El Prisionero del Sol (3/4)

Mar 13, 2015 18:08



♝V. El Alfil

¿Tienes poco sueño, vida mía? Es temprano aún y no sé si debo seguir contándote; Tampoco sé si quieres seguir escuchando pero te juro en mi pecho que si pudiera dejar de pensar en esta historia, si pudiera dejar de susurrarla mientras no me escucha nadie, a mi palma, a los muros de coral y de volcán, intentaría también no contártela a ti. Las historias se entretejen en nuestros cuerpos y pensamientos aunque intentemos detenerlas. Aún cuando no las alimentamos, aún si nos esforzamos por olvidarlas, fluyen, porque incluso en el silencio hay voz y en la calma, miedo.

-Cuéntame. Anoche la Reina le dijo al Príncipe de Oh que no debía temer.-

Y éste hizo todo en su poder por obedecerla, mas en el Este, con el rodar de los días el pánico se fue asentando en todos y cada uno de los moradores del Palacio. Quienes tenían interés directo en el conflicto con el Reino del Este, cuchicheaban con más descaro que nunca por las calles. Muchos grupos de mestizos y mágicos se unieron y separaron en varias posturas para abordar el conflicto y sin saber ninguna fuente, el Rey las conocía todas.

La mayoría creía en la posibilidad de encontrar en el heredero robado de Oh, un próximo líder libertario. Algunos otros creían que desde dentro del Palacio, su posición como concejal significaba un futuro próspero para las razas mágicas. Contrapuestos a estos últimos, había unos terceros, bastante numerosos, que pensaban que su posición en el Concejo lo convertía en un traidor y que había que ir por su cabeza.

Fuera la que fuera la posición, la gente quería ver al Príncipe de Oh y lo querían de vuelta en su tierra natal. Si era para darle el poder de su pueblo o ponerle una soga al cuello, daba igual.

Los generales decían que las protestas se habían acabado y lo cierto es que ellos las habían forzado a calmarse. ¿De haber sabido que su ejército estaba arrojando a las cárceles a los mágicos que exigían al príncipe, los habría detenido o el miedo a ser asediado lo hubiera llevado a reprimirlos con aún más fuerza? No lo sabemos en realidad, pero sí sabemos que pese a todas las veces que sus generales le aseguraron que las cosas estarían bien, el Rey Luhan no concilió sueño reparador por cerca de dos meses.

En todos los mundos y todos los tiempos, la opresión ha creado y creará siempre, una reacción igualmente poderosa o quizás peor, en respuesta. El descontento de los grupos crece a medida que se los calla y cuanto más las guardias reales en las diferentes ciudades del Este los oprimían, más las manifestaciones de los mágicos se iban volviendo insistentes, indignadas, violentas.

Más que nunca, el Rey sentía el peso de un problema que no podía solucionar sin sacrificios y conforme las horas iban pasando, sentía que su cuerpo, de por sí destinado a la debilidad del muy puro, que no había tenido descanso en demasiadas noches, se iba deteriorando. Poco a poco empezaba a dejar de escuchar cuando lo llamaban, alucinaba bichos y ratas por todas las esquinas, era incapaz de comer más que un par de bocados y respirar y moverse le era cada vez más difícil.

Su salud iba tan mal, que la reina misma empezó a tener problemas para comer, para concentrarse, para dormir y pronto, los concejales, los médicos, las nodrizas, se preocuparon no sólo por los monarcas sino por el Hijo Rey y con ese futuro en mente, mudaron a su vieja habitación de príncipe a Luhan y dejaron a la Reina en la Alcoba Real a solas, culpando al Rey y al problemático muchacho de las afecciones de la Reina, que tan irresponsablemente habían causado.

Por algunos días, las cosas pintaron mejor para todos. Minseok, menos agobiada y calmada por ungüentos y tés, recuperó el sueño y el apetito, reponiéndose prontamente. Sehun y Luhan ocupaban las noches que en ese nuevo arreglo podían pasar juntos, en no decir ni una palabra de los muchos levantamientos armados de mágicos, simpatizantes con la causa de los elfos blancos e igualmente molestos por la impunidad de los crímenes de su ejército, que eran cada vez más notorios, más terribles.

