|HP Sirius/Remus| Polaroids

Nov 06, 2008 19:55



Sé que hay cosas del crack. Soy muy miserable, pero salen sin querer. Es que el crack es canon. Porque, en fin. Si se puede elegir entre un Remus que se casa con Tonks, tiene un hijo y luego intenta huir, o un Remus de pecas y larga bufanda que se muere por Sirius, pues qué quieres que te diga. De todos modos intento que sea sólo una influencia.

Fandom: Harry Potter
Pareja: Sirius/Remus UST
Summary:  -Envié lechuzas a todos los compañeros de tus padres, pidiéndoles fotos… Sabía que tú no tenías… ¿Te gusta?
Harry no podía hablar, pero Hagrid entendió.

Para  xizu porque siempre me está pidiendo que escriba ALGO, lo que sea =)

I
Harry está tumbado boca arriba en su habitación del número 4 de Privet Drive. Es pasada la medianoche, y la luz azulada que proviene de la calle formaba un rectángulo en el techo, que Harry ve borroso porque ha dejado sus gafas encima de la mesilla. De vez en cuando siente una brisa cálida que se cuela por la ventana y Hedwig ulula suavemente en el alféizar, escrutando la noche con sus luminosos ojos ambarinos.

Es una noche de tantas en las que Harry no puede dormir por el calor, por el aburrimiento o por la nostalgia. Echa de menos a Ron y a Hermione, Hogwarts y, sobre todo, echa de menos a Sirius. Le parece que hace siglos desde la última vez que le vio, alejándose hacia la luna llena montado en Buckbeak.

Desde que volvió a Privet Drive, Harry escucha muchas veces en su cabeza la voz de Sirius, pensé que podrías venir a vivir conmigo, ¿qué te parece? y siente una amargura en el fondo de la garganta al imaginar todo lo que podría estar haciendo en lugar de aguantar a los Dursley. Se siente un poco idiota, pero colocó la autorización de visita a Hogsmeade en la mesita de noche el primer día de verano y no la ha movido de allí. Puede ver el pergamino rojizo bajo la luz de los números digitales del despertador.

Se endereza y se apoya contra la pared, porque es inútil intentar dormirse. Hedwig abre las alas y se lanza hacia abajo en busca de algún ratón que corretea por el jardín.

Harry recorre la habitación con la mirada. El baúl está abierto a los pies de su cama y tiene ropa y libros de hechizos desperdigados por todas partes. En un rincón, El Monstruoso libro de los Monstruos vibra un poco, atado con el cinturón. Harry divaga un rato pensando en Hagrid y en lo feliz que le había hecho que Buckbeak consiguiera escapar. Resopla y se le agita el flequillo, y entonces se le ocurre una idea.

Gatea por el colchón, que cruje un poco, hasta su baúl abierto. Rebusca en él con cuidado de no hacer ruido y por fin encuentra un libro encuadernado en piel. Vuelve a la cabecera de la cama, se pone las gafas y lo abre.

Está lleno de fotos mágicas en blanco y negro. Harry esboza una sonrisa mientras pasa páginas, sin buscar nada en particular. Se detiene.

Normalmente procura no mirar con mucho detenimiento ese álbum porque corre el riesgo de ponerse melancólico. En Hogwarts no tiene tiempo de hacerlo, y en Privet Drive normalmente su humor está lo suficientemente decaído como para no tener ganas de rebuscar en el pasado de sus padres.

Pero debería haber supuesto que, ahora que sabe mucho más de ellos, algunas fotos podrían cobrar otro significado.

Lupin está junto a su madre en primer plano. Le reconoce a pesar de no tener arrugas y llevar una gruesa bufanda manchada de nieve que le cubre la mitad de la cara. Lily está abrazándole, mirando a cámara, con los ojos brillantes y las mejillas encendidas.

Harry alza el álbum para verla mejor a la luz y la foto se despega y cae en su regazo. Harry la recoge y lee lo que alguien ha escrito al dorso.

Cromo revelate.

Vuelve a mirar la cara de los dos protagonistas, que parpadean sonrientes. En ese momento dos chicos, uno de ellos con gafas y el pelo revuelto, aparecen detrás de ellos y les estampan grandes bolas de nieve en la cabeza. Harry mira su varita con aprensión. Lo que hay escrito parece un hechizo, pero no le está permitido usar magia fuera del colegio.

-Cromo revelate -susurra esperanzado al álbum, y espera.

La foto que tiene en la mano parece iluminarse y se tiñe de vivos colores. El rojo furioso del pelo de Lily resplandece bajo la nieve, a juego con sus mejillas. Lupin tiene la nariz muy roja también. En ese momento Lily se vuelve hacia Sirius y le dice algo, colocándose bien el sombrero de lana y agachándose para recoger nieve y vengarse.

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Era el primer día de las vacaciones de Navidad y Sirius y James bajaban las escaleras corriendo y empujándose el uno al otro, con Peter pisándoles los talones. Remus estaba ya en la Sala Común, enrollándose la gruesa bufanda de Gryffindor en el cuello, y Lily, sentada en una butaca junto a la ventana, alzó las cejas al verles llegar.

-¡Nieve, Lunático! -exclamó Sirius.

-Gracias por avisarme, Sirius, casi no me doy cuenta.

-¡Nieve! -le exigió-. ¿Por qué no estamos ya ahí abajo?

James le había tomado la delantera y se dirigía al agujero del retrato. Remus les siguió pero Lily le retuvo del brazo.

-Regalo de Navidad por adelantado -dijo, y sacó un paquete cuadrado del interior de su túnica-. Pensé en ti cuando la vi.

Remus cogió el paquete con cuidado.

-No tenías que…

-Sí, ya. Ábrelo.

Remus lo llevó a la mesa más cercana y lo desenvolvió con cuidado de no romper el papel azul. Abrió la caja de cartón y, algo se desplegó con un ruido mecánico.

Clic.

Sonriendo ampliamente y guiñando un poco los ojos por el flash de luz, sostuvo la cámara en la mano.

-¿Te gusta?

Remus no sabía qué decir, así que le besó en la mejilla y musitó:

-Muchísimas gracias.

Lily le devolvió la sonrisa y se puso un gorro de lana.

-Será mejor que bajemos ya.

Los jardines estaban cubiertos de un blanco resplandeciente, y por todas partes volaban bolas de nieve hechizadas. El lago helado brillaba y los altos árboles del Bosque Prohibido estaban cubiertos de escarcha. Sirius, James y Peter estaban en plena campaña militar, atrincherados tras los arbustos, rodando por el suelo. Cuando Remus y Lily se acercaron recibieron una lluvia de bolas de nieve.

-¡Tregua! ¡Tregua! -James se acercó a ellos cubriéndose la cabeza-. ¿Qué es eso?

-Lily -dijo Remus a través de la bufanda. Sirius y Peter se acercaron.

