[Fanfic] Nunca porque sí (4ta parte)

Dec 30, 2009 13:55

Aquí la segunda parte e_e xDD. Aquí está todo lo de Mei, y termina con el comienzo del siglo XX:

Cap.5: "No hasta que lo pierdes" (2da parte xD)

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“China, ¡realmente eres un tonto!”

¿Cómo podía haber sido tan tonto? ¡Haber perdido contra un extranjero y su pandilla de… más extranjeros! Y no se le había ocurrido otra gran cosa a él y al Emperador más que, aparte de vender, ceder a Xian. ¿Acaso se creían que era mercadería? ¿Cómo un pescado que uno veía en los puestos de venta del pueblo y compraba? ¡Era su hermanito, y ahora estaba con un sujeto cuyas cejas eran casi tan grandes como su frente!

A Taiwán la noticia le había caído como un balde de agua helada encima; y no cualquier agua helada, sino un balde lanzado encima cuando uno se encontraba en el más profundo de los sueños. Justo allí. La semana en que el Tratado de Nankín y la consiguiente Convención de Pekín se firmó (ambas entregando diferentes partes de Hong Kong, hasta cederlo por completo), coincidió con la semana en la que ella, junto a los dos coreanos debían pasarla en la gran casa del mayor de los chinos, en Beijing, y aunque ésta vez no fue la excepción, su instinto femenino la llamó ni bien llegó.

Lógicamente estaba ya enterada del desastre que había resultado ser Yao enfrentándose a esos europeos, pero a lo sumo había pensado que simplemente tendría que pagar las indemnizaciones de guerra y permitir nuevamente que el opio se vendiese en masa; hasta su territorio también había llegado. Había crecido un tanto en aquellos últimos años, y luego de que Xian la hubiese alcanzado, ella lo volvió a pasar evidenciando nuevamente esos dos siglos de diferencia de edad, que la colocaron en la misma apariencia de edad que cursaba Macau entonces: unos trece o catorce años, comenzando ya a ser una señorita. Eso a diferencia de los coreanos que, con sólo un par de décadas más que Xian, tenían el cuerpo de dos niños aún, sin pasarse de los siete u ocho años, y siendo (sobre todo Yong) tan insoportables como uno de cuatro.

En esos días ella ni siquiera pudo ver a Hong Kong, y cuando a Yao le preguntó, éste solo le respondió que no estaría allí por esos días. La chica supuso que finalmente Xian había decidido quedarse en su casa, es decir, en la casa que tenía en su territorio, y luego de eso no preguntó más. “En ese momento fui muy tonta…” Recordándolo ahora, a veces no se podía dejar de culpar; incluso siendo mayor, como mellizos que eran tenían un vínculo diferente, mucho más especial, y ella no dejaba de decirse que debió sentir, o al menos presentir, que allí algo malo estaba pasando.

Mientras aquellos tratados se firmaban, con nuevas cláusulas día a día, con Yao yéndose desde temprano y volviendo bastante tarde, con los coreanos haciendo desastres al no ser controlados, y con Yong lloriqueando y gritando a cada momento por la ausencia constante de Yao, Kiku y Xian, éste último se encontraba en lo que una de las cláusulas había llamado “cesión preliminar”; aparentemente una especie de ‘prueba’ en la que Xian se quedaría algunos días junto al Reino Unido mientras las cosas terminasen de firmarse, aunque lo que al británico le importaba, más que la presencia del niño, era la utilidad monetaria que podría darle a la zona. Le complacía ver que era un excelente puerto, solo que no explotado.

Aquella ausencia tan evidente le resultaba insoportable a la chica que, nerviosa, no podía esperar encarar a China y preguntarle, de una vez por todas, qué ocurría allí. Y eso pensaba hacer esa misma noche, el último día de las firmas; noche anterior al día en que la cesión sería definitiva, hasta dentro de cien años.

Yao volvía de esa última y pesada reunión; nunca antes había tenido días tan horribles, que pasaban tan lentos, y es que recién ahora comenzaba a darse cuenta de cuánto la presencia del pequeño le importaba, y cuan sólo se sentía sin él en la casa. Volvía de esa última reunión ahora, asustado, casi paranoico por algunos de los comentarios que el británico y el francés le habían dado horas atrás.

