RETORNO A KENT part II

Feb 24, 2012 20:09




Unos minutos después, cuando fui a su encuentro, sí que me extraño la positiva impresión que me causó su aspecto. Por lo que me pareció, el señor  McConnagal   rondaba los cuarenta años, era alto, de complexión atlética, la cara hermosa con los pómulos altos y la nariz perfilada, los ojos de un gris metálico que me parecieron imperturbables  y no sé por qué, me pareció que había vivido peligrosamente, la boca sensual e irónica, el cabello rubio rojizo  y laso con corte de pelo corto .Vestía una elegante chaqueta sport   de cuero negro sobre unos pantalones de franela del mismo color gris que su jersey con el cuello alto y, para completar su vestimenta   unos confortables zapatos de buena calidad pero que no eran nuevos.

Con paso firme atravesó el salón y me dio la mano mirándome francamente en los ojos. Su figura esbelta excitaba mi interés  así como  mi simpatía.  El magnetismo de su mirada acabó por seducirme por completo.

- Buenas tardes señor McConnagal, siéntese por favor, me acompañará usted con el té. ¡Fergus!  Té por favor.

- Señor McConnagal siéntese por favor…volví a repetir

- Owen llámeme,,, Owen por favor.

- Gracias, señor Owen, para entrar en el meollo del asunto, como lo dije por teléfono a vuestra secretaria, he decidido aportar  ciertas modalidades a mi testamento.  Desde hace unos años vivo solo, y sin que esto sea la principal causa, sin  posibilidad de un heredero  directo.

El señor Owen McConnagal sonrió alargando sus piernas y se limitó a mirar la punta de sus zapatos, pero cuando alzó la mirada lo primero que hizo fue mirar más allá de mí, por encima de mi hombro en dirección al jardín azotado por el inagotable aguacero. Su contestación  fue no menos que desconcertante, como si no hubiese tenido en cuenta mi sugerencia. .

- Es una maravilla esta casa señor Rutherford, de las pocas que quedan del siglo dieciséis y tan perfectamente preservada, por lo que se puede observar desde afuera , en cuanto al interior no desmiente en nada mi primeara impresión. ¿No piensa usted deshacerse de ella verdad?.

- No, claro que no… ¿Desea usted visitarla, ¡que pregunta ¡ pues claro que si ? Después del té y las modificaciones que deseo aportar al testamento, si le parece, y… si deja de llover,  le enseñaré el jardín entabicado, que  se puede percibir por esa ventana, es de estilo Tudor, una verdadera preciosidad, fecha de la época del rey George  III, y está considerado como único por esta parte de Kent, ni Sissinghurst puede presumir de  tal monumento de jardinería histórica. Sin hablar de las dependencias que datan de la misma época, con ciertas reformas recientes por supuesto necesarias para acoger la cochera. Se me olvidaba, lo más importante, las caballerizas, que pueden alojar hasta diez caballos, fueron erigidas en la misma época que la casa.

Dejó de llover y hasta  se asomó un pálido sol durante  el tiempo que estuvimos visitando las afueras. El tiempo  me pareció tan corto en su compañía, que cuando me fijé en la hora, me sentí verdaderamente incomodo de mi desenvoltura.

- Señor Owen, lo siento muchísimo,  me he mostrado horrorosamente egoísta,  hasta  el punto de olvidar  que para usted  es hora  de regresar a casa, fíjese ya se está  oscureciendo el cielo.

- Por favor no se preocupe, lo he pasado de manera muy agradable en vuestra compañía y añadiré para su tranquilidad, que en casa no me espera nadie.

Algo tranquilizado por la amabilidad del señor Owen, volvimos al salón iluminado suavemente  por una lámpara sobre un velador de marquetería que lindaba  al reloj de pie.

Sumido en un apacible silencio, permanecimos   unos instantes delante de la caldeada chimenea,  sorprendentemente animados por  la misma complicidad cual  si fuésemos viejos amigos. Por decir algo, lo invité a compartir la cena.

- Se lo agradezco, pero no deseo molestarle.