Los mágicos se aparecían de la bruma. Donde parecía nunca haber habido un mágico, había cincuenta, donde había habido una docena o dos, había seiscientos. Alguno de sus generales había calificado a los protestantes como una plaga de gallina ciega, que cuando una sale de la tierra es porque está infestado bajo la hierba. Se comen las raíces de las plantas, matan todo sin que uno se de cuenta... sólo se pueden matar prendiendo fuego a los campos o regándolos con veneno.

Aquella frase persiguió a Luhan por semanas. Prender fuego a los campos, regar con veneno.

La situación del Continente no mejoró por más que se intentó no remover el asunto. Algunos otros reyes y virreyes comunicaban a Luhan que las protestas empezaban a aparecer también entre sus propios pueblos, a hacer destrozos y a costar vidas en sus tierras. El Norte estaba tan enojado de la situación que por negligencia el joven rey había provocado, que abiertamente alentaban a los mágicos a marchar al este.

El reinado bonito que Luhan había pensado que algún día tendría era cada vez más lejano, pues las noticias de grupos numerosos de mágicos marchando hacia su Palacio, se hacían más comunes y más terribles. Doscientos mágicos al pie de la puerta a la Ciudad Imperial cada día, una marcha desde el norte de cuatro mil civiles mágicos que el ejército del Este estaba intentando contener en las fronteras, diez mil del sureste del Continente habían abandonado sus casas y campos por ir a pedir al Heredero Robado de Oh. De todos los confines de la tierra continental, marchaban pies precariamente calzados a exigir, cuando menos, respuestas al Rey que era responsable de la vida del último noble elfo.

Cada día, Luhan salía a tomar el sol rodeado de guardias que por miedo a perderlo al disparo de una flecha, lo cubrían de todos los flancos y aunque había habido algunos intentos violentos de entrar a la Ciudad Imperial, nadie había aún intentado hacerle nada al Rey. No habían lanzado nada contra él, no habían envenenado su comida, no habían siquiera puesto una cucaracha en su ropa. Ni el menor rasguño.

Y sin embargo, el Rey se sentía caer en pedazos cuando los miembros del Concejo lo sentaban, cada día, a convencerlo de que lo correcto, lo que solucionaría el problema, era entregar a Sehun a los mágicos, a que ellos decidieran por él.

Las primeras veces, Luhan protestó con ira, los amenazó, les recordó que él era el Hijo del Primer Hombre y que ninguno de ellos, por viejo o sabio, podía hacer Ley por encima del Rey, pero la insistencia con la que todos juntos lo emboscaron, con noticias negras, con predicciones, con cartas de otros reinos, con amenazas igual de iracundas e igual de legales, el alma se le fue drenando del cuerpo, como el peso, el sueño y la esperanza.

Ni siquiera Sehun, con sus labios tibios y rosados, con su voz amable y joven, con su calor y su cuerpo recio pero pueril, podía traerlo de vuelta. Estaba tan sumido en un problema que no podía solucionar sin herir a nadie, que perdió todo deseo de reinar.

Minseok, preocupada y delicada de salud, lo encontró una noche fría sentado en su trono con nadie a su alrededor y en cuanto le preguntó qué hacía allí, lo escuchó romper a llorar. Con la garganta hecha un nudo, le dijo: "No puedo sacrificar la paz por Sehun" y abrazándose las piernas lloró, con la reina de rodillas frente a él, acariciando su cabello rubio. La corona estaba allí, en el Salón del Trono, pero la había lanzado lejos, al pie de su estrado.

Era verdad, el joven Rey no podía hacerlo. No sólo el acoso de los concejales era demasiado constante, sus argumentos eran además tan convincentes que toda esperanza de dormir, de descansar, de un día poder recuperar el gusto, el control, la felicidad, se le habían escapado de las manos completamente. Si no hacía algo por controlar los levantamientos de los salvajes mágicos, los demás reinos, otrora lambiscones, habían concretado cerrar sus fronteras y sus rutas económicas, aislarlos del comercio y de las alianzas militares, tecnológicas y culturales.

En este punto de la historia, cielo, te preguntarás por qué todo cambió tan rápidamente y la única respuesta que puedo darte es que el rumbo que llevan nuestras vidas es siempre azaroso y después de largos años de quietud y silenciosa felicidad, un día puede ser que uno de tus hombres le dispare una flecha al pecho a tu mujer, o que, por ningún motivo además de existir y exigir dignidad y soberanía, le arranquen a un hijo de los brazos a tu madre. Puede ser que, después de nada más que felicidad y aparente calma, tengas que renunciar a ver crecer a tu única hija.

