♘ IV. El Caballo.
Todas las historias tienen, pues sólo así vale la pena contarlas, algún momento en el que parece que todo irá mal. Hay una enfermedad, una muerte, una guerra, una traición, que convierte las historias amables en tragedias. Esta historia no es excepción. Toma mi mano, prometo ser tan amable con nosotros como pueda.
El Rey despertó con sudor en la frente la mañana siguiente a la noticia. Uno de sus concejales le había llevado un mensaje que le traía malas noticias.
Durante los primeros meses de su mandato, el rey sintió todo ir de viento en popa. Sus súbitos parecían alegres de verlo reinar. Desde todos los confines de la tierra, reyes, señores, incluso algunos comerciantes, habían viajado hasta su puerta para felicitarlo y ponerse a sus órdenes. Esto era una costumbre, pero llegaron desde lugares que nadie había escuchado jamás y le llevaron ofrendas para ganar su favor, le ofrecieron hijas, tierras, animales, canciones. Había sido, pues, un recibimiento legendario.
En el Palacio, Sehun trotaba libre de aquí a allá, un momento en las cocinas, otro en la cuadra, otro en la torre y todo el día iba y venía inventando juegos, corriendo de un lado a otro con un bollo de pan en la mano y un libro en la otra. Todos los libros que Luhan no había podido sacar de la biblioteca para llevárselos al Castillo Interior, los tenía a la mano y más que nunca, Sehun sabía de historia... tanto de la historia del Reino del Este, como del Reino de Oh.
Se pasaban juntos tardes enteras cabalgando o practicando instrumentos musicales, bailando en salones cerrados, huyendo de las responsabilidades y de una reina serena y comelona con un estómago y un humor delicados.
En la Alcoba Real Luhan era feliz, por supuesto... pero lo era también en otras habitaciones más pequeñas y sin problemas económicos ni políticos, el reino se regía solo y él podía dedicarse al amor, a las lisonjas y al cerdo en su jugo.
La noticia venía del sur. Uno de sus hombres había escuchado a algunos esclavos mestizos hablar de el Príncipe de Oh, el que todos creían muerto. Alguno de los rebeldes lo había visto en la coronación del Rey y estaban seguros que era el heredero robado. Decían que tenía el rostro de su padre, los ojos pequeños y la cara larga de su viejo rey, que tenía los labios rosas y pequeños de la Reina de Oh. Un viejo elfo, un mutilado, lo había visto con sus propios ojos oculto como un miembro del Concejo del Rey Luhan.
Inmediatamente sus generales habían llamado a todos sus hombres para que averiguaran la mayor cantidad de información posible pero todo lo que pudieron decirles fue que la noticia del príncipe vivo había corrido como fuego en pastizales secos y todo el sureste lo sabía, cada hombre, mujer, niño y viejo.
En estos cuentos a veces uno no puede ver cómo son las cosas en realidad. Si la historia la escuchas de labios del Rey del Este en vez de los viejos súbditos de Oh, será tan diferente, tan pero tan diferente, que ni siquiera parecerá la misma. Lo que uno te contará como un desafortunado hecho, para otro será la chispa que reavive una flama de valor, será la antorcha encendida de un pueblo que exige justicia para sus muertos.
No pierdas nunca de vista los labios de los que escuchas una historia porque incluso labios hechizados por la verdad y la culpa, pueden contarte una mentira si la vivieron y mamaron, si en sus ojos ciegos creyeron en verdad haberla visto.
El Rey Luhan estaba temblando de miedo cuando despertó esa mañana y ni siquiera era capaz de recordar cuán horrendo había sido su sueño. El fantasma de un sueño perdido le oprimía el pecho y le llenaba los ojos de lágrimas que no podía dejar de llorar y que ni su mujer podía enjugarle con besos.
Habían encontrado a su hermano, su príncipe, su amante y, él, tonto, no había pensado en lo peligroso que eso podía ser. ¡Lo sabía, claro que lo sabía y se lo advirtieron! Eligió no ver, cegado por la perspectiva de recuperar el poder absoluto de su padre y las ganas de tenerlo cerca. La noche anterior un joven concejal lívido le había dicho lo que pasaba y él había creído que podía irse a dormir con los labios sellados. Tonto, retonto.
Le reina asustada de sus lágrimas y la dificultad de su respiración se levantó por completo de la cama y con la punta de su ropón de dormir y un poquitín de agua le enjuagó la frente y las mejillas hasta que estuvo más calmado.
"¿Qué pasa, qué pasa?" le preguntaba asustada, apurándose a despertarlo por completo, meciendo su cuerpo y quitándole los mechones rubios cenizos bañados de sudor de la frente."¿Una pesadilla, qué viste?"
