasillo.

-¿Williams?

Mierda. No pudo evitar encogerse, tragándose una maldición, pero procuró erguirse con respeto al girarse de nuevo para encararla. La luz ambarina del pad iluminaba su expresión sorprendida.

-¿Estás bien? -inquirió Shepard, con genuina preocupación en la voz.

Ashley no comprendió qué demonios pasó en ese momento. Algún resorte se le aflojó en el cerebro y, aunque ya estaba dibujando el "sí, señora" con los labios, aunque ya tenía las palabras trepándole por la garganta, lo único que consiguió articular fue un contundente:

-No.

Shepard parpadeó, alzando las cejas, y Ashley deseó que se la tragara la tierra. O la escotilla más próxima, en todo caso.

-Q-quiero decir -balbuceó, en un penoso intento de arreglar la situación-, yo no… S-sólo iba al baño, comandante, ya… vuelvo a…

No pudo seguir. ¿A qué jugaba? ¿De verdad creía que podría ocultarle a Shepard eternamente su estado? Sólo era cuestión de tiempo que se diera cuenta y entonces la patearía fuera de la nave, no sólo por inútil, sino también por mentirosa. Estupendo. Primer superior que parecía valorarla por lo que era y no por su árbol genealógico, y ella solita se encargaba de mandarlo todo a la mierda por pura cabezonería. ¿Por qué había permitido que las cosas llegaran a ese punto lamentable? ¿Por qué no había aceptado la charla de Chakwas sobre el estrés postraumático y había cedido a recibir algún tipo de tratamiento especial?

¿Por qué nunca, nunca, se sentía con derecho a aceptar la ayuda de nadie?

Shepard avanzó un poco, de regreso al comedor. Cuando quedó bajo la luz de la sala, Ashley pudo ver consternación en su rostro. Aquello la hizo sentir aún peor. Pero, antes de que pudiera soltar alguna otra incoherencia, la comandante alzó su taza y comentó:

-Insomnio, ¿eh? Tranquila, te guardaré el secreto. Sé cómo manejar a la que dirige el cotarro aquí.

Fue una broma tan inesperada, que Ashley se encontró a sí misma echándose a reír con un alivio casi histérico. Enseguida se forzó a recuperar la compostura, claro, pero la tensión se había rebajado. Y Shepard había esbozado una media sonrisa.

-¿Te apuntas? -añadió, mostrándole la taza otra vez-. Ponerse a beber sola a las cuatro a.m. siempre me ha parecido patético. Cualquier compañía será bien recibida.

Ashley estuvo a punto de negarse, pero de nuevo su voz la traicionó.

-Será un placer, señora.

-No estamos de servicio, Ashley -replicó Shepard, pasando a usar el nombre de pila con naturalidad, al tiempo que enfilaba hacia el camarote-. Te permito que me llames "capi" a secas.

La sonrisa brotó antes de que la pudiera reprimir y, aunque sentía el corazón comprimido, la siguió sin dudar ni un segundo. Porque, a pesar de que Ashley Williams sabía perfectamente cuál era su lugar, también se sentía perdida, obligada a enfrentarse a algo que no sabía cómo arreglar. Y Shepard estaba ahí. Siempre estaba ahí. Shepard había estado en Eden Prime, la había acogido en la Normandía, la había convertido en parte de su equipo. La había escuchado. Y Ashley necesitaba creer, aunque fuera sólo por un momento, que por fin podía bajar la guardia. Que el mundo no era tan oscuro. Que, después de todo, no estaba tan sola.

Cuando llegó a la puerta del camarote, titubeante, Shepard ya estaba sentándose a una pequeña mesa circular atornillada en el centro de la estancia. Con un gesto, le indicó la butaca contigua, invitándola a tomar asiento; y, en cuanto se acomodó, colocó ante ella la taza humeante.

-Tómese la tila, jefa Williams -entonó, aún con esa pequeña sonrisa-. Creo que usted la necesita más que yo.

Ashley contempló la infusión con una mezcla de incredulidad y un abrumador sentimiento de… algo que no pudo ni describir.

-¿Una tila? -repitió, alzando una ceja, con la esperanza de que la ironía disimulara el temblor de su voz-. ¿En serio, capi? Cuando me has invitado a beber, esperaba encontrar algo más alcohólico.