-Qué injusta eres, Evans. James también quiere un regalito tuyo por adelantado.

-Sirius, callado estás más guapetón -James le frotó una bola de nieve que no había lanzado por la cara.

-Sabes que eso no es posible -tosió él.

-¿El qué? ¿Que estés callado? Ya, ya lo sé.

-Peter, ¿nos puedes hacer una foto? -pidió Lily-. Junto al lago no estaría mal.

Tras explicarle cómo funcionaba, Lily le agarró del brazo y sonrió a cámara. Peter miró unos segundos a través del objetivo, encontró el botón y lo pulsó.

Clic.

James y Sirius gritaron mientras les hundían las enormes bolas de nieve en la cabeza. Remus sacudió la cabeza, y a Lily le entró la risa.

-Ten cuidado de pasar tanto tiempo con estos dos -dijo, quitándose nieve de los ojos con el dorso de la mano y agachándose-. Dicen que la idiotez es contagiosa.

-También dicen que todas las pelirrojas son unas brujas, Remus -dijo Sirius seriamente-. Primero te agasajan con regalitos y luego te echan al caldero.

Lily aprovechó lanzarle una tanda de nieve en venganza. Sirius gritó -¡Joder, se me ha metido por debajo del jersey!- y Remus recuperó su cámara riendo. Estaba caliente. El flash se escondió de nuevo con un chasquido.
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Cuando Remus vuelve a su pequeño piso de Londres después de uno de sus largos viajes y se encuentra con la letra de Hagrid entre el montón de sobres de pergamino que le están esperando, se siente desconcertado. Hace muchos años que no recibe noticias de Hogwarts (si no se tienen en cuenta las regulares cartas del profesor Dumbledore ofreciéndole un puesto de profesor) y mucho menos de Hagrid. Frunciendo el entrecejo, deja los demás sobres a un lado y rasga ése.

Hagrid le pide por favor algunas fotos de James y Lily. Harry está en el colegio, Remus, y no sabes lo mucho que se parece a James. Me gustaría hacerle un regalo porque por mi culpa se ha metido en líos. Dumbledore te lo podrá explicar mejor que yo. He pensado que un álbum de fotos de sus padres sería algo muy bonito. Si tienes fotos y pudieses mandarlas antes de mañana  sería estupendo.

Espero verte pronto por Hogwarts.

Remus duda que fuese a volver algún día. Se mantiene unos minutos mirando la caligrafía de Hagrid. Claro que tiene fotos. Tiene montones de fotos. Tiene la cámara con la que se habían hecho.

Con pasos pesados se dirige a su habitación y abre el armario. En el fondo hay una caja vieja de ranas de chocolate que le cuesta abrir. Hay un par de cromos en el fondo (cuando Peter le dio la caja dijo que no los quería porque ya tenía tres veces a Morgana) y un dibujo que James había hecho de Remus en una clase de Historia de la Magia (se sabía que era Remus porque lo ponía escrito debajo. Está animado con magia de forma que pasaba las páginas de un libro de vez en cuando. Al lado dice Mucho estudiar y no jugar, Remus, eres un coñazo. Ven a Hogsmeade esta noche). Aparte de eso, está llena de fotos.

Remus la lleva a la mesa del comedor y escoge con cuidado, sin esperarse las punzadas de dolor que aún le atacan de vez en cuando.

La primera que encuentra es de él visto desde abajo, muy cerca. Tiene la boca medio abierta y a punto de sonreír, la piel muy blanca y un ojo entrecerrado. En una esquina se ve el papel de regalo azul que no había acabado de quitar.

Se detiene en una en la que aparecen Sirius y él tumbados en la cama. La había hecho Remus y sólo se ven sus cabezas desde arriba. No había salido encuadrada porque Sirius le había chupado la mejilla, de abajo a arriba, en el momento de apretar el botón. Se ve la mirada de maldad de Sirius y un trozo de su nariz, y a Remus cerrando los ojos, riéndose, pillado por sorpresa.

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Peter arrastraba el baúl escaleras abajo. James se ofreció a ayudarle y lo hizo levitar junto al suyo. La Sala Común hervía de actividad, y había varios baúles flotando como los suyos, golpeando alguna cabeza de vez en cuando. Los prefectos intentaban poner orden entre las conversaciones agitadas y la emoción casi respirable.

Sirius estaba despatarrado en una butaca, destacando entre la masa de túnicas negras con sus vaqueros muggles rotos. Observaba el lío con regocijo.

-Ve a ayudar, Lunático -dijo, inclinando la cabeza hacia atrás para mirar a Remus, que estaba de pie apoyado en el respaldo de su butaca-. Eres un prefecto. Tienes que hacer méritos para tener a McGonagall contenta.

-Llevo dos años aguantando vuestras bromas sobre prefectos. Lo siento pero soy inmune.

-Ja -contestó él-. Ahí viene Jamsie. ¡Potter!

-Capullo -le respondió él-. Podríais arrimar el hombro, vosotros dos.

-Eso le decía al perfecto. Yo no puedo, Cornamenta, lo siento. Estoy demasiado ocupado pensando en que he tomado la mejor decisión de mi vida y no voy a volver a casa estas navidades.

Se abrazó a sí mismo.

Al poco rato llegó Lily con la capa de viaje puesta y consiguieron salir al pasillo. La condujeron por un par de pasadizos y llegaron a la escalinata de mármol del Vestíbulo.

-A veces me pregunto cómo podéis saber tantos atajos -dijo ella, intentando quitarse el flequillo de los ojos con las manos llenas de bolsas y mochilas. Remus se lo apartó y Sirius alzó una ceja-. Gracias. Creo que conocéis más de Hogwarts que el propio Filch.

-Años y años de buscar sitios privados, Evans -respondió Sirius con las manos en los bolsillos-. Para ejercicios privados.

-Lo había pillado a la primera, Black. No es difícil saber cuando hablas de sexo porque siempre estás hablando de sexo.

-Nos vamos conociendo -repuso él, bastante satisfecho.

-No era un elogio.

-Se empiezan a ir -intervino Remus.

Lily se acercó para darle un beso.

-Pórtate bien -le susurró-. No hagas cosas malas.

Le guiñó un ojo, sonrió a Sirius y se apartó para dejar sitio a los demás. Remus la miró desconcertado, pero James se interpuso en su campo de visión.

-Tío -le puso la mano en el hombro-. Si al gilipollas este se le ocurre hacer algo en mi ausencia, estaréis rompiendo las reglas de los Merodeadores y me sentiré muy dolido.

-No te preocupes, le mantendré a raya.

-Bien. Porque si tiene alguna idea, quiero que se la guarde hasta que yo venga y la mejore, ¿vale?

-Sí. Pásalo bien.

-Lo haré -le sonrió y se subió las gafas con un dedo-. Feliz Navidad.

Peter se despidió también, y luego Sirius se puso a la cola, le abrazó y fingió llorar.

