Estamos viejos, amor mío, estamos viejos. O yo lo estoy al menos. Y tú deberías estarlo.
Nunca llegué a ver tu cara de hombre, te me perdiste en el silencio aún vistiendo jeans y un cuerpo demasiado largo y flaco, que aún se resistía a volverse adulto del todo. Todavía tengo tu polera, ¿te acuerdas? Esa que quedé en devolverte la próxima vez que nos viéramos. Y es pequeña... es de hombros estrechos.
Ay, mi niño, mi vida, tenías tanto por delante. Teníamos tantos sueños. Y yo no lo sabía, pero tenía tanto, tanto amor para darte. Tanto que ahora no sé qué hacer con él, porque me ahoga y me envenena de a poco. Porque es tuyo, y no puedo darlo a nadie más, ni puedo tragármelo. Sólo puedo lanzarlo al viento, gritárselo a un mundo que es sordo y que no quiere oirme llorar.
Qué saben los demás de lo que me dueles. Qué saben de cuánto nos quisimos.
Nada.
Me pasé toda mi infancia rogando por la magia que leía en los libros, pidiendo un milagro, soñando con otros mundos. Pero tú siempre fuiste mi magia, mi milagro, mi mundo entero, inexistente e inalcanzable.
¿Cómo se supone que rehaga mi vida ahora? No puedo reemplazarte. No puedo acabar de perderte. Me aferro con dientes y uñas a los jirones tenues de tu fantasma, de tu escencia, de aquello que fuiste, de tu nombre, del espacio en el planeta que ocupabas. Sueño con tenderme a tu lado y besarte las cuencas vacías, aferrar tu mano de huesos y contarte... y contarte...
Todo. Contártelo todo. Incluso aquello que no tiene importancia.
Amor mío, no estoy vieja todavía, pero me siento como si así fuera. Ya no sueño, ya no pienso a futuro, al igual que hacen los viejos, esperando simplemente que todo se termine. Sólo dejo que el tiempo pase, lamiendo mis piernas como las olas en la playa, preguntándome cuándo va a decidirse finalmente a llevarme.
¿Me criticarás? ¿Te enfadarás conmigo por no haber aguantado más? Porque todo el mundo lo hará. Todos van a juzgarme, a acusarme, a señalarme. Pero el cansancio de mi vejez prematura hace que no me importe demasiado.
No, sólo lo que tú pienses me importa a estas alturas. Y creo que entenderás, porque eres tú, porque la única persona en el mundo que podría comprender la agonía inmunda de perdernos el uno al otro eres tú. Quiero creer que no me juzgarás, que me abrazarás, y me dirás que estás orgulloso, que no lo hice tan mal, que fui fuerte, que aguanté tanto, tanto...
¿Cuántos años van ya? ¿Trece? Ya los dejé de contar...
Estoy cansada.
Mi fuego ya se apagó, hace años. Me he mantenido funcionando a base de pura fuerza de voluntad, por amor a mi madre, por respeto a tus memorias y a nuestros sueños. Pero no estoy viva realmente. Quizá cuánto tiempo llevo sin estarlo. Ya no avanzo, me arrastro, y cada vez más lentamente.
Déjame recostarme a tu lado, ¿sí? Necesito dormir. Necesito apoyar mi cabeza sobre tu pecho y oír latir tu corazón para que mi propio reloj recuerde cómo se suponía que era el ritmo que debía hacerme funcionar.
Porque ya no lo recuerdo. No recuerdo nada. Sólo a ti. Sólo la cadencia de tus pasos y el sonido de tu risa y el olor de tu piel y el tacto áspero de tus manos sin cuidar. Los recuerdos se han tomado mi cerebro y ya no dejan espacio para nada más.
Me siento vieja, mi amor. Siento que me estoy apagando, finalmente, sin ti a mi lado para darme cuerda de nuevo.
Mi vida, mi cielo, feliz cumpleaños.