#23.- Pérdida

Nov 05, 2011 16:11

Para: 30vicios
Fandom: Katekyo Hitman Reborn
Claim: Lal Mirch/Colonnello
Tabla: Ventura
Tema: #23 - Pérdida
Título: Moriría por ella
Resumen: Sólo podía pedir que, algún día, ella supiera leer entre líneas y perdonarle la pérdida que le acababa de causar.
Advertencias: Ninguna.
Notas: Basado en el TYL (Ten Years Later), pero situado justo antes de que apareciesen los Vongola del presente.

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Iba a morir. 
La estruendosa alarma de la base Vongola había quebrado la frágil tranquilidad que se respiraba en el ambiente desde hacía escasos días. De todas formas, ésta nunca gobernaba demasiado en la vida de la famiglia más poderosa de la mafia y sus allegados. No, al menos, en ese futuro hostil y desolador.

Lo supo desde que escuchó el motivo por el que saltó la alarma. 
-Varios centenares de llamas de última voluntad se acercan hasta nuestra posición.

La voz de Giannini sonaba asustada y confusa  a partes iguales. El misterio de las llamas le intrigaba y le aterrorizaba, lo mismo que a todos.

-No han podido descubrir nuestra base. -Bianchi se retorcía las manos nerviosa, mientras echaba un rápido vistazo a Fuuta, situado a su derecha.- Es decir, Millefiore ya nos habría… -Fue quedándose sin fuelle hasta que sus palabras se perdieron en el silencio. La mujer negó con la cabeza, haciendo ondear su brillante pelo rosado, en un gesto repleto de preocupación.

Apenas había cuatro integrantes en ese momento en la base de Namimori. Bianchi, Fuuta, Giannini y el arcobaleno de la lluvia, Colonnello, que había llegado ahí buscando protección contra el terrible non-trinnisete.

-Incluso si saben dónde estamos, no podemos defender la base con los pocos que somos, kora.

Las palabras de Colonnello cayeron como una pesada losa en el ánimo de los tres adultos; todos sabían que tenía razón.
Estaban indefensos, pero eran tiempos difíciles. No había ni un solo día en que el décimo Vongola y sus guardianes pasaran algo más de unas horas en el mismo sitio y, lo que hasta ahora era conocido como la CEDEF, estaba saturada de trabajo. Los arcobaleno no eran de gran ayuda; iban cayendo uno por uno sin ninguna opción para defenderse. Reborn, Skull, Verde… Por eso la siguiente noticia hizo vibrar el ambiente.

-Hay algo más. Se ha detectado aparte una llama de la niebla de máxima pureza… -El técnico tragó saliva al sentir las tres miradas posadas sobre él.- Es imposible que la fuente sea un anillo.

Un destello en la mirada del soldado captó la atención de los ahí reunidos.

-¿Entonces…?

-Sí. Es de un pacificador.

Hay un arcobaleno en peligro.

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  Colonnello había insistido mucho en ir solo. La versión oficial era que esa era su batalla, la batalla de los guardianes de los chupetes y que, como tal, debían de lucharla ellos.
La versión extraoficial era que una muerte ya era una cifra bastante elevada como para añadir tres más a la cuenta de los Vongola.

Porque Colonnello tenía claro que eso era un callejón sin salida. Una misión suicida.
Iba a morir.
Pero que cojones, moriría luchando. Una muerte digna para un soldado.

Morir protegiendo, morir salvando. 
Al fin y al cabo, era un militar. Toda su vida, desde que eligió entrar a las órdenes del cuerpo especial de las fuerzas armadas italianas, COMSUBIN, habían ansiado luchar para proteger a la gente.
Porque alguien tenía que hacerlo, se decía. Alguien tenía que ir a la batalla para defender a los millones de civiles del planeta, para ganar o ser derrotados y poder traer la paz a las generaciones futuras.

Matar era secundario. Perder la vida, un riesgo a correr.

