Los viernes son especialmente complicados.
Me paso la semana deseando que llegue el día para poder descansar y escribir por fin, pero la mayoría de los viernes, cuando termino de trabajar y llego a casa, lo único que quiero es recibir un abrazo, algo complicado debido a las circunstancias.
Me mudé a una ciudad donde solo conozco a una persona, y creo que la mayor parte del tiempo le molesta mi presencia. Aquí no tengo familia, ni amigos, tan solo compañeros de trabajo con los que me llevo bien, pero la diferencia de edad es suficiente para que no hagamos vida social conjunta.
Soy una persona selectivamente social. Me gusta relacionarme con la gente, es algo que necesito, pero no con cualquiera y no en cualquier ambiente. Tiene que tener una serie de características que cada vez me son más evidentes y, tal vez por las diferencias culturales, es poco probable que aquí lo vaya a encontrar.
Este no es mi sitio, pero tampoco hay ningún sitio al que volver o al que ir.
Una vez leí sobre el síndrome del viajero perdido y a veces creo que me pasa algo parecido, solo que lo denominaría como el síndrome del hogar perdido.
Llevo años sintiendo que no tengo un hogar, precisamente porque no me siento bien en ninguna parte. En los últimos cuatro o cinco años me he mudado continuamente y debido a eso, los vínculos que he podido construir con las personas de esos entornos han sido esporádicos, con fecha de caducidad.
Últimamente pienso mucho en el pasado, en todo lo que hice y no hice, en lo que dije y no dije, en quienes forman parte de mi vida y en quienes dejaron de formarlo. No sé si han sido las circunstancias o he sido yo, sin excusas ni justificaciones, quien ha acabado del modo en el que me hallo ahora. Lo único que sé es que no es el modo en el que quiero estar. No estoy viviendo del modo en el que me gustaría vivir y, ahora mismo, estoy tan agotada emocionalmente que no encuentro fuerzas para hacer lo que sé que tengo que hacer.
Todo se resume en que necesito un abrazo.