No sabremos nunca los que vivimos esta vida sin más luz que la de nuestros propios ojos, si merecemos las pruebas crueles que nos vemos obligados a enfrentar, solo sabemos que tenemos que intentar y quienes no encontramos motivos para rendirnos, no lo hacemos.

Mas el Rey se rindió. Después de semanas de escuchar verdades y compromisos que se le asentaron como piedras en el fondo del corazón, de noches en vela con el peso del brazo de Sehun alrededor de su cintura igual al de toneladas de plomo, tuvo que resignarse. Les dio el visto bueno a su Concejo, les dijo que le dieran las noticias al muchacho y se marchó de caza con una enorme escolta de guardias que iban tanto para asegurarse de que ningún simpatizante salvaje infiltrado en la Ciudad Imperial se acercara matarlo, como de que él mismo no se arrojara por un barranco. Luhan no hizo tal cosa, esa tarde, con rabia desgarradora, mató a tres ciervas él mismo, con puntería sin precedentes.

La noticia de la decisión del Rey había llegado a la Reina y ellahabía emprendido marcha inmediatamente hacia la habitación del joven al que Luhan había decidido desterrar y al que, ella sabía bien, amaba más que a nadie. Ella no tenía voz en el Concejo, ni podía volver atrás la decisión del Rey, su único poder era el de seducir las decisiones del monarca desde la privacidad, aconsejarlo personalmente. Mucho había hecho ya por hacer sentir mejor a Luhan con su decisión de guardar silencio y afrontar los lloriqueos de los reinos vecinos pero ultimadamente, ni siquiera ella había podido frenar el evidente final.

Encontró al muchacho llorando en cuclillas al pie de la cama. El espejo de la reina estaba roto en el suelo, había desgarrado toda su ropa y arrojado un libro entero al fuego. Le habían dado un saco y dentro de él había puesto algunos pequeños chunches, nimiedades. El llanto era tan fuerte que no pudo escucharla entrar y cuando ella tuvo por tacto a bien llamar a la puerta ya abierta, el chico se sobresaltó de tal forma que cayó de nalgas al suelo y se levantó con torpeza a hacerle una reverencia respetuosa.

"Su alteza, me marcho." Le dijo con voz rota. Minseok lo vio tomar aire para seguir hablando pero antes de que pudiera decir cualquier cosa lo interrumpió.

"No, espero que no. Te buscaba para pedirte un favor." Cerró la puerta detrás de sí misma y caminó a la chimenea a sacar de las brasas con uno de los atizadores, el libro que el muchacho había arrojado. Era Criaturas Mágicas del Sureste Continental. Casi por completo chamuscado. "Sé lo que el Concejo ha obligado a Luhan a decidir y vengo a pedirte que desobedezcas y acompañes a Luhan fuera de aquí... del Continente. Si quieren vivir, es probablemente su única opción."

Ella hablaba con aparente displicencia, como si no hubiera tras ello más que negocios pero Sehun pudo ver que había más y no solamente en su intención, sino en su persona. En cuanto la vio supo que algo andaba mal, que esa era la reina pero algo había en ella terrible y se lo dijo, más o menos así:

"Eres diferente, tú no eres lo que pareces." sentenció él y ella lo miró sorprendida. ¿Qué había de sorprendente? Sehun lo sentía en lo más profundo de su pecho, algo que no había sentido nunca antes, un olfato, una vista, nuevos y que le permitían ver a la dama frente a él como lo que en verdad era.

"Pensé que habrías perdido la vista, de tanto tiempo zambullido entre humanos..." dijo ella sonriendo y no se acercó a él, pero lo encaró de frente "Sólo necesitabas estar a solas conmigo. Soy mestiza."

Imagina por un momento la sorpresa del muchacho. El cuerpo le vibraba con una energía recién despertada que no sabía entender o controlar, algo más allá de sí mismo lo estaba recorriendo, algo no completamente foráneo pero innombrable y ella, frente a él con la nariz en alto, se mostraba de pronto para sus ojos que podían verla con claridad, como una mentirosa.