-Te voy a echar tanto de menos, Lunático.

-Qué gracioso eres -dijo James entre la marea de alumnos que bajaban los escalones-. ¡Si sigue con ese nivel de humor, no me preocuparé!

Sirius le sacó la lengua y le dijo adiós con la mano, manteniendo el brazo alrededor de los hombros de Remus. Se quedaron allí hasta que desaparecieron entre las demás figuras negras.

Sirius estiró los brazos, desperezándose. Tenía los ojos muy brillantes.

-Libertad -saboreó, abriendo los brazos y abarcando el Vestíbulo-. Un montón de días sin clases y no tendré que encerrarme con la estúpida de mi madre.

-No quiero decepcionarte -dijo Remus-. Pero esto en Navidad no suele estar muy animado.

Sirius bajó los brazos y le miró.

-Pero ahora Sirius Black anda suelto, Lunático.

-Me duele decirlo, pero quizá tuvieses razón. Me aburro.

Sirius y Remus estaban en la habitación de la Torre de Gryffindor, escuchando a los Rolling Stones. Sirius había embrujado la radio mágica que James les había dejado y ahora sonaban como si estuviesen tocando allí mismo. Después de cantar a voz en grito, Sirius se había tumbado junto a Remus y miraba los doseles de su cama.

-Sólo han pasado unas horas desde que se fue James.

Remus giró la cabeza. Sirius estaba muy cerca, con una arruga vertical entre las cejas. Volvió la vista al techo.

-Podemos ir a Hosgmeade mañana -sugirió.

Sirius se encogió de hombros. Rodó y se apoyó en los codos.

-Me parece bien. ¿Sabes que podemos hacer ahora?

-¿Qué?

-Saca tu cámara.

Él estiró el brazo para abrir el cajón de la mesilla de noche y rebuscó en él.

-¿Crees que la ha comprado en el callejón Diagon? -preguntó, examinándola con cariño-. Debe costar bastante.

-Es de mala educación preguntarse por el precio, señor Lupin.

-Bueno, yo quería decir… -Remus sonrió, sosteniendo la cámara en alto. Sirius le permitió unos segundos de embobamiento.

-Haznos una foto, Lunático.

A Sirius no le habían acostumbrado a pedir las cosas. Decía ‘vamos a volar un rato, James’ o ‘deja de hacer los deberes y préstame atención, Lupin’ y esperaba que los demás obedecieran de inmediato. Se enfurruñaba si no conseguía lo que quería en el preciso instante en el que lo quería.

Sirius aguardaba, con media sonrisa y el pelo sobre los ojos. Los Rolling atronaban la habitación.

-Será una comparación odiosa, pero supongo que no tiene nada de malo.

Remus alzó la cámara. Sacó la punta de la lengua tratando de calcular dónde colocarla para que saliesen los dos. Sirius arrimó su cabeza y se ladeó un poco.

-Va. Una…dos…

Remus sintió la lengua húmeda de Sirius por toda la mejilla.

Clic.

-Por Merlín, qué asco -se limpió la cara con el dorso de la mano, riendo-. A saber lo que sale cuando la revelemos.

Al día siguiente fueron a Hosgmeade. Hacía un viento helado y avanzaron arrebujados en sus capas para protegerse de los copos de nieve que empezaban a caer. La larga bufanda de Remus azotaba el aire.

Una pequeña campana tintineó cuando entraron en Honeydukes. Sirius se dirigió a la dependienta y Remus vagó entre estanterías repletas de bolas de helado caliente, gominolas saltarinas de todos los colores y meigas fritas.

-Sirius Black -dijo la chica de detrás del mostrador, arreglándose el pelo y sonriendo a su vez-. ¿Cuánto hace que no te pasas por aquí? Me tienes abandonada.

-No, qué va. Es que el tiempo sin mí se hace eterno. Le pasa a mucha gente -repuso él con tono algo aburrido-. ¿Tienes alguna novedad que yo deba saber?

Ella arrugó la nariz un poco disgustada. Se recuperó en seguida y apoyó los codos en el mostrador, frunciendo un poco los labios.

-Han traído globosajos rellenos de líquido chispeante de varios sabores -suspiró-. Torbellinos de fresa… nuevos chocolates.

Remus examinaba botes de cristal llenos de chicles y cajas de pasteles en forma de caldero.

-¿Qué chocolates?

-Con canela. Con café. Mhm. Avellana.

-Quiero de eso -dijo él. Remus había desaparecido tras un estante-. Dame mucho chocolate.

Remus volvió al poco rato y esperó junto a la puerta, observando el ligero flirteo de Sirius y la dependienta. Cuando salieron, a Sirius le pesaban los bolsillos. Caminaron hasta el escaparate de Zonko, donde se exhibían petardos mágicos que giraban en espiral cambiando de color.

-No sabes cómo se llama, ¿no? -dijo Remus, mirando el reflejo de Sirius en el cristal.

-¿Qué?

-La dependienta, digo.

-Ah. Qué va. Pero ha cambiado de perfume.

Sirius se metió en la tienda, dejando a Remus desconcertado.

-¿Recuerdas cómo huelen?

-¿Eh? -Sirius escogía entre un variado surtido de bomba fétidas-. Sí.

-Y no te acuerdas de sus nombres.

-Soy un perro, Lupin, no se me dan bien los nombres -agarró la caja entera y la llevó al mostrador, rebuscando en su bolsillo el dinero con la otra mano-. ¿A qué viene este interrogatorio?

Remus se encogió de hombros.

-Me parece curioso.

Las Tres Escobas estaba cálido y atestado. La enorme figura de Hagrid destacaba entre los demás; estaba bebiendo hidromiel junto a Slughorn.

-Le estoy vigilando, Black -bromeó Slughorn cuando pasaron por su lado.

-Y yo a usted, profesor.

Se sentaron en la mesa de la esquina, junto al gran árbol de Navidad. Sirius llevó dos jarras de cerveza de mantequilla chorreantes de espuma tras charlar un rato con Rosmerta al otro lado de la barra.

-¿Siempre te es tan fácil? -preguntó, desenrollándose la bufanda.

-Haces preguntas raras hoy, Remus. Si vas a estar así de idiotita todas las vacaciones te mandaré a dormir al sofá.

-Tienes razón, es una idiotez.

Sirius miró cómo bebía. Las comisuras de los labios se le mancharon de espuma.

-¿No deberías estar acostumbrado a verme con chicas?

Remus se limpió con la punta de la lengua.

-Y lo estoy. Pero nunca te había preguntado.

-Sobre qué.

Remus hizo una pausa. Se rascó la cabeza y dejó la jarra en la mesa.

-Tienes razón, estoy raro.

-El verbo correcto es ser, Remus. Pero, ¿ves? yo estoy acostumbrado a que seas raro. ¿Es que…-Sirius se inclinó hacia delante con una sonrisita-. …quieres aprender algo del maestro?

