Reto: Tabla 100 drables - Interiores.
Rating: PG
Pairings, spoilers...: OC
Comentarios: Completamente out of touch, yo.
Escocia es preciosa. Mojada perennemente, fría y con mucho, mucho viento, pero preciosa. Sus colinas y sus muchos, muchísimos ríos, sus lagos, sus montículos de duendes, todo es verde, fresco, precioso. O él, en su grito de liberación, en su nueva vida recién estrenada, al menos lo percibe así. Precioso. Increíble.
Aun con todo, lo que más le gusta, con diferencia, con mucha diferencia, son sus interiores. Viaja de pueblo en pueblo, hospedándose en hostales siempre que es posible, tirando de tienda de campaña cuando no, y siempre intenta pasar un rato con los (y las) lugareños. No llega a esconder su acento, aunque se difumina, por mimetismo involuntario. Se da cuenta de que lo aceptan mejor cuando lleva un rato con ellos, alrededor de una media hora, demostrando su buena voluntad, interesándose sinceramente por sus vidas. El dinero también ayuda. Y que no simpatice, y eso es evidente en cada gesto, con el comportamiento de sus compatriotas, también. No se esconde a sí mismo que exagera un poco los rasgos, buscando su aceptación, pero no deja de considerarlo parte del manual de supervivencia. Siempre tiene un par de frases anti-ingleses en el bolsillo, por si fueran necesarias, y las profiere con pena, teatral y exagerada.
Así que se acostumbra a sus interiores, un grupo de gente en una atmósfera cálida, alrededor del hogar, bebiendo whisky y explicando historias o cantando canciones que siempre consiguen llevarlo a otro mundo, mucho más antiguo, mucho más tradicional. Se acostumbra a las casas de piedra, a las salas en la penumbra, a las respiraciones de fuertes hombretones, cayendo dormidos por la bebida, el trabajo, el cansancio y la hora. Se acostumbra a los diferentes modos de hablar, y de pensar, y a las canciones que repiten, con diferentes versiones, allá por donde va pasando. Las flautas y las gaitas. Los violines y los tambores. En cada casa, lo que tienen. Y él, de visitante tolerado, de extranjero que levanta suspicacias, hasta que, sencillamente, se acostumbran a él.
Allá donde va, corteja a una u otra muchacha, que a su vez lo cortejan a él. No siempre duerme solo. No siempre contempla las estrellas, en silencio, pensando, antes de dormir. Por donde va, encuentra de todo, y nunca necesita insistir más de lo justo, lo mínimo, la declaración inicial de intenciones. Católicas y conservadoras, de pueblo y en una sociedad tan machista como todas las que él conoce, encuentra siempre alguien como él, alguien sin todas las ataduras, alguien con las mismas expectativas de velada en compañía que él. Y, a través de todas ellas, pinta un retrato de lo que, sin duda, es el paraíso: la calidez, las risas, las curvas, el sueño en compañía, y todo eso entre el frío, la lluvia, el sistema de clanes que no cree nunca llegar a entender del todo, y la música rápida y algo repetitiva que desafinan a placer. Le encanta esa tierra. Le encanta ese diminuto y semi desierto país. Le encantan los tejados de paja y el humo oscuro. El olor de pescado y la caza recién capturada. Las mañanas y a Mac, siempre dispuesto. Los atardeceres, siempre demasiado pronto, y los potajes, pobres, con lo justo, una patata hervida, un nabo, un poco de apio, ¿quizás algo de col?
No echa nada, nada, nada de menos. Ni la casa en la que vivía, ni la comida. ¿Los soldados? ¿Los comandantes? ¿El trabajo o el ejercicio? No hay nada que echar de menos. No hay nada que pudiera querer y no tenga.
Ojalá hubiera hecho esto mucho, mucho, mucho antes.