#17.- Destrucción

Dec 16, 2011 01:08

Para: 30vicios
Fandom: Katekyo Hitman Reborn!
Claim: Lal Mirch/Colonnello
Tabla: Ventura
Tema: #17- Destrucción
Título: Destrucción
Resumen: ¿Qué necesitas para destruir algo? Normalmente actos. Puede que intenciones, amagos, un pensamiento que desencadene una reacción. Algunas veces, palabras. Tres simples palabras. "Colonnello a muerto"
Advertencias: Ninguna.
Notas: Basado en el futuro del TYL

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¿Qué necesitas para destruir algo?

Lal ya sabía desde un primer momento que algo no iba bien. El silencio era opresivo, la atmósfera tensa. Había sido entrenada para fijarse hasta en el más mínimo detalle y ninguno de los detalles le contaba nada bueno.

Normalmente actos. Puede que intenciones, amagos, un pensamiento que desencadene una reacción.

Ojos tristes, ojos llenos de dolor y de pena. Allá donde mirara, todos la miraban a ella. Lal no comprendía y ojalá nunca hubiera comprendido.

Algunas veces, palabras.

-¿Viper?

Tres simples palabras.

Una arcobaleno medio muerta en la enfermería y ningún rastro de él por ninguna parte. Estaba acostumbrada a pensar rápido, a sacar conclusiones útiles y eficaces de una situación confusa. Pero su cerebro había decidido bloquearse ante la idea que se le comenzaba a formar en la mente.

-Lal…

Colonnello ha muerto.

Tres simples palabras que destruyeron su vida.

Se había encerrado en su habitación. No quería escuchar nada ni a nadie, porque sabía que no habría sido capaz de soportarlo, porque ya sentía como su cabeza iba a explotar. Las lágrimas aguantaron lo justo para huir de ahí.
No quería la compañía de nadie, ni tampoco su compasión, su comprensión o compartir su dolor. Había ignorado a Basil cuando trató de detenerla porque las palabras la habían arrebatado su vida y le daba miedo que más habría podido escuchar. Se había quitado de encima la cálida mano de Bianchi, tan cálida que la había quemado, porque rezumaba pena y tristeza y ella ya tenía bastante con la suya.

Colonnello ha muerto.

Se tapó los oídos con las manos intentando no oír las palabras de Viper repetirse una y otra vez, pero estaban en su cabeza y sabía que jamás en lo que durase su vida podría olvidar el eco de su voz.

Colonnello ha muerto.

No recordaba que las piernas la hubieran fallado, porque todo se había envuelto en una horrible nebulosa de confusión. Pero al instante siguiente ahí estaba, arrodillada en el suelo, acompañada sólo de la voz de Viper que la taladraba la cabeza sin compasión.
Completamente hundida, completamente sola, completamente desolada. Y ahora ella no sabía que hacer, porque quería hacer demasiado.

Quería ir al bosque y ver con sus propios ojos que de verdad había pasado, que era real. Quería notar el frío mortal en la piel del bebé, quería comprobar que ya no habría más latidos de su corazón y que en sus ojos el azul ya no brillaba. Pero era peligroso y no le autorizarían esa salida, así que sólo podía quedarse ahí arrodillada, sin comprender y sin querer hacerlo.
Quería abrazarlo, acariciarlo y besarlo, porque ya daba igual todo. Ya daba igual la maldición, sus sentimientos o su fachada de chica dura. Quería rendirse ante él, pero ya era demasiado tarde para aquello e, igual que antes, sólo pudo mantenerse quieta, doblándose en un estúpido intento de mitigar el dolor que sentía, abrazándose en un acto de patética auto consolación.
Quería expulsar ese dolor. Gritar, enfadarse y echarle las culpas a alguien, desahogarse, deshacerse en maldiciones, tener un foco en el que centrar el caos y la destrucción que ahora mismo reinaban dentro de ella. Quería destrozar a Viper por haber aparecido en los radares de la base, hacer daño al resto por no haber acudido en su ayuda, por haberle dejado morir con tanta facilidad.

Se aferró con fuerza a la tela de la bandana que le había dado la arcobaleno junto con la caja. “Me lo dio para ti” había dicho. ¿Él se habría acordado de ella en sus últimos momentos? Podía oler la sangre impregnando la tela. También olía a sangre cuando ella se la había dado y ahora había vuelto a sus manos, rota y descolorida por el tiempo. Las lágrimas comenzaron a empapar la tela de camuflaje y no pudo evitar pensar en lo estúpida que era por intentar buscar algún culpable.

Colonnello había muerto y la única persona que tenía la culpa era ella.

