Título: Tendiendo Puentes
Fandom: LHDP
Pareja: Pepa/Silvia
Calificación: En principio, R.
______________________________________________________________________________________
Capítulo 15 - Tendiendo Puentes
La habitación se encontraba sumida en un profundo silencio. Los ojos de Pepa estaban cerrados, pero la morena se encontraba lejos de estar descansando. El relato de lo sucedido por parte don Lorenzo la había dejado emocionalmente agotada, y su cabeza no paraba de bombardearla una y otra vez con trozos de la conversación que habían mantenido horas antes.
Kike y Nelson están muertos y Montoya gravemente herido… ¿cómo era posible?, ¿cómo había podido ocurrir algo así?. Kike y Nelson están muertos… Pepa no lo entendía, las palabras se repetían en su cabeza como en un bucle, pero seguía sin encontrarle el sentido. Muertos, Nelson y Kike...y Montoya…no, Montoya no, pero Kike…Kike y Nelson están muertos, muertos…
La morena se revolvió en la cama y expulsó una sonora bocanada de aire. Necesitaba liberar la tensión que el caos de su cabeza le estaba provocando, deseaba poder borrar esas palabras de su mente y descansar aunque sólo fuera por unos segundos, pero no importaba cuanto lo intentara, su mente no quería callar.
-¿Estás bien, Pepa? -el Comisario se acercó a su cama y depositó su mano sobre el hombro de su nuera, tratando de calmarla.
-No -respondió esta abatida-. No estoy bien…don Lorenzo. No entiendo nada. Es como si me…hubiera despertado en un mundo…paralelo. Nada está bien.
Los ojos de Pepa se humedecieron, pero la morena los cerró con fuerza, negándose a dejar caer las lágrimas. Ya había visto demasiadas lágrimas esos dos últimos días, estaba harta de sentirse así.
La cabeza estaba a punto de estallarle, mil y una imágenes se atropellaban tras sus retinas, imágenes de escenas que Pepa ni siquiera había vivido. Simples recreaciones de todo lo que el Comisario le había contado esa tarde, y que la morena no podía parar de revivir una y otra vez.
Escenas de interrogatorios a los únicos supervivientes de la banda del Gordo que habían salido con vida tras el tiroteo en la casona, interrogatorios en los que Pepa nunca había estado presente y sólo podía imaginar gracias a lo que el Comisario le había contado; reuniones con el CNI donde se daba carpetazo al asunto del Gordo, considerando concluida la amenaza para los agentes de San Antonio; el entierro de sus compañeros, sus amigos… Kike y Nelson están muertos, muertos, muertos…
-Haga que pare don Lorenzo -la voz de Pepa sonaba débil como la de una niña asustada, sus puños se apretaban fuerte contra sus ojos, como si tratara de penetrar en su cerebro y así poder arrancar todas esas imágenes de su cabeza-. Haga que deje de doler…por favor.
Don Lorenzo alargó el brazo hasta alcanzar el botón de llamada que se encontraba junto a la cama de Pepa para presionarlo. Mientras esperaba a que la enfermera llegara a la habitación, se sentó en el borde de la cama de la morena y con cariño le atusó el pelo, tratando de calmarla.
-Todo va a ir bien, hija -el Comisario mantuvo la cadencia del movimiento de su mano en el pelo de Pepa, tratando de acompasar la respiración descontrolada y errática de ésta con su gesto-. Eso es, respira. Todo va a ir bien.
Pepa, que había estado a punto de hiperventilarse por culpa de la ansiedad, pareció recuperar la calma poco a poco, y tras un par de segundos retiró los puños de sus ojos lentamente. Don Lorenzo aprovechó el movimiento para coger la mano de Pepa con la que todavía le quedaba libre, y se la apretó con cariño.
-Ya pasó -le dijo, al tiempo que apartaba un mechón de pelo de la frente de Pepa.