- No hablemos  de molestias, para mí, convengo que será más bien un placer algo egoísta tener a alguien con quien poder charlar.

- Entonces será un placer compartido.

Owen sonrió con expresión triste. Me cogió una mano y la conservó un instante en la suya, para apretarla conforme su rostro cambiaba de expresión.

- Perdone mi familiaridad, - y soltó mi mano con cierta brusquedad- durante un corto instante me ha recordado usted a alguien que desde hace veinte años ando buscando.

- Por lo que se puede decir de  usted señor Owen, es que es usted un señor muy perseverante…pero si me puede permitir un consejo, no pierda usted la esperanza de coincidir un día con él.

- No lo podía decir usted mejor. Después de que durante años le buscase en vano; la ironía de la vida ha hecho que fuese él,  quién sin duda, diese  conmigo, y ahora  que lo he encontrado,  mi drama es que no me atrevo a recordarle el pasado.

- Os comprendo perfectamente señor Owen, a veces puede resultar muy ingrato enfrentarse con lo acontecido.

Entre tanto la puerta del salón se abrió, dando paso a Fergus que empujaba una mesita de servicio, en dirección al pequeño comedor que justaba el salón tras la pared de chimenea, con la cena.

- Gracias Fergus, no te preocupes, haré yo mismo el servicio.

Nos acomodamos entorno a la  mesa de caoba  y cenamos con buen apetito. Después de saborear un excelente café, volvimos a sentarnos al salón.

- ¿Quizás un whisky? Propuse.

- Sí, por favor.

Confortablemente   nos acomodamos   a poca distancia el uno del otro en el mismo sillón  de espaldas al jardín, al que la noche sin luna disimulaba  la vista, y me dispuse a pasar una agradable velada en compañía del muy apuesto señor Owen.

-¿Perdone mi indiscreción, cómo fue que os perdisteis  de vista? -Pregunté reanudando el hilo de la conversación donde lo dejamos al tiempo de cenar.

- Puede que resulte un tanto largo relatar lo sucedido.

- Por mi parte, tengo toda la noche por delante, desde hace algún tiempo soy de poco dormir, - dije a modo de darle animo.

Owen bebió un largo sorbo  de whisky  y cerró los ojos, inmerso en  los tortuosos meandros de la mente. Con una triste sonrisa, inició su relato.

-Mi vida no fue lo que se puede decir  fácil ni sin obstáculos. Desde niño, tuve que enfrentarme a ella. Como todos los que desgraciadamente nacen en los bajos fondos de Londres, en ese lejío en donde ni la propia madre sabe quién es el padre de su crío. Nací en la calle, y la calle fue mi primera escuela en cuando a mis profesores…notarios  proxenetas, confirmados  prostitutos y receptadores sin escrúpulos, sin omitir  algún que otro  policía corrupto.

Con dieciséis años, sabía poco de leer y no hablemos de escribir. A cambio  de mi insuficiente cultura escolar, alardeaba poseer el más extenso curriculum de fechorías, digno de los más adiestrados  adultos que nos empleaban. Fue por esa época que cometí una mala pasada, una  más, la última.

Lo que empezó por una animada discusión, por culpa de un incumplido  soborno por mi parte, se desencadenó alborotando todo un pub en una inevitable  reyerta.

Acorralado por unos cuantos cómplices de mi adversario, hizo que tuviese  que defenderme con la sola arma que conocía… con un puñal, herí mortalmente al desgraciado que me provocó. Otro pobre miserable como lo era  yo mismo, pero que tuvo menos suerte que la que fue la mía... a pesar de todo.

Fui condenado a seis años de presidio, si bien los jurados estimaron que actué en   legítima defensa.

De modo que  del fango de la calle, caí  en el cieno de la cárcel, en donde decidí que, como tantos otros antes que yo, mi vida debía cambiar para  por fin salir del lodo que me vio nacer.

En mi desgracia, después de todo tuve suerte. En la cárcel conocí a un individuo que fue condenado bajo la acusación de espía a sueldo de la embajada rusa, en realidad, era profesor de física, un poco chiflado, que se tomaba muy a pecho las novelas de John le Carré.

