Título: Ser merecedor.
Personajes: Jean Jacques Leroy (JJ), su novia (¿Isabella?), Yuri Plisetsky (Yurio) y Otabek Atlin.
Resumen: JJ no se siente merecedor del bronce, pero tiene una novia estupenda y un rival formidable que le devolverán la motivación para sentirse merecedor de sus futuras victorias.
Ranting: PG.
Palabras: 1887.
Notas: Yo reflexionando sobre JJ y haciéndole una oda prácticamente. También expreso un poco de mi canon mental sobre la relación de JJ y Otabek. En tumblr leí que la novia de JJ se llama Isabella, pero no estoy segura de si es así o es el nombre que le han dado a la chica.
Las noticias en las redes sociales ya hacían eco de los últimos acontecimientos: Jean Jacques Leroy, el canadiense de diecinueve años, había ganado el bronce en el Gran Prix Final de 2016. Al contrario de lo que pudiera parecer, no era una buena noticia. El favorito del público, el único que se había llevado el oro en los anteriores torneos y el que se había clasificado con la mayor puntuación, había quedado en tercera posición. Independientemente del portal de noticias en el que buscara, todos los artículos periodísticos hacían más hincapié en su fracaso durante el programa corto que en su remontada durante el programa libre. Jean había obtenido una puntuación de 213.91 en el programa libre, superado únicamente por los 319.41 de Yuri Katsuki, quien había cambiado su programa en el último momento para aumentar su puntuación base y poder competir contra él. Eso, más que disgustarle, le honraba. Forzar a un patinador a cambiar su programa para poder competir en igualdad de puntuación base significaba que su programa era mínimamente inspirador.
Nadie hablaba de eso, claro. Al menos, no de la parte que le implicaba a él de manera positiva.
Todos parecían haber olvidado, o ignorado, la dificultad de su programa y continuaban comentando sus fallos. Jean no estaba acostumbrado a eso y pese a ser consciente de que en algún momento de su vida tendría que pasar, no estaba preparado para que fuera justo en ese instante.
El banquete de celebración estaba siendo una tortura. Los banquetes nunca lo eran. Jean disfrutaba más que nadie de esas fiestas privadas rodeado de sus familiares, amigos, compañeros y rivales, incluso si no terminaba de hacerse un hueco entre los patinadores; también era consciente de ello.
Jean siempre había sido muy perspicaz, puede que incluso demasiado. Desde una temprana edad había notado que la gente no tendía a reaccionar bien con su carácter y, en un intento desesperado por encajar, Jean había intentado adaptarse al gusto ajeno moldeando su personalidad. No funcionó, evidentemente. Por suerte, sus padres se dieron cuenta de ello pronto y le dieron todo el amor, el apoyo y la comprensión que necesitaba para aceptarse a sí mismo y, más importante, gustarse tal y como era. La confianza en sí mismo no es más que el reflejo de la familia sana y ejemplar en la que ha tenido la fortuna de haber nacido.
El JJ Style empezó siendo un nombre provisorio. Toda su familia lo ha llamado JJ desde pequeño porque suena mucho más adorable que Jean Jacques. Y a Jean le encanta la abreviatura tanto como el nombre completo. Superada su crisis de personalidad, JJ trabajó duro para construir su propia imagen. El JJ Style acabó siendo los cimientos sobre los que se alza él mismo; terminó siendo su fortaleza, su armadura y su arma. Mientras fuera fiel al JJ Style, todo iría bien. Eso era lo que sus padres le habían dicho siempre y ellos no se equivocaban en este tipo de cosas.
Para Jean, el JJ Style era su manera de mostrar su amor a su familia, a sus amigos y a la gente que lo apoyaba incondicionalmente. Jamás podría cometer una infidelidad semejante.