Entre más preguntaba su mujer, menos él podía responderle y finalmente, ella optó por quedarse calladita, recostarlo en su pecho y hacerlo dormir otra vez, apacible, y protegido en sus manos suaves de cielo. Pero no podía evitar hablar del tema en algún momento, el Rey.
Su concejo lo llamó bien temprano por la mañana para discutir el asunto y él, encaprichado, había decidido posponerlo hasta bien tarde, hasta que se extinguieran todas las luces de la ciudadela. Tendría todo el día para platicárselo a su compañera, a quien reinaría de él faltar.
Minseok merecía saber qué estaba pasando y así la llamó a un salón vacío y le contó la verdad. La verdad, era ésta:
Cuando el príncipe de Oh, el heredero robado, fue arrebatado del seno ensangrentado de su madre y le llevaron al Castillo Interior, una discusión que no se resolvió nunca surgió entre los reyes. ¿Debían castrarlo, como al resto de su casa, o debían conservarlo como un eslabón perdido?
El Rey pensaba que debían criarlo fértil y sano, en caso de que su existencia pudiese significar más tarde algo para el Reino de Oh, tanto como una dádiva del Este, como un escarmiento si volvían a desafiar al reino. La Reina pensaba que debían castrarlo cuanto antes, para evitar así cualquier atisbo de descendencia élfica noble que pusiera en peligro a su propio reino y a su propio príncipe.
Los reyes se enzarzaron en una discusión al respecto de esto por meses y cuando vieron que no había resolución pacífica, tuvieron a bien posponer el veredicto y retomar cuando el proceso fuera o no inminente. Nunca se les ocurrió que Luhan amenazaría con tragarse un trozo de cristal de una copa rota si se atrevían a castrar a Sehun, cuando el muchachito tenía doce años y Luhan dieciséis.
Nosotros, que hemos escuchado esta historia, sabemos ya que el príncipe estaba enamorado de esa criatura chiquita e inocente que no conocía más amor que el de su nana y el suyo, por eso entendemos por qué lo hizo, pero los reyes pensaron que su hijo se había vuelto loco y tratándolo como tal, le prometieron que no lo castrarían si él prometía ver a médicos y tutores, esperando que alguno les dijera qué andaba mal con su único heredero.
Uno de ellos supo la verdad porque Luhan se la contó, pero como le gustaban el Príncipe del Sol y su sonrisa, guardó el secreto hasta la tumba.
Los reyes supieron, años más tarde, lo que pasaba cuando se les recomendó por el Concejo preguntar a los sirvientes del Castillo Interior. Uno de ellos le dijo que alguna vez los había visto durmiendo juntos, otro que se habían dado un baño, otro que montaban en el bosque y otro más, que la nana de Sehun les alcahueteaba noches y comidas a solas. En ese momento, la Reina recordó al Rey sus motivos para castrarlo y el Rey, que estaba molesto por la conducta de su hijo, pero recordaba ese trozo de cristal entre los labios sangrientos del único heredero, convino algo mejor: casar a Luhan.
Fue así como Minseok llegó al palacio y hasta allí llevo la historia al Rey, sentado en el taburete de un piano grande y largo, con los puños entre las rodillas y la mirada baja, apenado de tener que contarle su capricho a su reina, que daba vueltas en el salón, escuchando la confesión como un león enjaulado, profunda y terroríficamente seria.
"A este chico, el elfo... ¿hace cuánto que lo follas?" fue la primera pregunta y con la sangre y la vergüenza claramente pintadas en el rostro él respondió:
"Desde mis diecisiete."
Minseok entonces, con los ojos bien abiertos y las cejas alzadas lo reprimió. "¡Pero si entonces él era una cría, trece años! ¿Cómo te atreves?"
"¡No, no!", aclaró el Rey asustado de que lo malinterpretara. "No follamos de verdad, sólo... cosas. Juegos de manos."
"¿Entonces? Responde bien."
"Desde como sus diecisiete."
"...Vaya, yo ya estaba aquí." Dijo ella, dejando de caminar. Pareció contemplar lo que había escuchado, se quedó quietita un rato. Finalmente la reina se acercó a su rey y después de un largo rato estóica, sonrió. "Quita esa cara, no te voy a comer."
El Rey entonces se sintió ligero como una pluma y se arriesgó a abrazarla, con tan buen instinto que ella también lo abrazó a él. Le envolvió el cuello y los hombros con las mangas de su gran vestido oloroso a frutas.
