[Bandfic] Anónimo (2/11) A

May 30, 2014 15:37

Título: Anónimo.
Clasificación: M
Género: AU, angst, fantasía, misterio.
Pareja: Varias, muchas. [(En este capítulo:)]HunHan, Xiuhan.
Descripción: Los habitantes saben que en las montañas hay monstruos a quienes la noche pertenece. Casi nadie sabe que son sus ricos quienes matan a las niñas que salen solas después de que el sol se puso y sus parias quienes merman su ganado. Además de los demonios que bañan con miedo la ciudad, nadie sabe porqué cada mes salen a la luz de la luna a blandir colmillos y garras sobre los ensangrentados tejados.
Advertencias: Muerte de personaje, dubcon ocasional.
Notas del autor: Mi primer fic seriado desde hace por lo menos ocho años. Quisiera actualizarlo al menos una vez al mes, así que si ven que me desaparezco, por favor (y si les interesa, claro) jódanme.

Título del capítulo: Sin Corazón
Número del capítulo: 2/11
Número de palabras: 9075/14781

Anónimo;
Capítulo 1 - Sin Juicio.
Capítulo 2 - Sin Corazón.

PARTE A.
El burdel nunca deja de oler a lavanda. Se Hun sabe que está allí, que las alacenas están llenas de fragancias, para ocultar el humor de la noche, de las chicas bonitas húmedas de sexo y calor y los viejos ricachones y pobres diablos en bancarrota que pagan por las feas. Detrás de ese olor, sin embargo, está el suspiro tenue del tabaco y el opio. Ese olor no lo soporta. Antes, casi un año antes, en esa misma sala, donde ahora espera a que Lu Han termine de maquillarse la piel grisácea de hambre, se fumó con él un puro y no fue hasta que abandonó su humanidad que abandonó ese humo.

A ojos de cualquiera que no enloquece con el olor de las putas, de la carne lista para ser devorada, que no acostumbra seguir rastros, cazar, los salones vacíos, los salones de visita, de día parecerían no más que lindas salas intactas, tranquilas, quietas que esperan ser habitadas, arregladas elegantemente con ese estilo occidental que tanto le gusta al “Jefe” y que Se Hun no termina de entender del todo, pero que todos, todos encuentran atractivo y exótico.

Él ve más allá, él ve con sus sentidos de monstruo, con sus ojos y nariz de predador, él encuentra rastros de alcohol, de semen, de sangre, saliva y perfumes que intentan esconder toda la mierda bajo las faldas.

A ratos, le da náuseas pensar que vive allí, encima de podredumbre decadente disfrazada con carpetitas tejidas, flores chismosas de colores tiernos y un gramófono nuevo que oculta tras jazz traído desde La Capital, gritos y gemidos animalescos que él encuentra francamente desagradables. Es curioso, empero, el cariño que siente por la tercera planta de ese largo palacio de piedra, tan diferente a las construcciones regulares del pueblo, donde sólo él y Lu Han, nadie, nadie más, viven.

Están justo por encima de donde se follan a las chicas, pero no se escucha casi nada y en medio de los muebles, mucho más hermosos que los de abajo, Se Hun agradece la calma, el suave tic tac del reloj, el sonido de los pies sobre las duelas que crujen y el aire frío que azota en las ventanas. Ama la calma de ese tercer piso del burdel, del cuarto que comparte con su Padre, hermoso y deslumbrante cuando sonríe frente al espejo, al verlo llegar.

Lu Han siempre le abre los brazos, sin importar cuan agotado esté, cuan triste, cuan hambriento, le abre los brazos y le llena el rostro y el cuerpo pálido, blanco y recio como mármol de besos, con esos labios pequeños suyos, suaves, carnosos y siempre invitantes. En él siempre encuentra un hueco.

Mas el hueco que indiscutiblemente encuentra cuando Lu Han ha terminado de arreglarse y es turno de Se Hun de vestirse para cubrirse del sol, de cada rayito, es mucho más breve que en otras ocasiones, es más pequeño y donde antes hubiera cabido una noche entera, donde antes hubiera habido besos y murmullos amorosos y de adoración, hay solamente un abrazo y una sonrisa tímida.

