Aug 18, 2008 22:31
No hay palabras que den a entender ese… ya sabes, ese sentimiento que llegaste a tener. Aquella ansia de tomar todo el dolor que tenías dentro y destruirlo por completo.
Era una especie de... ¿cómo definirlo? ¿Frustración? ¿Rabia? ¿Tristeza?
Había algo que se oprimía en tu pecho, algo que te ardía en los ojos, algo que no te dejaba dormir. Parecía que las voces no querían salir de tu cabeza. Escuchabas gritos, mientras te apoyabas en el marco de la ventana, con la cabeza entre las manos, ahogando tus propios chillidos, porque no podías verte débil.
Constantemente estabas enferma y ni siquiera tenías la fuerza para soportar tu propio peso sobre tus piernas. Solías quedarte tirada en la cama, con tu madre atendiéndote y ayudándote con todo, enseñándote y mirándote con esos ojos desbordantes de amor.
La noche era el momento más maravilloso del día. Tu madre ponía la bandeja de la cena en tu cama y te hablaba animadamente mientras tú comías. Luego, te hacía tomar un baño, mientras se quedaba fuera del cuarto, por si cualquier cosa te pasaba. Cuando terminabas, te ayudaba a ponerte el pijama y te peinaba amorosamente. Para finalizar en tu cama, donde ella te leía y cantaba hermosas canciones sólo para ti.
Todo efectuado con una delicadeza tan cariñosa, una suavidad tan encantadora, un amor tan puro.
Pero mamá no vendrá esta noche.
Las lágrimas emergen de tus ojos, sin que las puedas contener. ¿Cuánto llevas así?
Se supone que la lluvia cae para limpiar y que luego de esto, todo queda puro. ¿Por qué no pasa así contigo?
Hay una tormenta que se desata en tu alma desde… ¿cuánto? Cuatro meses. Sin embargo, nada parece mejorar.
-Mamá hoy no traerá la cena- te dices.
Todo está inundado, desbordándose, mas el dolor no se quiere hundir. Sale a flote una y otra vez, junto con los recuerdos que quisieras olvidar, las voces.
Tu padre grita desde fuera de la habitación. Dice que quites la silla que has puesto para impedir que entre a la habitación. Es hora de cenar, sin embargo, ya no quieres hacerlo.
¿Es esto lo que tu madre querría? ¿Es esto lo que ella deseaba de ti, cuando te miraba con esos ojos tan desbordantes de cariño como los tuyos están de lluvia? No. Ella quería que te volvieses más fuerte, no que te quedaras ahí temblando, sentada y ya sin fuerzas de detener las lágrimas, sin ganas de gritar.
Esto tiene que terminar, porque ya no lo soportas. Tu madre estaría destrozada si te viera así, a punto de ser destruida por tu propia debilidad.
Tu padre se ha rendido en su afán de entrar, igual como tú deberías hacerlo.
Casi puedes ver a tu madre diciéndote que la estás avergonzando. Casi puedes sentir como todo deseo de vivir se apaga en tu interior. Casi puedes ceder tu cuerpo al control de aquella enfermedad, para así dejarte consumir lenta y dolorosamente.
Pero tu madre no lo hubiese querido así.
Esta debilidad tiene que terminar por tu madre. Te repites que lo debes hacer, una y otra vez.
-Todo está bien - te repites-. Si estoy feliz, mamá también lo estará. Tengo que estar feliz por mamá.
Por fin caes en cuenta de lo último. Tu madre te quería alegre, fuerte y sana, ella no desearía que estuvieses así.
Tienes que mantenerte fuerte, convencerte de que todo está bien, para no desmoronarte.
Secas con tu mano el río de lágrimas sobre tu rostro, suspiras hondo.
“Mamá no vendrá hoy”. Ese sólo pensamiento hacen que tus ojos vuelvan a arder y a inundarse de lágrimas, sin embargo, suspiras hondo, miras al techo y te repites constantemente:
-Está bien, todo está bien.
Y es como si pudieses engañarte, tu pecho se infla una y otra vez, lleno de una tranquilidad tan plástica como hermosa.
Te pones en pie, temblando, y consigues mantenerte así. Una pequeña sonrisa se forma en tu rostro, como si todo estuviese bien. Como si nada hubiese pasado.
Empiezas a dar pasos. Aquí empieza el final de aquella tortura. Aquí llega el momento después de la tormenta: la calma, tan poco natural como necesaria.
Mamá no traerá la cena hoy, ni te hablará, ni te peinará, para luego leerte y cantarte.
Mamá no volverá a hacerlo y eso es algo que te ha costado aceptar.
Porque hoy se cumplen cuatro meses desde que mamá yace bajo ocho metros de tierra, cubierta de sangre seca que alguna vez salió por múltiples heridas de cuchillo.
De ahora en adelante, estarás viviendo en la tranquilidad… incluso aunque te cueste convencerte de aquello.
La pequeña sonrisa sigue en tu rostro e intentas que parezca natural.
Falta poco para que el sufrimiento termine... Cuando lo piensas con tanta fuerza, incluso parece verdad.
los destinados