Bueno, bueno. Ya es el último personaje de todos los que tengo pensados hasta ahora al que presento.
No, no tengo imagen todavía... y tampoco sé los colores. Pero va a ser normalucho, sólo que con ojos lo más grandes posibles (?).
Y aquí está la simple historia de Tristán Ziras, que no es nada especial y tiene 11 años, pero yo lo encuentro un niño adorable... y sí, por fin, alguien seudo-normal.
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Salvaje, con los ojos brillantes y aquella extensa sonrisa burlona en la cara. El cabello corto y disparejo flotando en el viento y una mirada de profunda reflexión algo triste, a pesar del ceño fruncido. Por un momento, las holgadas ropas masculinas parecieron perderse y quedó a su vista sólo la imagen de una niña, sorprendentemente frágil. Sin embargo, esa visión extraña desapareció con rapidez y la chica le miró con tal rudeza que parecía intentar compensar esos momentos de suavidad.
-¿Qué te pasa, inútil? ¡Deja de mirarme con esa cara de imbécil y haz algo!
El aludido rió -extraña reacción luego de esas palabras- y le dio una patada al aire, para luego caminar en círculos, sólo para obedecerla.
Porque ella era la única persona a la que él lograba complacer y no desperdiciaría la oportunidad.
Él no era un niño anormal ni nada de eso. Era sólo alguien de poco más de once años, con unos típicos deseos de rebelarse y ser diferente; una típica familia con gusto de criticarlo y poco tiempo libre; una no tan típica excesiva sensibilidad y una para nada típica amiga… o como fuera que pudiera llamar a Simone sin que ésta terminara gritándole que no necesitaba amigos. “Jefa”, “ama” o “¡oh, grandioso ser superior llamado Simone Mosat, justa insultadora de la humanidad completa, a la cual nadie es digno de hablar a menos que muestre la cortesía debida!” eran sus opciones (aunque ambos habían acordado usar el tercer término lo menos posible, sólo en caso de que estuvieran con alguien demasiado idiota como para que importara perder el tiempo diciendo eso o hablando con el tipo).
Muchos le regañaban por comportarse de una forma tan sumisa con ella, pero la verdad es que estaba realmente feliz por eso. A la chica le hubiese importado poco y nada el que él no estuviese. Después de todo, con esa maravillosa fuerza en sus palabras (cuando no estaba simplemente insultando lo primero que apareciera) y agilidad, tanto mental como física, no le sería difícil conseguirse otro fiel seguidor.
-Pero estoy bien con tan sólo un esclavo a mis órdenes. ¿Más? No, gracias. Un imbécil sin iniciativa ya es suficiente -acostumbraba a decir.
Y él respondía con una sonrisa extensa. Simone nunca cambiaría; había sido así desde que la había conocido y lo decía sin dudar, porque lo recordaba como si hubiese sido el día anterior.
Mas había sucedido hacía casi dos años… el día que más le había marcado.
Lloraba en el parque. Oh, sí, lloraba, porque ya no soportaba que su papá le repitiese constantemente que ya era un hombre y tenía que comenzar a portarse como uno. ¡Tenía nueve! ¡Nueve! Pero parecía que su padre se olvidaba de eso cada vez que su hijo se desesperaba al no entender bien lo que le pasaban en la escuela. Siempre terminaba así, balanceándose muy suavemente en un columpio y sollozando.
Varias veces le habían dicho que debía ser más duro y masculino, mas simplemente no era tan fácil como ordenarlo. Su llanto aumentó, ¿por qué nadie era capaz de entender que el no lograba controlar las lágrimas? Se sentía tonto, demasiado débil…
Sus pensamientos no fueron más lejos que eso, ya que alguien había empujado el columpio en el que estaba, con violencia, y como él no estaba preparado su cara fue a dar dolorosamente contra el suelo. Sorprendido y con algo de sangre recorriéndole el rostro, volteó a ver a aquella persona (¿niño o niña?) que sonrió burlonamente.
-Eres un debilucho imbécil -anunció, haciendo que el chico bajara la mirada.
-Sí, ya sé. “Los hombres no lloran”, lo siento.
Se sintió avergonzado por comportarse de esa manera frente a un extraño, pero era es que era sólo un chiquillo. Sí, lo era, aunque nadie pareciera recordarlo.
Otra vez fue interrumpido, aunque entonces fue por una fuerte risotada, que parecía innatural en aquel pequeño cuerpo.
-Tú, tus amigos o padres. Rodos son debiluchos por igual. El hecho de que otros intenten esconderlo sólo muestra que son idiotas preocupados en exceso de la opinión del resto. Sí, llorar es algo vergonzoso, pero no lo más estúpido por hacer. Sufrir es una tonta cualidad humana. De cualquier manera, si uno no puede no sentirla, es más idiota ocultarla. Ofenden a la gente realmente a la gente realmente dura al fingir de esa manera.
Luego de decir eso, puso los ojos en blanco.
-Como sea, no vale la pena seguir hablando con un imbécil como tú.
Se dio vuelta, con la intensión de irse, pero él la siguió. La siguió sin cesar, como hechizado, hasta que aquella persona volteó y se rió de él. Sin decir nada, cambió de rumbo y se dirigió hacia un gran árbol, de delgadas ramas, el cual escaló con facilidad.
-Si quieres poder seguirme a mí, Simone Mosat, trepa esto, torpe debilucho. Ahora mismo.
Él nunca había hecho nada así, le asustaba, más las palabras por primera vez habían criticado a otros y no a él le despertaban una profunda admiración por esa chiquilla (Simone era nombre de mujer, ¿no?) y simplemente quería para ver si podía conseguir una especie de consuelo a sus pequeñas molestias tan fuertemente sentidas. Sin pensárselo mucho, cogió una rama e intentó impulsarse hacia arriba con su ayuda. Instantáneamente, ésta se quebró y, por segunda vez en el día, se golpeó violentamente contra el suelo.
-¡Realmente fuiste tan idiota como para intentarlo! -gritó ella, con un tono de profunda diversión, mientras saltaba al suelo y caía con una asombrosa suavidad. El chico bajó la vista al piso, avergonzado-. ¡Eh, niño, dime tu nombre!
-T-Tristán -se apresuró a responder, algo sorprendido-. Tristán Ziras.
-Pues bien, Trimbécil, creo que eres un estúpido y un inútil, pero el hecho de que no salieras corriendo como un cobarde es curioso así que te dejaré ser mi sirviente personal.
Él esbozó una sonrisa en cuanto escuchó eso.
-¿Y sonríes? Tú eres más tonto de lo que creía. En fin, ahora te pondré unas reglas. Siempre…
Y así había comenzado. Desde entonces, Tristán había sido el leal esclavo de Simone, obedeciéndole en cualquier caso.
Todos decían que hacía mucho por nada, pero el chico sentía que recibía más de lo que merecía. Gracias a esa extraña niña, él era entonces mucho más osado y se sentía más cómodo a la hora de ser él mismo.
Y el hecho de servir a Simone le parecía un privilegio, porque no se aburría jamás de ella y su admiración aumentaba cada vez más.
No le importaba ser mirado en menos, siempre que pudiese seguirla.
“…harás lo que te diga, sin objeciones. No importa qué tan estúpido parezca, recuerda que igual soy menos idiota que tú. Y respecto a eso, soy mejor que tú, así que trátame con respeto. Cumple eso y no hay problema”.
Dos simples condiciones y esos años de felicidad y seguridad aparecían como en un milagro.
“Y no hay problema”.
Suspiró, porque era cierto. Al fin lo era.