-Bufff -volvió a resoplar con fuerza Pepa, pero esta vez el bufido para templar sus nervios vino acompañado de una media sonrisa-. Ande que quién le iba a decir…a usted que iba a tener que hacer de niñera…de la descerebrada de la familia, ¿eh, suegro?
-No sea gansa, Miranda -Pepa miró extrañada al Comisario ante su cambio de registro-. Ambos sabemos que esta familia tiene descerebrados para dar y regalar.
La morena sonrió de nuevo al ver el humor reflejado en los ojos de su suegro. -Gracias -le dijo, apretando su mano con cariño, agradeciéndole con el gesto que hubiera optado por no darle más importancia a lo que acababa de ocurrir.
-No hay de qué, hija.
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió, y ambos dirigieron sus miradas hacia ella esperando encontrarse a la enfermera. Sin embargo, fue a una apresurada Silvia a la que se encontraron allí de pie.
La pelirroja se paró de golpe, no esperando ver a su padre en el hospital, pero tras la sorpresa inicial entró en la habitación cerrando la puerta tras de sí y se dirigió hacia el Comisario sin mediar palabra. Su padre la encontró a medio camino y la envolvió en un fuerte abrazo.
-Papá -fue todo lo que Silvia le dijo, y se dejó arropar en el cálido abrazo de su padre, tratando de absorber toda la seguridad que la presencia de su padre le transmitía. Él había sido su ancla durante esos dos largos meses, y nadie entendía como él por lo que Silvia había pasado en ese tiempo.
-Hola cariño -don Lorenzo respondió, a la par que depositaba un beso en la sien de su hija. No necesitaba decir más, su presencia y la alegría reflejada en sus ojos eran suficientes para Silvia, la pelirroja sabía que su padre siempre estaría allí pasara lo que pasara.
Silvia se deshizo levemente del abrazo de su padre para mirar hacia la cama en la que se encontraba su mujer, pero antes de que sus ojos encontraran los de Pepa, la puerta volvió a abrirse, y Silvia giró su cabeza para encontrarse con la enfermera entrando en la habitación.
-¿Necesitan algo? -dijo la mujer con una sonrisa al ver que no se trataba de una emergencia.
Don Lorenzo se separó un poco de su hija para dirigirse a la enfermera. -Pepa está algo intranquila y no consigue conciliar el sueño, no sé si pueden darle algo para ayudar -el Comisario habló señalando a la morena con la mirada.
-¿Quieres que te traiga un somnífero a ver si ayuda? -la enfermera le preguntó a la paciente, pero Pepa negó con la cabeza. Ahora que Silvia estaba en la habitación, lo último que quería era dormir, por mucho que lo necesitara.
-Creo que algo para el…dolor de cabeza será suficiente -contestó, pero su mirada estaba fija en el rostro de Silvia que la miraba con gesto de preocupación tras haber escuchado las palabras de su padre.
-Vale, pues te traigo un analgésico en un minuto -la enfermera no esperó a una respuesta y abandonó la habitación tras el gracias de don Lorenzo. Las otras dos ocupantes de la habitación parecían ajenas a lo que ocurría a su alrededor, sus miradas aún enlazadas.
-Hola, pelirroja -dijo por fin Pepa, recibiendo a su mujer con una sonrisa tan radiante como la que le había dedicado al irse esa mañana. Pero Silvia la conocía demasiado bien, ni siquiera la sonrisa podía borrar de la mirada de Pepa el desasosiego que reflejaban sus ojos.
-Siento haber tardado tanto -respondió la pelirroja, tratando de dejar a un lado sus miedos y devolviendo una tímida sonrisa a su mujer-, pero es que Lola desconectó la alarma del despertador en cuanto me quedé dormida -añadió indignada.
-Chica lista -fue la respuesta alalimón de Pepa y don Lorenzo que se miraron divertidos tras el comentario.
