Britania Angel
Alfred F. Jonesx Arthur Kirkland
18 de noviembre de 2009
Invierno siempre era la temporada donde todo el mundo parecía ponerse en contra de Alfred F. Jones. Era como si todo tipo de desgracias se acumularan para ocurrir justo en esas fechas: desde que hiciera un frío del demonio hasta que las bombillas de su casa reventaran sin razón alguna.
Y eso era justamente por lo que se encontraba vagabundeando en las calles de New York desde hace más de dos horas. Por ser fecha festiva, todo estaba cerrado y sólo un imbécil como él se le ocurría salir a la calle con un clima espantoso. Las orejas, nariz y mejillas (las partes que estaban expuestas al aire frío) las tenía entumidas y enrojecidas. Iba a probar suerte por última vez en un localito que se encontraba doblando la esquina. Si estaba cerrado, se prometió a si mismo, se regresaría a su casa e invernaría hasta la llegada de la primavera, aunque eso significara, entre otras cosas, perder su trabajo.
Y justo cuando dobló la esquina: toda la calle estaba desierta. No había ningún local abierto y no había nadie caminando en la acera…ni siquiera circulaba algún coche.
-¡Ah maldición!-
El chico, completamente enfadado y echando humos por la cabeza, dio media vuelta. ¡Ya estaba atardeciendo y esa noche se la pasaría a oscuras! Ahora tendría que caminar diez cuadras de regreso a su casa. Estaba muy ocupado en decir toda la sarta de groserías posibles cuando un ruido llamo su atención: era un llanto. Alguien cerca de ahí estaba llorando. Si bien trato de ignorarlo, una sensación de incomodidad inundo su pecho.
Por alguna extraña razón, el haber crecido leyendo todo tipo de cómics le había inculcado cierto complejo de héroe… y el dejar a alguien que estaba metido en problemas no era para nada heroico. Sin duda, pensaba muy seriamente, Spiderman estaría avergonzado si lo viera abandonar a alguien en peligro.
El llanto provenía de un lugar cercano. Se escuchaba claramente gracias a que no había ruido alguno en la calle. Camino sigilosamente tratando de ubicar el lugar y no tardó pronto de encontrarlo: los sollozos provenían de un callejón que se encontraba del otro lado de la acera donde él estaba. Un callejón tan tétrico y oscuro que tenía toda la pinta de que ahí aventaban cadáveres a la mitad de la noche y si alguien entraba, no salía nunca jamás.
-Bueno, al menos lo intente- pensó, pasándose de largo, con toda la intención de llegar a su casa y echarse a llorar en la oscuridad, lamentando a creces ser un cobarde de lo peor. Pero entonces el llanto se intensificó bastante. Lo suficiente como para hacerle cambiar de opinión. Tal vez la persona que estaba llorando de verdad necesitaba su ayuda. Tragó saliva y cruzó la calle.
Cuando estaba a la entrada del callejón, trato de divisar algo en éste, pero estaba lleno de todo tipo de cachivaches. El llanto era bien audible y se originaba justo detrás de una caja que se encontraba al final.
-¿H-Hola?
Tensando el cuerpo pon completo, fue a ver. Tal vez demasiado inocente para no pensar que alguien podría estar tendiéndole una trampa y esperándolo con un cuchillo. Los héroes, al fin de cuentas, nunca piensan que las personas pueden tener malas intenciones.
Alfred esperaba encontrarse con alguna chica a la que le había robado el bolso o algo por el estilo, pero la persona que había estado llorando amargamente todo el tiempo era un chico. Estaba sentado en el piso, con una túnica tan holgada y corta que le sorprendía que no estuviera azul por el frío, además, tenía un par de alas en la espalda que seguramente formaban parte de un disfraz.
-¿Oye, estás bien?- preguntó amablemente
El chico dejo de sollozar por un momento; alzó la vista lentamente y se le quedó viendo fijamente. Sinceramente, era un chico muy bonito: sus ojos eran de un verde vivo y su cabello era de un rubio bastante claro, tenía unas cejas bastante pobladas que se veían graciosas…y olía a vino.
-Halloween ya pasó, amigo…-agregó, tratando de ser gracioso y poniéndose de cuclillas para quedar a su altura. Él había pensado en hacer la buena labor del día y sólo se había topado con alguien a quien se le habían pasado las copas. Seguramente una noche antes su novia lo había terminado por llevar ese estúpido disfraz, se había emborrachado durante toda la noche y por eso lloraba ahora a mares.
El ojiverde negó con la cabeza, tratando de limpiar en vano las lágrimas que corrían por sus mejillas. Quiso decir algo pero sólo logro balbucear cosas sin sentido antes de echarse a llorar de nuevo. Alfred trato de ser paciente, pero lo arrolló con toda una horda de preguntas.
-¿Estás bien? ¿Cómo te llamas? ¿En dónde vives? ¿Tu familia sabe de tu paradero? ¿No tienes frío? ¿Alguien te ha dicho que te ves ridículo con esa ropa?-
El otro tardó varios minutos antes de contestar una sola de sus preguntas muy, muy pausadamente.