Ha sido así los últimos días y sabe perfectamente por qué.

Creía que los solucionaría como siempre lo había hecho, forzando los límites y haciéndolo, reconoce, un tanto por las malas, amarlo de nuevo. Siempre había funcionado porque la que todos creían un alma insensible, inexistente, un demonio, un monstruo, era en realidad la más hermosamente cruda que hubiera conocido, que hubiera tenido el placer de destrozar. Lu Han era ese muchacho flaquito y pálido que atendía el burdel y a quien en realidad pertenecía, ese niño con cara de cristal, tan frío y tan hermoso que no había ser en la ciudad que no le temiera pero sintiera por él al mismo tiempo un amor terrible; Era en realidad una fortaleza, un nido de seda rodeado de agujas listo para destazar a quien se atreviera a lastimar a su cría, la cría de la que se había hecho sin permiso, por impulso, por locura y que con la misma locura e insensatez defendía a capa y espada.

Los vampiros del Círculo se prohibieron a sí mismos proliferar, se prohibieron seguir convirtiendo por miedo a que siendo demasiados, las matanzas atrajeran la atención de afuera del valle o asustaran a la gente y esta se rebelara. Mantenerse hambrientos pero controlados era el modo que tenían de espaciar las muertes sospechosas y verse menos jóvenes, para llamar menos la atención por su cualidad de imperecederos. Se atendió el juramento por siglos, en ese lugar, en aquél otro, pero en este pueblo olvidado de Dios donde nadie parecía querer explicarse los horrores que vivía la gente, donde el hambre podía más que la voluntad y el día a día más que el porvenir, donde él y su Padre, habían pasado más tiempo que en ningún otro, donde conoció a Se Hun, tuvo que hacer una excepción.

Se Hun no lo sabía la primera vez, como es lógico, pero la segunda, cuando pudo observar el proceso en primera fila, lo vió, a la segunda, tercera encontró un patrón y finalmente entendió que lo que le había pasado a él, casi un año antes, había sido ni más ni menos que un plan llevado acabo paso por paso, a veces con más detalles, a veces con menos, pero siempre había una constante: Lu Han seducía a su presa tan fatalmente que una vez a su alcance, nadie escapaba de sus fauces. Ni uno.

Por supuesto entre más observó, desde una rendija en la habitación contraria, las tácticas del viejo vampiro Padre, más entendió cómo funcionaba y con qué regla medía esa criatura silenciosamente peligrosa a sus presas, cómo las encontraba y cómo las envolvía tan delicadamente con su red, tan sutilmente, que cuando se daban cuenta de que habían caído en la trampa, no había escapatoria.

¿Quién hubiera sospechado cualquier cosa del mozo del burdel? Un jovencito alto pero flaco de rasgos afables y cara redonda, un poco pequeña para el resto de su cuerpo pero que su delgadísimo cuello hacía ver enorme. ¿Quién hubiera pensado que el flacucho muchachito pálido era ni más ni menos que el señor, el padrote, el genio detrás del negocio más importante de la ciudad y que detrás de su sonrisa cómplice en las cocinas había una máquina de tortura lista para extraer hasta la última gota de sangre del pobre estúpido que se creyera que esos ojos de ángel no escondían un horror superhumano.

Se Hun era un crío. En apariencia sigue siéndolo, sigue siendo un muchacho que recién abandonó la adolescencia con la piel demasiado lisa, los ojos demasiado limpios y los dientes demasiado blancos. “Como un cachorrito” diría su Padre. Él era un crío que recién había cumplido los diecisiete años con demasiado dinero y muy poco sentido común, mucha sed de libertad, muchas muy insensatas ganas de cumplir un sueño. Las desavenencias con su padre sobre su futuro, sobre su posición social, las cosas para las que había nacido y que debía aceptar y respetar, eventualmente lo obligaron a robar todo el dinero de su caja fuerte, toda la comida que pudo encontrar, zambullirlo todo en una maleta y pagar al primer hombre con carro para que lo llevara al otro lado de la montaña, donde nadie iría a buscarlo. Librarse del yugo de su padre, del peso de su apellido, fue la parte más fácil de su camino hacia la inmortalidad.