"Pero... pero te casaron con Luhan porque eras pura." Dijo Sehun. Estaba indignado, estaba tan sorprendido y ofendido que no era capaz de pensar otra cosa. Esa reina frente a él, a la que Luhan por tantos años había amado tanto, era una farsante, era una estafadora, era quizás la causante de todo ese problema, de que él estuviera perdiendo todo lo que conocía y estuvieran por lanzarlo a la muerte. El peso de lo que había recién descubierto le llegó a los hombros y lo forzó a tomar asiento, pero el tono riguroso de su voz no se doblegó ante la expresión sentenciosa de Minseok. "¡Estás embarazada, vas a tener un hijo mestizo, el Rey va a tener un hijo mestizo!"

"Y sólo tú y yo lo sabemos hasta ahora." Le respondió ella y Sehun vio que sonreía.

"¿Cómo te atreves?" Preguntó, mas no sentó ello bien a la reina pues dio tres largos pasos hacia él, con la firmeza de un huracán hasta hacerlo erguirse sentado en la cama para sostener su mirada, no quería rendirse.

Ella, sin embargo, contestó a su acusación con tajante severidad. "¿Que cómo me atrevo? No soy diferente a Luhan ni a ti, ni tú eres diferente de nosotros. Soy una buena reina, tengo derecho a reinar... ¿crees que mi sangre es motivo para hacerme menos, de entre toda la gente, tú?"

El Príncipe de Oh la miró con el ceño fruncido por algunos segundos. En su mente era muy simple, ella había mentido, pero eventualmente y para todos, la simpleza en algún momento deja de llenar el alma, algún día conocemos la verdad de las cosas simples y vemos que detrás de cualquier lienzo en blanco hay hilos pardos. "Es un engaño."

"Y tú tenías tu propio engaño con el Rey a mis espaldas. No estoy por recriminarte eso..."

Con inocencia y decencia frescas y puras en la boca, el muchacho contestó, encolerizado. "¡Tu estás engañando a todo su reino!"

¿Recuerdas, vida, cómo te advertí antes sobre los labios que te cuentan una historia? Los oídos son igual de culpables o aún peores, cuando están velados de mentiras. No importa lo sinceros que sean los labios que hablan o lo crudas que sean sus verdades, un oído que no sabe lo que tiene que escuchar, que no conoce el motivo por el que la verdad es un deber hablar y no una elección, no escuchará más que agresión de lo que no siente cierto y se negará a lo que le causa horror.

"¿De qué lado estás, niño!" gritó la que nunca antes había gritado. "¿Tengo o no derecho a reinar, a tener un hijo! Soy mestiza... ¿por eso deberían encerrarme en el Castillo Interior a que me haga vieja y el Rey pueda ir a follarme cuando le venga mejor?"

Minseok forzó a Sehun a la verdad y le cerró los tercos labios con tres preguntas. Él calló.

"No es accidental." Siguió hablando, irguiéndose firme como una torre sobre él, con la seguridad del más fuerte de los soberanos, una tirana imponente con el cuerpo adornado de flores de oro y los ojos llenos de pasión. "Soy mestiza por una razón y mi hijo es mestizo por una razón: la misma razón por la que tú eres un prisionero y por la que tu pueblo quiere ver este castillo ardiendo". Poco a poco la voz de la reina se fue calmando hasta que volvió a hablar con normalidad, aunque tan controlada y severa. "Este mundo ha sido oprimido por los humanos por demasiado tiempo y si tengo que arruinar su linaje para hacerlos despertar, que así sea... la "sangre pura" es un concepto injusto y viejo... ¿crees que debería perpetrarlo?"

Él sabía todas las respuestas a esa pregunta y a las anteriores, pero eligió cerrar los ojos y usar su voz para hablar las mentiras que había creído desde niño. "Debiste habérselo dicho al menos a él."

"Él entenderá. De habérselo dicho hubiera estado de mi lado pero sé que le he ahorrado angustia."

El joven intentó ponerse de pie pero las manos pequeñas y extrañas de la reina, lo detuvieron. Él miró sus dedos cortos y rosados y vio algo anormal. La reina entonces cerró las manos puestas sobre sus hombros y al abrirlas, eran palmeadas. Se les podía ver una finísima membrana delgada, casi traslúcida, que unía dedo con dedo a la mitad de la primera falange... aletas degeneradas de ondina, manos de mujer de tierra y agua. Ella se mostraba a él como quizás a nadie antes en el reino, pero él estaba tan fuera de sí, tan insultado por el engaño que en carne propia sentía más cruel y más injusto que, ella alegaba, el rey mismo, que no pudo y no supo dar la bienvenida a la que sería por siempre su hermana.