-Eso -Silvia los observó a los dos-, ahora compinchaos contra mi, que es ya lo que me faltaba por ver, vamos.
Don Lorenzo se rió y volvió a abrazar a su hija. -No te enfades, hija. Si sólo nos preocupamos por ti, eso no tiene nada de malo -el Comisario depositó otro beso en la mejilla de Silvia y acto seguido se separó para recoger el maletín que había dejado junto al sillón al llegar.
-Bueno Pepa -el Comisario se acercó una última vez a la cama de la morena, y dejó un beso en su frente-, viendo que ya estás en buenas manos, yo me retiro por hoy. Trata de descansar, ¿eh?
Pepa asintió y antes de que el Comisario pudiera alejarse del todo agarró su brazo para darle un apretón de cariño. -Gracias -fue lo único que le dijo, y el comisario simplemente depositó su mano sobre la de ella y le sonrió.
-¿González está fuera? -preguntó el Comisario girándose hacia su hija.
Silvia negó con la cabeza, y ante el gesto enfadado de su padre continuó. -Mendoza debe estar al caer, así que le dije a González que se fuera a casa. Lleva todo el día a mi rabo, Papá -Silvia sacudió la cabeza enfadada, aún recordando el incidente del parque con su hermana y la vergüenza que había pasado al encontrarse con la mirada de González tras su llanto. Los dos agentes llevaban tanto tiempo acompañándola a todos lados, que a veces se olvidaba de la presencia de los policías a los que su padre había ordenado la protección de ambas.
-Debió consultarlo conmigo antes de abandonar su puesto -increpó el Comisario enojado.
-Ay, Papá, de verdad. Me ha acompañado hasta la puerta, y se suponía que Paco estaba en la habitación. ¿Qué podía haber pasado?
Pepa observaba la escena con curiosidad, tenía la impresión de que esta no era la primera vez que Silvia y su padre discutían sobre este tema. A Pepa le había chocado saber que el Comisario había ordenado protección continuada para las dos durante esos dos meses. Cuando se lo había contado, la morena no había podido evitar pensar en lo mal que lo debía estar llevando su mujer sabiendo lo celosa que Silvia era de su intimidad. Al parecer no se había equivocado por mucho, la escena que estaba presenciando lo probaba.
-Creo que a veces te olvidas de que yo también soy policia -le dijo mirando a su padre muy seria.
El Comisario iba a responderle señalando que era una policía que ni siquiera llevaba su reglamentaria encima, pero al mirar de nuevo a Silvia reparó en las ojeras que adornaban el rostro de su hija, en la postura tensa y a la defensiva que parecía haberse apoderado de ella y decidió que no valía la pena disgustarla más. Don Lorenzo discutiría directamente con el Agente González su falta de profesionalidad. Después de todo, volver sobre lo mismo con Silvia no iba a servir para nada más que para contrariarla.
Silvia aún estaba mirando desafiante a su padre cuando la enfermera volvió a entrar en la habitación. Viendo la tensión que se respiraba en el ambiente, la mujer se limitó a dejar las pastillas en la mesa auxiliar junto a la cama de Pepa e irse tras desearles buenas noches a los ocupantes del cuarto.
-Tienes razón, cariño -Don Lorenzo dijo posando su mano sobre la mejilla de su hija, dándole a entender que no seguiría insistiendo con el tema-. Bueno, pues ahora sí que me voy yendo, mañana os veo, ¿si?. Buenas noches, hijas.
-Buenas noches, Papá - Silvia le respondió con cariño, y el Comisario, tras una última mirada de afecto hacia las dos mujeres, abandonó finalmente la habitación.
Silvia se quedó mirando la puerta por la que acababa de salir su padre, y no fue hasta que escuchó un leve carraspeo de Pepa que se giró de nuevo para mirarla. Era ridículo seguir evitándola, la pelirroja sabía que tarde o temprano iban a tener que hablar las cosas.