Shepard soltó un resoplido de risa, arrellanándose hasta subir los pies al asiento, doblando las piernas ante el pecho para hacerse un ovillo.

-Siento decepcionarte, yo no bebo alcohol. Normalmente. Es poco recomendable para los que tienen una hoja de servicio como las nuestras.

Ashley se tensó de golpe. Alcohol, drogas, abuso de medicamentos. Sí, mejor huir de aquello como de la peste, si tu carrera militar acumulaba situaciones desagradables. Y las suyas lo hacían. Había sido un comentario sutil y casual, pero Shepard le había tendido un cable con él de forma tan evidente que ese sentimiento sin nombre creció hasta cerrarle la garganta. De repente, la debilidad la asfixió y tuvo que acodarse en la mesa y envolver la taza con ambas manos para intentar disimularlo.

-No pretendo ofenderte, pero las tilas me recuerdan a mi abuela.

Esa broma le costó mucho más esfuerzo y supo que su tono la había delatado miserablemente.

-Si te sientes nostálgica, guardo todo un arsenal de infusiones en mi taquilla. No soporto el café.

-Venga ya, capi, no cuentes conmigo. Un buen chute de cafeína es lo mejor para ponerse en marcha y despejar la mente.

El breve intercambio se apagó ahí y un silencio extraño invadió el camarote. Ashley era consciente de que los ojos de Shepard seguían clavados en ella, pero no tuvo valor para devolverle la mirada y mantuvo los suyos fijos en la infusión. El vapor que le acariciaba el rostro comenzaba a hacerlos lagrimear.

El vapor, sí. Maldito vapor.

-Siento lo que ha pasado en Trebin hoy, Ashley -murmuró entonces Shepard.

Ella apretó los dientes y buscó algo que decir para quitarle hierro al asunto, pero no lo encontró. No tenía sentido fingir. Lo hubiese notado en tierra o acabase de sacar sus propias conclusiones ahora mismo, era obvio que Shepard había atado los cabos. Odiaba la idea de mostrarse débil ante un oficial, no se lo podía permitir, los Williams debían ser mejor que los mejores. Pero, cuando alzó la vista y sus ojos se encontraron, se dio cuenta de que ella comprendía. No eran necesarias palabras ni explicaciones.

Esa certeza le quitó un enorme peso de encima.

-Si hubiese sabido lo que nos íbamos a encontrar allí… -empezó Shepard, pero se detuvo a mitad de la frase, vacilando-. Bueno, iba a decir que, si lo hubiese sabido, no te habría llevado. Pero tal vez esto haya sido lo mejor para ti.

-Cuanto antes empiece a enfrentarme a esas cosas, menos se me enquistarán en la cabeza, ¿no? -susurró Ashley, captando su línea de razonamiento.

-Sí, creo que sí. Aunque yo no soy psicóloga. Y, desde luego, no estoy en la mejor posición para dar consejos a nadie con respecto a eso. Yo en tu lugar, no dejaría en mis manos tu salud mental.

Ashley sonrió tristemente, negando con la cabeza.

-No te preocupes, no creo que se me vaya a ir la olla o algo por el estilo. Aunque toda esta mierda sería más fácil si esos cabrones no se empeñaran en tirársenos encima. Me pone de los nervios. Preferiría matarlos a distancia, en vez de tener que olerles al aliento. Es más agobiante que una fiesta llena de críos borrachos y sobones.

Shepard dejó escapar un murmullo de risa.

-Vamos, ¿dos guapas soldados, embutidas en sus bonitas armaduras? -bromeó, lanzándole una mirada burlona-. Yo comprendo la sobreexcitación de los cascarones. ¿Quién podría resistirse?

-Tu teoría es muy mona, pero, por si no te fijaste, a por Vakarian también iban.

-No me hagas responder a eso…

Y, por fin, Ashley rio con sinceridad, relajándose.

-Se te ve el plumero, capi.

Shepard puso los ojos en blanco, desviando el rostro, pero no se molestó en ocultar una sonrisilla elocuente. Quizá fuera esa simple muestra de confianza y camaradería lo que consiguió que sus barreras terminaran de ceder. Porque antes de ser consciente de lo que hacía, antes de poder reconsiderarlo, abrió la boca y musitó:

-He tenido miedo allí.

