#27.- Bandana

Oct 19, 2011 00:34

Para: 30vicios
Fandom: Katekyo Hitman Reborn
Claim: Lal Mirch/Colonnello
Tabla: Ventura
Tema: #27 - Bandana
Título: Un trozo de tela
Resumen: En ese momento, Colonnello decidió que esa improvisada bandana le quedaba realmente bien.
Advertencias: Ninguna.
Notas: Situado en el COMSUBIN.

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Silencio. Ni siquiera sus botas hacían ruido sobre el acero del suelo. Todo él era una sombra, una figura escurridiza y semi-invisible. Paso tras paso, esquina tras esquina, su vida podía acabar en el momento en que fuera descubierto, y él lo sabía.

“Describa su localización, soldado 56”

Colonnello suspiró, llegando a un pasillo aparentemente desierto. Se detuvo un instante, aguzando el oído hasta estar seguro de su soledad, y se lanzó a una esquina en penumbra para intentar calmar lentamente los latidos de su corazón y dar una respuesta satisfactoria a su superior.

-Aquí soldado 56, kora. -Susurró al aire, apretándose el intercomunicador más a la oreja y sin dejar de espiar por ambos lados del metálico y frío pasillo.- Segunda planta del edificio central, espero instrucciones Lal, kora.

No pudo evitar una ligera sonrisa burlona cuando la voz de su instructora le llegó, claramente ofendida por su escaso respeto a las formas.

“Soldado 56, esto es una misión, no un patio de recreo.”

Colonnello soltó una débil risita provocada más por la tensión del momento que por el siseo furibundo que acababa de escuchar.

-Disculpe, capitana. Espero instrucciones, kora.

Otro vistazo nervioso a sus costados. Estaba en terreno enemigo, oculto en calidad de una misión de infiltración al más puro estilo Hollywood.

Y su vida corría peligro. Y eso sí que no era parte de una película.

“Según el mapa, aún tiene que subir una planta más. Encontrará lo que busca en…”

Las palabras enmudecieron ante un sonido tan atronador como mortífero. Una ensordecedora explosión, un silbido rasgando el aire y el choque del metal contra el metal.
Le estaban disparando.

-¡Joder!

No le dio tiempo a mirar a la cara a su enemigo, aunque tampoco lo habría hecho. Sus instintos de supervivencia se activaron, su subconsciente tomó el control.
Tenía que ponerse a salvo. Ya.
Y la necesidad de correr por su vida se volvió más acuciante cuando una bala sesgó parte de la piel de su frente desnuda, abriéndole una herida, quemándole y empapando su rostro de sangre, ahogando un grito de dolor. Al sentir el azote de sus compañeras rozándole, se tiró contra la primera puerta abierta que vio, chocando contra un trastero.
Perfecto. Estaba acorralado.

-¡Me están disparando! -Gritó al intercomunicador. El sigilo había desaparecido.- ¡Necesito refuerzos, kora!

El silencio el aplastó con fuerza, avivando su desesperación. Nadie contestaba, él no era capaz de oír nada. Se quitó con brusquedad el pequeño aparato y lo miró con una chispa de frenética desolación.

Destrozado. ¿Cuándo se había roto, joder? ¿Cuántas balas le habían rozado? ¿Cuánto había durado el tiroteo unilateral en el pasillo?

Espió el haz de luz que dejaba entrar la puerta entornada. La sangre corría por su rostro y le dificultaba la visión. Tenía que ser una buena herida, una larga y profunda línea de piel quemada y abierta, pero no se atrevía ni a rozar siquiera la zona afectada para comprobar la seriedad. La puerta comenzó a abollarse ante la cantidad de balas que impactaban sobre ella. Una lluvia letal que doblegaba el fino metal que le protegía de la muerte. Su mente se paralizó y su cuerpo hizo eco de sus pensamientos. ¿Y ahora, qué?

Rescató un pensamiento de entre el miedo.

Ahora, a pelear.

Agarró la pistola que llevaba oculta y, sacando la boca por la estrecha hendidura, lanzó un disparo al aire. Un grito y un sonido sordo de caída le hicieron liberarse de parte de la tensión. Siguió concentrado en intentar liquidar al máximo posible de enemigos, retrasando lo inevitable.

Estaba en una base enemiga.
Estaba rodeado de expertos asesinos armados.
Estaba prácticamente sin munición.
Estaba solo.

Maldita fuera, no iba a salir vivo de ahí. Y esa afirmación se iba haciendo más patente a medida que pasaba el tiempo y notaba más balas, más pies, más enemigos. A estas alturas, prácticamente todo el equipo de seguridad tenía que estar encima suya, intentando liquidar al soldadito que se había atrevido a ir demasiado lejos. Era un milagro que aún siquiera en pie.

Y de repente (Y Colonnello juró que jamás en su vida el sonido de un arma le había emocionado tanto), un disparo sonó por encima de los demás. Un disparo que no iba orientado hacia él, porque a través de la nebulosa que se había formado en su mente -quizá por la pérdida de sangre, puede que por el miedo a morir o a lo mejor por el intenso dolor de la frente- pudo reconocer el sonido de un cadáver cayendo al suelo.

Alguien había acudido en su ayuda. Y había traído refuerzos.

-¡Rodearlos!