Ignoraba el tiempo que llevaba en el banquete, pero Jean estaba ansioso por salir de allí. No pensaba hacerlo, por supuesto, no era lo que se esperaba de él. Isabella continuaba a su lado, colgada de su brazo, pero en realidad, le estaba sosteniendo. Su prometida no sólo era preciosa por fuera, también por dentro, y sabía qué necesitaba en cada momento mejor que él mismo. Ella estaba cargando con el peso de las conversaciones, permitiéndole aislarse todo lo que podía dada la situación. Jean sonreía, asentía y comentaba algo de vez en cuando; eso ya era más de lo que podía hacer en ese momento.
En la otra parte de la sala el caos se había desatado. Christopher y Viktor estaban montando un show, el primero casi desnudo y el segundo a medio camino de estarlo, tan borracho que resultaba milagroso que pudiera bailar de esa manera.
Viktor Nikiforov volvería como patinador el año que viene. Esa había sido la gran noticia. Y Yuri Plisetsky lo había acusado de acaparador antes de declarar que el año que viene también ganaría el oro. Al contrario de lo que pudiera parecer, no estaba nada molesto por no tener la atención que merecía. En realidad, estaba pletórico como nunca lo había visto. Detrás de cada comentario agrio había una sonrisa, e incluso se metía en los encuadres de las fotografías de Phichit Chulanont por propia voluntad. Y arrastraba a Otabek Atlin consigo sin siquiera proponérselo.
A Jean no se le había pasado desapercibido ese detalle.
Desconocía que esos dos fueran amigos, es más, recordaba su pequeño encuentro al llegar a Barcelona en el que Yuri se había mostrado tan amenazante con él como lo era con el noventa y nueve por ciento de las personas con las que interactuaba. Y Otabek lo había ignorado como ignoraba al noventa y nueve por ciento de las personas con las que interactuaba. Qué había pasado entre esos dos durante esos días lo desconocía, pero que Otabek estuviera en el banquete era un mérito más que añadir a los logros de Yuri Plisetsky.
Y el ruso ni siquiera era consciente de ello.
―JJ… ―lo llamó Isabella con suavidad, sacándolo de su ensimismamiento―. Podemos salir un rato fuera.
Jean se percató de que acababan de quedarse a solas por primera vez en toda la noche. Una rápida mirada al salón le bastó para comprobar que sus padres estaban charlando animadamente con Celestino y otros adultos. Nadie le prestaba atención y nadie le echaría en falta si desaparecía unos minutos.
―Por favor ―murmuró.
Se dejó conducir por su novia hacia uno de los balcones y la brisa fría de Barcelona le sintió de maravilla. Como canadiense que era, amaba el frío. La temperatura no era comparable a la de su ciudad natal, pero era suficiente para reconfortarle. No dudó un momento en quitarse la chaqueta y pasársela a su novia por los hombros, pues ella vestía únicamente un vestido palabra de honor.
―¿Pero y tú? ¿No pasarás frío?
Los dos se miraron y soltaron una pequeña risita. Su pregunta había sido más una broma que una preocupación real. Para ellos, el frío de Barcelona era equiparable a una noche otoñal en Canadá.
Jean amaba a esa mujer; conseguía hacerlo sonreír cuando todo lo que quería era meter la cabeza en un hoyo y olvidarse del mundo.
―Tengo algo para ti ―dijo, en lo que rebuscaba en su bolso―. ¡Ta-chan!
Una tableta de chocolate. Jean adoraba el chocolate tanto como adoraba patinar. Y llevaba toda la noche necesitando un pedazo de esa delicia como el fumador necesitaba un cigarrillo.
―Dios mío, no te merezco… ―murmuró antes de que se le empañaran los ojos.
―Cariño, tú te mereces el mundo ―respondió ella, emocionándose de igual manera.
La abrazó intentando transmitirle todo el amor que sentía por ella, pero nunca sería capaz de exteriorizar semejante profundidad. La besó largo y tendido, encontrando en ese beso la energía que le faltaba para soportar lo que restaba de noche. Cuando se separaron, mínimamente porque Jean era incapaz de apartar los brazos de su cintura, Isabella desenvolvió la tableta y le dio un pedazo del chocolate. Le supo a gloria.
Volvió a besarla con resquicios del dulce todavía en su boca y ella sonrió durante el beso.