"Lo que estás haciendo está mal. Crees que estás justificada pero esta es una ofensa a su pueblo y a él... Y quieres mandarnos lejos para que Luhan no pueda hacer nada contra ti." le dijo y no la miró, pero dejó de ver sus manos porque le causaban repulsión.

"No lo haría aunque pudiera. ¿Sabes la historia de mi Reino? Te la contaré..." le dijo ella y se sentó a su lado en la cama del muchacho, tomándolo de la manga del jubón por asegurarse de que no escapara... y entonces ella le contó, así como yo te cuento ahora, la historia que, sin tener la boca cosida con hilos de verdad, ni la obligación de la culpa, derramó por sus labios como terrible hiel, sin detenerse.

Minseok le dijo en voz muy baja:

"La reina del Oeste murió cuando yo era una recién nacida... Los libros dicen que la hija que murió pariendo era yo, pero lo cierto es, Sehun, que esa reina está enterrada con la criatura dentro. Yo soy la hija de una amante de mi padre, una ondina que él amaba muchísimo, más que a nadie y contra todo prejuicio.

Mi padre amó a mi madre tanto que me hizo su princesa, me escondió en los brazos de la reina muerta y se aseguró que ninguno de sus sirvientes contara nunca a nadie la verdad. Mató a personas inocentes por mí... pero el amor que sentía por mi madre la mató. Su corte inconforme con el romance del Rey Viudo con una salvaje del agua creyó que tenía derecho a encadenarla al suelo caliente bajo el sol abrasador de mi tierra, sin agua, sin cobijo, sin comida hasta que murió y luego dejaron allí su cuerpo esperando a que los cuervos le sacaran los ojos y las tripas.

Y lo hicieron, yo lo ví, yo sabía que ésa era mi madre descarnada en el piso y me callé porque mi padre me advirtió que si decía una sola palabra, sospecharían y si descubrían que yo era su hija, me sucedería igual. ¿En verdad crees que estoy ofendiendo a una cultura que no merece que la acaben? ¿Es tan difícil de creer que yo quiera un mundo más justo para los que son como yo y como tú, Sehun?".

La reina se puso de pie y miró de frente al joven callado y cabizbajo, antes de continuar. "Es difícil de creer que no lo quieras tú. Te arrancaron de los brazos de tu madre y la mataron, mataron a tu padre, mataron a tu hermano, castraron a todos tus familiares y les arrebataron su tierra. Te llevaron lejos de tu gente y te encerraron en una torre esperando, con suerte, a que murieras sin hacer escándalos. Y ahora estás enamorado de Luhan y él de ti. ¿Por qué no puede un rey humano amar a alguien mágico, por qué ha de esconderlo detrás de la fachada de alguien "puro"?"

"Pero él también te ama a ti."

Ella sonrió con, lo que después Sehun describiría, como la sonrisa más educada y dolida que viera jamás y fue a mirar dentro del saco que Sehun estaba armando, lleno de nada importante y metió en él algunas cosas que creyó conveniente poner allí, algunas de las cuales Sehun mismo había arrojado por el cuarto en su rabia, sin preguntarle a él, ordenada y minuciosa. "Ahora lo hace, pero si empiezo a estorbar me odiará como mi padre odió a su reina, a la que decía haber amado algun día, y odiará a nuestro hijo. No quiero nada de eso para ninguno de nosotros. Haz una buena maleta, yo haré una para él."

Sehun no sabía qué hacer sino asumir que una vez más habían decidido su vida por él, sin pedir su opinión... como siempre. Quieto sentado en la cama, la observó poner sobre sus elegantes y suaves cobijas de palacio las cosas que tenía que llevar consigo. Le puso varios tipos de ropa y algunos instrumentos de caza, le puso una pequeña daga, una capa, entre otras muchas cosas que consiguió encontrar en sus aposentos. El elfo la miró en silencio, todavía inseguro sobre qué sentía y qué debía pensar de todo aquello pero amor, escucha, ¿no era en verdad la única escapatoria que tenía? El único otro destino para él era morir en manos de sus hermanos y hermanas y para Luhan en todas partes el porvenir era igual de negro... la Reina tal vez tenía razón, tal vez el mejor de los males era irse. Se rindió y cualquiera de nosotros lo hubiera hecho.

"¿A dónde debemos ir, qué pasará aquí?"

