Cuanto antes hablo...
Me recuerda a eso que escribí y que se llamaba "Adolescente fluorescente". Pero soy más positiva ahora.
El olor del mar llegaba fresco y nocturno, la brisa haciendo remolinos que escalaban entre las rocas hasta donde estaban ellos dos. El cielo color azul terciopelo y las estrellas apareciendo y desapareciendo entre tragos de cerveza. Arena en los dedos de los pies y el reflejo de la luna navegando en el agua.
Ella suspiró de pronto, largo y desde dentro, como si hubiese retenido la respiración todo el tiempo.
-Me siento mayor -dijo.
Él la miró, acomodado en el silencio que llevaban un rato compartiendo. Ella levantó el botellín de cerveza, que se adivinaba ámbar en la penumbra.
-Beber cerveza es de mayores.
Él le respondió encogiéndose de hombros.
-Sólo tenemos dieciocho.
Ella balanceó las piernas desnudas en el borde del acantilado. Bajo la planta de los pies, el mar se balanceaba y rompía suaves olas contra las rocas.
-Diecinueve -corrigió ella, dejando la cerveza en el suelo pero sin desenroscar los dedos del cuello de la botella-. Casi diecinueve.
Se recogió el pelo tras la oreja y añadió:
-Creo que hemos cambiado.
Él estiró los brazos y fingió examinarse el cuerpo. La brisa se le colaba bajo la camiseta y le ponía la piel de gallina.
-Yo me veo igual. Quizá debería afeitarme, pero...
Ella suspiró otra vez, de esa manera. No sonaba a triste. Más bien a estupefacción. Como si el tiempo le hubiese pasado rozando a cien por hora, a un palmo de atropellarla.
-No sé. Lo echo de menos, el vértigo adolescente. Escaparse de casa y pasarse meses detrás de alguien, deseando que te invite a salir. O vestirse para parecer mayor o teñirse el pelo de colores.
Él se inclinó hacia un lado. Un poco, despacio. Lo justo para rozar brazo con brazo y sentir escalofríos echando carreras por su espina dorsal.
-¿Crees que estamos creciendo? -preguntó. Ella movió las piernas otra vez. Los mechones de pelo giraban sobre sus hombros.
-No sé. Espero que no. Peter Pan nos hizo prometerlo.
Las olas les salpicaban los pies en la oscuridad. Él alzó su cerveza, casi vacía.
-En cualquier caso...
Cuando ella le miró, le brillaban los ojos. Levantó su botellín también y el brindis de los dos cristales sonó absurdamente fuerte sobre el rumor del mar.