Fue él quien, desplegando tesoros de paciencia, me enseñó a leer, a escribir, también  matemáticas, algo de literatura y música. En tan solo seis años, se puede decir que aprendí lo suficiente para obtener una beca y proseguir mis estudios cuando me reintegré al mundo libre.

No fue siempre evidente, pero me empeñé con la tenacidad de un niño y años después obtuve mi diploma de “solicitor”.

A este estado de su relato, Owen se detuvo, permaneció unos segundo en silencio, como si pusiese en orden sus recuerdos, bebió de un trago el contenido de su vaso, y antes de reanudar  su narración, se levantó y se sirvió otro.

- Debo reconocer que se me hacia un nudo en la garganta, cuando mis más allegados compañeros empezaron a pronosticar la fecha de mi próxima excarcelación.

Si sentía impaciencia, también desconfiaba enfrentarme con mi mismo; temiendo como si se tratase de una segunda condena, mi confrontación con la tan deseada libertad.

Y fue por entonces;  precedido de unos cuantos días por su reputación de aristocrático; que llegó aquel  joven preso.

Entre los matones, se comentaba de él que, era un joven, que tuvo el valor en determinada ocasión de comportarse como debía hacerlo un hombre.

Así pues cual, no fue mi sorpresa, cuando nos cruzamos por   el abovedado pasillo. Yo regresaba de la biblioteca con unos libros puestos a mi disposición, cuando él flanqueado por dos guardias caminaba indiferente al mundo que lo rodeaba  en dirección al ascensor. No sé como supe que era él,  quizás más influenciado por  mi destino que por mi intuición o por  el dolor que experimenté en el hueco del estomago que nunca olvidaré.

Impresionado por su belleza, contravine el reglamento y me detuve unos instantes   para admirarlo. Él, ni siquiera pareció advertir mi presencia. Era alto, de pelo negro, ojos que bajo la sucia luz del pasillo me parecieron claros, como también lo era  la piel de su rostro, tan blanca, que pensé que jamás la hubiese rozado la luz del  sol.

De habérmelo preguntado en ese preciso momento, no creo que hubiese podido dar un  sentido a mi  inexplicable emoción, sino que por primera vez en mi vida, acababa de enamorarme  de un hombre.

Enfrentado a tan inverosímil revelación, experimenté el mismo  dolor que si me hubiesen dado  un puñetazo en la boca del estomago. Si aquel sentimiento fue  súbito, también fue violento, y a la vez  poderoso…, con pesar lo seguí con la mirada hasta que le vi desaparecer cuando  las puertas del ascensor se cerraron,  frustrándome  de su presencia.

Unos días después se   rumoreaba  que al socaire de los guardas, un notario mafioso lo prostituía.

La noticia me causó comprensibles y beligerantes deseos de  vengarme del mafioso. Aquél muchacho, desde que lo vi por el pasillo, lo desee mío, y nadie tenía el derecho de profanarlo.

De saber que le perjudicaban, me puso tan angustiado que hasta vomité. El espía, pues así  llamábamos todos al fisico,  trató con certeza de calmarme y como siempre, fue de buen consejo.

- Si tanto lo deseas, lo mejor sería que te apuntes tú también.

¿Con que dinero?

- Eres joven y muy apuesto.

La verdad es que era tan evidente, que me sorprendió no haberlo pensado yo mismo. Así que no tuve más remedio que vender mi sexo y con el mismo dinero que sacaba de ese vil ejercicio, pagaba  el derecho de compartir su inmediata intimidad.  Llegó la tan ansiada  noche. La primera noche  de mi turno. Turno!!! ¿Habrá más aborrecible palabra para calificar mi visita?.

Si bien cuando me encarcelaron a los dieciséis años, no carecía  precisamente de lo que podemos llamar experiencia sexual. Sentirme tan cerca de realizar mis deseos de él, me desarticulaba. Sin saber a qué atenerme,  entré esperanzado en su celda, aunque a  bien decir  experimentaba los mismos   temores que alteran el corazón colmado de  alegría e ilusión del joven  esposo en  su noche nupcial.