"Lo siento, tendría que habértelo dicho antes." Murmuró Luhan, relajándose en sus brazos que lo acogían como si no acabase de contarle uno de sus peores secretos. Ella, en respuesta, le quitó la corona, pasándola por su brazo cual pulsera y le peinó los cabellos hacia atrás. La Reina tuvo siempre un don extraordinario para tranquilizar al Rey.
"Me extraña no haber sospechado, soy una chica lista. No sirve de nada molestarnos por eso, la amenaza está clara... ¿Qué crees que deberíamos hacer?"
Luhan se separó con reticencia de su talle y alzó la vista para suplicarle ayuda sin pedirla en realidad. "No lo sé. Él ni siquiera es un tributo mío, ¿qué sé yo qué pensaba mi padre hacer con él? Usarlo como reprimienda, matarlo si el pueblo se sublevaba sólo iba a enfurecerlos más y no podemos entregarlo porque la mitad de su pueblo quiere matarlo."
Siempre sabia y correcta, Minseok se arrodilló frente a su esposo aún sentado en el taburete del piano y puso ambas manos sobre sus rodillas. Ella sabía lo importante que ese asunto era para el Rey y sabía, como siempre supo todo, cómo se sentía, cómo quería esconderse de vergüenza, de decepción, por haberla engañado así tanto tiempo, lo poco merecedor que se sentía de su comprensión. Pero Minseok, siempre sabia y siempre correcta, acarició su muslo y sonrió de nuevo, intentando recomfortarlo.
"¿Así que las opciones son matarlo o que lo maten?"
El Rey, que ni siquiera las consideraba opciones, pues era la vida de su más antiguo y más amado amigo la que estaba en juego, negó. "No, yo no quiero que muera. Quiero que se quede aquí."
Ella asintió y se quedó en silencio un largo rato, pensando quién sabe en qué, porque sus pensamientos para el Rey siempre fueron un enigma. Después de algunos segundos de que él se atreviera a acariciar sus negros cabellos y ella se lo permitiera, habló otra vez.
"¿Y por qué hay un pueblo enojado? Creí que tu padre había borrado a los elfos blancos del Continente. Claro, sabía que había algunos aquí y allá, pero no como un pueblo, un grupo grande."
"Eso dicen los libros, pero no exterminó a la gente, sólo mató a los nobles y sacó a los súbditos de Oh, hizo ahí un virreinato humano. Se suponía que Sehun no serviría para ellos más, se suponía que había que castrarlo como al resto de su familia, pero yo no quise... yo me aferré." murmuró el rey bajando una vez más la mirada.
Pero ella, que parecía, como siempre, mucho menos afectada de lo que todos esperaban que estuviera, se río y se puso de pie.
"A sus pelotas." dijo.
"Bueno, vamos..."
"¡Eso hiciste, tonto idiota!"
"En principio fue por empatía," El Rey, aún avergonzado, pero sin lugar a escapar, pues sus miles de velos había decidito tirarlos al suelo con ella, sonrió y dibujó una cruz sobre su pecho. "Lo juro por mi madre."
Minseok con un dejo de gracia negó, alzando los ojos al techo del salón y suspiró profundamente. A empujones se hizo de un lugar a su lado en el taburete. "Diles que va a estar aquí hasta que sea mayor de edad. Faltan un par de años, hasta entonces el problema se habrá calmado y quizás si decides hacerlo uno de tus concejales, las cosas cambien con los mágicos. Podrías ser recordado como un rey de paz."
¿No era muy tentadora la idea? El Rey consideró por algún rato lo que ella proponía. Conservar a Sehun con la excusa de ser aún su padrino y cuando tuviera edad, ofrecerle un puesto en su corte, hacerlo alguien que no pudiera dejar el Palacio pero que fuera representante de su pueblo. No era una mala idea para nada pero en ese entonces el Rey, que sabía poco del descontento de los elfos de Oh, encontró incluso una razón de mayor peso, creía él, que todas las que conocería después.
"El Concejo nunca me dejaría hacer eso. Ni siquiera están de acuerdo con que esté vivo... sé que quieren que lo entregue.
"Entonces no digas nada, las cosas se calmarán... veremos qué hacer con el tiempo."
Luhan entendería eventualmente cuál era la preocupación de Minseok, entendería que su miedo no era a enemistarse con el Continente, sino a una revolución desordenada y abatible de los elfos, a que como Reyes se vieran obligados a reprenderlos, a combatirlos, incluso. De momento, el joven rey sólo era capaz de entender que la suya era una mujer benévola y sabia, que él tonto e impulsivo, no merecía.
