Hola.
Supongo que es porque ha vuelto el frío por lo que he vuelto a pensar en ti.
A pesar de que estoy arropada con la colcha hasta la barbilla, el teléfono móvil comienza a vibrar en la mesilla, iluminando un trozo de habitación con su luz azul. Hace un instante me había parecido imposible que existiese algo parecido al exterior de esta cueva oscura y caliente que hay bajo las sábanas, y mucho menos que fuese a irrumpir el silencio de mi escudo deshilachado.
Alargo la mano lenta y palpo el frío aire hasta que agarro el móvil. El despertador dice que son las siete y media de la madrugada.
-Hola.
-No te imaginas dó-dónde estoy.
-No.
-Es que no... no te lo imaginas.
-Tienes la voz áspera. ¿Estás bien?
-Me he puesto un poco borracho, pero es que cuan-cuando te lo diga no-no te lo vas a creer.
-¿Qué ocurre?
-Estoy perdido, ¡en medio del campo!
-¿Qué?
-Perdido ¡en medio del campo! Es que es muy fuerte.
Y se ríe, como se ríe un niño pequeño cuando no sabe si el perro está jugando o le quiere morder. Infantil, asustado e inoportuno.
Tú no hubieses llamado a esas horas aunque te estuvieras muriendo. Tú apagabas el móvil a las doce sin importarte las posibles llamadas nocturnas.
Supongo que es el frío.
-¿Cómo que en un campo?
-Yo sólo- me he bajado del autobús antes de mi parada porque me apetecía dar un paseo mirando a la luna y- qué fuerte, perdido en medio del campo ¡es que no hay ni Dios!
-Pero ¿no sabes dónde estás?
-He perdido de vista la carretera y esto es bosque, sólo... sólo quería dar una vuelta, te he llamado a ti porque no sabía a quién llamar, te quiero. Pensaba que te quiero y me he perdido. Estoy apartando zarzas-
Los pies fríos y ganas de llorar. Eso es lo que eres ahora.
Y el otro, perdiéndose por los campos a estas horas. Hay que joderse.
-Y de verdad, no hay más que árboles, y aquí hay como un sendero, lo mismo me ataca un jabalí. Pero tú no te preocupes, ¿vale? Creo que veo unos edificios allí lejos. Voy a ir hacia allí, y no te preocupes por el jabalí, lo tengo- lo tengo bajo control. Venga, duérmete.
-¿Tú te encuentras bien?
-Sí, no te preocupes, duérmete. Te quiero, guapa. Eres lo mejor que me ha pasado. Duérmete.
Tú nunca, nunca, decías te quiero. Y yo nunca fui lo mejor que te había pasado ni de lejos.
Aunque tenga las mejillas heladas, debajo de la colcha se está bien. Es muy vieja, con estampados de flores de tallo finísimo y cuadrados acolchados. El hilo blanco se desmenuza por los bordes, y tiene volantes, también. Francamente fea. Pero calienta, que es lo que necesito ahora. ¿No?
En medio del campo le puede pasar cualquier cosa. Mira si hay que ser gilipollas, ¿a quién se le ocurre dar un paseo a estas horas, borracho perdido? Se puede desmayar y caer en coma etílico o que venga un mendigo y le atraque.
-¿Estás bien?
-Sí, sí, es que tía, ¡estoy perdido en medio del campo! Esto es de coña.
Tiene la risa perdida, también.
-Ya me lo has dicho antes, me has llamado.
-Sí, sí, estaba pensando en ti, he pensado en enviarte un mensaje...
-Me has enviado dos.
-¿De verdad?
-Sí.
-Joder, pues no me acuerdo. No te rías.
-Estás fatal.
-Ya, ya, no es para reírse, que estoy perdido de verdad. Eso son unos edificios, voy hacia ellos.
-Ten cuidado.
-Tranquila, tranquila, tú duérmete.
No sé si llegará a alguna parte, la verdad. Yo en su lugar me echaba a dormir en el suelo y esperaría a que se me pasara la borrachera y supiera dónde estoy. Pero claro, dormido es más vulnerable a que el mendigo le ataque. O el jabalí. O algún siniestro tipo de violador de hombres.
No sé a qué ha venido todo eso de pensar en ti otra vez. Ha debido ser el frío, y que tú siempre preferías el invierno y las bufandas y los abrigos negros de felpa.
Eres como una mancha. No te vas a ir nunca, ni aunque pasen mil años, seguiré recordando que preferías pasar frío al calor. Eres como una muesca en el cabecero de la cama o un círculo de rotulador rojo encerrando un sábado de planes especiales. Eres cosas que parecían buenas ideas hasta que pasa el tiempo y no se pueden quitar, y se quedan recordando para siempre que lo que se suponía que era mágico al final no lo fue tanto.
El puto frío y lo mucho que te gustaba. A nadie en su sano juicio le gusta el frío, es una estupidez.
Frío es lo que tiene que estar pasando el tonto este, dando vueltas por ahí entre los árboles. Seguro que en realidad está en un parque infantil en frente de su casa y no se entera. Lo que tiene que hacer es llamar a la policía.
-Adivina dónde estoy, en Algeciras.
-¿Cómo coño vas a estar en Algeciras?
-Que sí, que he andado doce kilómetros por el campo.
-Algeciras ni siquiera está en Madrid.
-¿Qué dices de Algeciras? ¿Estás loca? Que estoy en Alcalá. ¿Cómo coño he llegado a Alcalá?
-Madre mía... Llama a un taxi y que te lleve a casa. ¿Tienes el número de Radio Taxi?
-No, no, que me van a cobrar muchísimo. No tengo dinero. He perdido quince euros por el campo, debo de tener algún agujero en el bolsillo. Esto es de coña. ¿Cómo he podido llegar hasta aquí? Si yo estaba al lado de casa, sólo quería dar una vuelta pensando en ti... Bajo la luna y eso.
Bajo la luna, manda huevos.
-Yo no sé- no tenía que haberte llamado. Lo siento. Te quiero.
Si yo te decía que te quería, tú te callabas. Silencio letal, defensas cerradas, muros gruesos muy jodidos de escalar. Una puñetera tortuga que esconde la cabeza blanda dentro de un caparazón feo y rugoso. Hasta que conseguiste que dejase de decirlo. Entonces empecé a buscarme nuevas formas de hacerlo, te quieros largos y diferentes y enrevesados de los que tú no te dieses cuenta. Nunca me parecían lo bastante originales, lo bastante buenos, lo bastante dignos, y ahora se me han quedado todos aquí, helados en las tripas, porque no llegaron a salir y duelen.
-Vale, no te preocupes. Llama a un taxi.
-No, creo que me conozco esto. Por aquí tiene que haber un metro. No te preocupes. Duérmete. ¿Qué hora es?
-Las doce.
-¿De la mañana?
-Sí.
-Joder. Me he torcido el tobillo, pero todo está bien, no te preocupes. El jabalí no me ha hecho nada al final. No me lo he encontrado.
Todo esto es culpa del frío.
-Tú tranquila, tú duérmete.
-Javi.
-¿Qué?
-Que te quiero.
Escucho la sonrisa.
-Gracias.