El silencio que siguió a su confesión hizo que sus palabras sonaran más solemnes de lo que pretendía. Shepard se quedó mirándola, pero, si su sinceridad la había sorprendido, no lo demostró. Sólo parecía atenta, dispuesta a escuchar. De modo que Ashley tomó aire y lo dejó escapar con otro suspiro, aferrándose a la taza.

-He pasado un miedo del carajo -reiteró, con un hilo de voz-. Soy de la infantería, yo no tengo miedo en el campo de batalla. Nunca me había ocurrido esto. Pero fue ver aparecer a esas cosas y… recordé las caras de mis compañeros del 212. Mi unidad. Otra vez, fue como si… -Frenó, cerrando los ojos un instante, luchando por dominarse-. He pasado semanas intentando no pensar en ello, pero esos bichos antes eran personas. Gente normal, transformada en eso. Cada vez que apretamos el gatillo… Jamás habíamos tenido que enfrentarnos a algo así. Me pusieron enferma y tuve miedo. Lo siento. Yo… no soporto la idea de que mi falta de profesionalidad podría haber puesto en peligro la misión.

Shepard tardó un momento en contestar. Permaneció observándola, hasta que ladeó la cabeza y exhaló un suspiro también.

-Cuando abandonamos Eden Prime, saliste convencida de que lo ocurrido allí había sido culpa tuya -dijo, despacio-. ¿Y ahora estás aquí, martirizándote porque tal vez podrías haber puesto en peligro una misión que, objetivamente, ha sido un éxito?

Ashley se enderezó y la encaró con la boca abierta.

-¡Vamos, comandante! -bufó, sin poderse contener-. ¡Esto es serio! ¡No estaba en condiciones y te lo oculté a propósito para poder quedarme en la Normandía! Cualquier otro en tu lugar me lanzaría por una escotilla ahora mismo, ¿y tú no vas ni a regañarme? ¿Ni siquiera un: "Me has decepcionado horriblemente, Williams"?

Shepard se encogió de hombros con una indiferencia surrealista.

-Ni Garrus ni yo hemos recibido ningún balazo tuyo, así que me atrevería a aventurar que tu entrenamiento ha sido lo bastante estricto como para que tu puntería no falle ni en las situaciones de máxima tensión. Hemos neutralizado a los cascarones, desmantelado la tecnología geth, recuperado todas las pistas y el material disponibles y resuelto el misterio. Ojalá hubiésemos podido impedir esto, pero tanto esos pobres científicos como sus familias podrán descansar en paz por fin. Lo mires por donde lo mires, ha sido un éxito.

-No puedes estar hablando en serio…

-¿Qué quieres que te diga, Ashley? ¿De verdad pretendes que te castigue por tener sentimientos? Para mí era evidente que volver a ver cascarones te podría afectar, siempre he contado con ello. Y sería un poco hipócrita por mi parte actuar de otra manera, teniendo en cuenta que la primera vez que yo volví a ver unas fauces trilladoras después de lo de Akuze terminé vomitando sobre los controles del cañón.

Aquello sí que la pilló desprevenida. Ashley abrió la boca y la volvió a cerrar, enmudeciendo. Pero Shepard sostuvo su mirada con un gesto que no admitía discusión posible.

-Ninguno de nosotros es de piedra -añadió-. Y nadie te ha pedido que lo seas.

-No es eso a lo que estoy acostumbrada…

-No me importa a lo que estés acostumbrada -atajó la comandante, frunciendo el ceño-. No sé cómo demonios han sido tus anteriores superiores o tus anteriores destinos, pero ahora estás en la Normandía y yo soy la que está al mando. ¿Dudo de tus capacidades? No. Eres la mejor soldado con la que he trabajado en mucho tiempo, Ash, te confiaría mi vida. ¿Pienso que estés incapacitada para trabajar? No. ¿Voy a apartarte de esta misión? No, a no ser que tú me lo pidas. Aunque hoy hayas perdido los nervios en Trebin, también has aguantado el tipo mucho mejor de lo que crees. Me has demostrado todo lo que tenías que demostrarme, lo demás me importa un bledo.

El sentimiento informe que la había sofocado antes estaba comenzando a estrangularla. No podía respirar, los ojos le escocían cada vez más, y tuvo que apretar los dientes hasta hacerse daño.