-Ahora soy Pepa -dijo divertida la morena mientras observaba a Silvia acercarse un poco más a su cama. Pepa se moría de ganas de tender su mano hacia la pelirroja, pero la posibilidad de un rechazo por parte de Silvia se lo impidió. La simple idea de su mujer rehusando su mano dolía más que la propia falta de contacto con ella.
Silvia se sonrió, recordando cómo había cambiado la actitud de su padre respecto a Pepa durante los últimos meses. -Ha llegado incluso a llamarte María José un par de veces, ¿eh? -le dijo con tono de importancia.
Pepa se rió, y se quedó unos segundos observándola. Ha estado llorando, pensó para sí al ver los ojos hinchados de Silvia. La angustia volvió a amenazar con apoderarse de ella, pero Pepa consiguió controlar sus emociones. Fuera lo que fuese lo que le ocurría a Silvia, la morena no iba a arreglarlo con más lágrimas.
-¿María José? -preguntó interesada-, pues no sé yo si eso es una buena…o una mala señal, pelirroja. Que así me llamaba para regañarme…cuando me metía en líos de pequeña.
Silvia asintió sonriendo, recordando alguna de esas veces en las que Pepa, y por ende ella misma, habían acabado en presencia de su padre aguantando una reprimenda monumental por culpa de alguna de las trastadas de la morena.
-Siento no haber estado aquí durante las pruebas -Silvia parecía realmente disgustada por la situación-, Lola no tenía que haberme dejado dormir tanto. Debería haber estado aquí.
-Las pruebas han salido bien, Silvia. Y tú necesitabas…descansar -Pepa hizo un gesto con la cabeza señalando la mesita que estaba pegada a su cama-. Además, el doctor Prieto, que parece…conocerte bien, te ha dejado los informes…para que te -la morena hizo el signo internacional de las comillas con sus dedos antes de seguir-, “entretengas” leyendo -añadió con un guiño, tratando de restarle importancia a la situación para que Silvia se relajara. Lo último que Pepa quería era que su mujer se encerrara todavía más en sí misma.
-¿Todo ha salido bien? -la voz de Silvia sonaba dubitativa pero esperanzada, sus ojos ya devoraban minuciosamente el informe que Pepa le había señalado apenas hacía un par de segundos.
Pepa asintió, aunque Silvia seguía tan absorta en su lectura allí plantada junto a la cama de Pepa que ni se dio cuenta. Pepa volvió a hablar cuando, pasados unos minutos, su mujer seguía sin prestarle la más mínima atención.
-De hecho, me ha dicho que si no fuera…por todos los sueros que tengo pinchados, mañana mismo podría salir…a correr una maratón.
-¿Qué? -Silvia bajó el informe sobresaltada y se quedó mirando a Pepa perpleja.
-¿No? -preguntó Pepa fingiendo inocencia-. Está bien, tienes razón, lo dejamos en…media maratón, tampoco hay que forzar las cosas…tan pronto.
-¡Pepa! -Silvia golpeó el brazo de la morena con el informe-. No lo digas ni en broma, ¿eh?
-¡Oye! -Pepa abrió los ojos indignada y se agarró el brazo con exageración-. Que como sigas tratándome así vas a ralentizar mi recuperación.
-Pues mejor así -le dijo Silvia sonriendo, haciendo caso omiso del gesto ultrajado de Pepa- Tú no te levantas de esa cama hasta que yo dé el visto bueno.
-En ese caso -Pepa tiró del informe que aún reposaba sobre su brazo y lo apartó hacia el otro lado de la cama, cogiendo la mano de Silvia que había quedado vacía-, no pienso protestar…sobre todo si vas a hacerme compañía en ella.
Pepa miró pícaramente a Silvia, pero la sonrisa se desdibujo de su rostro rápidamente al comprobar que Silvia ya no la contemplaba. La mirada de su mujer estaba perdida en su mano, aún enlazada con la de Pepa, y esta no pudo evitar notar el temblor que parecía haberse apoderado del cuerpo de la pelirroja. ¡Joder Pepa! Menuda sutileza la tuya. Que te ha faltado preguntarle si le apetece echar un polvete. Joder, joder, ¡Joder!