"Sólo los dioses pueden saberlo... pero yo buscaré reinar con justicia para todos, convertir este en un mundo donde tú podrías caminar afuera sin miedo a ser maltratado, donde yo no tendría que fingir que soy una humana pura.". La vio sonreír esta vez, con la sonrisa genuina de quien está lleno de pasión y esperanza, sus pequeños dientes los enseñó todos y se acercó una vez más a él. "Hay un sinfín de personas afuera de estos muros que sufren cosas que ni tú ni yo podríamos imaginar. ¿Sehun, no vale eso nuestro esfuerzo, no vale la pena arriesgarse por los marginados?"

Los marginados, decía ella como si ambos no lo fueran, escondidos detrás de muros y disfraces, haciendo chanchullos para sobrevivir, como ratas en coladeras. ¿Qué podía hacer él además de asentir? Frente a las personas con tenacidad, es muy difícil permanecer inmóvil y ni todo su amor por el Este le podía cerrar los ojos a la verdad: el humano estaba degollando a los que eran como él y a los que no pasaba por la guillotina, los ahogaba poco a poco, sin hacer escándalo, sin levantar polvo. La reina tomó su mano sin ocultar las aletas de sus manos... y él pudo sentir en ese roce familiaridad, el dolor que él había sentido tantas veces al leer las historias en los libros, al sentir el rechazo de los hombres del palacio, la sed de sentirse parte de una familia, de una nación. En las membranas desagradables de sus dedos, finalmente sintió que había encontrado un cómplice, en el cuerpo más inesperado, de la forma más insólita... Minseok era más su hermana de lo que nadie en su vida había sido antes y él, aunque reticente, muy dentro de su corazón, agradecía poder no ser la mímesis secreta de Rey.

"Si se van a las Islas Australes ahora quizá la gente piense que yo los estoy escondiendo, puedo hacerme cargo de eso, los dejaré inspeccionar el Palacio si es necesario, tal vez piensen que yo los maté, puedo con eso... Allá no le irá bien a él, te lo puedo asegurar... pero también puedo asegurarte que aquí vamos a sufrir todos mucho más, porque allá van a sufrir ambos y yo voy a extrañarlo inmensamente, mas prefiero eso, no verlo nunca más en mi vida, que ver rodar su cabeza y yo sé que tú puedes ayudarme, ayudarlo a él. Eres su única esperanza de vivir, escúchame," suplicó "si no lo haces por ti, hazlo por él y los que son como tú que viven en la miseria. Quiero que él viva y que tú seas libre... yo me ensuciaré las manos por todos. No desconfíes de mí, sé lo que hago... puedo encargarme. Él es un hombre bueno y también lo eres tú, ninguno de los dos merece morir en el caos que se avecina. ¿Puedes prometerme que cuidarás de él?".

Siempre, desde niño, Sehun tuvo algo en el alma que Luhan encontró hermoso: a sus dieciocho años, seguía siendo inocente como de seis, mas no era esta una cualidad que, como en muchos lugares de la tierra, se entendiera ridícula, ni tonta, ni desventajosa. Desde siempre, desde la primera vez que había abierto los labios y había pronunciado su primer "sí", Sehun había tenido razón de confiar. Ahora sabemos, bien podría haber sido producto de una magia que nadie en el Castillo entendía, ni siquiera él, pero de manera instintiva, el joven elfo había sabido toda su vida a quién tender la mano, qué súplica escuchar, qué dolor atender y esta vez, con esa madurez que le corría por la sangre de antiquísima nobleza, confió.

"Lo juro, juro que lo mantendré vivo y..." se relamió los labios, como era su costumbre, y frunciendo el ceño asintió "y deseo en mi corazón que consigas lo que quieres, que de verdad esté en tus manos."

Minseok hasta ahora sólo había logrado la mitad del trabajo, pero fue inteligente e igual que Luhan había mandado al Concejo a darle la mala noticia a Sehun, por cobarde, ella mandó a tres mucamas con una carta para él, que le entregaron personalmente de parte de la reina durante la cena. La carta decía que la Reina había encontrado un modo de sacar al joven elfo del reino, que tenía un plan para llevarlo lejos del Continente y que el Rey tenía que ser tan discreto como fuera posible y acudir a la Alcoba Real tan pronto como pudiera. ¡El Rey ni siquiera se terminó la mitad de lo que habían puesto en su plato, no había hecho cosquillas al banquete a la mesa que habían dejado para él y despachó a todos sus sirvientes tempranito, ordenando que debían regalar toda la comida sobrante a las cárceles en un chispazo de brillantez que él nunca supo por qué antes no tuvo más.

