Se dejó caer desde un piso veinte. El viento silbaba en sus oídos cada vez más fuerte, cada vez más agudo.
El pelo le bailaba sobre la cabeza, enredándosele aún más, y las ropas, levantadas con fuerza, le golpeaban la cara y el cuerpo.
Eso fue, quizás, lo que le hizo despistarse. Despiste que le obligó a frenar la caída en seco a la altura del
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