Llegar al pueblo, frío y oscuro como una cueva, rodeado de montañas repletas de cadáveres de hombres que habían intentado encontrar su libertad a pie, como una cárcel natural de la que no salía nadie sin el oro para ello, le asustó, pero se obligó a ser valiente y no pedirle con lágrimas en los ojos a su carretero que se detuviera y diera vuelta. Se apretó el abrigo, el abrigo más caro y bonito que había encontrado, en los puños y aguantó con un nudo en la garganta hasta que el camino se fue aclarando y con la pendiente, fue desapareciendo la niebla. Abajo, en el valle, había un pueblo pequeño lleno de madera, polvo y piedra, además de un par de edificios grandes, todo estaba en condiciones terribles, casi deplorables y sin embargo, muchísimas cabezas salieron a recibirlo cuando vieron bajar a un hombre de la montaña, cargado de dinero y aires extranjeros.

El abrigo y las monedas le dieron vida de rey por unas semanas. Recuerda haber vaciado sus bolsillos en buena comida, alcohol y putas en uno de los pocos edificios grandes del pueblo, ese edificio extrañamente recio de piedra negra que después llamaría hogar, el burdel y a pesar de que pasó tanto tiempo allí, no fue sino en la calle donde intercambió palabra por primera vez con el mozo que lo había atendido un par de veces y a quien le había pagado por muchísimas botellas, algunos platillos y tres chicas, por una de ellas más de dos veces.

Estaba sentado en el piso, contando sus últimas monedas, que le alcanzaban para poco más que la comida del día siguiente y que no bastarían para pagar su posada, con el hambre haciéndole rugir las tripas porque aunque podía comer, no sabía cómo gastar el dinero y la preocupación no lo dejaba simplemente ir a saciar el hambre. Estaba maldiciendo cuando la carreta se paró frente a él y no miró hacia arriba, pues no creía que alguien tuviera algún asunto que tratar con él, había sido cuidadoso de no hacerse enemigos, sino hasta que alguien bajó de esta y se puso de pie de frente suyo.

No temió porque ya lo conocía, porque le había invitado un trago incluso, porque nadie en su sano juicio desconfiaría de un rostro tan inocente, sin importar que fuera tan tarde, que fuera tan sospechoso, tan inesperado o tan innecesario, era una cara que no podía inspirar más que confianza, más que cariño y un amor tan profundo y ridículo, tan poco terrenal. Lu Han, ese mozuelo de ligeras arrugas alrededor de los ojos que le daban un toque pícaro, pueril pero curiosamente anciano, estaba de pie frente a él y le sonreía, le preguntaba que qué hacía uno de los clientes favoritos sentado en el fango de la sucia calle, que si había algo que pudiera hacer por él.

Se Hun fue lo suficientemente estúpido y lo suficientemente orgulloso para no aceptar que necesitaba ayuda y eso fue lo primero que lo ató a su muerte e inmediata reencarnación. Después de algunos días sabría que Lu Han lo había escogido allí, cuando dijo que no, que él podía arreglárselas solo, que no tenía dinero pero ya vería qué hacer, sonriendo por fuera pero duro por dentro como piedra. Su Padre escogería ese rasgo para arrancarle la vida.

Insistió, con su sonrisa encantadora y risa melodiosa a la que Se Hun nunca, ni cuando le ofrecía una chica, ni cuando le ofrecía una botella de vino carísima, ni cuando le contaba un mal chiste al entrar al burdel, pudo ignorar, una sonrisa que parecía venir de un sitio más allá de su boca, de su alma, más allá. Se puso de pie después de algunas preguntas que concernían a planes en los que aún no había pensado y que le dieron pauta a Lu Han para atraerlo, para hacerle saber que sí lo necesitaba y que él, como el amable mozo que era, que cada tanto ayudaba a la gente sin que el Jefe lo supiera, siempre y cuando no gastaran demasiado, podía ayudarle.