Él resopló y alzó una ceja.

-No, pero muy amable por tu parte.

-¿No quieres preguntarme nada? Puedo asesorarte, es gratis.

-Tú no haces nada gratis.

-Eh -Sirius volvió a enderezarse, ofendido-. Ahora que lo dices, una buena charla sobre mujeres no te vendría mal.

Remus no contestó. Se limitó a perder interés y observar a Hagrid, que parecía bastante borracho. Sirius dio otro trago sin dejar de mirarle. Tenía el pelo castaño alborotado por el viento y salpicado de nieve. A decir verdad, Remus nunca les había hablado de ninguna chica. Puede que incluso no hubiese estado con ninguna. De todos modos, no es que Remus les contase muchas cosas.

-Es Evans, ¿no?

-¿Qué?

Sirius dejó la jarra sin quitarle los ojos de encima.

-¿Te gusta Evans?

-Venga -respondió él. Como Sirius seguía sin parpadear, aclaró-. No.

-Siempre estáis juntos. Pero no has intentado nada porque eres un marica y además sabes que a James le gusta.

Remus sonrió enigmáticamente.

-No me gusta Lily. Bueno, es mi amiga. Pero no me gusta de ese modo.

-Siempre os estáis dando besos y abrazando. Se nota un poco.

Remus suspiró y se aflojó la corbata. El aire caliente de Las Tres Escobas le había enrojecido las mejillas.

-Piensa lo que quieras. ¿Qué te parece otra cerveza?

Sirius torció un poco la expresión pero aceptó. Se levantó antes que Remus y avisó.

-No lo he dejado. Es una tregua temporal para emborracharte y obligarte a confesar.

Remus se rió.

-Quizá acabes confesando algo tú antes que yo.

-Y tengo cosas peores que confesar -admitió él, sonriendo-. Ya me irás conociendo.

De hecho te conozco bastante bien.

Rosmerta iba y venía con jarras rebosantes que salpicaban el suelo. Sirius se había quitado la corbata. Cuando pasaban de las nueve Sirius anunció en voz un poco alta que era hora de pasar de la cerveza de mantequilla a algo con más sustancia, Remus, quiero ver si aguantas. Rosmerta se mostró un poco reticente al principio.

-¿No sois muy pequeños, vosotros dos?

Sirius se recostó sobre la silla, con el brazo en el respaldo, mirando desde detrás del flequillo.

-¿Eso te parece?

Rosmerta le miró unos momentos y luego sonrió resignada.

-Pero portaos bien y no me traigáis problemas.

-Me portaré lo mejor que pueda -prometió Sirius.

Remus bebía lo que él le traía, dedicándose a observarle y escucharle más que a otra cosa. Dejaron que el tiempo se derritiera con los hielos del fondo del vaso, hasta que Rosmerta les aconsejó volver al castillo.

El aire helado les dio una bofetada al salir. Caminaron colina arriba hasta que las luces amarillas del castillo de Hogwarts se irguieron frente a ellos. Sirius se detuvo y Remus se giró. El pelo se le revolvió y la bufanda le rozó la cara.

-Míralo, Lunático -dijo, observando el castillo con ojos brillantes. El viento le despejaba la frente y sonreía-. ¿No crees que es el mejor lugar del mundo?

Remus se puso a su lado, metió las manos en los bolsillos y miró. La silueta del castillo apenas se distinguía del cielo oscuro, pero tenía todas las ventanas iluminadas y salía humo de alguna de las torrecillas. Las estrellas titilaban detrás de él y cerca de la torre norte había una luna creciente y amarillenta. El Bosque Prohibido brillaba bajo su luz con un tono plateado.

Notó algo en el dorso de la mano. Sirius le tendía tres tabletas de chocolate sin mirarle.

-Guárdalas para después de la luna llena -gruñó, y echó a andar hacia el castillo.

Remus sonrió y le siguió.

Al día siguiente no nevó, pero los jardines permanecieron blancos y helados. Cuando Sirius salió de la ducha, Remus se recostaba contra la almohada con el libro en alto. Lo bajó un poco.

-Siempre lo dejas todo lleno de vapor -dijo, mirando el espejo empañado del cuarto de baño-. Un día vas a hervir ahí dentro.

Sirius le arrojó la toalla mojada. Luego se lo pensó mejor.

-Eh, devuélvemela. Tengo que secarme el pelo.

-No habérmela tirado -Remus la hizo un ovillo y la acomodó a su lado.

Sirius cogió carrerilla y saltó hacia él. Remus apartó el libro y se protegió con los brazos.

-¿Qué plan tenemos hoy? -preguntó él mientras se agachaba y se secaba el pelo. Remus tardó un poco en contestar. Los vaqueros de Sirius se resbalaban hacia abajo, le veía los calzoncillos y su pelo  salpicaba gotitas en todas direcciones.

-Podemos ir al lago -respondió al final, fijando la vista en la página-. Le he oído decir a Thomas que van a intentar un hechizo para que el hielo sea más resistente y poder patinar…

-¿Quién es Thomas?

-Un chico de Ravenclaw. Está en quinto.

-¿Quieres ir a patinar? -se incorporó con el entrecejo fruncido.

-Más bien la idea era ver cómo se caían los demás -reconoció-. Y quizá ayudarles un poco a ello.

-Maquiavélico, Remus Lupin. Y algo aburrido pasados cinco minutos, supongo. Yo digo quidditch, ¿tú qué dices?

-Que te diviertas.

Sirius se sentó a su lado y le volvió a golpear con la toalla.

-Tú no has montado en escoba en tu puta vida, ¿verdad?

Verdad.

El día en que los Gryffindors de primero tuvieron clase de vuelo era después de luna llena. Remus les vio desde la enfermería, formas difusas en el campo de quidditch. Si abría la ventana, podía escuchar sus gritos.

Apoyó la espalda en la pared y escuchó los lejanos vuelos por el resquicio de la ventana. Con los ojos cerrados se tomó otro trago de poción caliente y asquerosa y sonrió un poco, porque hacía unos días sus compañeros de cuarto estaban más emocionados de lo saludable ante la perspectiva de montarse en una escoba. Y parecían estar disfrutándolo. Podía oír a la señora Hooch gritarle a Black que no volase tan alto.

Remus no quiso hacer la prueba de vuelo con otra clase. Se contentó con asistir a la eufórica conversación que tuvieron Sirius y James sobre la posibilidad de tomar poción envejecedora para que les admitieran en el equipo ese mismo año.

Cuando entraron en el campo de quidditch, Sirius cerró los ojos y aspiró el aire. Remus, escondido detrás de su bufanda roja y amarilla, esperó.

-¿No los oyes? -abrió los ojos y miró orgulloso a las gradas-. ¡Son los fans gritando tu nombre!