Y estaba dispuesto a correrlo. 
Al fin y al cabo, era un soldado -Y el alumno de Lal, maldita sea.- Su vida en sí misma era un constante peligro.

-¡Viper!

El grito sonó ahogado por la espesura del bosque, aplastado por la pérdida del resuello que la radiación non-trinisette provocaba en su cuerpecito. Porque podían ser arcobalenos y su cuerpo podía estar hecho de otra pasta, más dura, más resistente. Pero la radiación los había dejado en pañales y la expresión “desvalido como un bebé” cobraba todo su esplendor y literalidad.

-¡Soy Colonnello, kora!

Su chupete brillaba con fuerza. Ella tenía que estar ahí, en alguna parte, esperando a ser encontrada y rescatada. Y lo haría, vamos si lo haría.

-¡Viper, joder!

-Aquí.

Dio un respingo al notar la voz excesivamente cerca de él. Todas sus defensas se activaron y se encontró apuntando con el cañón de su rifle a la cara semioculta del arcobaleno de la niebla.

-Maldita sea, kora, no me pegues esos sustos …

-Siento haberte asustado. -Su voz temblaba, pero el sarcasmo lo conservaba intacto incluso al borde de la muerte.

Quizá fuera buena señal. Una buena señal que contrastaba claramente con su fachada.
Herida, sangrante, cansada.
Decidió omitir el detalle de su aspecto y acalló una nota de temblor en su conciencia. ¿Cómo de poderosos eran los enemigos cuando casi habían matado a un arcobaleno?

-He venido a ayudarte. -Aclaró, saltando con agilidad y colocándose detrás del tronco de un inmenso árbol, olvidándose del poder de las personas que iban tras sus pies en ese momento. Viper le siguió sin reservas.- ¿Cuántos?

-Cientos. -Contestó, y la nota de miedo volvió a hacer vibrar su voz.- Liderados por Ginger Bread. He conseguido eliminar a algunos pero… -Su voz se ahogó y, tras una pequeña pausa, la recobró para afirmar quedamente.- Vamos a morir.

-No vas a morir, kora. -Especificó con un deje cansino en la voz.  Pero Viper pudo apreciar el singular en la oración.

-¿No estarás pensando…?

-¿Puedes teletransportarte? -La cortó. No estaba dispuesto a perder tiempo con palabrería banal.- ¿Puedes llegar a la base Vongola? Sabes donde está, kora.

-Me seguirán. -Negó ella con desesperanza.- Como han hecho hasta ahora. No quiero morir.

-Me ahorraré tener que volver a decirte que no vas a morir, kora. -Gruñó él. Comenzaba a cansarse de su pesimismo, del tono histérico que denotaba esa ansiedad humana por vivir.- Ponte las cadenas en el pacificador y vete a la base, yo les entretendré, kora. Una vez dentro, no tendrás nada que temer.

-Pero…

-¡Póntelas, kora! -La arcobaleno obedeció, quizá porque estaba demasiado asustada para replicar. Sin embargo, agradecía que otro tomara el control de la situación.- Bien, hemos desaparecido de sus mapas… ahora vete.

En ocasiones normales, Viper no habría dejado pasar ni un segundo sin obedecer las cómodas instrucciones de “ponte a salvo, que yo lucho”. Pero Colonnello no era su amigo, apenas rozaban el rango de conocidos. La sorpresa la impidió pensar con claridad, pero la curiosidad eliminó todos sus intentos de moverse.

-¿Por qué?

El rubio clavó sus ojos sobre ella. Una chispa de frustración se encendió en el azul cielo.

-No queda tiempo, vendrán de un momento a otro. Largo, kora.

Ella negó con la cabeza.

-Vas a morir. Y lo sabes. ¿Por qué lo haces entonces? Yo no lo haría por ti.

Colonnello la miró un instante, sopesando su franqueza, para después encogerse de hombros mientras preparaba el rifle. Una pequeña sonrisa acudió a sus labios al recordar la explicación estrella que más veces había escuchado.