Subió a la carreta en medio de una llovizna leve y la neblina típica de una noche cualquiera en una ciudad que empezaba a ser cada vez menos agradable conforme se le iban vaciando los bolsillos y de la que, sin bolsillos llenos no lograría salir jamás. En el trayecto reflexionó que pocas opciones además de trabajar y morir de hambre le quedaban, pero por esa noche, no haría nada más que dejarse llevar y concluyó que como había vivido el resto de su vida, su linda cara lo salvaría, lo alimentaría.

A pesar de que había escogido vivir en una ciudad donde el pueblo temía como no temía a nada más a la gente poderosa, rica y pálida, en efecto su linda cara lo salvó y lo alimentó el resto de sus días.

Un pie dentro del burdel le bastó para considerar la posibilidad de un pago, la posibilidad de que el Jefe supiera que iba a ser alimentado de sus cocinas, cobijado bajo su techo, no sino hasta entonces se le ocurrió pensar que la caridad que el joven mozo le ofrecía podía no ser en realidad caridad, podía ser quizás un trato al que de momento podía negarse, pero que pensado a futuro, era su única opción para seguir vivo hasta que encontrara un modo de arreglárselas. En la blanquísima nuca de quien sería su Padre, semicubierta por un muy bien planchado cuello de camisa blanca, de donde se asomaba el nacimiento de su cabello, oscuro, negrísimo, se perdió por minutos mientras lo guiaba entre cuatro y cuarto, entre las miradas curiosas de una que otra muchacha cruzando pasillos desiertos de gente y llenos de porquería. No vio lo asqueroso que podía ser el burdel sino hasta que se encontró allí no como un cliente, sino como un posible trabajador.

Eventualmente llegaron a las cocinas, llenas de mujeres trabajando, las feas, Se Hun las reconocía, las feas, las embarazadas que si sobrevivían el embarazo, que era poco probable, tendrían que echar a sus hijos crecidos a la calle, las viejas, las lisiadas, estaban todas en las cocinas, cubiertas de sudor y cansancio y sólo dos alzaron la vista cuando él llegó, sólo las muy jóvenes, las que no estaban tan muertas de trabajar que todavía tenían alma para observar. Además de Lu Han, tan hermoso como ningún otro en el pueblo, él había logrado constatar, ningún otro hombre atractivo llegaba allí y lentamente, una a una las cabezas se fueron alzando hasta que casi todas le habían echado una mirada al muchacho joven, flaco, blanco como leche y recio que era en medio de esa cocina abochornada. El mozo, sin ser grosero, las llamó a todas de vuelta al trabajo con una palmada sonora y todas empezaron a cortar, freír, hervir, lavar y decorar de nuevo, como si las hubiera sacado de un trance.

La fuerza con la que Lu Han le agarró la muñeca cuando lo jaló hacia una esquina de la cocina donde había una mesa más o menos desocupada, le debió haber advertido que algo no andaba bien, que algo era anormal y peligroso, pero no se dio cuenta porque estaba preocupado de la gente que los rodeaba, de las reacciones del mozo que parecía que no estaba haciendo nada inusual, de lo pronto que les entregaron algo de comida, la comida por la que a los clientes les cargaban muchísimo dinero, de la sonrisa con la que Lu Han le pidió que por favor comiera, que no pasaría nada y que estuviera tranquilo.

Él estaba tan hambriento que por supuesto, con el olor de la comida bajo la nariz, no se dio un segundo para pensarlo mejor y se abalanzó sobre ella y por supuesto, esto su Padre lo sabía, porque eso le había enseñado un pueblo tan triste y abandonado, que el hambriento primero sacia el hambre que cuida el cuello y Se Hun lo confirmó cuando además de comer todo lo que pusieron bajo su nariz, tal vez por comodidad, decidió ignorar que el mozo no estaba bebiendo el vino, probando la carne, pellizcando el arroz, ni siquiera había tocado los dulces que una de las mujeres dijo haber conseguido para ellos, con una amplia sonrisa que Lu Han había contestado con la misma amabilidad. El delgado mozo, no había tocado nada y tal era su desesperación por llenarse, por olvidar que esto podía costarle la vida, que se abrazó a la idea de la buena fortuna y comió hasta hacer valer su destino.