-¿Silvia? -Pepa apretó la mano de su mujer, tratando de conseguir que la mirara, pero la pelirroja seguía allí parada sin decir nada-. ¿Sil?
-Perdona -Silvia contestó por fin, soltándose al mismo tiempo de la mano de Pepa. Sus movimientos eran erráticos, como si no estuviera muy segura de lo que hacer-. Creo…creo que voy a subir a hablar con Prieto antes de que se vaya, ¿vale?.
Silvia ya se estaba girando para irse cuando Pepa sujetó de nuevo su mano para evitar que se marchara.
-Silvia -la desesperación que encerraba la voz de Pepa hizo más para frenar a la pelirroja que la propia mano que la estaba sujetando-. Yo no… -a la morena se le resistían las palabras- …yo no quiero agobiarte, ¿vale?
Silvia se giró, incapaz de seguir oyendo la angustia en las palabras de Pepa sin mirarla a la cara.
-Tan sólo dime que no debo preocuparme y no…insistiré -Pepa trató de esbozar una sonrisa, pero sus ojos contemplaban a Silvia como si de su respuesta dependiera su siguiente aliento.
La mirada de Silvia volvió a perderse en el suelo, y es que los ojos de Pepa le hacían preguntas que la pelirroja no podía contestar. Silvia negó con la cabeza, y se atrevió a levantar sus ojos levemente. -No es nada, Pepa, de verdad. Sólo quiero estar segura de que todo está bien, ¿vale?.
Silvia acarició tímidamente con su pulgar la mano de Pepa y le sonrió al soltarla. Pero el gesto de Silvia, lejos de tranquilizarla, llenó aún más de dudas a Pepa.
La pelirroja volvió a hacer el ademán de marcharse, y Pepa forzó su cuerpo aún aletargado por el desuso a incorporarse en la cama, consiguiendo al menos poner los pies en el suelo de la habitación. Sin embargo, una sensación de mareo provocó que desistiera de su empeño, resignándose a quedarse apoyada contra el borde de la cama para evitar caer de bruces al suelo. Cerró los ojos y trató de calmarse hasta que el mareo comenzó a remitir. Viéndose incapaz de levantarse, Pepa se obligó a hablar para evitar que Silvia, que ya se encontraba casi en la puerta de la habitación, volviera a huir de ella.
-¿Ya no sabes lo que sientes? -le hizo la pregunta temiendo la respuesta. Era incapaz de concebir que Silvia hubiera dejado de quererla, pero habían pasado dos meses y habían sucedido tantas cosas que habían puesto sus mundos patas arriba que Pepa se vio obligada a preguntar. Creía saber la respuesta, pero aún así, la actitud de Silvia no le dejó otra opción.
-¿Qué? -Silvia frenó su avance en seco y se giró para mirar atónita a su mujer, la pregunta de Pepa había sido como un puñetazo en la boca del estómago de la pelirroja y por un momento le faltó el aire.
Pepa no contestó, se limitó a esperar la respuesta de una Silvia que se acercó en dos pasos hasta colocarse justo frente a ella.
-¿Eso crees? -le preguntó no dando crédito-, ¿crees qué he dejado de quererte? -era como si la pregunta de Pepa la hubiera forzado a reaccionar después de dos días en los que no habría sabido decir si iba o si venía.
-No lo sé, Silvia -los ojos de Pepa se llenaron de lágrimas, se había prometido a sí misma que no iba a llorar más, pero el cansancio y la desesperación pudieron con ella e ignoraron por completo sus deseos-. No sé lo que te pasa. No hablas…conmigo, es como si quisieras mantenerme…alejada de ti. Y no lo entiendo.