- Jeh, hey China. ¿Qué hay de esa chica, la que tiene la flor en el cabello? Pareciera que no le prestas mucha atención… si no hay mucho problema, nosotros podemos encargarnos. Es una isla con una posición estratégica brillante -el pirata estratégico le sonreía con sorna y burla al chino, que le miraba asustado y casi pálido; sería demasiado para él perderlos a ambos, de una sola vez. Aunque casi, CASI sonaba mejor dejárselos a Arthur, antes que a ese… ese… eso.

- ¿Quién habla de la posición estratégica? Yo la vi, es tan hermosa y delicada que hicieron felices a los ojos de ‘Onii-san’ - Rayos, y todo porque Japón se había visto obligado últimamente a occidentalizarse, imitando a Francia (o intentándolo), y adoptando aquel pervertido es palabra en japonés que ahora constantemente pronunciaba.- Si tú no la quieres China, yo le daría una excelente hogar, entre los brazos de onii-san -

La cara que Arthur puso al escuchar el tono perverso de aquel pedófilo fue casi de lástima hacia el chino, y éste se había puesto pálido, casi cayéndosele la mandíbula junto a las vendas de su brazo entablillado.

- ¡Q-que ni siquiera lo piensen, esos dos…! ¡Y menos Francia! -volvía a las zancadas, pisando fuertemente entre el enojo, la depresión y el miedo, sin querer imaginarse siquiera cómo se pondría Taiwán de enterarse que aquellos dos extranjeros querían apoderarse de ella. ¡Sin duda ella preferiría quedarse con él! Sin duda.

- ¡Al fin volviste! -la voz de la chica resonó por el pasillo que daba a uno de los jardines internos del lugar, caminando casi de la misma forma que Yao lo hacía al estar enfadado y encarándolo con una mueca, a punto de señalarlo.- Yao, ¡tienes que decirme qué está pasando! ¡Esas dos personas rubias están caminando por todas partes como si el territorio fuese suyo! Además, en todos estos días no has vuelto a mencionar a Xian, debes decirme qué ocurre -ella más bien lo exigió y el chino se sorprendió, mirándola y quedándose estático en su lugar, bajando su mirada al final algo triste, mientras sentía en su mano sana que el panda que frecuentemente estaba en la cesta que cargaba bajaba y se acariciaba contra su mano.

¿La noticia? Por supuesto no le gustó, y por supuesto que la entristeció, por supuesto que lloró al pensar que no podría verlo hasta el próximo siglo pero…el comportamiento que a partir de entonces comenzó a tener Yao, más bien la asustó. Jah, y ahora se daba cuenta, el muy tonto… de que si seguía así como estaba, realmente se iba a quedar solo. Fue una lástima, que no se hubiese dado cuenta antes de que toda la situación explotase, a pesar de que Taiwán acepto, en cierta medida, el gran cambio.

Fue después de 1860, y durante alrededor de treinta años que Yao comenzó a comportarse como un mejor hermano, especialmente con ella que era a la que tenía más descuidada. Por supuesto, Mei había crecido de otra manera, madurando casi sola y forjando su carácter a través de ello. Aunque si se los veía desde lejos, uno podría fácilmente decir que de una u otra forma, las personalidades de esos dos coincidían al menos, en el fuerte carácter. Al principio no había estado tan mal; Yao se comportaba mucho mejor, mucho más atento y sobre todo cariñoso ante el susto que le había pegado pensar que se la llevarían también, pero el tiempo en que había estado viviendo mayormente sola habían hecho de ella una chica independiente, la clase de personas a la que, el control, mucho no les agradaba.

La clase de personas que, con alguien controlador, chocaba.