Él le dio un codazo. El campo, visto desde el terreno de juego, era mucho más grande, mucho más desproporcionado. Los postes de gol se erguían interminables.

Sirius le pasó la escoba. Remus la sujetó sin saber muy bien qué hacia.

-Supongo que lo básico lo sabrás. O quizá no, tratándose de ti.

-Oye, no soy idiota -respondió, pasando una pierna por encima del mango-. Mi madre es bruja, he tenido algunas… experiencias.

-¿Ah sí?

-No mucho. Cuando tenía cinco años nos mudamos al barrio muggle.

-Entonces nunca has tratado con una en serio.

Le hablaba de la escoba como si le estuviese enseñando cómo comportarse con una chica. Sirius se acercó y se montó detrás de él.

-¿Qué haces?

-Enseñarte lo que es volar de verdad.

Antes de que pudiese reaccionar, había dado una patada al suelo y habían despegado con fuerza. Remus se dejó el estómago en tierra y se resbaló unos centímetros hacia atrás, pero Sirius le sujetó. Ascendieron casi verticalmente. Cerró los ojos sintiendo el viento helado entumecerle la cara, y luego enderezaron el rumbo.

-Si no miras, Lunático, te vas a perder esto.

Estaban tan pegados que sentía el calor del cuerpo de Sirius contra su espalda. Entrecerrando los ojos por el viento, Remus contempló la vista panorámica de los terrenos. El sol se estaba poniendo detrás del Bosque Prohibido, dándole a la escarcha de las copas un tono anaranjado. El lago helado relucía y el castillo se llenaba de sombras en los rincones debajo de nubes rojizas.

La bufanda restallaba en el aire detrás de él, así que Sirius apoyó la barbilla en su hombro contrario para protegerse. El aire le llenaba la ropa y contuvo un escalofrío. Sirius lo notó.

-Sólo un poco más -prometió su voz muy cerca, con un deje de entusiasmo. Giró suavemente-. Mira allí.

La nieve cubría Hogsmeade, convertido en un montón de casas de muñecas. Sirius se estremeció, sonriente, disfrutando de la sensación de ingravidez. Sin previo aviso soltó el mango de la escoba y dejó que cayeran vertiginosamente, gritando de emoción. Ante el subidón de adrenalina Remus se agarró tan fuerte que se le pusieron los nudillos blancos. Tiró de la escoba hacia sí hasta que se detuvieron, a pocos metros del suelo, y describió un último círculo para llegar a suelo firme.

Se bajó con cuidado, tambaleándose. Sirius se echó a reír al verle la cara.

-Y aunque ahora mismo no lo creas, Lupin, esto de volar es de lo más adictivo.

El fuego crepitaba apaciblemente, iluminando la Sala Común. Sirius estiró las piernas y apoyó los pies en el brazo de la butaca de Remus, cruzando las manos sobre el estómago.

-Parece increíble que seamos los únicos de Gryffindor que se quedan por Navidad, ¿verdad? -comentó Remus. Tenía las mejillas enrojecidas por el calor.

Sirius se encogió de hombros.

-Todos los demás tienen familias que les quieren -Remus le desató los cordones de las botas sólo para molestarle. Sirius le empujó con el pie.

-Pero se está tranquilo -dijo él, apartándole.

-Demasiado. No tengo nadie más con quien meterme, así que te conviertes automáticamente en mi objetivo.

Remus se rascó la nuca. Detrás de la ventana se asomaba la luna, muy crecida.

-Estoy acostumbrado.

Permanecieron un rato así, hundidos en los sillones, escuchando los crujidos de la leña en la chimenea.

-Me voy a ir de esa casa.

Remus se volvió hacia él. Sirius observaba las llamas, con una ceja alzada.

-Es evidente, ¿no? Es una cuestión de tiempo -hizo una pausa-. Esperaré a tener bastante dinero. Y luego… no pienso pisar Grimmauld Place nunca más.

Él no dijo nada.

-Si había una razón por la que regresaba -continuó Sirius lentamente, como si lo que iba a decir le costase trabajo-. era Regulus. Éramos los dos contra aquel sitio, ¿entiendes? Los dos sobreviviendo todos los veranos. El uno aguantando por el otro, en fin, toda esa mierda que hacen los hermanos.

Se quedó callado, y la voz le salió distinta cuando dijo:

-Pero ahora ya no es mi hermano.

Remus no sabía que decir. Le parecía que Sirius hablaba más para sí mismo que para él.

-Mi tío Alphard me dijo que tiene oro en Gringotts destinado a ayudar a los fugitivos de la casa de los Black. -siguió con aire ausente, quitándole importancia-. Él también es un renegado, ¿sabes? Hubo un tiempo que venía en Navidad sólo a vernos, y cuando nos mandaban a la cama se largaba sin mediar palabra. Mi madre le prohibió la entrada y las cartas que me manda a veces no me llegan.

A medida que hablaba parecía más convencido. Se enderezó en el sillón y le miró a los ojos.

-No necesito mucho. Estoy ahorrando, no pienso abusar de él. Sólo una pequeña ayuda para comprarme un piso pequeño en alguna parte y le devolveré el dinero. Pero en esa casa, Remus. Ya no me queda nada por lo que quedarme allí.

Remus asintió.

-No creía que fuesen capaz de retenerte -dijo sin pensar, porque sentía que tenía que decir algo.

-Sí -Sirius sonrió-. Sí, estaba cantado.

Se quedaron callados otra vez.

-Y podéis venir siempre que queráis -añadió-. En cuanto tenga suficiente dinero, contando con lo de tío Alphard, me lo compraré enseguida. En Londres, y haremos fiestas y lo pondremos todo perdido para que luego yo pueda echaros la bronca porque me toca limpiar a mí.

Sirius lanzó un gran suspiro.

-¿Y tú? -dijo de pronto-. ¿Por qué no has ido a casa en Navidad?

Remus miró por la ventana.

-Porque te quedabas tú -contestó vagamente-. Y sabes que no se te puede dejar solo.

Cuando se acercaba la luna llena, el aspecto de Remus cambiaba. Sirius lo veía. No sabía si alguien más se daba cuenta, porque no era algo que se apreciase a simple vista, pero conviviendo con él todos los días había detalles que antes pasaban desapercibidos y que habían acabado destacando cada vez que le miraba.

Remus se levantaba por las mañanas con el pelo revuelto y enredado, y las mejillas ásperas de barba. Los ojos estaban más claros y las pupilas más grandes. La forma en que se movía, cómo miraba. Cómo se rascaba la nuca.

Remus esos días era animal y bajaba la mirada aguantando las ganas de morder, sonriendo con la punta de la lengua detrás de los colmillos.

Salvaje. Áspero.

Los días antes de luna llena Remus hablaba poco porque intentaba aparentar normalidad. Intentaba fingir que la luna no le quemaba. Que no le azotaba. Se tragaba las ganas de aullar.