Una lágrima se escapó rodando por la mejilla de Pepa, y a Silvia se le partió el corazón al ver el daño que había causado a su mujer con su actitud.
Pepa trató de limpiarse las lágrimas, enfadada consigo misma por haber dejado que las emociones la sobrepasaran una vez más. Cuando levantó la vista hacia Silvia apenas tuvo tiempo para reaccionar, de repente su rostro se vio enmarcado por las manos de Silvia, y los labios de la pelirroja se apoderaron de los suyos en un beso que intentaba transmitir todo lo que las palabras no le permitían explicar a Silvia.
Pepa se perdió en el beso, cualquier pregunta o duda que hubiera podido albergar desapareció de su cabeza en ese instante. Lo único que le importaba ahora era la mujer que estaba entre sus brazos, y los labios que amenazaban con consumirla. Ni siquiera era consciente de que las lágrimas volvían a correr por sus mejillas.
A Silvia le ocurría lo mismo, no podía separarse de su mujer. Era como si la desesperación de todas esas semanas hubiera confluido en ese preciso momento, en ese beso; sentía que si se separaba de Pepa tan sólo un centímetro, la morena desaparecería. Si dejaba de besarla, Pepa ya no estaría allí. Así que la besó, la besó para hacerle ver lo equivocada que estaba; la besó para convencerse a sí misma de que Pepa era real y estaba allí, con ella; la besó para tratar de expulsar de su mente todas esas dudas que se la estaban comiendo por dentro desde el momento en el que Pepa había abierto los ojos. Y así, se perdió en sus labios, y quiso quedarse allí para siempre, porque así, entre los brazos de Pepa no había lugar para las dudas ni los temores.
Pero Silvia sabía que por mucho que tratara de enterrarlos, esos miedos seguían allí, y Pepa se merecía una explicación. Así que, poco a poco, la pelirroja fue rebajando la intensidad del beso. Sus labios dejando pequeños besos sobre los de Pepa, su nariz rozando la de su mujer con dulzura, y entonces abrió los ojos y se percató de que las dos estaban llorando como dos tontas y ni siquiera se habían dado cuenta.
La mano que durante el beso se había desplazado hasta el cuello de Pepa volvió a su mejilla para recoger las lágrimas que aún quedaban allí. Silvia pegó su frente a la de Pepa y la miró, tratando de hacerle ver en sus ojos lo que sentía, porque temía que sus palabras no fueran suficientes.
-Te quiero tanto que me da miedo, Pepa -Silvia por fin se atrevió a hablar entre lágrimas-. Hasta que abriste los ojos, no fui realmente consciente de lo cerca que estuve de perderte.
Pepa no dijo nada, dejó que Silvia se desahogara, limitándose a escucharla y a regalarle caricias cuando sentía que la pelirroja necesitaba una muestra de afecto.
-Estoy muerta de miedo, no sé ni lo que hago. Y no pretendía hacerte daño con mi actitud, de verdad. Pero es que siento que si me acerco a ti voy a estallar, y no sé explicarlo, pero siento que me supera. Creí que había dejado los miedos atrás, pero sentirme así de perdida durante estos meses y sobre todo estos dos días… -Silvia paró para tragar saliva, las ideas se acumulaban en su mente y trataban de salir atropelladamente por su boca, sentía que la situación volvía a escapársele de las manos, y entonces sintió los dedos de Pepa en su barbilla, elevando su rostro hasta dejarlo de nuevo a la altura de sus preciosos ojos verdes. Y fue precisamente en la mirada de Pepa, que la animaba a seguir, donde encontró la templanza suficiente para retomar sus palabras.
-No sé si soy capaz de hacerlo -dijo con la voz entrecortada-. No sé si soy capaz de aceptar el riesgo de poder perderte, Pepa. No sé si puedo vivir con la expectativa de volver a pasar por esto -Silvia no sabía ni lo que decía, había intentado explicarle sus miedos a Pepa de una forma coherente, pero no creía haberlo conseguido. Era imposible explicar algo que ni siquiera ella alcanzaba a comprender del todo.