"Sé que nos elegimos y no muchos tienen ese privilegio," le dijo con la voz llena de temor y el corazón desesperanzado "pero podías haber tenido un mejor esposo. No soy el mejor en nada, no sé reinar, no soy sabio. ¿Por qué aceptaste casarte conmigo?"
Ella miró hacia uno de los ventanales frente a ellos y tomó la mano de su esposo, de quien por cuatro años fuera su prometido y compañero de muchas travesuras y calmas y la besó. "¿De verdad te parece tan extraño? ...Cuando salgas a la cuadra mira a tu caballo. El pelo le brilla como oro, es más alto que el más alto de tus hombres y es el único semental del Continente. Suben a yeguas en naves para traerlas a que él las monte, esperando un día conseguir otro poderoso como él."
Luhan sabía, porque en cuanto la Reina había notado el atraso, se lo había susurrado al oído, que estaba encinta y aunque hacía un par de meses de ello, todavía no era evidente para los ojos de nadie. La perspectiva de un hijo rey los había hecho a los dos enormemente felices, pero ni esa felicidad les había sido suficiente para divulgarlo. Era todavía un secreto para todo el reino y la mayoría de los sirvientes.
Posando la mano en su vientre y besando su mejilla le preguntó a la que sería madre de su príncipe: "¿Estás esperando otro poderoso como yo?"
"O aún más." dijo ella y besó sus labios.
Pero cualquiera que escuche esta historia sabrá que, sin importar si el rey se sentía o no apoyado y aceptado por su esposa, el problema no se había acabado allí. No habían encontrado una solución y el príncipe de Oh no sabía aún lo que estaba pasando. Los concejales no lo miraban y había visto durante esa semana mucho menos a Luhan de lo que las anteriores. Los días que sí lograba verlo, estaba distante y claramente preocupado, no iniciaba ni un beso ni sonreía sin darse cuenta. Luhan había prometido contarle qué pasaba, pues preocupaba mundos enteros a Sehun, pero siempre le decía "¡más tarde, más tarde!" y más tarde había llevado días.
Finalmente, al quinto día de haber conocido la noticia, Luhan lo llamó a su alcoba y por supuesto, Sehun fue allí con la mente llena de cualquier cosa excepto amenazas de levantamientos armados.
Pensó que como otras veces, Luhan estaría esperándolo para hacer alguna travesura. A veces se escurrían por los pasadizos secretos hasta sus habitaciones a besarse los rostros y labios, a veces a darse caricias que más seguido de lo pudoroso, se atrevían a cruzar líneas y nadar prendas. Esa vez, sin embargo, Sehun encontró en la Alcoba Real a Minseok sentada en la cama y a Luhan recargado contra el hueco de un ventanal.
"B-buenos días, sus majestades." dijo él con miedo, nunca se había encontrado a solas con ambos. Sospechó una emboscada de la reina y en pánico miró a Luhan. Su amante, que se veía más cansado y más flaco que nunca le sonrió y le pidió que se sentara en una silla que había en un rinconcito de la alcoba. Cuando lo hubo hecho, lleno de miedo hasta el último cabello, el Rey ojeroso y encorvado, empezó a contarle.
¡Cómo cambió el rostro del muchacho mientras escuchaba! Había cosas que él no sabía de sí mismo en ese relato y con recelo miró el rostro de la reina, que no parecía sorprendida. No sabía que lo que decían los libros sobre su pueblo era mentira, ni que los padres de Luhan habían querido usarlo, herirlo. Nadie le había contado que Luhan mismo había mortificado a los reyes sólo porque a él no lo lastimaran.
Escuchar de los labios del Rey todo aquello en tan corto tiempo, con la Reina mirándolo, sentado en una esquina de la Alcoba Real era demasiado para él, hubiera sido demasiado para cualquiera. Sehun se quedó calladito por unos segundos después de que Luhan hubiera terminado de hablar.
¿Qué podía decir el pobre muchacho robado? ¿No quedaba acaso claro que lo que él decidiera no tenía ningún valor y no lo había tenido nunca? El Rey le explicaba cómo su presencia y su cercanía los estaba metiendo en problemas a todos, le explicaba que los que pedían que se le entregara a su pueblo también querían matarlo y ni siquiera estaban preguntando por su opinión, simplemente le hacían saber del enorme problema que había causado al vivir y el enorme problema que sería si decidía irse con su pueblo.
"Diles que quiero estar aquí." dijo finalmente con la voz de apenas un canario tímido. No estaba ordenando a nadie, quizás, lo que hacía era suplicar una oportunidad a decidir, a tener injerencia en su propia vida para algo importante por primera vez. Pero como a las crías ingenuas, la respuesta le dolió en el pecho como un dardo.