Su Padre le dice que de haber estado menos sediento él mismo, hubiera esperado, lo hubiera dejado alojarse tal vez un día o dos en su cuarto, el cuarto que tiene específicamente para ese propósito, un cuarto que no parece de dueño de un burdel, sino de un mozo, sí, en la tercera planta del edificio, pero módico, discreto y un poco raso, de haber tenido menos prisa, durante el día lo hubiera llevado a jugar bádminton a una comida con el Gobernador, que generalmente es inventada, tal vez a nadar al lago, lo hubiera hecho sudar las toxinas de la carne, el alcohol, pero tenía tanta hambre y las encías le dolían tal modo por el olor de su sangre, más joven que la de muchos hombres en el edificio (porque sólo bebía mujeres cuando era estrictamente necesario, la gente prestaba más atención a las pobres doncellas desaparecidas que a obreros cualesquiera, mineros cualesquiera y era más fácil beber de ellos que de ellas), que no resistió.

Aquí es donde Se Hun, mirando hacia la ventana cerrada con piedra y lodo, ese vampiro Hijo que ya sabe cómo funciona su Padre, ubica el momento decisivo de la caza: cuando la presa sabe que está siendo dirigida a una trampa pero escoge seguir con el plan, cuando está tan presionada por su bondad que se deja atrapar, se entrega sabiendo que está acabada. En este punto Lu Han ya sólo tiene que divertirse.

Les ofrece alojamiento, quédate conmigo, el Jefe no lo sabrá, puedo hacerlo, es mi cuarto y en los ojos amables y convincentes de Lu Han, la víctima, Se Hun, cree. Sube entre risotadas, gemidos, gritos, bramidos, jazz y olores a sudor y sexo, hasta el tercer piso del burdel donde todo es elegante y callado como si justo debajo de allí no estuviera escurriéndose el infierno por las ventanas, como si ese tercer piso fuera una especie de paraíso hermoso y sereno y así, sobre duela que cruje, conduce a su habitación, con un aire de complicidad, de juventud, que contagia, que hace a la presa sentirse de hecho parte de una travesura preciosa.

Una vez adentro, la presa está segura, una vez dentro no se puede resistir a la persona que te dio techo por la noche, de beber, de comer cosas que el pueblo pobre nunca come, que te entretiene y sonríe como si fueras su mejor refugiado, una vez dentro, todo lo que el flaco de rasgos y ropas extranjeras te pida que hagas, es ley porque para ese momento, cuando estás recostado en su cama, sobre sus cobijas, en su cuarto, bajo su protección, ya lo amas.

Lu Han a veces, cuando en las noches de luna llena se asoma por la ventana y se ve más viejo que nunca, más desgastado y triste que nadie jamás, habla de la gente que ha matado, de las muchas personas que ha enamorado y asesinado una misma noche, de las muchas sonrisas que ha fingido y las peores, las que no fingió, las genuinas que le dolieron al morder y cuando lo ve a punto de salir por la ventana le dice, le suplica “Se Hun-ah, por favor no abuses, son como tú y como yo”, se arrepiente de toda la gente a la que ha ilusionado y destruido porque lo último que aprenden antes de morir, es que la criatura más bella que vieron jamás, es un demonio y que no se puede confiar en la belleza, en la amabilidad o en la caridad.

Seduce, ese es el último paso y del que nadie escapa, hombre o mujer, si ha llegado hasta allí, hasta el cuarto de un muchacho alto con algo que ofrecer a quien no tiene nada con qué pagar, sabe a qué se enfrenta y cuando invita a recostarse y se recuesta al lado y le besa las mejillas, se trepa a horcajadas sobre él (rara vez ella) y despacio lo desviste, la presa, que es tanto presa de su deuda como de los encantos del cazador, se rinde. Lu Han le pide que se recueste y que lo deje hacer sentir bien, que lo deje atenderlo. Estando en un burdel no es raro, pagar por comida y techo con sexo es de lo más lógico y es así como en su ocasión Se Hun se enfrenta a su encuentro, como una transacción quizás incluso agradable.

