Futuro.
10051
Fandom: Katekyo Hitman Reborn!
Claim: 10051 - Byakuran/Shōichi
Número de Palabras: 637
Advertencias: Muertes de personajes
Notas: Don es el nombre que recibe el jefe de una familia mafiosa
El mundo está salvado.
El tiempo parece congelarse por un momento mientras el pensamiento llega a la mente de todos.
Ya no hay peligro.
Entonces, de repente, el tiempo vuelve. El alivio, la felicidad y la alegría inundan a todos los Vongola.
Tsuna es el primero que rompe el silencio previo. Su risa, clara, feliz, aliviada, parece llegar a todos los rincones. Yamamoto sonríe, una sonrisa que parece querer iluminar por ella sola. Shōichi está seguro de que Ryōhei, tirado en el suelo, llora de felicidad.
Lambo revolotea alrededor de Chrome, que da pequeños saltos de alegría, y hay tal atmósfera en el ambiente, que incluso Hibari no hace ningún gesto hostil cuando Dino le abraza.
Shōichi mira la escena.
Él nunca ha sido -nunca será- un Vongola.
. . .Está perdido.
Los pasillos de Millefiore siguen igual que siempre, pero Shōichi sigue teniendo esa sensación de que no sabe dónde está. Empieza a deambular por ellos, no sabiendo muy bien hacia donde se dirige, aunque parece ser que sus pies sí.
La gente los recorre sin prisa, pero sin pausa, un montón de rostros anónimos que sólo impiden a Shōichi llegar antes a donde sea que se dirija.
Sus pasos van incrementando su rapidez hasta que, antes de que se dé cuenta, está corriendo en contra de una marea humana que parece sólo querer impedirle el paso.
Pero no lo consiguen.
Las puertas del despacho de Byakuran se abren de par en par, y Shōichi sólo puede sentir decepción al ver que no hay nadie dentro.
. . .
Es increíblemente -exageradamente- grande la fiesta que se da esa noche.
La base está casi destrozada, y no hay tiempo para hacer una cena en condiciones o para llevar una vestimenta adecuada, pero a nadie le importa.
Es una noche en la que todos olvidan a qué familia pertenecen, y sólo se centran en recordar pertenecen a la familia humana.
-Parece que Irie-san no se lo está pasando muy bien -le comenta la hermana de Sasagawa. Shōichi apenas esboza una sonrisa cuando contesta.
-Yo no soy mucho de fiestas.
. . .
Su segundo destino es la habitación del don -del ex-don, resuena una voz en su cabeza.
La decepción empieza a transformarse en congoja cuando la vuelve a encontrar vacía.
Al girarse para irse, su rabillo del ojo observa algo. Se fija entonces en la mesa de la habitación, preparada para una cena para dos.
Shōichi recuerda esa cena muy bien.
-Esta noche, vamos a tener una fiesta sólo nosotros dos, Shō-chan.
. . .
Nadie sabe exactamente cuándo es, pero hay un momento en el que no encuentran a Shōichi por ningún lado.
-Gokudera-kun, ¿te importaría ir a buscarlo?
. . .
La inspiración llega de repente, y Shōichi emprende otra carrera por los pasillos de Millefiore, sólo que, esta vez, sabe que va a encontrarlo.
No le parece ilógico que haya un camino que lleve desde la habitación de Byakuran hasta su laboratorio, aunque el primero esté en la base principal, en Italia, y el segundo en Japón.
Simplemente, es así.
Cuando llega a su destino, lo envuelve el olor a flores.
. . .
A Tsuna no le gusta nada la expresión con la que Gokudera se acerca a él.
-Tiene que venir a ver esto, Décimo.
. . .
Su laboratorio ya no es su laboratorio.
Es un campo que se extiende hasta el horizonte, cubierto por un manto de flores blancas -lirios, borrajas, jacintos, acantos y demás flores a las que no sabe poner nombre.
Unos brazos le rodean desde detrás. Canturrean en su oído.
-Shō-chan.
. . .
La habitación aún huele a pólvora.
En medio del charco de sangre, la cara de Shōichi muestra una serenidad solemne. Una sonrisa parece dibujarse en sus labios, ya fríos.
. . .
Shōichi se gira, y lo encuentra muy cerca de él. Sonríe.
Un escalofrío le recorre el cuerpo cuando se adelanta para besarle.
Ha encontrado su sitio.
Uhm, he tardado bastante en subirlo porque no me terminaba de convencer el final.
Aún sigue sin convencerme, pero ya lo he dado por perdido.
Ahora mismo debería estar estudiando las transdormadas de Laplace, pero qué diablos.
¡Nos leemos!