"No van a aceptarlo por respuesta." obtuvo.
Se mordía los labios, el pobre chico, hundido tanto en la silla como podía, evitando mirar a cualquiera de los reyes, con la cara roja de vergüenza y pena. "¿Por qué no sólo nos hacemos aliados? Los que me quieran y yo podemos ir a favor de ustedes, no habría pelea, quizás podrías convencerlos."
El Rey se puso de pie y pudo ver que Sehun temía, que sus ojos normalmente juguetones y brillantes, aunque pequeños, estaban plagados de miedo y de pena. A todos se les estaban acabando las opciones, nadie tenía ningún plan en las manos. Los concejales habían decidido recomendarle entregar al chico a su pueblo a que ellos decidieran por él y Minseok había sugerido no hacer nada. Él no quería entregarlo, no podía callarse... Sehun pedía una solución y no existía tal, pedía con una ignorancia infantil y adorable que se tomaran de las manos con las víctimas de cientos de años de opresión e injusticia, que las hijas y esposas de hombres ejecutados injustamente por el ejército de Luhan, le besaran el rostro.
En ningún mundo, ni uno solo, el corazón es capaz de ello.
"No puede ser..." susurró y se acercó al muchacho que empezaba a ponerse rojo y tenso. Lo tomó de las manos y las acarició, intentando buscar paz que él mismo no tenía, para regalarle. "Tú no los conociste, Sehun, pero mi padre mató a tu familia, sus reyes. ¿Si me mataran a mí y estuviera en tus manos decidir, les mostrarías piedad?"
Las manos de Sehun temblaban y estaban rojas. ¿Por aguantar el llanto o por la ira que el llanto escondía? Luhan nunca pudo saberlo... pero estaban cálidas y tersas, como siempre.
"...No."
"E incluso si lográramos convencer a los elfos blancos y sus mestizos," dijo oh, insensible monarca lleno de razón y falto de voluntad, escondiéndose detrás de otros, como siempre, "mi concejo, mi pueblo, jamás estaría de acuerdo."
El muchacho rompió el llanto y alejó sus manos de las del Rey, que sin discutir las dejó ir, para cubrirse el rostro, terriblemente avergonzado de estar llorando frente a la reina. Ella intentaba no mirarlos, pero estaba allí, estaba escuchando y lo que más dolía al joven, es que estaba más enterada que él.
Entre sollozos encontró su voz y valor para volver su vista al rey que frente a él tenía los ojos tan brillantes y llenos de impotencia como él, y preguntar "¿E-entonces?"
"No lo sé." le respondió sin aliento el Rey bajando la vista.
La alcoba se quedó en silencio unos segundos, en los que ni un sonido se escuchaba afuera del Palacio, ni dentro de él. Los sirvientes debían saber que estaban los tres allí y quizás estaban escuchando, quizás estaban prestando tanta atención como Minseok a los lloriqueos calladitos del joven hijo de Oh. Avergonzado, el chico se enjugaba las lágrimas antes de que rodaran por sus mejillas y respiraba profundamente para encontrar calma pero era inútil.
"Lo siento..." dijo finalmente, "perdón. No debí salir de mi torre..." con su vocecita joven y limpia, lleno de dolor, buscando una vez más las manos del Rey, pero éste, que odiaba como nada ver llorar a sus seres queridos, lo abrazó por el torso, de rodillas ante el muchacho y con un beso en los labios y una lágrima solitaria en la barbilla, le pidió:
"No, no... perdóname tú a mí. Ni siquiera tendrías que haber estado allí."
La reina entonces caminó hacia ellos y en las manos del rey, Sehun se puso rígido como una piedra, atento a su movimiento y figura como un gato. No respiró ni se movió un ápice mientras ella encontró lugar en cuclillas a un lado de la silla donde él estaba sentado. Sin levantar la vista, la reina puso su mano pequeña y blanca cubierta de manga y manto, sobre las de ellos y dijo en voz muy clara pero muy queda... "Tengan calma. Solucionaremos esto... les doy mi palabra."
El chico, por supuesto sorprendido de lo poco que le había importado a la reina verlos besarse, de lo poco que parecía afectarle que él hubiera puesto en riesgo su reino y su reinado, preguntó porqué y ella respondió, mirándolos a uno y luego al otro, con pesadez en la mirada pero una sonrisa:
"Es mejor que no me lo preguntes ahora, pero sabe que no debes temer, voy a pensar en algo."
Y lo hizo...
III