Sirius le oyó, en la cama de al lado. Todo el mundo lo hacía, pero a Remus nunca se le oía. Esa noche sí. Escuchó la fricción de la sábana debajo de su culo. Le escuchó morderse el labio para no hacer ruido. Le podía ver en la oscuridad, cerrando los ojos, sacando un poco la lengua. Brillante. Feroz.

Era ese Remus que conocía una vez al mes. Un Remus con el que peleaba a dentelladas hasta hacerse sangre. El Remus peligroso que era todo lo contrario al buen chico que conocía el resto del mundo.

Y entonces Sirius quería ir a su cama y morderle, que le mordiese, luchar el uno con el otro y follar, porque, joder, Remus en ese momento la tenía dura. Le estaba oyendo, le iba a oír correrse y sentía el impulso instintivo de tumbarse encima de él y lamerle la boca.

El Remus del que nadie sabe nada. Medio lobo. Lunático.

Sirius agarró el libro que estaba leyendo y le miró fijamente a un palmo de su nariz.

-Estás leyendo -sentenció-. De nuevo. Cuando sabes bien que tu deber es entretenerme.

-Si te aburres podrías ordenar un poco la habitación. Tus cosas tienden a expandirse, como los gases.

-No me cambies de tema.

Remus marcó la página con el dedo.

-Tengo que hacer esto para McGonagall -explicó-. Será sólo un momento.

-‘Tengo que haces esto para McGonagall’ -le imitó, malhumorado-. Si sigues haciendo cosas para McGonagall tendrás problemas conmigo, muchachito. Venga, Lunático, joder. Es Nochebuena. No podemos quedarnos aquí como unos empollones haciendo ‘cosas para McGonagall’.

-Estoy terminando. Además no hables como si llevases aquí todo el día, esta mañana hemos ido a Hogsmeade.

Sirius resopló. Se retiró a su cama y encendió la radio mágica, ligeramente molesto porque Remus, el muy bastardo, decía será sólo un momento y ese será sólo un momento significaba tengo cosas más importantes que hacer que estar contigo. No sabía qué coño hacía que aún no había terminado. Debía terminar YA. En ese mismo instante. Pero no lo hacía, así que con los pies en la almohada y la cabeza en el borde del colchón repasó los discos que le había dejado James, los de Remus, los suyos propios. Los descartados volaban por los aires hasta la cama de Peter, que ya estaba cubierta por su ropa sucia. De vez en cuando tarareaba un trozo de alguna canción que se sabía o cantaba en voz alta para incordiar a Remus, que seguía escribiendo en el pergamino sin inmutarse,  pasando las páginas de sus libros.

Entonces se incorporó con una funda en la mano y cambió el disco de la radio. Cerró la tapa y esperó.

Don't you worry 'bout what's on your mind, woman

Se puso de rodillas sobre la cama y empezó a cantar. Se detuvo antes de acabar la frase y sonrió como sonreía cuando se le ocurría colgar a Snape de una lámpara o encantar el techo del Gran Comedor para que lloviese sobre los estudiantes.

Remus no se dio cuenta porque recorría con la mirada las líneas del texto, moviendo la pluma entre los dedos, buscando algo que le sirviera. Sólo escuchó un puf y luego algo pesado cayó encima de él.

-¡Ay!

I'm off my head and my mouth's  getting dry

I'm high, but I try, try, try

El perro negro se inclinó sobre sus patas delanteras y movió la cola enérgicamente. Ladró un poco intentando seguir el ritmo de la canción y apoyó las enormes patas en el pecho de Remus.

Let’s spend the night together,

now I need you more than ever

No pudo evitar reírse. El perro enseñó los dientes y mordisqueó el libro que Remus aún tenía en las manos. Gruñó y forcejeó con él, y luego se largó de un salto con el libro entre las fauces, moviendo la cola de nuevo y paseándose muy orgulloso por el dormitorio.

Don't hang me up and don't let me down
We could have fun just groovin' around

-Bueno, de acuerdo -dijo Remus, sintiendo un cosquilleo a la altura del ombligo-. Tú ganas.

Él ladró otra vez, contento.

-Pero sólo esta batalla -advirtió, agachándose para ponerse las zapatillas y, en fin, seguirle donde quisiese llevarle esa noche.

-Podríamos conseguir algo de whisky de fuego -sugirió en voz baja mientras bajaban las escaleras de caracol. Sirius se volvió con una ceja alzada-. Ya que me sacas del castillo…

-Beber toda la noche en la Casa de los Gritos, ¿eh, Lunático? -Sirius le miró como si le viese por primera vez-. Y luego dicen que tú eres el bueno.

-Qué engañados están -contestó vagamente, abrochándose el abrigo y bajando los escalones delante de él.

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En la caja hay una foto de la Casa de los Gritos. La hizo James en una de esas escapadas que hacían de vez en cuando para beber y tener conversaciones. Sobre sexo, normalmente. Se ve a Sirius y a Remus sentados en el suelo, apoyados en una pared. Remus tiene la cabeza inclinada hacia atrás, y está bebiendo del morro de una botella de vodka. Está muy despeinado y tiene el primer botón de la camisa desabrochado. Sirius tiene los antebrazos apoyados en las rodillas y está mirando cómo se mueve la nuez de Remus al tragar.

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De aquella noche no había fotos, pero la situación era bastante parecida.

El sonido de la lluvia tamborileaba en el techo y la luz que se introducía entre los tablones de la ventana hacía destellar el cristal de la botella de whisky. Remus estaba sentado a lo indio en el suelo polvoriento, y tenía el pelo brillante de gotas de agua. Bajó la botella y la extendió hacia Sirius.

-Así que, ¿qué le vas a decir a James y a Peter cuando vuelvan? -Sirius aceptó la botella-. ¿Que te has pasado las Navidades bebiendo sin parar conmigo?

-Diré que me obligaste -contestó él, recostándose en la pared. Se sentía un poco mareado-. Y que no hay otra manera de entretenerse contigo. Sólo eres divertido si estás borracho.

-Eso me ofende -Sirius se limpió la boca con el dorso de la mano-. Sí que hay otras formas de entretenerse.

Metió la mano en el bolsillo de sus vaqueros y sacó un paquete arrugado de tabaco. Dio un golpecito con él en el suelo y sujetó uno entre los labios.

-¿No? -Remus negó con la cabeza cuando Sirius le ofreció. Él frunció el entrecejo, dejó el paquete en el suelo y encendió el cigarrillo-. Nunca fumas. Hasta Peter lo intentó una vez y casi se asfixia, ¿te acuerdas?

Remus asintió y se aproximó la botella de nuevo. Sirius se quitó la chaqueta sosteniendo el cigarrillo entre los dientes. No le apartaba los ojos grises de encima y Remus empezó a sentir la sangre latiéndole demasiado fuerte. Sirius seguía evaluándole, un poco reclinado hacia atrás, como si él fuese algo extraño y complicado y tuviese que alejarse un poco para verle bien.