En la alcoba lo esperaban Minseok y Sehun, igual que él había emboscado al más joven un tiempo atrás. Nunca antes el Rey se había sentido tan falto de poder y tan pequeño frente a quienes él decía proteger y gobernar. Se quedó petrificado en la puerta mientras su reina empezó a decirle, tan tranquila, tan horrorosamente tranquila, cómo tenía un plan para que ambos se fueran del Continente. ¿Y tú? Le preguntó él pero ella no respondió, lo jaló del peto y cerró la puerta.

En la costa de levante, al tercer amanecer de ese mismo día naciente, dijo ella, habría una barca para ellos que los llevaría hasta las Islas. Tendrían que cabalgar durante toda la noche y viajar ligeros, porque nadie podía seguirlos o pondrían en peligro a quienes los estaban ayudando. Ella no podría seguirlos porque era peligroso para su embarazo y porque alguien que no tuviera papel en el problema con los mágicos tenía que resolverlo de la manera más limpia posible. ¿Y si atacan? La reina no contestó.

Cuando llegaran a las Islas Australes los recibirían los Reyes Originales de los Mágicos y aunque era algo muy peligroso para Luhan, por la situación en el Continente y su sangre "pura" -e hizo un ademán peyorativo que nunca antes había visto en ella al referirse a él-, era la mejor opción que tenía para sobrevivir. Sehun iría con él y eso sería una tregua con los mágicos: Luhan entregaría personalmente a los Originales al último hijo de Oh y los mágicos y mestizos del Continente tendrían paz.

Era tal vez un plan infalible. Por grande que fuera el esfuerzo del rey a encontrar un motivo para objetar, que fuera tan tajante, tan significativo que tuviera que echar atrás todo el plan, no lo encontró. Entregar a Sehun a la misteriosa gente del las Islas garantizaba su vida, pues se había sabido siempre a aquellas aguas y aquellas tierras, un espacio donde los mágicos habían establecido su propio reino, alejado del gran Continente, que a los humanos no les importaba nada. Era un archipiélago, era insignificante y allí, decían todos los líderes mágicos en la tierra continental, ahí vivían en autónoma paz todos los nacidos del soplo de las Fatas. Huir del Continente garantizaba que ambos estarían lejos de las revueltas de mágicos. Minseok hasta entonces había permanecido como una figura neutra, su palabra valía más que la de cualquiera de ellos dos y como la legítima Reina del Este, en su ausencia, tenía todo el derecho a reinar. No la dañarían con el último hijo de a dinastía en el vientre. Luhan creía en su palabra, creía en el plan.

"¿Y cuándo voy a volver?" preguntó y esperó, igual que a sus preguntas anteriores, que Minseok ignorara contestarla, pero no tuvo aquella vez tal suerte, porque la cara de la reina se llenó de un velo oscuro de lastimero cariño y suspirando le confesó lo que había sido parte del plan desde la primera palabra pero que él no había entendido:

"Seguramente nunca, estrella mía."

El Rey se quedó callado y como si todas las penas que había perdido en ese corto momento de planes y adrenalina, volvieran de golpe a asentarse sobre sus hombros, la figura se le volvió pesada. Tenía de pronto sobre el alma el peso de una vida, de un futuro árido de esperanza, desnudo de todo lo que creía haber construido y con el enorme temor a una voz que confirmara su pena, preguntó.

"¿No voy a volver a verte, no voy a conocer a mi hijo?"

La reina lo tomó de las manos y luego del rostro. Le acarició las pocas canas que su cabello mostraba y que a sus veinticuatro años no tendrían que haber estado allí pero habían brotado necias y blancas en su coronilla como todos los que exigían a gritos en las calles ver la cabeza del traidor de Oh en una pica, y se habían esparcido cual dientes de león con cada noche de insomnio. Lo acunó en sus brazos y sin decir ni una palabra más, lo recostó en la cama.

Sehun se desvaneció como vapor. En lo que para el rey fue un abrir y cerrar de ojos, el muchacho se había marchado y estaban solos ella y él, como antes de que Luhan cometiera el error de no cuidar al futuro y de mirar sólo a la diversión de una noche, al berrinche de una corona, antes de llenar su cuenta de errores que conducirían a dejarlo maniatado en medio de una tormenta que desguazaba todo lo que conocía y había alguna vez conocido.