Las manos de Lu Han son rápidas avivando un cuerpo, deshaciendo nudos y abriendo botones. Desde la rendija de la alcoba principal, de donde Se Hun puede ver todo lo que pasa en el cuarto que Lu Han usa para matar, lo ve besar otras bocas y otros cuerpos con la agradable tecnicidad de quien hace sólo su trabajo y es por eso mismo que la rendija existe, es un regalo para el vampiro Hijo, para que sepa que su Padre no ama a nadie como lo ama a él y que no tendrá ningún otro hijo mientras él esté a su lado, para que cuando hinque los dientes, su amado hijo pueda ver que es una cena y que cuando haya terminado de beber, volverá a él con los labios rojos de vida, a amarlo.

La primera vez, sin embargo, Se Hun no sabe nada, sólo conoce las paredes amenazadoras de papel tapiz marrón, traído de algún rincón ajeno del mundo y el miedo latente a tener que pagar algo que ni siquiera pueda concebir ofrecer, pero su ahora Padre es diestro y el miedo llena a la sangre de porquería, su ahora Padre es capaz de encantar al más duro, al más necio, con sus manos delicadas y rostro amable, con su cuerpo que parece de algodón y que huele a festín, a flores y a edén, puede enamorar a cualquiera, sentarse sobre la cadera de cualquiera, besarle los labios, el cuello, el pecho y las piernas a cualquiera, saboreando no la piel y no el alma, sino el líquido que hace caliente a la presa y que endurece su entrepierna bajo sus uñas ligeramente largas, bajo las inusualmente tersas yemas de sus dedos. Lu Han sabe acariciar a un hombre mucho mejor que a una mujer y es por eso que es un vampiro, pero eso Se Hun no lo sabe cuando es él quien yace debajo del servidor a quien ahora sirve, cuando es él quien se olvida del miedo, de la incomodidad y lo extraño, quien se permite acariciar los musculos suaves del cuerpo flaco que le trae tanto placer y perder la vista en el techo, en las fantasías.

Su boca es más bien fría, pero el choque de temperatura yergue más su erección y en la boca suave que lo mama, se pierde unos instantes, justo lo suficiente para que, desnudo y excitado, baje la guardia y el monstruo salga de su coraza de seda y perlas, lo suficiente para que, con una mano sobre su pecho y una sosteniendo su pene, le mostrara las encías muertas y colmillos largos y blancos que habían salido de ninguna parte, que no habían estado allí antes. Se Hun se distrae los suficiente para cerrar el trato, para que no haya salvación.

Cuando quiere quitárselo de encima, es demasiado tarde, fue demasiado tarde desde que lo dejó estar al alcance, sólo hasta entonces entiende. Nunca había creído en esas criaturas ni en los cuentos de que ellas se contaban y de pronto, como la broma más negra a su inocencia, tenía uno, sentado a horcajadas sobre sus piernas, listo para morderlo, con las fauces listas para matarlo, para atacar cuando más cómodo se sentía.

Con su vieja fuerza humana, no pudo hacer nada, ahora que tiene la fuerza de más de diez hombres, le hubiera resultado fácil contraatacar a un vampiro viejo que ha perdido el instinto de combate, tierno y pacífico como ningún otro en el Círculo, entonces, por más que gritó, incluso con toda su fuerza sobre la mano que lo sostenía contra la cama en el pecho, no pudo moverlo un ápice. Pateó con fuerza un cuerpo suave pero plantado en su lugar como una roca y su último grito desesperado, un grito que le llenó los ojos de lágrimas, su último intento de salvarse, no sirvió de nada. El siguiente grito lo calló con su mano tersa y pálida, negándole tanto la voz como el aire y con el aire se le fueron las fuerzas. Su sangre seguía corriendo, podía sentirla agolparse en su cabeza y cuando creyó que la falta de aliento lo mataría, se dio cuenta de que hacía unos segundos su muerte estaba escrita.