―Besos con sabor a chocolate, mis favoritos ―dijo en un tono de voz muy íntimo, ese tono de voz que lo volvía loco.
―¡¿Ah?! ―exclamó una voz increíblemente grave y varonil para el cuerpo al que pertenecía, en un tono que expresaba claramente su desagrado―. ¡Pero qué asco! ¡Iros a un hotel, joder!
Yuri Plisetsky debía haberlos visto al pasar por el balcón, pero se había tomado la molestia de acercarse a manifestar su asqueo, o quizás iba a salir a respirar un poco de aire y se había topado con ellos.
―Ya estamos en un hotel ―respondió Jean sin mala intención, simplemente como una observación. No se dio cuenta de que había sonado a réplica que ridiculizaba hasta que vio la expresión de fastidio en la cara del ruso.
―¡Pues iros a vuestra habitación! ―gritó irritado―. ¡Ya tengo bastante con el cerdo y Viktor! Preferiría que me lanzaran ácido a los ojos que ver tanto empalagamiento.
Isabella se llevó la mano a la boca en un gesto muy femenino para fingir que ocultaba su sonrisa. Eso irritó todavía más a Yuri, cuyos niveles de rabia parecían no tener límite. Jean dejó de prestarle atención cuando hizo contacto visual con Otabek, que lo estaba acompañando.
El año anterior, Otabek se había llevado la medalla de plata. Ese año, había quedado en cuarta posición, por detrás de él. Después de ver su programa libre por primera vez, le había dicho que necesitaba aumentar la complejidad si quería obtener mejor puntuación de base, de lo contrario le resultaría muy complicado alcanzar el pódium incluso si lo ejecutaba a la perfección.
Otabek no le había hecho caso y a juzgar por cómo le había tratado durante los meses restantes, juraría que incluso le había molestado su consejo. Que le ignorara y procurara respirar su mismo aire el tiempo justo y necesario no era nuevo, ya ocurría cuando compartían pista en Canadá, pero esta temporada había estado especialmente molesto con él, hasta el punto de que sus miradas le habían traicionado. La gente solía comentar lo inexpresivo y misterioso que era Otabek Atlin, pero ellos no lo conocían como lo conocía él.
―Enhorabuena ―dijo Otabek para sorpresa de todos, Jean el primero.
―Gracias ―contestó por cortesía.
Su felicitación le sintió como un balde de agua fría. Le devolvió a la realidad de la que su novia le había salvado con chocolate y amor. De nuevo, la sensación de no ser merecedor de esa medalla lo asoló por completo. Por mucho que lo elogiaran, por mucho que intentaran animarlo, Jean no iba a dejar de sentirse de esa manera hasta la siguiente competición. Lo sabía, se conocía demasiado bien como para mentirse a sí mismo.
Era graciosa la forma en la que Yuri los miraba alternativamente, sin entender qué estaba pasando, pero Jean no tenía ganas de reír. Finalmente, Yuri metió las manos en los bolsillos.
―Vamos a otro balcón ―indicó y se giró para marcharse.
Otabek asintió y lo siguió, pero no dio ni tres pasos cuando volvió a girarse hacia ellos.
―Jean, la próxima temporada competiré con un programa que superará el tuyo.
Sus palabras lo impactaron. Fue una flecha con la punta incendiada que dio en el blanco de su competitividad, prendiendo un fuego que estaba en cenizas desde que le habían colgado esa medalla al cuello.
―Entonces vas a tener que entrenar mucho para superar el JJ Style.
No era su intención que sonara de esa manera desafiante, pero una vez más, Otabek recibió sus palabras como un ataque. No dijo nada y reanudó el camino. Yuri, de nuevo sorprendido por su interactuación, se apresuró en seguirle sin hacer ningún comentario.
―Y yo que pensaba que dejaría de estar celosa de ese chico cuando se marchara de Canadá… ―dramatizó Isabella intencionadamente.
Jean soltó una pequeña risita y la atrajo hacia sí para volver a besarla.
- Fin -