Reto: Tabla 100 drables - Trabajo.
Rating: PG
Pairings, spoilers...: OC
Comentarios: Completamente out of touch, yo.
Reuniones de trabajo lo ocupan durante las primeras horas, luego los primeros días, luego las primeras semanas. Reuniones de trabajo que son escuchar, adular, ser muy respetuoso con todo el mundo, recibir toda clase de muestras de una fidelidad que no entiende y que, aunque da por supuesta y exige, no llega a creer. Hombres importantes, rodeados de imponentes mastodontes, sus segundos, sus capataces, fuerza física por todas partes, fuerza para sobrevivir en las condiciones que a él se le antojan las menos deseables del mundo, y en medio, hombres normales, líderes naturales, mentes organizadoras. Y, aún más en medio, él. ¿Líder natural? Mente pensante. Voluntad organizadora. Con decisión inquebrantable, allá donde su abuelo sólo salió huyendo.
¡Es sólo que toda la preparación es tan tediosa!
Los primeros que conoce son los cabecillas del norte, aislados y difíciles de cambiar. Su séquito empieza a conformarse pronto y, como anfitriones, como lugareños, se aferran los primeros a él, y consiguen gran parte del control sobre su príncipe: accesos, estancia, servidores, consejeros. Porque son los anfitriones, porque su riesgo es el mayor, porque dieron su acogida y su fidelidad es la más creíble, por implicación, les deja hacer, con ligeras restricciones. De confianza, principalmente. De seguimiento de sus consejos. De seguridad - no les confía por completo la seguridad de las premisas que le ceden. Pero, a efectos prácticos, les cede el control de su séquito no político, y del norte son sus asistentes, camareros, cocinera y doncellas, lo poco que tiene de cada clase.
En lo demás, un cuadro multicolor de plaids, vecinos, cada vez más lejanos, a medida que sus cartas se extienden por las colinas, a medida que la noticia, en murmuros gaélicos impenetrables, se propaga. Venidos del este, del oeste, del sur, amigos o enemigos de los locales, más abiertos, menos, reticentes, confiados, maniáticos o recelosos. En común, lo mucho que lo necesitan. En común, lo mucho que odian el trato de los ingleses. Y, si lo consideran un extraño, si piensan que es demasiado amanerado, a la francesa, demasiado diferente, demasiado impropio, se lo tragan, se lo comen, porque realmente necesitan un guía, una unión, quien los conduzca a todos, como un solo ejército. Irónicamente unidos sólo cuando todo falla, cuando los tiempos son malos. Cuando menos pueden hacer juntos, porque más fuerte es el enemigo.
Irónico. Muy irónico. La parte buena es lo cómodo que se siente en esa piel, el líder, el príncipe. Cómo ha nacido para ello. Cómo sabe moverlos y empujarlos a todos, para que se comprometan a, al menos, todo lo que están dispuestos a comprometer, para empezar. Encaje de bolillos y aburrido como para llorar, y nunca a gusto de todos, pero le gusta, lo hace, le gusta lidiar. Con dolores de cabeza y una úlcera que se le desarrolla muy rápido, pero no deja de ser agradable. O agridulce, cuanto menos; frustrante, lento, demasiado espiral para su gusto, pero, a la vez, una esperanza. Una meta. Cumple los sueños de su vida, los sueños de su padre, los de su abuelo. Recupera lo que es, no hay duda de ello, legalmente suyo. A eso ha venido, y a eso se dedica. Un empleo, podría decirse, el negocio de la familia, pero un negocio cuya recompensa final es un gran, desierto, verde, que no fértil, país. O medio país. O lo que sea. Y, lo mejor, la verdad, es que los ingleses no se lo ponen difícil. No le complican nada su cometido. No les ponen obstáculos. Al revés: convencen mejor a la población de lo que él, aun con su mejor oratoria, podría. Les dan motivos de peso, motivos inolvidables, cómo odiarlos, cómo armarse, cómo huir de ellos y no querer saber nada de los pocos ingleses conciliadores. Les enseñan rabia, coraje, la ceguera necesaria para convencerse de ir a la guerra. Un gran, gran logro, que no podría irle mejor.
E incluso bromea, en una carta a su abuelo, en una carta de las que viajan secretamente cruzando el canal entre mercancías aburridas que nadie registraría. Lo exagera, pintándolo mejor de lo que está, y luego le explica la estrategia, en clave pero con sinceridad, claramente, tan claramente como puede entrever de los planes cruzados de todos y cada uno de los implicados, y los problemas, y los riesgos, y las creencias razonables. Y, luego, los ingleses. Su trato. Sus injusticias. Sus tramas y su explotación, ¿siempre fueron tan imperialistas...? Y, por último, la puntilla, justo al final. Oh, abuelo. Oh. Que lástima. Qué gran lástima. Lástima que tanto esfuerzo, lástima que tanto que nos ayudan... no lo vayamos a recompensar con la justicia que merecen. Qué gran lástima.