Lu Han le quitó la mano del cuello y no pudo moverse, se rindió, se quedó ahí quieto como un fardo, como un desperdicio de hombres incapaz de moverse, incapaz de pensar. Su vista, débil, borrosa, vio solamente al hombre más delgado y más pequeño que él, al monstruo, alejarse de su entrepierna y el dolor que sabía que estaba sintiendo, pero que no le dolía en realidad porque toda conexión con su cuerpo parecía distante, parecía una resquicio sin importancia, de pronto apareció en sus sentidos, como un susurro de agonía. Estaba muriendo, las gotas de sangre que brotaban del costado de su pene se lo contaban, graciosas, terribles, increíblemente perturbadoras.

Sostuvo su dolorida mirada cuando se encontró con los ojos de su Padre y Se Hun sabe que ese fue el momento decisivo, el momento en el que Lu Han dio cuenta de que ese era su Hijo, de que tenía que ser suyo, de que no podía matarlo. Tenía los labios llenos de sangre y sin embargo, Se Hun encontró en su mirada una magia especial que lo hizo suspirar su último aliento y se maldijo, se lamentó cuando la cabeza negra de larguísimo cabello se inclinó una vez más por su entrepierna ensangrentada porque no había más que esperar, sólo quedaba morir.

Estaba frío y había dejado de ver, no podía respirar, pensar, su corazón latía tan increíblemente despacio que estaba seguro de haber perdido la consciencia y sin embargo, cuando Lu Han soltó sus muslos y se montó sobre él de nuevo para inspeccionarle el rostro con curiosidad. Se Hun recuerda cerca de nada, pero sabe qué le dijo exactamente antes de regalarle vida de nuevo, le dijo:

"No puedo creer lo hermoso que eres, no es justo… ¿Min Seok lo entenderá cuando te vea, no es cierto? Entenderá."

No recuerda casi la imagen pero recuerda el sonido, el anhelo y el amor con el que su Padre le había reconocido la hermosura, recuerda las caricias que a medias sentía al morir sobre su entrepierna y sus caderas, sobre su pecho y sus labios y recuerda haber cerrado los ojos y haber pensado, que ya no había más qué temer, que allí se acababa su viaje. Sintió la sonrisa y los colmillos largos de Lu Han sobre los labios, un beso frío y un susurro antes de sentir la tercera mordida. Antes de devolverlo a la vida, Lu Han le susurró al oído, como si supiera que era el único sentido que le quedaba, un contento: "Bienvenido".

La tercera mordida fue mucho más brutal que las primeras dos. De las primeras dos, primero por excitación y luego por falta de sangre, casi no las había sentido, había sentido extraña la succión por todo su cuerpo pero no había dolido exactamente; La tercer mordida fue tortuosa. Si había dolido y había sentido una sensación desagradable y extraña al perder sangre, lo que sea que estuviera entrando a su torrente sanguíneo, le estaba haciendo sentir la muerte como una bendición, esta vez era como una inyección de grasa caliente que hinchaba sus venas y las quemaba, las estiraba provocándole un dolor enloquecedor que ni siquiera podía ubicar. Sintió que todo su cuerpo se ponía rígido como piedra, que sus músculos se estiraban y el aire dentro de él se inflamaba, le quemaba todo el cuerpo y cuando el dolor fue demasiado, cuando el calor fue demasiado, con el hombre postrado todavía sobre él, abrió los ojos, viendo nada más que negro y gritó con fuerza que no sabía que todavía tenía, fuerza que nunca tuvo estando vivo, un grito que le reventó los oídos.

Su cuerpo lentamente empezó a reaccionar de nuevo, se llenó de energía, se llenó de intranquilidad, de una rabia enorme que no le permitía cerrar la boca, callar los alaridos, calmar las contracciones de su cuerpo ni sacudirse debajo de quien intentaba mantenerlo pegado a la cama y en esa lucha, en ese tremor inhumano con un golpe al colchón, la rompió en dos, se hizo un arco en el suelo y Lu Han le sostenía el rostro con fuerza, llamándolo, pidiéndole, pero él no escuchaba nada, sólo podía ver oleadas de color, de luz, todo lleno de gritos, todo lleno de odio, todo lleno de rabia.