-Supongo que porque soy un idiota, kora.

Había perdido la cuenta de cuantos años hacía que su instructora venía repitiendo esa máxima. Recordó que también había intentado salvarla a ella y había fracasado estrepitosamente. No estaba de más saber que, por una vez, iba a acertar en su intento altruista por ayudar a los demás a costa suya. Al menos, esta vez se encargaría de que fuera más genial que el día en que nacieron los arcobalenos.

Se encargaría de no fallar. 
Millefiore era un enemigo poderoso y se encargaría de dejarlo tocado, de llevarse a la tumba a tantos como pudiera consigo del escuadrón de centenares de subordinados. Incluso a Ginger Bread, si era capaz.
Porque sabía que no se detendrían. Estaban dispuestos a destrozar todo y a todos los que se pusieran por delante para llegar a ellos. No, Millefiore no escatimaba gastos en cuanto a pacificadores y arcobalenos se trataba; un chupete era un bien escaso y una posesión de inestimable valor para sus planes.

Y, de repente, una vena rebelde despertó en Colonnello. Él moriría, pero su pacificador jamás caería en sus manos.
Tenía que asegurarse de ese detalle.
La angustia que le provocaba la muerte no era equiparable a la que le provocaba el hecho de que era muy probable que le estuviera ofreciendo al enemigo lo que tanto ansiaba, lo que tantas vidas se había cobrado, en bandeja de plata.

Su misión como arcobaleno era proteger esos pacificadores con su vida, y eso pensaba hacer.

Al fin y al cabo, él era un soldado.
Había nacido para obedecer hasta el final.

Calculó que apenas le quedaba un minuto antes de que les encontrasen.

-Antes de que te vayas, toma esto. - Comentó él, dejando por un instante su rifle en el suelo y desabrochándose la cuerda del pacificador. Metió con cuidado el chupete en una de las cajas de almacenamiento decorada de camuflaje que siempre llevaba y, mirándolo por última vez, tan ajado y destrozado como su vida después de tantas batallas, hizo acopio de sus fuerzas drenadas por la maldición, sellando la caja con llamas de última voluntad. Dudó un momento, pero en seguida se quitó la bandana y envolvió con delicadeza la cajita en el trozo de tela. Mechones rebeldes cayeron por su cara de forma desaliñada.- Cógelo y protégelo bien. Cuando llegues a la base Vongola, dáselo a Lal, kora.

Lal.

Sintió como si algo muy pesado y asfixiante le aplastase por dentro. No había querido pensarlo, no debía pensarlo.

-Ahora vete, kora. -Ordenó con firmeza. Viper afirmó, sin más preguntas que hacer.

Pero ese sentimiento estaba ahí, y tarde o temprano su línea de pensamientos llegaría hasta ella.

-Vamos, rápido… -Susurró, al ver desaparecer a la bebé entre la maleza. Justo cuando dobló en el último árbol un fuerte ruido de pisadas comenzó a retumbar en sus oídos. Colonnello cogió el rifle y se agachó, tenso y expectante.

Lal.

Hizo una mueca de desagrado y supo que no iba a ser capaz de bloquear por más tiempo esos pensamientos, así que simplemente los dejó correr. Para bien o para mal, no había vuelta atrás. Porque sabía que, de todas formas, estaría demasiado preocupado por Lal como para concentrarse totalmente en la batalla.

¿Qué pasaría con ella? Era él quien la había pedido que siguiera viviendo. Era él (sí, justo ese que iba a morir en escasos minutos) quien la había dicho que sobreviviría sin importar qué.
Por primera vez, sintió su determinación flaquear.

No tenía muchas cosas que perder. No tenía familia, sus amigos habían ido cayendo uno tras otro y la maldición le había destrozado la vida. Pero estaba ella, y eso pesaba más que cualquier familiar, amigo o maldición existente en su vida.