-Tú no tienes miedo de los cascarones -continuó Shepard, afilando la mirada, como si pudiera ver a través de ella-. Tienes miedo de lo que te hacen sentir. Las náuseas, las pesadillas, los ataques de ansiedad… Es eso, ¿verdad? Tienes miedo de sentirte débil. Lo sé. Yo también he pasado por ello.

Quería llorar. Tenía más ganas de llorar que en toda su maldita vida, y le estaba costando un esfuerzo sobrehumano no desmoronarse por completo allí mismo.

-El ejército es mi vida -dejó escapar, con voz quebrada-. Si algo me impidiera ejercer… No quiero terminar como ese Zabaleta que vimos el otro día en los Distritos…

-No vas a acabar como Zabaleta. A no ser que sigas empeñándote en presionarte a ti misma de esta forma tan exagerada y dejes que la rabia te siga dominando.

Aquello pulsó un nervio que la envaró, dejándola rígida.

-¿Qué? -jadeó.

-Me di cuenta nada más conocerte. -Shepard agitó una mano, como si el asunto fuese obvio-. Te uniste a nosotros para vengarte de los geth. Luego te quedaste para vengarte de Saren. La rabia es lo que te mueve. Contra los aliens, contra el Consejo, contra quien sea, pero siempre es la rabia. ¿Por qué?

-¿Por qué? ¡La rabia es lo único que me ha mantenido en pie cuando creí que no podría más! -se escuchó Ashley responder a sí misma, estallando-. Sin esa rabia, jamás habría podido superar la instrucción ni las humillaciones, ni habría podido levantarme tras cada zancadilla y seguir luchando. Sin ella, me…

Me habría vuelto loca. Calló abruptamente y contuvo el aliento, horrorizada al darse cuenta de lo que estaba diciendo.

Sí, la rabia. Era el sentimiento que más había arraigado en su espíritu, con el que más familiarizada se sentía. Porque no se puede sentir nada más que rabia cuando creces viendo cómo hacen sufrir a la gente que más quieres. Rabia contra los turianos por ser los responsables de la caída en desgracia de su abuelo, rabia contra la propia Alianza por el estigma que le había colocado a su familia, rabia contra los superiores que no habían hecho más que machacar a su padre, rabia contra sí misma por no ser capaz de romper aquella maldición… Incluso la rabia que sentía contra las razas del Consejo era un reflejo de su propia experiencia. Porque ellos jamás tomaban en serio a los humanos, por mucho que se esforzaran, del mismo modo que sus oficiales la menospreciaban a ella.

Sabía que a veces llevaba esa rabia demasiado lejos, que se había vuelto cínica y generalista, que con frecuencia pensaba sólo en valores absolutos. ¿Pero acaso era menos injusto que, generación tras generación, se juzgase a todos los Williams por la decisión que tomó uno de ellos hacía casi treinta años?

-La rabia es un veneno -replicó Shepard, remarcando cada palabra-. No cura las heridas, sólo oculta el dolor e impide pensar. Hace que veas el mundo en blanco y negro y es la responsable de que seas tan dura contigo misma y con todos los demás. No te permites cometer ningún error o tener debilidades. Eres demasiado inflexible. Cada vez que algo te golpea, en vez de adaptarte, te rompes. Y, si no aprendes a reconciliarte con el mundo, jamás podrás superar nada de lo que te ocurra. Sólo seguirás acumulando heridas, hasta que llegue un punto en el que no puedas más.

Ashley se quedó estática, como si la hubiesen golpeado en la cabeza. El zumbido de su pulso le atronaba los oídos. Todo se desmontaba pieza a pieza, quedando patas arriba, y sus viejas fórmulas de repente parecían ridículas y obsoletas. Shepard tenía razón. Lo sabía. Sabía cuál era el núcleo de todos los problemas. Pero, si sacaba la rabia de la ecuación, no le quedaba nada. Sería como lanzarse desnuda al campo de batalla.

-¿Y qué puedo hacer? -balbuceó, aún más indefensa y perdida que antes-. ¿Cómo… cómo te recuperaste tú?

La expresión de la comandante se suavizó y también apartó la vista.