Pero cuando se cerró la puerta de su celda a mi espalda, más que  de verdadero ardor sexual, exultaba  de alegría de sentirme cerca de él.

Esperé que  mis ojos se acostumbraran a la penumbra que nos cernía. Pues  todas las noches cortaban la luz en las celdas; por mucho que los ojos se esforzaran,  lo único que  percibí de él fue el contorno de una silueta sentada sobre su lecho, la espalda apoyada contra la pared.

Sin lograr discernir su rostro, me senté junto a él  y en ese preciso momento, a pesar de que el deseo  me corroía los sentidos, me pareció obsceno sentir mi sexo duro entre mis piernas. Lo puedo jurar, que más fuerte que el deseo de hacerlo mío, era mi amor por él. Nadie se puede imaginar, al menos de haberlo vivido de algún modo, lo que los presos pueden padecer por la vital necesidad de afecto, esa carencia les aflige más que el deseo de sexo.

Y él, mientras tanto, permanecía sumido en un mutismo hecho de desdeñosa indiferencia..

Sin embargo, advertido por   el aritmético soplo de su respiración, comprendí que mi presencia le causaba inseguridad, hasta tanto, que su estado transmitía todos los síntomas del animal acorralado sin la menor posibilidad de librarse de su predador.

- No temas de mí, me gustaría que me vieses como un amigo, tu amigo-Musité con entonación que quise afable para darle ánimo, cuando el mío, súbitamente desenfrenado, por el roce de mi hombro con el suyo.

Sorprendido  por mis palabras, se tornó lentamente  hacia mí.

Sé que cuando levantó la cabeza me miró, buscando desesperadamente mis ojos en la obscuridad que nos cernía.  Pero no sé por qué, en su mirada adiviné sin verla, un aire estupefacto matizado de desprecio.

- Haz por lo que has pagado y vete pronto. - siseó con tono frío.

Cual el corte de un cuchillazo, me hirieron sus palabras.  Sentí vergüenza de ser considerado por él como uno de esos que, sin el menor escrúpulo pactaban con sus proxenetas. Decepcionado y lleno de tristeza adiviné que se desnudaba  en la penumbra, cuanto me hubiese complacido hacerle comprender que tal no era mi propósito, que mis sentimientos para  él eran diferentes. Me dolía ser   injustamente comparado a todos cuantos me antecedieron, y de repente, sentí brotar en mí la osadía de la calle.  Más furioso que humillado, me abalancé sobre él, bien decidido a profanarlo, pero al caer sobre su cuerpo desnudo, su piel me pareció tener la dulzura de la inocencia y el perfume de un fruto prohibido, lo sentí tan frágil, tan desamparado, tan desprovisto de defensa, que no pude reprimir un desbordamiento de compasión que me hizo romper a llorar. Lloré silenciosamente apretándolo desesperadamente entre mis brazos como si fuese el cuerpo de un ser querido sin vida.

- ¿Como te llamas? Sorprendido, durante un corto instante, pensé que había soñado, pero el elegante tono de su voz tuvo el poder de devolverme a la realidad cuando reiteró su pregunta.…

- ¿Como te llamas?

- Owen.

Una vez más detuvo su narración, hizo ademán de beber, pero contuvo su gesto sin tocar el vaso. Meneó la cabeza con un gesto ausente y reanudó con voz apagada.

- Una semana después, azotado por un viento frío y por la lluvia invernal que me calaba hasta lo más hondo del alma, esperaba prisionero de mi nueva libertad, al lado del poste rojo que indicaba la parada de autobús. Sin ánimos, miré mi pequeña maleta de cartón empapado por aquel aguacero y subí en el bus rojo; mi ropa despidiendo agua como las gárgolas de la catedral del Abey de Westminster hall, y por primera vez, después de   tantos años, tuve un gesto que me extrañó por lo que tenía de inusitado para mí.  Del bolsillo de mi pantalón, saqué tres chelines y pagué mi ticket.  Monté en la segunda planta del bus y me quedé de  pie mirando entristecido como me alejaba del presidio, como me alejaba de ti, Sebastián.