Y la iba a matar. No literalmente, por supuesto. Lal era fuerte, demasiado fuerte. Pero su muerte iba a destrozarla las ganas de vivir. Porque ellos habían llegado a una especie de trueque, un contrato sin firma; ella vivía por él y él vivía para ella. Vivía para controlar que no la pasaba nada, que su vida volvía a la normalidad lejos de maldiciones, pacificadores e idiotas como él mismo, que sólo serían un estorbo en su camino.

Y ahora iba a morir y la iba a dejar sola en el mundo. Rota como una muñeca, abandonada y desolada. Y eso le pesó más que su propia muerte. Lal ya había sufrido demasiado como para obligarla a enfrentarse a algo así.

Suspiró, negando la cabeza. Ni siquiera en el lecho de muerte podía hacer las cosas bien.

Había consagrado su existencia a velar por la seguridad y el bienestar de su maestra. Y, sin embargo, ahí estaba, a punto de convertir su existencia en un infierno.
Al final iba a tener razón, se dijo. Al final, iba a ser un bueno para nada cuyos planes nunca salían bien.

Pero debía perdonarlo. Ella tenía que hacerlo. Al fin y al cabo, toda la moral militar era obra suya.  Ella fue quien les martilleó con que el mayor honor de un soldado era morir en combate por lo que querían, ella fue quien le advirtió que tenía que estar preparado para morir.

Él lo estaba, eso lo tenía claro. Incluso cuando salió de la maleza y se enfrentó cara a cara a cientos de hombres armados hasta los dientes. Él lo había aceptado, le habían educado para eso.
La sonrisa de Ginger Bread destelló por encima de las hileras de hombres como una chispa y Colonnello dirigió todo su odio hacia él.

-Vaya, vaya… Veníamos a por un arcobaleno y nos encontramos con otro. -Dijo con esa tranquilidad aterradora e infantil que erizaba el vello de la nuca.- Supongo que nos tendremos que conformar contigo.

Pero para lo que nadie había preparado  a Colonnello era para aguantar el sufrimiento de los que dejaba atrás.
Sin embargo, en el fondo, sabía que su instructora estaría orgullosa. Moriría luchando para salvar a sus amigos como no pudo salvarla a ella. Moriría para intentar conseguirla un nuevo futuro, otra posibilidad como no la pudo conseguir.

Moriría por Viper, por los Vongola, por los aliados.

Por ella.

Observó con satisfacción como su Maximum Burst había erradicado a las dos primeras filas de hombres y había herido a las cinco de detrás. Se habían desorganizado ante el inesperado ataque del arcobaleno.
Parecía que sí, al final estaban hechos de otra pasta.
El segundo disparo le dio de lleno al capitán del escuadrón, Ginger Bread, aunque él sabía de antemano que sólo sería un muñeco. Pero la figura del líder había desaparecido y eso confundiría más al escuadrón.

Peleó con uñas y dientes, se defendió gastando hasta la última reserva de energía que le quedaba en el cuerpo, consumió hasta la última llama de su flujo. No quedaba ninguno cuando cayó, pero sus fuerzas habían llegado a su límite.

Sin embargo, sonrió mientras su pequeño cuerpo caía en el césped, salpicándolo de rojo, profanándolo con su sangre.

Todos los muertos que se había llevado por delante serían enemigos contra los que Lal no tendría que enfrentarse, gente que ya no  podría hacer daño ni a ella ni a nadie.
Su esfuerzo no sería en vano, su muerte no perdería su sentido.

Ella estaría bien y se repondría, seguiría adelante. Lo sabía, ese había sido su objetivo desde el día de la maldición. Y si su muerte significaba un futuro mejor para su vida, bienvenida fuera.

Sólo podía pedir que, algún día, ella supiera leer entre líneas y perdonarle la pérdida que le acababa de causar.

-x-

fic, lal, tabla, colonnello, khr

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