-No creo que nadie que haya vivido una experiencia así se recupere del todo, Ash. Yo estuve meses en terapia. Han pasado seis años, y todavía se me revuelve el estómago cuando veo a uno de esos bichos. Y sé que no volvería a enfrentarme a ellas a pie ni aunque el Mako estuviera a punto de explotar. Pero al final se aprende a vivir con ello. Todas estas cosas nos convierten en lo que somos, y creo que ser fuerte no consiste en no tener debilidades, sino en saberlas gestionar. -Encarándola de nuevo, concluyó-: Tal vez te ayude empezar a pensar que los cascarones no sólo representan lo que has perdido o podrías perder, sino también por lo que estás luchando: impedir que eso vuelva a ocurrir. Tú eres la superviviente de Eden Prime. Haz que el 212 se sienta orgulloso, desde donde quiera que esté.

Ashley se hundió de hombros y cerró los ojos, en un último intento de reprimir las lágrimas. Pero entonces sintió la mano de Shepard posarse en su brazo y, al volver a mirarla, ésta le dedicó una leve sonrisa.

-La rabia puede ser un buen combustible, pero también un arma de doble filo, si dejas que te nuble el juicio -recitó-. ¿Sabes quién me dijo eso hace unas semanas? Wrex.

Ella rompió a reír entre dientes, agotada.

-Ese tipo es todo un filósofo…

-La verdad es que tienes bastante en común con él, aunque no te lo creas. Y con Garrus. Él también es un buen tipo.

-Sí… si pasamos por alto ese aire de relamido insufrible…

Shepard estrechó brevemente su brazo y su tono cambió de matiz.

-Sé que no te lo han debido poner fácil en el pasado. Salta a la vista. No necesito que me lo cuentes, si no quieres. Pero mira a tu alrededor; tenemos una tripulación fantástica. Estás rodeada de compañeros que pueden comprenderte, con los que puedes aprender. No pierdas la oportunidad. Creo que estás acostumbrada a no confiar en nadie, pero no estás sola, Ashley. No tienes que luchar sola. Si flaqueas, los demás te sostendremos. Por lo que a mí respecta, la Normandía es tu hogar. Así que ya puedes dejar de presionarte y tomarte un respiro.

Fue en ese momento, mirándola a los ojos, cuando Ashley Williams comprendió por fin qué era ese sentimiento extraño que no había parado de bullir desde que había cruzado el umbral. Gratitud. Una gratitud inmensa, abrumadora, tan voraz que devoraba la rabia y reconstruía su mundo, convirtiéndolo en algo nuevo y brillante. Una gratitud que jamás había sentido y que, tal vez, pudiera ser un combustible vital mucho más limpio y potente. Porque Shepard no sabía que ella pertenecía a esos Williams, los Williams de Shanxi. Aún no había tenido valor para contárselo. Pero estaba convencida de que, incluso si lo supiera, le daría igual. A Shepard le importaría una mierda quién fue su abuelo y qué decisiones tomó. A Shepard le importaba ella. Le había demostrado ya un millón de veces que, cuando la miraba, sólo veía a Ashley, no a la nieta de. Había dicho que no tenía nada más que demostrarle y lo había dicho en serio.

Había algo mucho más profundo que se ocultaba bajo el pánico a no poder vengarse o a quedar incapacitada. Algo que sólo era capaz de ver ahora: el pánico a quedar fuera de la Normandía y de lo que Shepard había creado allí. Porque, con ella, pasar página no parecía tan imposible. Siguiendo sus pasos, se sentía capaz de cruzar el infierno. Bajo sus órdenes, era más fácil luchar por los vivos, sin dejarse arrastrar por los muertos.

Perder todo aquello la aterrorizaba. Pero ese miedo era absurdo, ¿no?

Estaba en casa, por fin.

-Gracias, comandante -y su voz sonó como mil nudos desatándose a la vez.

-No hay de qué, jefa.

Sí, la suerte no sonreía casi nunca a los Williams. Pero hasta unas migajas bastaban para cambiarte la vida. Y dio gracias a Dios. Por haber estado en Eden Prime. Por haber sobrevivido. Porque, de todas las naves posibles, la Alianza hubiese enviado allí a la Normandía.

Y porque, de entre todos los comandantes posibles, hubiese sido Shepard quien la rescató.

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