-Bri…ta…nia-
-¿Britania?- repitió el ojiazul, con algo de sorna. ¿Qué diantres era ese tipo de nombre?- ¿Te llamas Britania?-
El chico asintió.
-Bien… Yo soy Alfred F. Jones ¿Qué estás haciendo en un callejón como éste? ¿Te hicieron algo?-
El ojiverde volvió a asentir.
-Me robaron…-
Alfred se tensó levemente. Al fin de cuentas, el chico con el nombre rarito si estaba metido en problemas. Sacó su teléfono celular, dispuesto a llamar a la policía y reportar el asunto cuando el otro agregó:
-…mi aureola-
El ojiazul se le quedó viendo con cara de poco amigos, guardando su celular.
-¿Estás drogado, amigo?-
-¡Es enserio!- protestó el otro mientras sus ojos comenzaban a llenarse otra vez de lágrimas- ¡Un maldito idiota me robó mi aureola cuando le estaba concediendo un milagro!-
-Uy, para ser un “ángel” tienes una gran bocota- comentó Jones con sarcasmo.- A ver, Britania… ¿Qué tipo de ángel eres? ¿Un querubín? ¿Un ángel vengador? ¿O uno del Apocalipsis?
-¡Soy el ángel de las causas perdidas, idiota!- contestó el otro furioso, dando un puñetazo en el piso. Al parecer no le hacía mucha gracia que no se lo tomara enserio, pero ¿que no los borrachitos también se ponían agresivos?
-¿Y por eso estás llorando?-
El ojiverde volvió a asentir.
-Estás exagerando, amigo, una aureola de plástico pintado de dorado la puedes comprar en cualquier lugar donde vendan disfraces…-
Britania le dirigió una genuina mirada de rencor.
-¿Crees que te estoy tomando el pelo?-
Jones asintió, sonriendo.
-Puedes llamar desde mi celular a alguien de tu familia para que te venga a recoger- habló, ofreciéndole el susodicho aparato- Ya casi anochece y hay muchos maleantes por ahí que pueden hacerte daño…-
El ojiverde lo miró bastante ofendido.
-Si no me crees, está bien. Se nota a leguas que eres un imbécil…- respondió, haciéndose el muy digno y poniéndose de pie sin dificultad alguna.
-¡Ey! ¡Te estoy ofreciendo mi ayuda, no tienes por que insultarme!- objetó el ojiazul bastante malhumorado y también poniéndose de pie. Como estaba frente a frente con Britania, notó que éste era más bajito que él por varios centímetros. Al parecer, el menor también lo notó por que se sonrojó violentamente. Era muy gracioso verlo ahí, tratándose de hacer el valiente, cuando estaba hecho todo un desastre.
-Bueno, amigo, suerte con tu aureola…-habló el americano, dándose la vuelta y yéndose de ahí, pero Britania lo sujetó con fuerza de la parte de atrás de la sudadera que llevaba.
-P-Por favor, a-ayúdame…- balbuceó el ojiverde, temblando ligeramente.
Alfred volteó a verlo y casi le dio un paro cardiaco. El menor lo miraba con una expresión tan desesperada que junto con las lágrimas y el rubor de sus mejillas era prácticamente imposible decirle que no. Suspiró suavemente y le despeinó el cabello con cariño.
-Está bien-susurró. En aquel momento Britania esbozó la sonrisa más dulce que jamás hubiera visto en toda su vida, haciéndolo sonrojar levemente.
***
Cuando llegaron a la casa del chico, como todas las bombillas estaban reventadas, prácticamente casi todo estaba en penumbras. La poca luz que había era la del alumbrado público que se filtraba por las ventanas. Su casa se ubicaba dentro de un condominio; justo en el segundo piso del edificio.
Alfred suspiró cansadamente. Lo único en lo que pensaba era en darse una ducha caliente, cenar algo y dormir. Britania, parado a su lado, veía todo el lugar con curiosidad.
-No es mucho, pero aquí vivo…-habló, caminando despacio con cuidado de no golpearse con algo. Su casa era pequeña, pero estaba bien amueblada. Tenía una sala, una cocina-comedor, un baño y un cuarto donde dormía cómodamente. Las ventanas eran grandes y abarcaban casi desde el piso hasta el techo. Llegó hasta la cocina sin ningún percance y encendió unas velas, logrando iluminar más el lugar.
-Puedes tomar un baño- indicó, señalando la puerta de éste (que se encontraba en un pasillo) y ofreciéndole un vaso con una vela- llévate esto para iluminarte y ten cuidado de no golpearte. La llave del agua caliente es la de la izquierda.
Britania asintió quedamente, pero tenía una situación.