Lloró en sus manos y ella supo calmarlo hasta que pudo dejar de preguntar al vacío sobre su cabeza los porqués sin futuro... porque no hay nadie que los responda y que preguntamos sólo para sentir que alguien acompaña ese dolor, aunque no haya nada de él qué decir. Lo cierto es que si supiéramos las respuestas a lo que rumiamos, el dolor no sería menos terrible, la agonía no sería menos escarmiento. El rey pasó horas con una pena que le cerró los pulmones y con las mejillas bañadas en lágrimas y se aferró al vestido de la reina, a su vientre, a su pecho como un niño enrabietado. ¿Quién respondió un porqué, quién detuvo el curso de su apagado porvenir, quién resolvió los problemas, quién le dio una segunda oportunidad?

Despertar a la vida y aprender que debajo de los campos interminables de flores hay roca impenetrable, mata la inocencia desesperante y torpe del que ha vivido siempre entre margaritas. Lo que hemos hecho no podemos deshacer, no se puede detener al futuro, somos insignificantes en contra de nuestra humanidad... no tenemos poder y en una corona, en una espada, en un trono, Luhan no vio nada que le hiciera más fácil respirar y vio que en realidad nunca lo había hecho.

Le dijo tantas veces cuánto la amaba y ella se lo dijo también. Le dijo que lo amaría por siempre, le beso los labios y los ojos enrojecidos de lágrimas y de miedo hasta que lo hizo dormir, entre caricias, canciones y el calor de sus brazos fuertes que sabía que extrañaría toda su vida. En la madrugada, cuando el rey despertó, la encontró con los ojos abiertos de par en par y no tuvo que preguntar para que ella, cuando notó que el Rey estaba mirándola, le dijera lo que pensaba.

"Tengo algo que decirte."

"No lo hagas. Si no hace bien, no quiero saberlo..." respondió el monarca con la voz más firme que puede intentar un susurro.

"Lo sabrás algún día."

"Ese día recordaré que intentaste decírmelo y yo no quise saberlo."

Como nosotros sabemos bien, amor, Oh Sehun se lo dijo algunas semanas más tarde y el Rey, cuando ató cabos, sonrió y su respuesta al secreto terrible que tanto había indignado a su amante y que había puesto en tan grave peligro a su hijo y su mujer, fue lanzar un beso al viento, pero esto quizás sea parte de otra historia, una que no veo en mis labios resquemor por contar... Esa noche la reina intentó contarle que había concebido con él un hijo mestizo, que le había estado escondiendo su verdadera forma y su historia, que tenía cuatro años mintiendo, injustamente ocultando su casta, su sangre, su magia. Minseok intentó, aunque con poco ahínco, confesar su crimen y Luhan la calló con un dedo sobre sus labios y un beso en su ombligo.

"Eres un buen hombre, Luhan. No eres un buen rey, pero eres una bella persona y eso es más de lo que puedo decir de todos los que conocí en este Palacio. Estoy orgullosa de ser tu esposa y ser madre de tu hijo…" El rey vio amanecer en los ojos de la reina que abandonaría con el que se juró a sí mismo sería su único hijo, aún creciendo en su vientre, el hijo que no vería nunca y cuya risa jamás podría escuchar. "Puedes hacer esto y más, tienes que creer en ti mismo... tienes que entender que pocas personas en el mundo entero tienen el alma que tienes tú y mientras seas fiel a tu corazón, mi esfuerzo y el de Sehun no será en vano. Estaremos bien, seremos fuertes."

Los siguientes dos días fueron silenciosos y durante cada minuto, los tres cómplices ocuparon sus mentes y corazones en prepararse para la partida que eventualmente llegó, sin importar las lágrimas ni el miedo, ni los roces de manos furtivos ni las charlas de remembranza ni el dolor insistente y devastador en sus pechos...

Mas es ahora tarde para seguir narrando una historia que parece interminable y que no he podido contar con más rapidez porque hay tanto que decir de ese mundo, tanto que contar de lo que construyó el mito, el cuento, la historia; La pasión que siento por decirte cuanto sé de esos tan jóvenes y tan llenos de desesperanza, es tal que no he podido callarme... pero cómo odio verte llorar, por favor paremos aquí.

Discúlpame, amor... hubiera querido no hacer tanto mal. Vamos a descansar, mañana será otro día.

IV
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