Mad men.

Jan 18, 2011 02:00

 

Enciende otro cigarrillo mientras ve el anterior apagarse poco a poco en el cenicero.

Es viernes por la tarde, y hace ya un par de minutos que ha oído los pasos nerviosos de Pete Campbell detenerse delante de su puerta. Supone que es él por las tosecillas nerviosas que escucha de vez en cuando desde el pasillo, y prácticamente puede verle retorciéndose las manos y ensayando su sonrisa conciliadora.

Intenta  adivinar qué puede querer, pero no se le ocurre nada. Por un momento considera la idea de que pueda ser consejo, pero la deshecha por ridícula: el niñato cada día se comporta más como si ya lo supiera todo.

Da un trago de vodka del vaso que ha alineado hace un rato al lado del cenicero, y se fija en el que reloj de la pared ya marca pasadas las seis, así que la oficina debe estar ya casi vacía. Y ese debe ser el motivo de que Campbell no se haya presentado antes, piensa: quiere hablar de algo en privado y sin testigos. O tal vez ha vuelto a traerse esa escopeta de caza a la oficina, se dice tintineando los hielos del vaso y reprimiendo una sonrisa, considerando por un momento seriamente si sería capaz de partir un cráneo con una botella semi-vacía de Stoli en defensa propia. El caso, concluye, es que Campbell se ha debido estar aguantando las ganas todo el día, porque se han cruzado varias veces (a su pesar,  el tamaño de SCDP aún no te permitía el lujo de perder de vista a nadie durante demasiado tiempo) y claramente ha resistido la tentación de hablar. Le imagina paseándose nervioso por su oficina todo el día, o dándose cabezazos frustrados contra la columna, rumiando algún problema ridículo. Luego imagina también su tono de voz irritante, superior, pero con ese deje suplicante y quejica, y de repente le vuelven las ganas incontrolables de retorcerle el cuello.

En realidad después de lo  que había pasado con los japoneses apenas han cruzado varias palabras, y solo cuando era estrictamente necesario. Además, normalmente las ansias asesinas se van diluyendo después de la primera copa, así que a partir de la hora del almuerzo no hay nada de qué preocuparse. Ahora, por otra parte, ya es la última hora de la tarde, y las ganas de matar ya deben haber dado la vuelta completa. Por otro lado, si llena el vaso otra vez hasta los bordes, la botella quedará casi vacía, y matarle con ella ya que no supondría un desperdicio.

Pero lo cierto es que el motivo de su visita le intriga. Si se trata de algo personal o conspiratorio, lo normal es que fuera a ver a Draper. Dios sabe que Campbell bebe los vientos por él desde el primer día en que fue deslumbrado por el engominado brillo de su pelo negro, su viril mandíbula cuadrada y el hecho de que Draper le despreciaba por completo.

-¿Roger?- la voz le distrae de sus pensamientos. La secretaria ya se ha ido, así que cuando Pete se decide a entrar no le anuncia nadie.

Levanta la vista del periódico que acaba de extender sobre la mesa y que pretende que estaba leyendo.

-¿Qué quieres?- le mira por encima de las gafas un momento, distraído de su lectura. Por supuesto, ya lo ha leído todo esa mañana: mucho Vietnam y demasiados supuestos espías rusos.

-Quería hablarte de Vicks- Campbell sonríe tentativamente y está claro que no van a ser buenas noticias.

- Es tu cuenta- Roger se encoge de hombros como si no le importara, pero luego parece cambiar de opinión y aprovecha para pincharle- Como has dejado muy claro.

- Ya. Bueno, mi suegro… -sigue sonriendo con esa expresión tan suya, que pretende ser simpática pero jamás se lo ha parecido a nadie. Titubea y le recuerda más al Pete inseguro de Sterling Cooper que llevaba esos ridículos trajes azules de niño. Le hace gracia, y se da cuenta de que prefería mil veces tratar con ese Pete. Pero está empezando a preocuparse que la haya cagado de verdad con la cuenta de Vicks, y deja el periódico en la mesa. -Bueno, quería que Cooper y tú, o Don, supongo- titubea- pero mi suegro te mencionó a ti en concreto, le invitarais a cenar con sus socios de la compañía y los... -Mira de un lado a otro por la habitación, sin decidirse del todo dónde fijar la vista.

- Lo siento - le interrumpe el otro, genuinamente confundido, antes de dejarle terminar- ¿yo tengo que invitarles a cenar? -No entiende de qué le hablaba aún, pero no puede negar que agradece la oportunidad de decirle que no y bajarle por fin los humos.