-P-pero no tengo ropa con que cambiarme…-
-Te dejaré un pijama en la puerta- contestó el otro-. Tengo muchas, pero puede que te queden grandes, eres mucho más pequeño que yo…-
El ojiverde se sonrojó y fue hacía el baño. Minutos después, Alfred escuchó el agua de la regadera correr. Mientras improvisaba unos sándwiches de mermelada de fresa y calentaba un poco de leche con chocolate, se quedó pensando en el chico. Hablaba con un acento chistoso que le sonaba extrañamente familiar. Además ¿De dónde venía? Por su cabeza cruzaron todo tipo de historias descabelladas del por qué se había escondido en ese tétrico callejón: desde que se había escapado de su casa por una riña familiar y no quería admitirlo, hasta que era un prófugo de la ley. Por su seguridad, guardó todos los cuchillos en un cajón en el que podía echarse llave.
Fue a su cuarto y sacó un pijama azul que le quedaba pequeña y que tal vez al chico le podía quedar bien. La dejó en la puerta del baño y un par de minutos después, vio como la puerta se abría y una manita tomaba la ropa. Regresó al cuarto y sacó un par de cobijas. Le prepararía al chico una cama improvisada en el sillón donde poder dormir y al día siguiente hablaría muy seriamente con él.
-¿Alfred?-
El susodicho volteó y se encontró con Britania, quien sólo se había puesto la parte de abajo del pijama. Aún tenía puesto lo que él creía eran las alas de utilería.
-¿Qué pasa?-
El ojiverde le enseñó la parte de arriba del pijama.
-No puedo ponerme esto, necesitas hacerle unos agujeros para que las alas puedan pasar…-
El otro bufó, acercándose a él.
-¿Por qué sencillamente no te quitas las alas y ya?- contestó, poniéndose detrás de él para quitárselas pero… no había nada que quitar. Las alas nacían limpiamente desde la piel de la espalda del menor. No eran alas de utilería que se amarraran con un cinturón a la espalda. Eran Alas. ALAS DE VERDAD.
Alfred abrió los ojos como platos, lleno de terror. Retrocedió tan bruscamente que se pegó en los riñones con una mesita que estaba ahí, tropezando y cayendo bruscamente al piso. Aunque el golpe le había dolido muchísimo, siguió retrocediendo arrastrándose por el piso. Lo único que le importaba era alejarse de ese fenómeno.
-¡TÚ!- chilló señalándole con el dedo acusadoramente. Ni siquiera encontraba las palabras para poder expresar el terror que le inspiraba- ¡TÚ!-
Britania frunció el cejo, bastante molesto por la exagerada reacción.
-¿Qué te pasa? ¿Qué no te lo había dicho antes? ¡Soy un ángel!-
-¡NOOOOOO! ¡TÚ NO ERES UN ÁNGEL!- corrigió el otro, casi al borde del llanto. ¡TÚ ERES UN MALDITO FENÓMENO DE CIRCO!-
-¡OYE! ¡Eso es bastante grosero!-
-¡ESTOY EN LO CIERTO! ¡POR ESO ESTABAS EN ESE CALLEJÓN! ¡TE ESTABAS ESCONDIENDO POR QUE SEGURAMENTE TE ESTÁN BUSCANDO!-
-¡NO SOY NINGÚN FENÓMENO DE CIRCO!- chilló el otro a todo pulmón. Cayó al piso y se tapó el rostro con ambas manos. Quería echarse a llorar amargamente. Le dolía en el alma que la persona que le iba a ayudar lo había insultado cruelmente.
Alfred abrió los ojos aún más al verlo así. Su corazón palpitaba violentamente y sentía que vomitaría en cualquier momento. Lo que estaba pasando de verdad tenía que se una broma de mal gusto. ¿Un ángel? ¿UN ÁNGEL? Nunca había creído en eso. Siempre había pensado que los ángeles eran puro invento de la religión ¿y ahora se le presentaba uno? ¿Cómo era posible? Trató de calmarse, pero el miedo había invadido cada célula de su cuerpo.
-P-Por favor- sollozó el ángel quedamente, quitando las manos de su rostro. Tenía los ojos rebozados de lágrimas y la semioscuridad del lugar le daban un brillo misterioso-. No te haré ningún tipo de daño, te lo juro…-
El ojiazul tragó saliva con dificultad. Aunque su instinto le decía que se echara a correr y salir de ahí como alma que lleva el diablo, hizo todo lo contrario. Lentamente y con mucha cautela, se acercó al ojiverde. Britania comenzó a sollozar mientras miraba suplicantemente cada movimiento que hacía. Cuando Alfred estuvo prácticamente a su lado, una ternura que le inspiraba el ojiverde hizo que lo rodeara con sus brazos y lo abrazara con fuerza. Britania se echó a llorar y lo abrazó también, buscando refugio en su regazo y sintiendo por primera vez en toda su vida, una extraña calidez que le invadía todo el cuerpo.
Fin del capitulo.
¡Ah sí! ¡Ódienme! Soy tan ñoña, snif, snif…
La historia apenas comienza. En el siguiente capitulo se sabrá más acerca de la historia del pobre Britania y cómo afrontará la vida real. Con esto de la crisis, hasta a él le tocará tener que trabajar para comer (Muajajajajaja).
Espero que les haya gustado. ¿Comentarios, plis *3*?