Su relación realmente mejoró, hasta un punto en que Yao se había vuelto posesivo, controlando a la chica constantemente, a dónde iba o de dónde venía, provocando una reacción peor al estar tratando, además de todo, con una chica que comenzaba a adentrarse en sus años de adolescencia. Y así comenzaron a chocar, pequeñas peleas, pero sobre todo algo de distancia por parte de Taiwán, que al sentirse enjaulada simplemente comenzó a ignorar varias de las cosas que Yao decía porque, siendo sinceros, ¿por qué si durante toda su vida su respeto hacia él no había sido demasiado grande, debía comenzar ahora? No es que no quisiese al gigante asiático; en el fondo lo apreciaba, porque en aquella semana o dos semanas al mes en donde todos se juntaban, él no era un mal hermano, incluso le había enseñado artes marciales… pero siempre había tenido la impresión de que Yao los trataba por una cuestión de costumbre. Y no hasta recién ahora, que había perdido a uno, realmente se había asustado.

De esa manera comenzaron a pasar los años; primero lentos, algo tortuosos, y siempre con días exactos en los que todos ellos, incluyendo a Yong y Hyung se encontraban más decaídos y a la vez más felices; los 1eros de Julio, el día de cumpleaños de Xian, coincidían con el día final de la cesión del territorio y por tanto, con ‘un año más’ desde que se había ido. Los primeros años desde aquello habían sido los más difíciles, pero a medida que pasaban, los chinos y coreanos comenzaban a retomar sus vidas, teniendo una relación más cercana entre los cuatro, y al mismo tiempo, disminuyendo la relación fraternal, cada vez más, entre China y Japón.

Ninguno esperaba aquello, de ninguna manera… ninguno esperaba que todo terminase así. Yao jamás llegó a comprender el porqué, y aunque se lo preguntaba una y otra vez, lo único que podía pensar es que había sido sin razón… pura y completa traición.

- Kiku…- susurraba su nombre desde el suelo en el que ahora se encontraba, con la mano derecha completamente hacia arriba, tomada con fuerza de su hombro izquierdo a pesar de que no era de allí de donde la sangre brotaba, pero sí lo más cercano a lo que en su estado, podía alcanzar. De dónde había salido eso no lo sabía… él estaba simplemente hablando con Japón en aquella especie de cabaña de madera, y antes de que siquiera pudiese reaccionar para defenderse o pensarlo, el japonés con su inexpresiva mirada lo miró, tomó su katana y lo atacó. Tan simple como eso.

Eso era a leguas alta traición, y China jamás recibió una explicación. No pudo verse venir eso de aquel a quien él consideraba su hermano; Kiku nunca lo había aceptado, apenas le respondía cuando le llamaba ‘hermano’ y siempre más bien parecía negarlo… pero nunca creyó que sería por eso. ¿Acaso lo odiaba? ¿Después de todo lo que él había hecho? Japón había sido el primero de todos, el primero en ser encontrado, su primer hermano… y como tal lo había tratado; le había enseñado todo, le había brindado todo lo que sabía, y a pesar de todo… Jamás lo comprendería. No obstante, con todo y la gran cicatriz no fue esa la razón por la que aquella relación terminó por erosionarse, porque si no había comprendido el porqué del ataque, menos comprendía ahora el porqué de aquello…

El final de la Guerra Sino-Japonesa, significó también la absoluta cesión de otros dos territorios que habían sido parte de China casi desde su mismísimo descubrimiento; y al ganar, Kiku se llevó consigo a las dos Coreas, y también a Taiwán.

Nada pudo descolocarlo y dejarlo más hundido que aquello; los problemas comenzaron a mostrarse uno a uno. La población china estaba enfurecida, porque seguidamente gente extranjera, incluyendo a los mismos japoneses en ello, se habían opuesto al Emperador y habían triunfado al punto de humillar a su país, quitarle parte de sus tierras y dejarlos en una situación de completa desventaja ante los de afuera. Para la gente de Yao, nada de eso era posible, cuando se suponía y cuando siempre habían pensado que ellos eran superiores. Pronto se presentaron también las rebeliones: se manifestaba cada vez más el deseo de derrocar a la Dinastía Qing por parte del pueblo, llegando ya al nuevo siglo, el año 1900. Un siglo de horribles cambios.