-¡Sebastián! Mírame por favor ¿no me recuerdas? ¿No te acuerdas de mí?  Inquirió   Owen con fervor.

Por supuesto  que desde el principio de su relato  se impuso a mí el recuerdo de aquel muchacho que me amó con ternura y  con la misma  sinceridad  que declaman los poetas.
¿Pero cómo nombrar ese caos que me invadió escuchándolo relatar, esa parte de mi vida que quise borrar para siempre. Como decirle que, para mí era un perfecto desconocido, si bien mis dedos más que mis ojos podían hablar de él….? 
¿Cómo decirle?, cuando sentado junto a mí, y compartiendo abrumado el mismo desconcierto, la misma emoción,  que  me procuraba  la espantosa incapacidad de que  mis manos no dejaran de temblar,  mis mejillas de arder, y mi voz que paralizada, no lograba  emitir la única palabra que hubo él esperado de mí.Cuando lo miré, asaltado por demasiadas emociones, e incapaz de pronunciar una sola palabra, intenté acercarme a él, pero tampoco  pude. Inerte,  permanecí  ensimismado como si estuviese gélido en otro mundo. Me sentía tan extrañamente sofocado por angustias   tan intensas, que casi me asfixiaba.Tan perturbado estaba, que fui incapaz   de detenerlo cuando se levantó y desapareció por la puerta del salón en dirección a la puerta de salida. Desesperado por la imposibilidad que me paralizaba y que me impedía  reaccionar, luché como un forcejado y por fin, logré gritar.

¡Owen!   Entonces liberado del peso que paralizaba mis miembros, me eché a correr tras él.

- Owen  No te vayas, espera -Marcó una corta  pausa que me pareció durar una eternidad. Pero cuando abrió sus brazos, me dejé caer contra su pecho.

- Owen sería maravilloso… Quédate esta noche por favor,  tenemos tanto tiempo que recobrar.

Le dije tomándole las manos en las mías. Entonces fue cuando  percibí su alianza.

- Uff!, perdóname, ni un solo instante me lo había planteado, - ruborizado a modo de excusa reiteré sus palabras- como me dijiste que nadie te esperaba en casa…estoy desolado, desde luego  no hago nada más que cometer torpezas. No sabía que te habías  casado.

-¡Sebastián! No te preocupes, eso carece de importancia…. Sí,  estoy casado   y además soy padre de dos hijos  y un tercero por llegar. Mi mujer y  mis chicos se han tomado  unos días de vacaciones.

- Me alegro, me alegro mucho, le has dado un sentido feliz a tu vida.

- He tenido suerte.

-¿Volveremos a vernos Owen? - acrecenté con las manos apretadas nerviosamente contra mi pecho.

- Será diferente, pero  te lo prometo.

- Entonces Owen, te deseo todo lo mejor.

Con un viril apretón de mano y un, improbable hasta pronto, se marchó.

***

No es de extrañar que tras la despedida de Owen me sintiese  nuevamente  desamparado.   El único sentimiento que   experimentaba era una profunda impresión  de lasitud que licuaba   mi mente. Una vez más, por  segunda vez en el mismo día, el destino se reía de mí. A nadie le deseo que  experimente  ese frío que emana  de lo más profundo de nuestro fuero, un frío letal, anunciador de la sola compañía  que me merezco.  La soledad.

Sentado sobre la cama, abrí el cajón superior de la pequeña cómoda que hacía de mesita de noche;  sabía que no  conseguiría  conciliar el sueño. Que fácil me pareció  en ese instante, cuando  destapé  el tubito de aluminio  colmado de píldoras  rosas,   poner  término a tan irrisoria  vida, pero algo inmensamente poderoso me distrajo de esa  decisión.

****

* Mil libras por entonces corresponderían hoy en día a ± 16 000€ 
**Teardrop of  the Weald le Lagrima del Weald ( el nombre ancestral por el que se llamaba el Kent) esta perla no existe, su nombre lo he inventado, recordando la famosa perla española La Peregrina.

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