-Pero tú… -Sirius soltó el humo despacio-. Hay muchas cosas que no te hemos visto hacer ¿sabes Remus? Y eso no puede ser.

Él le aguantaba la mirada sin decir nada.

-¿Acaso lo has probado alguna vez?

Sirius descruzó las piernas y se acercó más.

-Ya, lo suponía -mantuvo el cigarrillo a poca distancia de su boca-. Primero volar y ahora esto -negó con la cabeza desaprobadoramente-. Remus ‘me queda tanto por aprender’ Lupin. Hay cosas que no se cuentan en los libros. Ya va siendo hora de una primera vez, ¿no crees?

El pulso le galopaba en los oídos y los ojos de Sirius eran enormes. Se relamía como un perro que acabara de encontrar algo que mordisquear y babear. El olor del tabaco le invadía la nariz. Apretó los labios contra los dedos de Sirius y dio una calada.

Se atragantó con el humo. La tos le sacudía por dentro y le arañaba la garganta. Sirius infló el aire de risas y le palmeó la espalda. Remus bebió whisky con los ojos llenos de lágrimas.

-Un desastre, como era de esperar. La primera vez que fumé me pasó algo parecido.

(Bellatrix se había reído de él hasta tener dolor de estómago y la semana siguiente estuvo imitando su tos cada vez que tenía oportunidad.)

-Eso es imposible -dijo él cuando recuperó el resuello-. Para ti fumar es algo natural. Naciste fumando. De hecho creo que tienes esa voz porque respiras humo.

-¿Qué voz, si puede saberse?

-Esa. Grave y… no sé. Tu voz. ¿No sabes cómo suena tu voz?

-Es que nunca me escucho, Remus. No soy muy de eso. Se me da mejor hablar y hablar y no saber lo que digo.

Sirius le vio sonreír. Tras el último trago se le habían quedado los labios húmedos, pegajosos de alcohol. Se llenó la garganta de humo caliente, que envolvió a Remus en una nube cuando lo dejó salir. Él cerró los ojos para protegerse.

Cambió de postura y acabaron espalda con espalda, pasándose la botella y las bromas de uno a otro. Fuera seguía lloviendo. Sirius olía la humedad del aire, las tablas de madera mojadas. Pero dentro de esa habitación todo era cálido y distorsionado.

-¿Qué más cosas no has probado aún, Lunático?

Pronunció así, tirando de las sílabas. Lu ná ti co. Eso no presagiaba buenas intenciones. Si le llamaba así, había que ponerse en guardia. Sonaba a travesura, y a Remus la palabra se le repetía en los oídos como en un bucle. Lu ná ti co. Lu ná ti co. Era una verdadera lástima que Sirius no conociese ese sonido, la voz un poco ronca de whisky, tan grave que podía hacerte vibrar el estómago. Lu ná ti co. Su voz.

-¿Has estado con alguna chica?

Ah, bueno, eso. Vuelta a la carga.

-Eh, hagamos un trato -Sirius inclinó la cabeza hacia atrás y él notó su aliento en el cuello cuando dijo-. Lo que digamos esta noche no saldrá de la Casa de los Gritos, ¿te parece?

Le parecía.

-Por ambas partes, entonces. Aunque yo diría que juego con desventaja.

-Vamos, Lupin, es tu oportunidad para conocer los más profundos secretos de Sirius Black.

-Cierto. ¿Te das cuenta ya de que cuando te emborrachas eres fácil?

Sirius se quedó callado. Dibujó la sonrisa más grande, reconociendo el golpe.

-Chicas, señor Lupin. No podrás distraerme.

Remus suspiró.

-Hubo una. Una vez. No la conoces -añadió cuando Sirius abrió la boca-. Tenía quince años y todo el mundo lo hacía. Muggle, del barrio donde vivía, en verano.

Él no se daba por satisfecho.

-Nos besábamos por las esquinas, me cogía de la mano. Cuando empezó a meterse por debajo de la ropa lo dejamos.

Sirius alzó las cejas.

-¿La dejaste porque te metía mano?

Remus miró hacia arriba.

-Es complicado.

-No, no es complicado. Es idiota. Eres el idiota más grande del mundo. ¿Era guapa?

Lo pensó.

-Sí. Teníamos cosas en común.

-¿Era guapa y no dejaste que la pobre muchacha te magrease?

-Oye, no estoy seguro de que me gustase de verdad. Todos lo… James y tú ya salíais con chicas. En mi barrio ya piensan que soy bastante raro como para que…

Sirius negó con la cabeza.

-¿Saliste con una chica para no ser distinto? Eso confirma mi teoría de que eres idiota.

Remus se encogió de hombros.

-Puede ser.

-¿No te ha gustado ninguna otra?

-Me vengaré de este interrogatorio, tenlo en cuenta.

-Responde, capullo.

-No.

-¿Y Evans?

-Lily bien, gracias.

-Remus.

-Sirius.

-¿No te gusta y no te ha gustado nunca?

-No me gusta Lily y no me ha gustado nunca. No en sentido sexual, que sé que es por lo que estás preguntando.

Sirius se apoyó en una mano, reclinándose hacia atrás. Parecía desconcertado.

-Vale. Confiaré en ti, flacucho. Pero no me trago que seas asexual.

-No lo soy.

-Bien. No me vendrás ahora con gilipolleces como que no has conocido a la chica adecuada, porque si hay en el mundo una chica afín a Remus Lupin, es Evans. Y si no te la has tirado aún, es porque realmente no te atrae… sexualmente.

-Ajam.

-¿Entonces?

Remus bebió otra vez y sus labios volvieron a humedecerse. Sonrió de medio lado.

-¿Y tú, Canuto? ¿Qué cosas no has hecho nunca?

-Haré como que no me he dado cuenta de que has escurrido el bulto. Seguimos hablando de sexo, ¿verdad?

-Por supuesto.

-Entonces… -Sirius alzó la vista y estiró las piernas. Alargó el silencio adrede. Dio una calada larga. Cuando habló, se le oía la sonrisa-. Nunca me he enrollado con un tío.

Remus se mantuvo inmóvil un par de segundos. Luego dijo:

-Ya, eso es evidente. Estás muy ocupado con el sector femenino de Hogwarts. -hizo una pausa-. Pero no sabía que considerases siquiera la posibilidad.

Sirius había cerrado los ojos, y su pelo le hacía cosquillas en la nuca.

-¿Por qué no? -replicó, echando el humo-. ¿Tú no la consideras?

A Remus le vibró el estómago otra vez. Sirius abrió un ojo. El silencio empezó a tensarse.

-¿Es eso? -la voz de Sirius salió áspera, como si le hubiese costado arrancar-. Claro, soy medio imbécil. No te gustan las chicas.