La voz de Lal se le antojó casi divina.
Joder, como amaba a esa mujer.

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-¿¡Eres consciente de lo que has hecho!?

Vale, ahora Lal estaba enfadada.
Oh, sí, muy enfadada. Y él, para qué negarlo, estaba cagado de miedo.

-¡Nos has puesto en peligro a todos, estúpido!

Colonnello obvió los insultos -Lal siempre le insulta, eso se había acabado convirtiendo en rutina- ella estaba enfadada porque le estaba tratando de tú.
Y cuando eso pasa, Colonnello tiembla. Porque su instructora es el número uno en cuanto a reglas estrictas de educación se trata. Y si se le olvidaba el hecho de que debían dirigirse dentro del formalismo del usted, era que estaba demasiado enfadada para reparar en esos insignificantes detalles.

-¡Casi te matan, maldita sea!

Aunque dentro de todo su pavor interno ante ese demonio de mujer, el chico no pudo evitar sentir cierto rastro de dulzura al notar (y de eso Colonnello está seguro) que lo que la pasaba era que estaba tan muerta de miedo como él.
Muerta de miedo porque él casi muere.

-¿¡No tienes nada que decir, idiota!? -Acabó gritando ella, exasperada ante el pesado y triste silencio que, de repente, reinó en la salita de la pequeña base italiana.- ¡Aún no sé como conseguimos reducir a todo el equipo de seguridad! ¡Podríamos haber muerto por tu incompetencia! ¡No te estoy entrenando para esto!

Cada palabra se le clavó al rubio exactamente igual que un cuchillo, porque las verdades que suelta Lal son afiladas y van directas a matar. No estaba orgulloso y él sabía que ella tenía razón; pudo haber sido mucho peor.

-Lo siento mucho mi capitana, kora.

Los ojos de la mujer se estrecharon hasta formar dos rendijas mientras le revisa con aspecto crítico de arriba abajo, cruzando los brazos de esa forma suya tan característica, arrugando el mono de camuflaje obligado en las misiones. Al igual que ella se olvida de los formalismos, él los recuerda en toda su plenitud en situaciones como esa, donde las bromas y los desafíos están fuera del lugar por su incompetencia. Podía notar la mirada abrasadora de su superior recorriéndole, decidiendo que hacer con él y como tomarse sus últimos actos.

Y entonces, Lal levantó una mano y Colonnello supo, desde el preciso instante en que su brazo hizo amago de moverse, la que se le venía encima. Cerró los ojos, preparado para la lluvia de puñetazos que, al igual que las balas, irían dirigidos contra su persona.
Pero de estos no tenía forma de escapar. Simplemente aguantaría, sin puertas tras las que ocultarse ni ángeles salvadores en el último momento.

Pronto se extrañó de no sentir el impacto de una fuerza sobrehumana estamparse limpiamente sobre su cara. Al contrario, sólo notó un roce suave, casi dulce sobre la frente, recorriendo la brecha que desfiguraba su rostro. Abrió un ojo para comprobar lo que creía y tuvo que evitar que su mandíbula diese contra el suelo al observar como el dedo de Lal acariciaba con suavidad su piel herida. Su dedo se iba tiñendo del rojo de la sangre y antes de que Colonnello pudiera registrar lo que se siente al ser acariciado por ella, la capitana ya había chasqueado la lengua y apartado su mano, evaluando la gravedad de la herida.

-Te podía haber matado… -susurró con el ceño fruncido.

Se limpió la sangre en su traje y, de un rápido tirón, rajó sin compasión una gruesa tira de las mangas del uniforme de camuflaje. Con movimientos rápidos y precisos, colocó la improvisada bandana en la frente de su alumno, anudándola con firmeza pero suavidad y asintiendo levemente con satisfacción al observar el resultado.
Colonnello se tocó la frente, comprobando que realmente esa tela estaba en su cabeza y que verdaderamente Lal acababa de hacer lo que él creía que había hecho.

-Eh, yo…

-Como vuelvas a permitir que te hieran, te mataré yo personalmente. -No era una advertencia. La frase rezumaba amenaza por cada una de sus letras.

El chico apenas puedo acertar a hacer otra cosa más que asentir, tragando saliva ante el tono mortífero de su superior, y observarla salir como embobado de la tienda. Volvió a tocarse la tela y su vista se desvió hasta un pequeño y sucio espejo colgado de un lateral de la sala.

-Umm… -Giró la cara hasta alcanzar ambos perfiles, sonriendo con el resultado.- Hasta con toda la mierda del espejo estoy guapo, kora.

Ya había olvidado el miedo a morir, la bronca de la mujer, el arrepentimiento por sus actos. Había desterrado el ardor de la bala rozándole la cabeza y estos recuerdos habían sido remplazados por tacto de la caricia de Lal.

En ese momento, Colonnello decidió que esa improvisada bandana le quedaba realmente bien.
Pero lo que realmente importaba de ese trozo de tela (solamente un trozo de tela) es que significaba que Lal podía llegar a ser amable, suave y dulce en alguna ocasión -por muy pequeña, insignificante y efímera que pudiera llegar a ser dicha ocasión.

Y eso, para que negarlo, le gustaba. Casi tanto como ella.
Casi tanto como la bandana.

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