Esa fue su cruz. Dicen que otros mientras los convierten odian menos, aman más, Lu Han dice que él no fue así, que él enloqueció de un modo diferente y que él, Se Hun, se convirtió esa noche en un demonio. Lo sabe, sabe que esa noche y en esa habitación, antes de la primera mordida, perdió la esperanza y después de la tercera perdió el corazón.

Su corazón había dejado de funcionar y ahora otra fuerza le bombeaba el veneno por las venas, otra ira le movía la mente. Sus venas antes casi vacías de sangre, se llenaron pronto y pronto sintió el cuerpo a reventar de algo que no entiende, que ninguno de ellos entiende.

Al estar casi seco, el veneno viajó rápido. Aunque durante toda la noche estuvo gritando, retorciéndose, cambiando de cuerpo, endureciéndose y arrancándose todo lo que aún tenía humano y que su condición de monstruo ahora sentía ajeno como la piel y los colmillos, dicen todos los que saben, que lo tuvo mejor que otros. La transformación ocurrió toda esa misma noche, durante unas horas recuperó el olfato, la vista y la movilidad y hacia el alba, esos sentidos se habían agudizado hasta confundirlo y asustarlo profundamente. Podía escuchar a las putas, podía olerlas, podía sentirlas en el crujir del burdel, a cada una, no las conocía pero reconocía sus olores, reconocía a la que había comprado más de una vez, en la que había hundido la nariz unas noches antes cuando era un muchacho tonto cualquiera y no un horror y hecho un ovillo en el suelo, intentando controlar sus sentidos y su odio, le dio el mediodía.

Lu Han no lo abandonó en ningún momento, durante todo el proceso lo estuvo sosteniendo para que no rompiera más cosas, para que se calmara, le habló y le habló en lenguas que Se Hun no conocía le cantó y le dijo lo muy feliz que lo estaba haciendo por soportar el dolor, por unirse a él y Se Hun se sintió complacido de escucharlo, complacido de hacer feliz a su Padre, de tenerlo ahí para él, de ser merecedor de sus caricias, de su voz y de su más enorme don. Su Padre lo llenó de besos cuando al atardecer, estuvo quieto, tranquilo y sereno, cuando se dejó desnudar y acariciar el cuerpo, la nueva piel, cuando se dejó espurgar la nueva dentadura, las nuevas garras, cuando lo recostó en mantas suaves boca abajo y le besó cada músculo de la espalda, le masajeó los hombros y las piernas mientras le susurraba una y otra vez lo hermoso que era, lo fuerte que era, lo bueno que era.

Al anochecer Se Hun estuvo tranquilo y consciente, Lu Han desapareció unos minutos y volvió con ropas limpias para él y le dijo: "Mi hermoso, mi valiente, mi hijo, mi amor. Yo no puedo alimentarte, así que tengo que enseñarte a cazar, deja que te vista y ven conmigo".

Lo vistió como si fuera su posesión más preciada, con admiración, con orgullo y el brillo en sus ojos, la emoción con la que miraba a su Hijo, a éste le dio fuerzas y confianza para salir, saltar, correr, morder y matar como si lo hubiera hecho por años, como un as.

Se Hun sonríe al recordar esa noche y atribuye a su transformación cosas que no hubieran sido posibles de otro modo, ¿por qué no le recriminaba que lo hubiera matado, por qué lo amaba así, por qué había aceptado ser su Hijo tan de buena gana? Se tiene que sincerar consigo mismo cada tanto para reconocer que no fue el veneno quien lo atrajo a Lu Han, sino él mismo, estuvo enamorado desde antes, desde la primera vez que lo vio, como todos, pero que la conversión, la agonía y las palabras hermosas que lo guiaron a través del dolor, los habían atado sobrehumanamente.

PARTE B.

pairing: hunhan, rating: m, *seriado, *fic, fandom: exo

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