Remus miró la botella. Estaba vacía.

-¿Te gustan los chicos?

Esperó, expectante.

-No he estado con ninguno.

-Vale -Sirius olisqueaba un nuevo hueso, mucho más interesante de lo que hubiese creído-. ¿Hay algún chico que te guste?

Lily tenía razón cuando decía que Sirius siempre estaba hablando de sexo. Sirius podía meter chistes verdes en cualquier situación. Era capaz de dar la vuelta a las palabras más inocentes con una sonrisa pícara. Lanzaba indirectas sexuales que se recibían como bofetadas, y que al segundo bajaban directamente a la entrepierna. Sirius solía hablar de chicas con James, y con Peter cuando éste se acercaba a escuchar disimuladamente. Con Remus, si se dejaba. Sirius hacía todas esas cosas de la forma más natural del mundo, pero nunca habían hablado de sexo con chicos. Siempre hacía chistes, pero ¿en serio?

-¿En serio no te… es decir… -Remus se alegró de que estuviesen dándose la espalda, porque sentía las mejillas ardiendo-. …no te parecería…raro?

Se quedaron en silencio. A Remus le zumbaban los oídos. Para su horror, Sirius se movió hasta quedar frente a él, mirándole con el entrecejo fruncido.

-¿Por qué tienes tanto miedo de ser diferente? -siguió contemplándole, como si de verdad esperase una respuesta-. Siempre intentas no destacar, mantenerte al margen…desaparecer. Oye. -Sirius le puso la mano en el hombro-. Ya sé toda esa historia de que eres un hombre lobo. Te veo transformarte cada luna llena. Que te gusten los tíos no me va a parecer raro. Piénsalo.

Remus lo intentó. Lo intentó de veras. Pero toda la sangre le había descendido rápidamente y Sirius se humedecía los labios con la lengua. Se obligó a mirar hacia arriba.

-Piénsalo -seguía diciendo-. No te rechacé porque eras un licántropo. No soy tan gilipollas como para rechazarte porque prefieras tirarte a un chico en lugar de a una tía.

Él tragó saliva y pensó que sí, que tenía su lógica.

-Es que el gilipollas soy yo -explicó en voz baja. Entonces Sirius chocó su frente con la suya y sonrió desde tan cerca que Remus ya no pudo decir nada más.

-Me alegra que por fin te hayas dado cuenta -dijo. Su aliento era cálido y sabía a alcohol-. De que no te voy a rechazar por ninguna de esas cosas -le veía los dientes, y la lengua detrás-. De que no te voy a rechazar por nada.

De pronto la mano de Sirius le sujetaba la nuca y le cortaba la respiración.

-Y quizá es porque estoy borracho, pero estoy pensando que si nunca has estado con un chico, Remus, no sabes si realmente te gusta.

Si miraba más abajo, veía su cuello bajo la camisa abierta. Su clavícula, porque la ropa estaba descolocada sobre sus hombros.

-¿Hay algún chico que te guste?

Remus asintió, sin alzar la mirada, sin despegarla de la camisa y la piel de Sirius debajo.

-¿Crees que deberías probar con él? Sólo -tenía la boca medio abierta-. Para asegurarte.

Alzó la vista otra vez. Sirius tenía unas pestañas muy largas y muy negras. Así que simplemente cerró los ojos y se dejó caer hacia delante.

Entonces fue cuando Sirius le agarró del pelo y le abrió la boca con la lengua, presionó, se alejó unos milímetros y volvió a besarle, más despacio. Remus había dejado de latir y un escalofrío le erizó el vello de la nuca. En la oscuridad se aferró a su camisa y siguió sus movimientos, volviéndose ingrávido, líquido. Caliente.

Cuando Sirius se separó Remus permaneció con los ojos cerrados unos segundos.

-Supongo que ahora sí que puedes opinar -sentenció Sirius con su tono bajo, pasándose la lengua por el labio inferior, sonriendo un poco.

La lluvia empapaba el mundo exterior y la Casa de los Gritos crujía y gemía. Sirius y Remus recorrieron el túnel de regreso a Hogwarts sin hablar mucho. Remus fue detrás de Sirius, sintiendo aún los restos del beso en la comisura de la boca.

Salieron de entre las raíces embarradas del Sauce Boxeador y echaron a correr hacia el castillo. El agua caía fría; la lluvia les empapó a través de la ropa y las luces de Hogwarts se emborronaron. Sirius extendió los brazos hacia el cielo y gritó de júbilo. A Remus le contagió la risa.

Corrieron colina abajo. Corrieron tanto que apenas sentían el suelo mojado bajo sus zapatillas. Corrieron salpicando barro. Sirius, con los brazos en el aire, como si fuera un pájaro.

Cuando llegaron, Remus se apoyó en el muro de piedra con los ojos brillantes y la piel llena de agua. Sirius se volvió hacia los terrenos y respiró hondo, dejando que el olor de la humedad y el viento congelado le encharcasen los pulmones.

-Sirius…

Remus le miraba a los ojos, a través de las pestañas mojadas, respirando entrecortadamente.

(-Esta noche es nuestra -se le ocurrió.) Todo Sirius ahora era lluvia y vida. (-No pienso compartirla con nadie más.)

Quería besarle. Quería probarle frío y húmedo, arrancarle a besos. Atraparle contra la pared y ver qué pasaba. Sentir su estómago enroscarse otra vez, tocarle la piel caliente bajo la camisa empapada.

Sirius, goteando, con sonrisa de escapada nocturna.

Sirius, y el cielo nublado chispeándole en los ojos.

Remus se mordió el labio inferior y le siguió dentro del castillo.

La chimenea que ardía en la habitación era todo un alivio. Remus se hizo un ovillo bajo las mantas secas y calientes, y observó cómo él se quitaba los pantalones y los tiraba cerca del fuego.

-Eh, Lunático.

Sirius gateó a oscuras por la cama de al lado y se metió en ella. Le miró desde la almohada.

-No besas mal.

Remus se hundió un poco entre las sábanas.

-Supongo que esa chica te enseñó algo -añadió entre dientes, dándose la vuelta-. Pero no voy a quitarte mérito.

Evidentemente, pensó Remus, no tienes ni idea de cómo besas tú.
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Sé que parecen alcohólicos sin remedio. Pero qué va. Es cierto que últimamente tengo que emborrachar a los personajes para que se líen, pero es que son tímidos y necesitan un empujoncito.
No bebáis, niños, el alcohol es malo.
Y al parecer tengo un fetiche impresionante con Remus despeinado, porque Remus se despeina en casi todas las escenas. Pero bueno. A lo mejor es Sirius el que tiene la obsesión de que Remus despeinado es una muestra de que no es un chico tan correcto y pulcro como parece. Igual le recuerda que tiene un doble fondo y eso es lo que más le pone.

Supongo que próximamente más.

fanfic, de perros y licántropos

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