La mano de Silvia volvió a posarse en la mejilla de Pepa, y un pequeño hilo de voz se escapó de sus labios. -Si no hubieras despertado, yo…
Pepa no dejó que terminara la frase, sus labios frenaron las palabras de Silvia con un beso. -Pero desperté -le dijo cuando separó sus labios de los de Silvia.
-Esta vez -añadió Silvia, ofuscada.
-Y siempre, Silvia -Pepa la miró, tratando de hacerla entender.
-No puedes saberlo, Pepa -Silvia se separó levemente de su mujer, como si la conversación estuviera volviendo de nuevo a un terreno que no le resultaba cómodo, sentía que necesitaba poner distancia de nuevo para sentirse a salvo, pero Pepa no la dejó. La morena cogió su mano y tiró de ella suavemente hasta que Silvia quedó envuelta en su abrazo.
Por un momento, Pepa pensó que iba a resistirse, a apartarse otra vez, pero la pelirroja hundió su cabeza en su hombro y rodeó con sus brazos la espalda de Pepa, empapándose en la seguridad que le proporcionaban los brazos de su mujer rodeándola.
Silvia de nuevo deseó poder quedarse así por siempre, porque cuando Pepa la abrazaba, sus miedos eran aniquilados; cuando Pepa la besaba, las dudas salían corriendo; y cuando Pepa le decía que la quería, el resto del mundo simplemente dejaba de existir.
-Tienes razón -le dijo la morena, acariciando su espalda tratando de calmarla-. No puedo saberlo. Pero lo que sí sé…es que si las tornas estuvieran cambiadas, la expectativa de no tenerte en mi vida voluntariamente sería mucho más dolorosa que haberte perdido…después de haber compartido mi vida contigo hasta el último momento posible.
Silvia se quedó muy quieta entre los brazos de Pepa, y por un momento, esta creyó haberse equivocado con sus palabras. Pero entonces notó como los brazos de Silvia la apretaban con fuerza contra ella, y se atrevió a seguir. -Y dices que no sabes si serás capaz de hacerlo, pero yo sé que puedes. Puedes porque no estás sola, princesa, y quieras o no, estamos juntas en esto.
Silvia dejó que las palabras de Pepa penetraran su mente, y quiso creerlas. Dejó que la voz de su mujer en su oído obrara su magia y permitió que un rayo de esperanza iluminara su alma atormentada por el sufrimiento de las últimas semanas, y dejó que el abrazo de Pepa reparara las fisuras que los temores habían provocado. Las lágrimas habían vuelto a aparecer, pero ya no le importaba.
-Bueno -continuó Pepa-, lo sé por eso, y porque no conozco a nadie más cabezona que tú -dijo Pepa entre risas-. Así que, pelirroja, sólo es cuestión de que te lo propongas.
Silvia no pudo evitar reírse con ella, y se separó un poco para poder mirarla a los ojos. Así permaneció unos segundos, contemplando el rostro de Pepa, dibujándolo con sus dedos hasta que por fin se atrevió a hablar. -Gracias por volver a mi lado.
-Siempre, princesa -y Pepa la besó. Tratando de mostrarle, igual que Silvia había hecho antes, la verdad de sus palabras con su beso.
_________________________________________________________________
Eso es todo por el momento, espero que ahora que he dejado el capítulo algo más a mi gusto el bloqueo que tengo con la historia desaparezca. La versión anterior de este capítulo me tenía ahí atascada, y no me ha dejado en paz hasta que la he revisado.
Espero tener un capítulo nuevo durante esta semana. *cruza los dedos*
Gracias por leer, si es que alguien sigue la historia por aquí y no por el pepsiforo, que no estoy muy segura de ello. :-D
Capítulo 16