Por supuesto, fue tanto o más repentino para quienes debieron irse; los coreanos se lo esperaban de cierta manera porque, en teoría, el conflicto se ocasionó por quién se quedaría con su territorio y con ellos. El asunto de Mei fue mucho más sorpresivo, tanto para ella como para Yao, pues nunca había estado entre las intenciones iniciales del recién formado Imperio Japonés el tomarla también a ella como ‘botín’ de guerra.

Yao estaba avergonzado, en muchos aspectos destrozado por aquella traición, humillado por haber perdido tan inescrupulosamente, y derrotado ante el panorama que tanto había temido sufrir luego de las Guerras del Opio, al notar que podían quitarles a todos ellos, sus pequeños hermanos. Y ese panorama venía precisamente de la mano de quien él siempre había considerado como tal, el ‘preferido’ quizás, por ser el primero y el único… el que ahora repentinamente le traía aquello: llevándose sin problemas a los pequeños Yong y Hyung, que habían sufrido quizás tanto como Xian debido al apego que estos dos siempre habían tenido hacia China, y a la casi adolescente Taiwán, que estaba atónita ante la situación.

Desde que era una niña, Mei siempre había tenido cierto apego que era mayor por Kiku que por Yao, claramente porque el japonés se encontraba de algún modo más cerca de ella y le prestaba mucha más atención; pero eso nunca había significado que por su mente infante se pasase el pensamiento de alguna vez pertenecerle a Japón y a su Imperio. No por la fuerza. No dejando a Yao.

Fue entonces que el gigante asiático, ahora bastante reducido, se encontró realmente solo. ¿Las razones de Kiku? Nunca las supo, no en teoría… los concejales del Emperador sugerían que el Imperio Japonés y su Emperador se encontraban furiosos.

Furiosos por la debilidad de China ante el Occidente, furiosos por la pérdida del puerto pesquero del sur, y la pérdida total de soberanía sobre el, prácticamente, puerto portugués. “Eso no es, ninguna excusa…” Pero Yao no podía verlo así. Sí, había perdido contra el Occidente, y ahora había perdido contra Kiku (aunque de por sí, nunca había esperado el ataque), pero acaso, si eran una familia… ¿no debieron apoyarse, en vez de culparse?

Desde aquel momento, su relación terminó de erosionarse y finalmente, se rompió. China quedó solo, sufriendo aquella soledad mucho más de lo que nunca hubiera imaginado; prefería mil veces los gritos y correteos de Yong por la casa, los regaños de Mei que se opacaban solo cuando estaba Kiku presente, la hiperactividad de Hyung cuando Yong la fomentaba, y la tranquilidad de Xian que solo se rompía cuando estaba hambriento… Todo eso, multiplicado por un millón y aún así lo hubiese preferido, antes que quedarse viviendo en una enorme casa, en la que las sonrisas antiguas, se convirtieron en sombras, y comenzaron a acecharlo.

Aprendió de la manera más horrible y más cruel, a comprender el famoso dicho…

“Uno no sabe lo que tiene, hasta que lo pierde.”

Pero eso no era lo que realmente más le molestaba… sino saber que, el mismo Kiku que le había reclamado por su debilidad ante Occidente, ahora hacía una Alianza. ¿Y con quién? Justo con él. No estaba seguro de qué clase de broma era aquella; ¿Kiku queriendo aliarse al Imperio Británico, ser amigos? Esa voz se había corrido, que ahora eran amigos… aunque no hubiese casi ni un solo país que se los creyese.

De todos modos, esa amistad para él era peligrosa, era preocupante; ¿por qué ese cejudo volvía a inmiscuirse en el Este de Asia? ¿No tenía bastante ya con tener a Hong Kong, como para encima querer tener de…ayudante a Kiku? Seguramente sería algo provechoso para Japón, aunque…para él no.

Y ahora, lo único que le quedaba por hacer, era crecer. Crecer aún más, como país, e intentar afrontar las rebeliones contra el Emperador y los deseos de abolición. Los tiempos que vendrían al parecer, serían más duros.
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