Era ella quien tenía que haber recibido la maldición, a ella le correspondía el pacificador azul, el chupete por el que los siete más fuertes estaban muriendo uno detrás de otro. Colonnello tenía que haber seguido viviendo su vida lejos de mafias, llamas y maldiciones. Si ella hubiera sido más cuidadosa, si no le hubiera dejado ir con ellos el día del nacimiento de los arcobaleno…

Y ahora estaba muerto y se había dado cuenta de que lo que realmente quería era morirse con él. ¿Qué sentido tenía todo si él no estaba? Había renunciado a su vida cuando fue transformada en un bebé, y la única persona que siempre había estado con ella, que se había preocupado por lo que la pasaba o lo que pensaba, la única que había sabido mirar más allá de su carácter duro y frío, ya no estaba. Y su propia existencia había quedado vacía y sin sentido sin Colonnello. Y, ahora, estaba sola, para siempre y por siempre, porque lo único que sentía cálido y real en su vida se había esfumado.

Colonnello…

Las lágrimas comenzaban a empapar su camiseta y sus manos, sin intención de parar. Lloraba por ella y por él, por lo que nunca fue y nunca podría ser ya, por la vida tan miserable que habían llevado y porque creía firmemente que ellos se habrían merecido algo mejor. Se habrían merecido una vida normal y corriente, tranquila y sin preocupaciones sobre que mafia les pisaba los talones ahora. Maldita fuera, se merecían una vida juntos, y ahora Millefiore le había arrebatado esa minúscula posibilidad también.

No sabía que había pasado exactamente ni quien había sido, no había sido capaz de escuchar a Viper relatarlo. Pero lo averiguaría y le haría pagar cada segundo de dolor que había tenido que soportar, cada instante de sufrimiento y desgracias. Y después le mataría, igual que había hecho con Colonnello. Acabaría con él de forma lenta y agónica, exactamente de la misma forma en que sentía que su vida estaba acabado.
Lal saboreó unos instantes como la palabra venganza se deshacía en su boca, tragando cada letra y notando como le aportaba un nuevo tipo de calor a su cuerpo semimuerto.
Lucharía, se vengaría y, si tenía suerte, moriría en la lucha, igual que había hecho él.

Porque, al fin y al cabo, en el fondo, ella también era una militar y era ella quien le había enseñado a generaciones de soldados que no había mayor honor que morir en combate.

Morir era morir, no había nada de poético ni de bonito en ello, pero existían formas más honorables, más tolerables y dignas que otras. Él murió protegiendo, tan idiota y sacrificado como siempre, y eso ella no se lo podía reprochar. Eran tan él, tan Colonnello, que de haber sido de otra forma no habría encajado con la realidad.

Cogió la cajita y la hizo dar vueltas entre sus dedos, acariciando el frío metal. Probó a abrirla con llamas de la nube, de la niebla y de la lluvia, pero las llamas de un arcobaleno eran demasiado poderosas como para abrir una caja sellada por alguno de ellos con un simple anillo de pureza inferior. ¿Qué habría ahí dentro? ¿Cuál habría sido su último legado, su última voluntad? Si estuviera vivo, podría preguntárselo.

Y, de repente, la realidad la golpeó como una maza, dejándola aturdida y desamparada en la verdad. Él estaba muerto y jamás volvería a hablar con ella. Nunca más oiría su voz, ni sus estúpidos koras que tanto de quicio la sacaban, ni su tono arrogante e insolente que tantos castigos le había ganado. Jamás volvería a escuchar su nombre en sus labios ni la ternura con la que podía preguntarla o la burla con la que la podía hacer de rabiar.

Dolor, miedo, tristeza, rabia, venganza. Las manos le temblaban, pero no sabía por qué. Podría ser porque estaba llorando, podría ser por el frío que tenía, por la furia que recorría sus venas. Apretó los puños, perforando la piel con las uñas y disfrutando del dolor físico que  descargaba un poco el de su alma. Colonnello había sido la razón de su existencia y seguiría siéndolo, aunque sólo fuera para poder vengar su nombre.

Cerró con fuerza los ojos e intentó sentir como las gotas de agua caían sobre su piel, pero su cuerpo ya no sentía nada. Una vida consagrada a la venganza, inundada de dolor e ira.

Ese era su futuro, en ello convertiría su presente.

No pesaba, no lo sentía, era lo correcto. Apenas recordaba que se sentía al sonreír, y la única persona que podía recordárselo ya no estaba, así que era lo correcto. Aunque supiese que él no estaría de acuerdo, que a él no le habría gustado y que él no había muerto para que ella destruyese su vida de esa forma. Pero tenía que haber sido consciente de que no había vida si no estaba. ¿De qué valía que viviera tal y como estaba? Sabía de antemano que jamás superaría esto, porque no era tan fuerte como hacía creer a todos. ¿De qué valía vivir en estas condiciones? Su vida estaba reducida de forma drástica por la radiación, pero aún podía darle un uso a sus fuerzas.
Lucharía para la muerte y por la muerte. Lucharía y se vengaría y luego, moriría. No era estúpida, no tenía ninguna esperanza de sobrevivir y deseaba no estar equivocada.

-¿¡Y que harás tú!?*

-Supongo que… seguiré viviendo.

-Lo siento, Colonnello… -Murmuró enterrando su cara en la bandana. Su propia voz la sonó extraña, ahogada y demasiado débil para proceder de ella.- Pero no puedo hacerlo…

-No uses tu poder y… cuídate.

Vengarse. Morir.

-No puedo

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