-Sus socios son muy de la vieja escuela, tuve que convencerles… tuve que asegurarles que las cosas en SCDP iban un poco mejor de lo que Lane dice…- se aclara la garganta y mira a Sterling levantando las cejas,  esperando que entienda lo que le dice, pero se encuentra con una mueca burlona y satisfecha. Se toca inconscientemente los gemelos de la camisa mientras habla. -¡Exageré un poco, eso es todo! ¡Querían que les asegurase que todo estaba igual que en Sterling Cooper, y fue lo que hice! No querían arriesgarse con una compañía pequeña si no tenían garantías de… ¿Es que acaso no crees que ellos también leen los periódicos?

- Ya - Roger se permite una pausa larga, y tiene que esforzarse para mantener el gesto grave en vez de jactarse abiertamente, tal como le gustaría. El caso es que lo entiende perfectamente, varios clientes han rechazado campañas e ideas porque no confían en que la empresa vaya a estar aquí en seis meses. - Pero no logro entender qué tiene eso que ver conmigo. ¿Has exagerado? Muy mal ¿Te han creído? Perfecto. Que firmen y vengan a hablar con nuestro director creativo, y él se encargará de seducirles con su ingenio. -Mantiene la mueca de incredulidad e indignación a través de su discurso, por si acaso- Por Dios, Campbell, vas a tener un hijo con su hija, si eso no te ayuda a lidiar con él nada puede ayudarte.

Pete se yergue, rígido, estirado y petulante.

-Es una cuenta muy importante.

- ¿Para la compañía o para tu carrera?- pregunta Roger de repente con una carcajada rencorosa, aludiendo a la conversación de hacía unos días. Quizás para la compañía no lo sea tanto, quiere decir, igual es solo tu vanidad y tu reputación lo que está en juego aquí. Quizás al resto nos da igual. Como la guerra, los amigos muertos y los malditos japoneses.

- Te lo estoy pidiendo. Lo siento por lo de antes, no lo decía en serio- añade. Aunque es cierto que antes sonaba mucho más sincero de lo que suena ahora. -Nadie duda que Lucky Strike es…nadie duda tus méritos.

Roger apura la copa, y se levanta a por otra. A pesar de la cantidad de sillones y sofás con los que Jane ha llenado su oficina prefiere quedarse de pie, apoyado en la mesa, y parece estar pensando. No le ofrece nada a Pete.

Campbell cada vez parece más frustrado.

-Iría a hablar con Cooper, pero…-Cooper me mandaría a tomar viento seguro, es lo que no llega a decir. A Cooper ya le da igual, está aquí como podría estar en casa releyendo Ayn Rand y viendo culebrones en la tele.

El silencio se vuelve tenso y luego Sterling vuelve a hablar por fin, dándose una importancia infinita:

-Voy a ir a cenar con esa gente y voy a mentirles por ti, pero con una condición.

Pete escucha, atento, y hasta parece que vuelve a respirar, casi casi relajado.

Roger no tiene ni idea de lo que va a pedirle, pero ya es tarde para echarse atrás, con lo autoritario que está siendo hasta ahora Por un momento le tienta decirle que se aliste para irse a Vietnam, para ver cómo se le queda la cara. Un momento después, otra idea extraña se le mete en la cabeza y va creciendo hasta que no puede ignorarla: también tiene que ver con la guerra, y con esas cosas que pasan en noches frías, y con gente que murió ahí. Pero no tiene nada que ver con que Campbell se aliste y se ponga un fusil al hombro.

Está casi riéndose mientras lo considera, pero sus manos ya han sacado una tarjeta de visita del bolsillo y está escribiendo el número de la suite que pide siempre que se queda a dormir en la ciudad.

Le parece tan divertido todo ¿Qué más da? Al fin y al cabo duda que Campbell vaya a venir, y de hecho le da cierta grima imaginarse que llegado el momento pueda obligarle a hacer nada. Por Dios, ya hace tiempo ha dejado de estar sobrio, y aún así no querría hacer nada con Pete Campbell aunque se lo pidiera.  Lo más probable es que todo quede en una broma y haga el lunes en la oficina un poco más divertido. Ha decidido que si se presenta, se limitará a reírse en su cara y a fingir que le ofende la idea. Y sin embargo, tiene curiosidad: Campbell siempre le ha dado la impresión de que haría cualquier cosa por su carrera. Más de una vez han bromeado al respecto con Draper.

Realmente, si fuese Draper, no duda que el otro iría sin parpadear, y además se esforzaría en no llegar tarde.

Asi que se pone en pie, deja el vaso en la mesa y recoge su sombrero de la percha. Hoy ya no va a conseguir hacer nada útil en la oficina, y no queda nadie para apreciar que pretende que trabaja.  Al pasar al lado de Campbell, que aún espera confundido pero en silencio a que le explique su misteriosa condición, se inclina hacia él y le desliza la tarjeta con el número de su habitación en el bolsillo de la chaqueta del traje, casi con una caricia, como a una puta. Pero lo más probable es que Pete no vaya a entender nada hasta que la saque y la lea, y para entonces ya debería haber llegado al ascensor.

fics, mad men

Previous post
Up